Hasta la calma
Guillermo Ibáñez

Dejarse caer entre paredes 
que ahogan, 
sin gritar mis gritos,
auscultando el latido de sus sienes 
arremolinadas para indagar 
mi pasado,

para contemplar con curiosidad 
mis vértigos que no 
llegan al éxtasis 
y siempre quedan en la noche.

Mis ancestros se asoman 
por los ojos de las paredes 
al agujero de mi techo.

Primero, gritos horrendos 
y celestiales.

Luego la lectura de vibraciones 
integrada por cada uno de esos 
electrodos sembrados 
en mi cerebro.
Todos averiguan cosas 
que no quiero saber.

Todos miran el agujero 
que yo no puedo, 
a no ser que vuelva la mirada 
hacia otra vida.

Caigo presa del pánico.

Caigo y golpeo mi cabeza 
contra el piso endurecido 
y todo vuela y se pierde, oscurece, 
es todo claro y es triste;
y sigo golpeándome con alegría 
y todo gira, vuelve y vuela 
y las paredes se posan sobre las moscas,
los cabellos peinan peines 
y las lámparas se iluminan 
por intermedio de los azulejos.

Mis dedos insensibles se poseen 
aferrados a mi cabeza
y me desarmo y reconstruyo 
entre furia de piernas 
de manos, de gritos, 
de gritos que se introducen 
en la costumbre del agua y el agua 
se hace calma en esas horas.

Una y otra vez la lucha desorbitada 
abatiendo fantasmas, 
el delirio se eleva conmigo.

Entonces bebo quietud.

Guillermo Ibáñez
Árbol de la memoria 

Del libro "El lugar" (1973)

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