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El firmamento
del atardecer
es como un océano
inaugurado
para desvanecerse
en la noche.
Y acaso la calma,
no sea sólo un estado
del espíritu
y necesitemos
este paisaje,
este lento transcurrir
de las horas
esta armonía de ritmos
y latidos
este perfume del padre
de los perfumes(1).
Un hombre
tiene apoyada la frente
sobre sus dedos
y ese suave tacto
libera una energía de fuego
que se conjuga
con el agua de su alma.
Quizás,
más allá del tiempo
se aclaren las vertientes
de su voz,
para iniciar el verdadero
viaje
al país donde la poesía
es la única anfitriona.
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