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Eran 85 |
Orgulloso y fanfarrón, el entonces
inspector de policía de Matamoros retaba: –Hora sí que vengan los del CCI y a ver cómo les va. Agapito González Cavazos, secretario general de la Federación de Trabajadores de Matamoros, adherida a la CTM, desde que se tenga memoria, diputado local y federal, alcalde, casi todos los cargos públicos tamaulipecos, hacía el anuncio mientras mostraba a los reporteros de la hoy prolija prensa del norte del estado, un arma para disparar granadas lacrimógenas a quienes intentaran perturbar la paz social indispensable para que los cacicazgos sindicales, agrarios y políticos se reproduzcan. Empuñando la novedosa arma, en 1967, comprada en tierras vecinas, río Bravo de por medio, Agapito como lo llamaba toda la población de apenas 100 mil habitantes, incluidos los niños, olvidó que al jalar el gatillo cualquier arma dispara. Y el gas lacrimógeno provocó el llanto y la náusea del entrevistado y de los entrevistadores. La prensa local que todo lo podía en tiempos de la modernización conducida por Gustavo Díaz Ordaz, cabeceó: “Ahora sí que vengan los de la CCI: Agapito” y “Agapito muestra moderno equipo antimotines”. Lejos estaba Matamoros de ser exiguo eco del pujante movimiento reivindicativo de los ejidatarios y solicitantes de tierra, principalmente, aunque incluía grupos de obreros agrícolas que asumían su condición social en sus reclamos materiales, como transcurría en los vecinos Río Bravo, Valle Hermoso, y Reynosa. La primitiva reacción del inspector de policía tenía, sin embargo, una lógica previsora, como se demostró meses después con el estallido de la primera huelga de trabajadores de una granja avícola de El Control. Sus reclamos eran elementales: pago del salario mínimo, jornada de trabajo de ocho horas y reconocimiento del primer sindicato del ramo por el municipio. Las armas lacrimógenas fueron estrenadas en concertación con los cuerpos policíacos habidos y por haber. La descomunal reacción de fuerza se hizo acompañar de los buenos oficios de la autoridad laboral que convirtió en improcedentes los recursos jurídicos interpuestos. “Conjura comunista” y “Agitación ceceísta” fue la nota que dominó la información de aquellos días. Aplastar a estos huelguistas era indispensable para Agapito porque sólo él debía tener asegurado el derecho a crear sindicatos. Permitirlo fuera de su esfera de control, corría el riesgo de ser un contagioso ejemplo en el mar de granjas avícolas que se convirtió la zona agraria de Matamoros, tras la quiebra del emporio algodonero que era hasta principios de los años 60 por el agotamiento de las tierras y la voracidad de los grandes propietarios acostumbrados a invertir poco, ganar mucho y poseer enormes extensiones de tierra. Cuenta Miana que, acompañada de su
marido Pacheco, durante el turno de la guardia que les tocó hacer en una
de las granjas avícolas en huelga, se presentó la policía para
desalojarlos y empezó a indagar los generales de cada solidario
desvelado. –Dolores Ibarruri, señor. –Gracias. El que sigue. El ignaro agente ni remotamente se enteró que La pasionaria, la legendaria luchadora comunista española, tenía una doble en tierras tamaulipecas Habían terminado los años dorados de las grandes cosechas algodoneras, las despepitadoras laborando 24 horas, asiento y plataforma de lanzamiento de un sindicalismo verbalmente muy beligerante y harto caballeroso en la mesa de negociación obrero-patronal. Las oleadas de obreros agrícolas golondrinos, los pizcadores, dejaron de acudir a la cita puntual que todos los julios y agostos tenían en Matamoros para completar su gasto anual que como ejidatarios no reunían en San Luis Potosí, Zacatecas y Guanajuato. El enorme prostíbulo que, además de zona algodonera, constituía la realidad local se ocupaba de que los salarios se quedaran allí mismo, y frecuentemente con los mismos patrones, metamorfoseados en lenones, caciques, contrabandistas, narcotraficantes, todo el abanico de actividades lícitas e ilícitas, con razones sociales y personeros diversos. El poderío económico de los grupos y cacicazgos matamorenses en la agricultura (alrededor del sorgo y el maíz, tras el fin del oro blanco), la ganadería, los servicios (con la laxitud anotada), invadía toda la región, buena parte del estado y el mismísimo valle del Río Grande, en el sur de Texas. Desde entonces, y acaso antes, es parte de la condición empresarial tener inversiones y residencias en Brownsville, Puerto Isabel, Isla del Padre, McAllen, Weslaco y Harligen. Radicar allende el río Bravo, que los hijos nazcan y se eduquen allá, es sólo un dato más de la fronteriza tarjeta de presentación. Cuenta la leyenda que si aquellos capitales fuesen invertidos de lado mexicano, los trabajadores del norte de Tamaulipas no emigrarían y menos aún correrían el riesgo de caer en manos de la temida y temible Border Patrol. Pero los dueños de esos capitales invertidos en el valle del Río Grande, suelen decir con cinismo: –Estamos reconquistando territorio para México, nuestra patria A este entramado de intereses particulares, como intermediación sindical y política, pero sin despegarse de las necesidades laborales, estaban destinados los fusiles, detalle nimio en la operación del liderazgo sindical más antiguo y aún eficaz del México de Carlos Salinas, el de Agapito, encarnación local de Fidel Velázquez Sánchez, quien finalmente devoró a uno de sus mejores hijos putativos. Las soluciones de fuerza, con todo, no tuvieron el efecto de contención del reclamo social agrario que desde febrero de 1963 construyó como su mejor instrumento social y organizativo a la Central Campesina Independiente, la expresión más elevada de una momentánea quiebra del aparato campesino oficialista, la CNC. Pronto fueron aprendidas las lecciones del movimiento ascendente, auspiciado por el general Lázaro Cárdenas, y se puso en marcha un esquema para recomponer las alianzas cenecistas que permitió tener nuevamente como aliados a Alfonso Garzón Santibáñez, Braulio Maldonado y Humberto Serrano. La formación del Frente Electoral del Pueblo, con Ramón Danzós Palomino como candidato a la Presidencia de la República, el 3 de noviembre de 1963, fue la ocasión soñada para que la convergencia de fuerzas alrededor de la CCI, se rompiera al inscribirse ésta en un horizonte político, en confrontación directa, aunque sin registro electoral, con el PRI y Díaz Ordaz como virtual presidente. Necesidades políticas aparte, y errores de percepción de una coyuntura que obligaba al Partido Comunista a incursionar en la lid electoral para salir de la postración a que lo sometió una crisis de identidad de tres décadas y las catumbas que le impuso el desarrollismo económico que implicaba tranquilidad laboral y social, los comités regionales del PCM y de la CCI en el norte de Tamaulipas vivieron en el segundo lustro de los sesenta su mejor época como instrumentos del quehacer político y social. La insuficiente autonomía de la organización social respecto de la partidista, el desempeño de funciones dirigentes simultáneas por el aguerrido y eficaz núcleo de dirección campesina, constituyeron las limitaciones principales de un movimiento regional específico que para desarrollarse requería de una alternativa del mismo género. Ello no obstó, sin embargo, para que liderazgo social y movimiento reivindicador se dieran puntual cita, año tras año, en la puja por mejores precios de garantía, el airado rechazo al incremento de las cuotas de riego, así como la incansable gestoría cotidiana, particularmente en beneficio de los solicitantes de tierra. En la plaza pública y el ejido, el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, la SARH y la Conasupo; el mitin, la marcha y la asamblea; la acción solidaria con Dominicana invadida y Vietnam resistiendo al invasor; impulsando la simpatía con aquellos universitarios que en 1968 deseaban hacer de las garantías individuales realidad tangible; allí estaban en primera fila o con el aliento solidario desde la prisión o el destierro: Crispín Reyes, Severiano Ponce, Felipe Milán, Fausto Hernández, Rosendo Gaona, Santiago Herrera, Guadalupe Gaona, Isaías Pineda, Gregorio Luna... Y el infatigable asesor David Martínez Jalomo. –Son 85 comunistas y agitadores –sentenció la FBI en un intento macartista por impulsar a las autoridades tamaulipecas a la cacería de brujas. Eran 85, ciertamente |
Remembranzas, de Eduardo
Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández
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