He querido perderme en la profundidad de calles ausentes
cuando el mundo se negó en las puntas de los pies
y sólo en vos encontré la sigilosa madrugada
que pisan genios mudos.
Te debo el logrado sueño.
Me cansaron tus baldosas y agobiado me aburrí entre veredas.
El final del silencio nació con un amanecer
más triste que el canto de los pájaros.
Tus carteles truncaron mi rumbo que busqué fuera perdido
porque quería huir; pero iluminaste adoquines, paredes,
cada paso y nací a esta muerte.
No deseaba volver, pero tus manos de brisa
me condujeron hasta el rincón
que impregnó de soledad mis días.
No sé ciudad, si realmente amo tus atardeceres
derramados por el sol en las anchas avenidas
o si odio que fueras vos misma, la que cruda e implacable
me mostrara los dientes de la gente
y me hiciera ver todo de este modo. |