Quiero dar a todas las cosas, un viso de lejanía y añoranza,
tal como tienen las que a ellas pertenecen.
Darle al árbol bajo cuya sombra estamos, el mismo valor
de aquel, cerca del que escribimos ese bello poema.
A la puerta de la casa de todos los días,
la importancia de aquella que guardaba secretos
y a este niño de hoy,
la ternura de tantos perdidos.
Darle a una mujer, un pájaro, un pez, una nube, un rostro, una ventana;
la misma mirada que a esas otras que la gente cree extinguidas en el pasado.
Y a vos, amigo: la palabra, el silencio
que a ese otro perdido.
Prodigarle a la cama tan próxima, a esta habitación,
a toda piel cercana,
la caricia y el respeto, que a esas amadas de ayer.
Como al cuarto de hotel donde viví días y noches encerrado
y del que salí otro, con regocijo de haber pensado casi en todo.
Mirar las cosas, como frutas exóticas de una isla
nunca encontrada por hombre alguno.
Tocar la silla, el perro, respirar el aire y el mundo,
como representación de una obra famosa
en la que los mejores actores de todas las épocas,
van y vienen un escenario de noches.
Ver en lo simple.
Realizar cada acto como rito sagrado. |