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Dormilón |
Despertó sobresaltado, vio el reloj que marcaba las nueve de la mañana y el mundo se le vino encima. En segundos decidió afrontar las consecuencias de haberse quedado dormido en el minúsculo cuarto de azotea que rentaba por la nada módica cantidad de 800 pesos mensuales al hombre que aseguraba que los jóvenes comunistas se distinguen de los demás hasta en la forma de vestir, de caminar, no digamos por los valores éticos y morales. Desde las 8:30 horas el organizador debía estar en avenida San Cosme, a lo largo de tres calles, en las que había citado, con intervalos de 15 minutos, a todos los dirigentes de la JCM y a una parte de los del PCM. Eran los duros tiempos de la persecución selectiva, sorda pero eficaz, del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, a quien el doctor Fausto Trejo bautizó desde entonces como La changa. Difíciles tiempos en que además de sortear a policías de placa diversa, el raquítico e inestable sueldo no le alcanzaba al muchacho para tomar los tres alimentos diarios y los sustituía con más horas de sueño. Eso lo sabía él, probablemente también sus dirigentes, pero se hacían los desentendidos, agobiados por los problemas propios y los de la colectividad. Sin buscarlo, ni registrar cuándo y cómo, menos aún darse tiempo para preguntarse si le gustaba o le incomodaba, el organizador se convirtió en uno de los favoritos para promover reuniones plenarias, conferencias y hasta un congreso, el XVI, del Partido Comunista Mexicano. Bajo la falsa identidad de ingeniero y de esposo de María Elena Morales, una antropóloga mayor que él, rentó la amplísima casa de Cuernavaca, Morelos, propiedad del exgobernador Nava, quien persiguió febrilmente a los universitarios y los comunistas poblanos. En su casa de los fines de semana, más de un centenar de delegados, provenientes de todo el país, deliberaron durante cuatro días en 1973. Mas la actividad y experiencia que acumulaba el joven como organizador desde y en la clandestinidad no era bien vista por todos. Pablo Sandoval Ramírez la criticaba de frente y en el lugar debido. Temo, dijo, una burocratización de un cuadro valioso. Una década después, otros comunistas como Joel Ortega y Jorge Castañeda se tornaron expertos en la crítica de lo que denominaban despectivamente el aparato, aunque el segundo escaló con éxito las cumbres burocráticas del foxismo. Tenso y en ayunas, más que agobiado por la tardanza y las consecuencias de su grave impuntualidad, el organizador salió de la estación del metro San Cosme y como lo temía, allí estaban los diversos grupos de tres o cuatro dirigentes que había citado intercaladamente en una área de 300 metros de distancia. Un parco saludo, correspondido con breves críticas y hasta regaños, además de transmitir la indicación de a dónde trasladarse, permitió al organizador despejar el sitio en tres minutos. Se quitó de encima un enorme peso porque todos partieron en una docena autos sanos y salvos. Fue entonces cuando recobró la conciencia sobre el hambre y la ausencia de un reconfortante baño que siempre hace falta. Poco importaba, el error estaba enmendado y sin consecuencias a lamentar y que, seguramente, nunca se hubiera perdonado aquel organizador tan aprehensivo como era y, quizá, sigue siendo. Por eso se molestó sólo un poco cuando se incorporó a la reunión con toda su introversión a cuestas y en el primer receso le platicaron que Marcos Leonel se encargó de platicar durante la tan desagradable como riesgosa espera en la calle, que la tardanza del organizador era completamente normal porque “es un dormilón”. Y recordó enseguida la bella pero sencilla casa en la que vivía Posadas con Anita en Cuajimalpa, en medio de un bosque, gracias a sus suegros, y que de vez en cuando compartía con el dormilón que en otro tiempo era “mi hermano”. |
Remembranzas, de Eduardo
Ibarra Aguirre
Primera edición digital: Octubre de 2012
© Eduardo Ibarra Aguirre
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Diseño de portada e interiores:
Héctor Quiñonez Hernández
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