Apólogo y meridiano del amante poema de Efraín Huerta
Dibujo de Rodrigo Arenas Betancourt |
Cenital guerrero de la carnalidad
Atisbo el orquestal tejido de su escultura,
anudo la mirada en el cristal de su vientre.
perfumar el bosque;
Humillado acaso, mas no desintegrado, adivino en la espesura de sus venas la última suerte —echada ya—
del desamor innoble, del fantasma y sus puñales,
Hoy resido en tu muslo derecho, aquí y allá, para necesitarme, para, invisible, ascender hasta tus ciudades y tus pueblos; necesito aterrarme con mi propia ruina, voltear de revés mis remordimientos, porque, ay amada, he perdido la llave del inocente territorio de las catástrofes.
Palidezco y emerjo de un sueño con la diafanidad del galope lunar
y el borrado zurear de la paloma. y oportunos para grabar de una buena vez —nunca es tarde para los transidos, los desnudos, los boquiabiertos, los insurrectos, los límpidos, los ebrios— este infinito y giratorio epitafio.
Cabeceas inclemente y esmeraldina como los bateles en el dormido lomo del río.
Te amo y te adoro en esa armonía de hosca noche, de sórdido naufragio.
Un día cualquiera pude ser la fe, la semilla, una calle virginal,
una
carretera de capullos. me extravié en un gran patio invernal donde los nísperos parecieron los ojos amarillos de Donatello.
Entonces mi breve furia se acogió
Silencioso, pero todavía no vencido,
A mi vez ardí cuatro semanas sin monedas para el alquiler para no ver al médico ni a la depresiva enfermera.
¿Cómo es que a tu lado no huele a hospital?
En aquellos litorales, el guerrero sin laureles
se protegió en la aridez
de tus ámbitos. interrogante y poderosa se aferró a la caracola, al desconsolado
secreto de lo tuyo más umbrío:
Ahora me pregunto ¿Cuánto por el rescate?
cuántos billetes para
preservarme de los terribles címbalos tu esbelta superficie de mariposas y el glacial aroma de mi Muerte?
Tramonto colinas, traspaso eléctricas fronteras, alzo los brazos, clamo y vocifero de manera desdeñosa cuando lamo leve sangre en tu hombro —y mis dientes estallan alucinados porque ya han aprendido la lección de la sábana y sus colmillos.
El guerrero es ahora una hormiga colérica.
Tú tienes dos alas, dos ojos, dos palomas, dos brazos, dos piernas, una boca
fosforescente,
Recuerdo que compré a plazos ciertas hechicerías; que mi choza era blanda porque la tapizaban frescos ramos de juncia; que halagué y santifiqué el bosque cercano, porque no puedo vivir sin el reino del follaje, las maderas metálicas y el llagado perfil de la orquídea.
Di salvación a tu cuerpo rechazada el doble Universo que no me niegas el asunto de mis desnudas tenazas la crisis de mis miedos nocturnos
las cuestiones fálicas de mis profecías podredumbre las almohadas que me convierten en tu lacayo
tu cintura
Después de todo, ya era hora de escupir
y de volver a conversar
estúpidamente. de La Batalla de San Romano para abrumarme con sueños apacibles y despertarme a gritos de sirena tempranamente preñada?
De ningún modo te muevas. No hay necesidad de ser cautelosos. Voy a envejecer en la Casa de los Poetas Embrutecidos y dar mi nombre al martirologio.
Ahora mírame, siénteme redondear un mundo
de sílabas, un viaje a los
estanques del hambre.
al primer interrogatorio. el que oyes llorar de frío, cínicamente desilusionado. Soy Paolo Uccello con su espejo al hombro.
La Capilla de los Dioses está a la vuelta,
en las orillas moribundas del
infinito.
al Museo Nacional de
Antropología. Pago la entrada y firmo al pie de mi acta de defunción, porque nos ahogaremos en mares de sílex y a mí en lo personal me volverá a degollar
la inmóvil lucidez de
una máscara teotihuacana. Soy el que no duerme y no vive y no se entremezcla con Nadie en la transitoria arquitectura de tu lecho.
Bramo cuando no hay más remedio
¿Qué más da? Pedro y Lucía se conocieron
en el Metro de París, de todas las ciudades hostiles.
Yo te conocí en mi edad príncipe,
en tu edad enferma y disolvente.
paloma a perpetuidad. —y mi mano es la vivienda de los pobres, de los que desordenan al mundo a golpes de dolor y aletazos.
Me duele ayunar y maldecir. divagando, dejándome ir y venir con los pasos retorcidos y la boca agónicamente beligerante.
Me gustan, vuelven a gustarme dos cosas: tu liviana grandeza y tu magnífica pequeñez.
A tu lado, a un minuto de la cosecha,
soy una luna fría de ningún
crepúsculo. saliva, posturas incómodas,
metamorfosis, escamoteos, astuta lucha a muerte fratricida.
El guerrero ha perdido la paz, no la guerra.
Ahora supón que mis orígenes carecen de valles, ríos y collados,
Estoy vencido de antemano. de nuestros cuerpos en fuga.
Hace años, siglos, dije algo semejante
y mi mujer no me creyó. pero bien sabía que iba a perder la cabeza, la camisa, la perspectiva (Paolo), las fábulas y los conjuros.
Lo supe y me tragué la verdad
de tu terrible Hermosura
rodeada de siniestras alabanzas. |
Efraín Huerta
Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México 7-8 / creación / Marzo de 1970
Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/bf7c8a81-a0a1-4688-a712-5b9612b3d0bd/apologo-y-meridiano-del-amante
Ver, además:
Efraín Huerta en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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