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La noche se partió en la niña,
el cielo-tiempo apartó todo,
la caricia al vértigo.
La noche inundó las cavidades
con el esperma de los difuntos
y en la calle infinita del sueño
tembló la herencia de los miedos.
Porque en un silencio apartado y sombrío
en un no lugar en un no espacio
en un no hastío en un no misterio
habitan los deseos de la sangre,
voluptuosidad que dirige
hacia actitudes de horror en los abismos.
La mujer del tiempo
Rompe un poco mi estructura
-dice la mujer-
no deseo estar tan entera.
Destrózame la cantidad de años
que esperé tu sexo.
Y el hombre agotado,
con el corazón latiendo agitado
como el vuelo huidizo
de un ave nocturna
a la llegada del amanecer,
vuelve y se va.
Vuelve,
quédate sobre el tiempo
-ruega la mujer-,
y si no es este el momento
tendrá ella otro destino
otro desengaño
y la ampliación del abrazo
para encerrarse en su propio beso
en la condenación
que la somete.
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