Aguas aéreas

Milton y los poetas románticos

por David Huerta

Tu frente altiva rozaba estrellas

que afligidamente se apagaban sin vida,

y en la altura metálica, lisa, dura, tus ojos

eran las luminarias de un cielo condenado.

Vicente Aleixandre, “Arcángel de las tinieblas”, en Sombra del paraíso (1944)

Hace ya varias semanas, en momentos de lucidez extrema o de tenue delirio, veo un gigante en el cielo del Valle de México. A veces sobresale por detrás y muy por encima del Ajusco, y en otros momentos aparece erguido, descomunal, sobre las áridas eminencias del norte de la ciudad. No está en vuelo ni suspendido entre las ráfagas del viento y el tráfico de los aviones incesantes; no se desplaza en ninguna dirección, pero tampoco está quieto o impávido, pues parece trémulo, vibrante, en su monumentalidad; nada en él anuncia ligereza o gracia, pero tiene una fluidez poderosa, irisada, además de discernirse en él, en la postura y en el continente de su inmensa anatomía, una rapidez larvada de martillo esgrimido con voluntad de llama y de cristal; no mira nada ni a nadie en particular pero con su mero estar ahí domina el mundo circundante, el mundo entero, todos los horizontes, como el halcón inolvidable en el poema de Ted Hughes.

El gigante no habla pero posee todos los discursos y es capaz de articular y enunciar cantos y profecías en todas las tesituras imaginables y aun en algunas nunca escuchadas; posee, como decía Nietzsche, todos los nombres de la Historia. No he oído su voz pero la imagino poderosa como un vendaval, un huracán cercado y arrastrado por una cadena erizada de metales ígneos.

Es un gigante con los pies puestos con firmeza en una especie de suelo metafísico. Su estatura rebasa el plano de las nubes más altas. Tiene el rostro —bello, sin duda, pero animado por pasiones tremendas— lleno de cicatrices y heridas causadas por los rayos divinos. Algo tiene, o mucho, del Saturno devorante, filicida, de Francisco de Goya. O del Leviatán en el frontispicio del libro de Hobbes. También me recuerda, a la vez con intensidad y vagamente, mis imaginaciones sobre el dios Marte tal y como lo describe Garcilaso de la Vega en un poema famoso: “el fiero Marte airado, / a muerte convertido, / de polvo y sangre y de sudor teñido”. Pero este gigante visto por mí en estos días, con ser de un encendido cuerpo de color escarlata, es diferente del dios de la guerra y más ominoso, más amenazante todavía, más imponente y temible. Es natural: es el Demonio mismo en persona.

Podría decir: “esto me pasa por leer un libro”, y más aún, señalar a su autor, como Amado Nervo, cuando mencionaba en un poema, con todas sus letras, a Tomás de Kempis, y le atribuía a la lectura de su libro, el libro cristológico de Kempis, sus tristezas y dolencias espirituales; yo debería decir: la visión de ese gigante se la debo a Mario Murgia y a su libro sobre la influencia de Milton en los poetas románticos. Ese gigante al mismo tiempo maravilloso y terrible, dotado de una energía numinosa, es el Satanás de Paradise Lost, y su descripción, a la cual una y otra vez vuelve Murgia en sus páginas para ilustrar diversos planteamientos crítico-literarios, está en los versos 589 al 606 del Libro Primero. Según Edmund Burke, a quien Murgia cita en nota a pie de página, esa descripción satánica del Libro Primero de Paradise Lost es una expresión perfecta de la sublimidad poética. La cita está en la nota de la página 82 de Versos escritos en agua, el libro de Mario Murgia, raíz, origen de mis alucinaciones recientes.

La discusión ha durado casi 400 años: ¿quién es el protagonista principal, o en cualquier caso el preferido por John Milton, en su máximo poema? ¿Es Adán, es Dios padre, es el Conde Jesucristo, es Satanás? La mayoría de las opiniones revelan la primacía de Satanás en el poema, su protagonismo, su centralidad. Es sorprendente, pero hay a la mano un puñado de opiniones fundadas para echar luz sobre el asunto; y casi todas apuntan en esa dirección: Satanás es el gran protagonista del poema de Milton. Pero John Milton no estaría de acuerdo.

En la perspectiva histórico-literaria, lo importante, aquí, es cómo los principales poetas románticos leyeron el gran poema miltoniano y cómo lo asimilaron en sus propios versos, lo transformaron y lo trascendieron. Es lo más importante para Mario Murgia, lo decisivo en su ensayo. Para explorar esos territorios, tengo para mí —mero lector, sumamente interesado—, debemos tener presente, todo el tiempo, la figura de Satanás en Paradise Lost. En esa figura se cifra el poder de seducción, el magnetismo, ejercido por el gran poema en los románticos. No es un tema entre otros, ni mucho menos un subtema; es más bien, me parece, el centro de la cuestión, o lo ocupa con amplitud y fuerza.

El ensayo crítico-histórico de Mario Murgia —su hermoso título es, como ya he dicho líneas arriba, Versos escritos en agua, y es una publicación universitaria (unam, 2016)—está en la misma línea de reflexión y trabajo de Anthony Close y de su libro magistral sobre la concepción romántica del Quijote. El estudio de Mario Murgia aborda, como el de Close, uno de los temas al mismo tiempo evidentes y secretos de la tradición literaria moderna: la posición mediadora del romanticismo entre las literaturas anteriores y las concepciones literarias en circulación, intensamente activas entre nosotros, en estos mismos años y décadas, y aun mucho tiempo atrás, a lo largo de los siglos diecinueve y veinte. Este hecho no puede ser más decisivo: somos descendientes intelectuales del romanticismo y debería notarse por todas partes, pero casi nadie lo advierte: el romanticismo y sus secuelas forman parte de la atmósfera o logósfera de los tiempos modernos. Esto tiene un lado oscuro y otro luminoso y fecundo mejor dicho: las diversas vertientes tienen, cada una de ellas, un lado oscuro, otro más claro. Me explico a continuación.

Todo el primer tramo del libro de Murgia está dedicado a dos temas; en realidad, constituyen un tema doble: la influencia literaria, el canon literario. En Versos escritos en agua asistimos a una nueva visita a esos asuntos, revividos hace algunos años por el libro de Harold Bloom, tan famoso y tan discutible. Algunos, quizá no muchos, estamos ciertamente cansados de escuchar una y otra vez discurrir sobre todo eso; pero el libro de Mario Murgia aborda los puntos principales con lucidez y nobleza. Eso debe reconocérsele, en primerísimo lugar. La parte importante es la siguiente, y ocupa la mayor parte de la obra: un cuadrángulo formado por el poeta viejo, el poderoso John Milton, y sus descendientes —con la notoria excepción de William Blake, acerca de cuyos poemas me gustaría un día leer las ideas de Murgia.

En Versos escritos en agua, el esfuerzo intelectual de Mario Murgia está dirigido a examinar el momento mismo de la eclosión romántica y la gravitación miltoniana en tres de las figuras cardinales de la poesía inglesa del periodo, Keats, Shelley y Byron. Anthony Close se ocupa de un tema diferente en esos mismo marcos: las ideas sobre la máxima obra cervantina en forma de nociones heredadas de los románticos.

Para cualquier lector familiarizado con la poesía moderna en lengua inglesa, la tradición romántica explica algunos de los principales enclaves de las escrituras poéticas modernas, ya sea por la postura adversa de los poetas contemporáneos o por apego crítico a esas obras de un pasado lleno de vivacidad y de energía. Un ejemplo muy a la mano (es decir, una lectura hecha por mí hace poco tiempo): el ensayo de Helen Vendler sobre la extraordinaria relación de Wallace Stevens y John Keats, en especial ante las derivas de tema y forma en la imaginación poética acerca del otoño (mientras lo leía, se me antojaba meter en esas consideraciones a fray Luis de León).

La presencia de John Milton está en la literatura inglesa en dos formas: directamente, por medio de su poesía y de sus tratados políticos (la admirable reprobación de la censura); o de manera indirecta, por la vía de la influencia de los románticos, sus descendientes, sus continuadores. Es una presencia problemática pues, a semejanza de Góngora, es un poeta de otro tiempo, pero al mismo tiempo su estatura y el poderío de su obra lo vuelven ineva-dible. ¿Cómo pasarlo por alto? Imposible, y además allí están los románticos. Blake afirmó memorablemente, en su Matrimonio del Cielo y del Infierno. Milton está en el bando del diablo. En esa afirmación arraiga el frondoso vínculo de Byron, Shelley, Keats y el propio Blake con Milton y con Paradise Lost. Lo diré una vez más: Mil-ton no estaría de acuerdo.

Para mí, es un hecho muy emocionante la lectura de la poesía inglesa en nuestro país, de lo cual es testimonio este libro de un profesor universitario tan querido y admirado en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam: el admirable Mario Murgia. ¿Emocionante? Sí, pues se trata de un ejercicio de libertad intelectual ante una tradición oficialmente ajena, pero tan cercana, siempre, como nuestro deseo lo decida: Milton y sus hijos románticos serán tan nuestros como Cervantes, José Goros-tiza o Dante. Basta el solo interés y la inteligencia lectora en acción, dos ejes maestros del trabajo intelectual.

Junto a un magnífico poema de Vicente Aleixandre, “Arcángel de tinieblas”, pieza maestra leída y releída por mí en los días de escritura de estos renglones, poema de cuya raíz miltoniana no es posible dudar; el libro crítico y poético de Mario Murgia es una valiosa muestra de cómo podemos entender una tradición de otra lengua: asumiéndola, en primer lugar, como propia. En nuestra lengua, eso exactamente hicieron tantos escritores de lengua inglesa con la tradición quijotesca y cervantina y los escritores españoles fueron incapaces de hacer. ¿Cómo no asumir como propia una tradición en otra lengua si hay en ella un poeta como Milton?

A pesar de su título (Versos escritos en agua), el libro del profesor Murgia no me parece en absoluto escrito en un ámbito inestable y cambiante, inseguro, aun cuando me llenan de admiración la fluidez y la diafanidad de su exposición, rasgos indudables del diseño cósmico del agua. Nada de este libro parece escrito de prisa o sin reflexión sistemática; sino en un horizonte fecundo y lleno de pasiones, de ideas, de vislumbres y estímulos intelectuales y sensibles.

Es indudable el hecho siguiente: el poema de Aleixandre forma parte de la tradición miltoniana y a la vez romántica de ver las tinieblas, de tocar los temas demoniacos, de acercarse a las potencias morales del mundo y del trasmundo. Es un poema y por eso lo relacionamos de inmediato con otros poemas; pero no hacemos lo mismo con visiones como la de los buenos críticos, en cuyo número está sin duda Mario Murgia: él pertenece también a la tradición estudiada en su libro, la de Milton, la de los poetas románticos.

Texto leído en la presentación del libro Versos escritos en agua, de Mario Murgia, publicado en la colección Opúsculos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el 13 de octubre pasado. El subtítulo del libro de Murgia es “La influencia de Paradise Lost en Byron, Keats y Shelley”.

 

por David Huerta


Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  153 - NOV.2016

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto:  https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/82fc8a32-9c9b-487b-bb12-181e50c238dd/aguas-aereas-milton-y-los-poetas-romanticos

 

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                    David Huerta en Letras Uruguay

 

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