Periodistas
de Premio Nobel … y algo más
…se
sabe que es un cosmos… Oscar Hidalgo |
No
vamos a repasar aquí la teoría ni las bases del periodismo
interpretativo porque para eso están los libros de Miguel Bastenier,
Federico Campbell, Eduardo Ulibarri y el infaltable Abraham Santibáñez,
o el sitio web de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
En cambio, podemos releer reportajes puramente interpretativos y
entrevistas que hicieron a este género, escrito todo en la buena lengua
española de nuestro continente, aunque sea a la distancia de varias décadas.
Vamos
a ojear los textos de dos periodistas que recibieron el Premio Nobel de
Literatura y de otro que está más allá de todos los Premios, para
verificar sus logros en el género interpretativo. Se trata de Miguel
Angel Asturias, Gabriel García Márquez y el tercero es
Jorge Luis Borges. Vistos hoy con su producción de ayer, son
exponentes muy acabados del ADN del periodismo que dejaron antecedentes
ineludibles y necesarios para cualquier diario o revista. Un
constructor de tradiciones A
mediados de 1924, salía de su país para radicarse en Francia un recién
graduado abogado guatemalteco. Apenas instalado en París, empezó a
enviar sus colaboraciones para el periódico “El Imparcial” de ciudad
de Guatemala. Luego escribió para “El Nacional” de Caracas y
“ABC” de Madrid. Tuvo también una amplia presencia en el
“Repertorio Americano” que don Joaquín García Monge fraguaba en
Desamparados, durante la primera mitad del siglo XX. Confrontarnos
con aquellos trabajos nos permite sacar una conclusión definitiva y es
que Asturias (1899-1974) practicó el periodismo interpretativo, en forma
sostenida. Claro que cometeríamos un anacronismo si pensamos que él se
propuso hacer páginas de prensa con este género, según lo que
conceptualizamos en nuestro tiempo, pero si repasamos sus escritos del período
1924-1933 (editados por la colección Archivos, de UNESCO), no cabe duda
alguna de su notable escritura interpretativa para los periódicos que
acogían sus envíos. Entre
los reportajes empecemos, por supuesto, con una noche en París y en la
tercera entrega de esta andanza lutecina , encontramos el siguiente lead:
“Antes soñábamos para ser felices, ahora vamos al cinematógrafo. Cada
espectador proyecta su película, evadiéndose de su vida vulgar y
corriente. La proyecta desde sus ojos con un dulce sollozo de luces
internas…” El séptimo
arte había nacido y la pantalla parisina le era insoslayable, pero
Asturias introdujo en el incipit
esta curiosa pincelada onírica para caracterizarlo, muy a tono con
algunas tendencias de la Vanguardia cultural y el Surrealismo, de los que
él se mantuvo siempre muy cercano. No
menos propio del género interpretativo es el lead
de la entrevista que le hizo Asturias a don Miguel de Unamuno: “La caza
del hombre célebre puede ser considerada como un aspecto evolucionado de
la primitiva actividad humana, cuando en el decir paradojal de Hobbes: el
hombre era un lobo para el hombre. El símil es aceptable si se toma en
cuenta el difícil acceso a las personalidades. Enantes, sin duda, la caza
del hombre no costaba menos que hoy. Salimos de caza, buscando la casa de
don Miguel…” Como
si no fuera poco, este brevísimo muestrario asturiano no puede menos que
dejar al menos una cita, una sola era lo mínimo, de los recorridos turísticos,
culturales y reporteriles –que todo lo combinaba- del por entonces ya
muy probado periodista. Se encontraba Asturias en Venecia, de paso para
Bucarest, y deja el reporte de que ha lanzado esta mirada densa de
surrealismo: “El Adriático sugiere por las noches un caballo oscuro,
allá lejos azul. Un caballo acostado con la piel tapizada de estrellas y
la cría de canales enredada en las casas. Sugieren la Plaza de San
Marcos, la silla de montar, y la Catedral, el freno…” ¿Qué
tenemos? Un estilo que empezaba a surgir, maduraba y florecía en las páginas
de los periódicos que le publicaban a Asturias, pero en forma profunda se
siente ya entre sus líneas algo así como un estilo y una vocación que
se encuentra en busca de la mejor literatura, y que muy pronto tomó la
forma de libro con las “Leyendas de Guatemala” , editadas precisamente
en París y traducidas casi de inmediato al francés, y también los
borradores –en realidad ya la novela casi definitiva- de “El Señor
Presidente”. Veámoslo
en su otro perfil periodístico, como entrevistador. Extensos y densos
encuentros sostenía Asturias con su amigo costarricense León Pacheco,
quien se le había adelantado varios años para radicarse en París, y
cuyo estilo y cultura de mundo seducía al abogado guatemalteco. Pues
bien, tras de encontrarse en un sinnúmero de ocasiones, tomaba forma y
cuerpo en la mente de Asturias no una entrevista, sino el proyecto de
poner por escrito una síntesis de las
conversaciones que habían mantenido. Y esto fue lo que Asturias
iba a presentar para “El Imparcial” de Guatemala el 5 de noviembre de
1925 con la forma de un extracto de esos diálogos, no propiamente una
sola entrevista: “he sintetizado así sus confesiones”, escribirá.
Dejemos a un lado el rico contenido y vamos al párrafo del cierre: “Y
no se sabe a qué hora terminamos de hablar con León Pacheco, pues cuando
charlamos los relojes caminan más ligero”. El tiempo se le había
dislocado a Miguel Ángel Asturias en la premonición de un paisaje
surrealista de relojes derretidos, como los que muy pronto van a salir de
las telas de Dalí. Gabo
el costeño Asturias
recibió su Premio Nobel de Literatura en 1967 y solamente quince años
después, en 1982, este mismo reconocimiento vino a parar en las manos de
Gabriel García Márquez (1927). Uno en la raíz de la Vanguardia y otro
que se convertiría en símbolo del boom
literario hispanoamericano. La recopilación de los escritos periodísticos
del primero se hizo hasta en 1988 y, en cambio, los catorce reportajes del
“Relato de un náufrago” fueron publicados inicialmente entre las páginas
del diario “El Espectador” de Bogotá, en 1955, pero también quedaron
recogidos, casi de inmediato, en un solo volumen que también fue impreso
por este medio bogotano para atender las demandas de una audiencia ávida
de los sucesos que protagonizó y contó Luis Alejandro Velasco, el
marinero que sobrevivió a la deriva durante diez días, en el mar Caribe.
El autor de los reportajes era un costeño, medio periodista y
medio aspirante a escritor, a quien llamaron Gabo en las salas de redacción
donde hacía sus primeros ensayos. Tan
periodístico era su oficio como había sido el de Asturias, pero tan
literatos a la vez eran ambos que la Academia los valoró desde la lejanía
escandinava, junto con otros memorables papeles que tomaron la forma de
libros, para deleite de los lectores en todas las lenguas. Al
hacer periodismo, el interpretativo es el género en que incurrieron ambos
y García Márquez lo ha sido tanto que basta darle un vistazo a la serie
del náufrago para aquilatarlo a la par del guatemalteco. Cosa de Premios
Nobel. Empecemos
por los títulos y subtítulos desaforados. Esto es algo tan propio del género
que Truman Capote publicó “A sangre fría” y
Gabo, i.e.: “Relato de un náufrago que estuvo diez días a la
deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la
patria, besado por las reinas de belleza y hecho rico por la publicidad, y
luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”. Título tan
atroz como este macabro subtítulo que figura entre los catorce
reportajes: “Los invitados de la muerte”. ¡Asuntos del género
interpretativo! El
tiempo que vimos que caminaba más ligero en los relojes de Asturias en
París, no podía quedarse afuera de la tremenda historia del náufrago
Luis Alejandro Velasco, el muchacho marinero de 20 años, macizo, “con más
cara de trompetista que de héroe de la patria”, según lo iba a
caracterizar García Márquez, quince años más tarde y a la luz del
recuerdo. Cuando cae la tardenoche del 28 de febrero de 1955, el náufrago
marinero mira desde su balsa la primera estrella e inmediatamente después,
“la noche, apretada y tensa, se derramó sobre el mar”. Viene a
continuación, en el Relato, un segmento acerca del tiempo que es de las
piezas mejor logradas en la literatura y el periodismo de todos los
tiempos: “Eran
las siete menos diez. Mucho tiempo después, como a las dos, a las tres
horas, eran las siete menos cinco. Cuando el minutero llegó al número
doce eran las siete en punto y el cielo estaba apretado de estrellas. Pero
a mí me parecía que había transcurrido tanto tiempo que ya era hora de
que empezara a amanecer. Desesperadamente, seguía pensando en los
aviones”. La
apreciación asturiana “los relojes caminan más ligero” se le hizo
realidad, pero a la inversa, al náufrago colombiano en el Caribe cuando
una noche entera transcurrió durante breves, brevísimos diez minutos, y “ya era hora de que empezara a amanecer”. Un
historiador de infamias que se entretenía mucho El
caso de Borges (1899-1986) es un poco diferente porque empezó como un
joven escritor de literatura -propiamente era poeta y ensayista-, y se degradó en periodismo sin saberlo él mismo pero,
inconscientemente, hizo en este terreno un aporte más de su enjundiosa
labor con tinta y papeles. De
1923 a 1933, cuando todavía veía con sus propios ojos, Borges había publicado los poemarios Fervor de Buenos Aires,
Luna de enfrente y Cuaderno de San Martín, también la biografía de
Evaristo Carriego y las colecciones de ensayos Inquisiciones, El tamaño
de mi esperanza y El idioma de los argentinos. Y por ahí llegó a un
diario bonaerense. El
mismo ha dicho que era poeta y ensayista cuando el periódico “Crítica”
–al que recordaría como un diario de lectura popular- le publicó lo
que Borges consideró como “historias verdaderas” y “ejercicios de
prosa narrativa”. Corrían los años de 1933 y 1934. Como
según su criterio de autor literario no se trataba de narrativa cuentística,
un amigo lo dejó pasmado al
sugerirle que recogiera los textos en un libro. Y en efecto, aquellos sus
aún juveniles pero tardíos escritos periodísticos del vespertino porteño
fueron recopilados en un volumen al que el mismo Borges minimizaba y de
cierta manera menospreciaba. ¿Formato
de libro? “Nunca soñé con hacer tal cosa, para mí era sólo
periodismo”, aclaró en una entrevista con Georges Charbonnier.
Finalmente accedió y el tomito se publicó en 1935 y hubo segunda vez.
Porque sabemos que en Buenos Aires veinte años no es nada, pasaría
apenas un lapso de ese tamaño y Borges tuvo que reeditar sus prosas – a
las que iba a recordar como “biografías infames”- que se habían
estrenado en papel periódico de corte popular. Al
recapitular el nacimiento de la Historia universal de la infamia, Borges
iba a recordar los hechos en estos términos: “…en esa época dirigía
una especie de suplemento publicado por un diario muy difundido; quería
ser popular. Escogí un título un poco estrepitoso. Escogí, no sin sonreír,
Historia universal de la infamia. Nunca había escrito cuentos. No osaba
hacerlo: me sentía como un intruso”.
Pero
entonces, a 75 años de aquella picardía periodística con sus “biografías
infames”, hoy nos preguntamos nosotros: ¿qué son aquellos
“ejercicios de prosa narrativa” si en forma deliberada Borges no los
había escrito como cuento? En el Prólogo a la
primera edición, había explicado las características estilísticas de
estas páginas. “Abusan de algunos procedimientos: las enumeraciones
dispares, la brusca solución de continuidad, la reducción de la vida
entera de un hombre a dos o tres escenas”. Podemos constatar que se
trataba de algo muy parecido a lo que hoy entendemos como el ADN del
periodismo, en la terminología de Miguel Bastenier. En el Prólogo a la
segunda edición de esta Historia universal de la infamia, de 1954, explicó:
“El hombre que lo ejecutó era asaz desdichado, pero se entretuvo
escribiéndolo”. Para ser un auto-retrato escrito, dice con abundancia
su vera efigies.
¿Y qué es este librito?
El mismo explicaría: “Patíbulos y piratas lo pueblan y la palabra
infamia aturde en el título…”. Descartado el cuento literario porque
“no se atrevió a escribir cuentos”, pero ante la palabra Historia
complementada con una palabra “estrepitosa” como “infamia” y otra
del calibre de “universal”, ¿qué nos va a quedar sino puro
periodismo interpretativo? En los títulos de estas
piezas de periodismo popular se abusaba de los adjetivos, muy a tono con
el vespertino sensacionalista que las acogía, por lo que igual fue lo que
Borges hizo luego en el nombre del libro. Y además todos los textos
quedaron plagados de sucesivas antítesis tales como “espantoso
redentor” e “impostor inverosímil”, “proveedor de iniquidades”
y “asesino desinteresado”; la “viuda pirata” nos sugiere algo
tenebroso y así por el estilo. Estas exageraciones por
la vía de los adjetivos podrían servir para hacer nosotros un mero
acercamiento, aproximativo y accesorio, al género interpretativo, pero
encuentran su pleno logro y no pobre complemento en la caracterización de
los personajes, i.e.: Billy the Kid: “el jinete clavado sobre el caballo,
el joven de los duros pistoletazos que aturden el desierto, el emisor de
balas invisibles que matan a distancia, como una magia”. Esto es puro
ADN del periodismo. Este texto sobre el Lejano Oeste que lleva el título
de “El asesino desinteresado Bill Harrigan” engrosa con suficiencia y
demasía el género interpretativo. Su autor explica entre líneas que
“a semejanza de cierto director cinematográfico, procede por imágenes
discontinuas”. Diez palabras que sirven más que diez tratados. Nos
ubican en una época del siglo XX. Igual que Asturias en París, en Buenos
Aires el periodista Borges también estaba deslumbrado por el séptimo
arte. Y adoptaba para el periodismo algunas técnicas que para él eran imágenes
discontinuas. Veamos sus aplicaciones, al menos algunas. La cámara deja
correr la película y vienen las imágenes, y leemos como en una toma panorámica
que se cierra en un close-up:
”La imagen de las tierras de Arizona, antes que ninguna otra imagen: la
imagen de las tierras de Arizona y de Nuevo México, tierras con un
ilustre fundamento de oro y plata, tierras vertiginosas y aéreas, tierras
con blanco resplandor de esqueleto pelado por los pájaros. En esas
tierras otra imagen, la de Billy the Kid…” Repetir tres veces la
palabra “imagen” no es un mero adelanto a nuestra época recargada de
íconos, sino un ejercicio deliberado con imágenes discontinuas.
La entrada de “La viuda
Ching, pirata”, trae un lead
notoriamente interpretativo: “La palabra corsarias corre el albur de
despertar un recuerdo que es vagamente incómodo: el de una ya desconocida
zarzuela, con sus teorías de evidentes mucamas, que hacían de piratas
coreográficas en mares de notable cartón. Sin embargo, ha habido
corsarias: mujeres hábiles en la maniobra marinera, en el gobierno de
tripulaciones bestiales y en la persecución y saqueo de naves de alto
bordo”. Pues bien, se publicó el
libro de periodismo borgiano y en un año se vendieron 37 ejemplares de
estas “historias verdaderas” de la Historia universal de la infamia.
Suficiente para que hoy leamos estos reportajes como primicias de
periodismo interpretativo y geniales muestras de la narrativa universal
contaminadas de cinematografías. “Y
yo me sentía muy contento”, le contó Borges a Charbonnier al rememorar
el marketing que jamás le hicieron por aquella época en la que se
vendieron 37 libros de la “Historia universal de la infamia”. La
constitución borgiana (del periodismo también) Las
incursiones precursoras de Asturias, García Márquez y Borges en el
periodismo interpretativo han sido poco reconocidas todavía, pero menos
estudiado aún permanece el
reportaje fantástico que ellos publicaron en periódicos y revistas, o el
relato verídico que se apega a los hechos y a la realidad con una
perspectiva absolutamente personal, y muchas otras modalidades que se han
entrelazado con fronteras que no terminan de delimitarse. Más
posibilidades se nos abren cuando tratamos de discernir la condición
entre literaria y periodística de crónicas como “Apocalipsis en
Solentiname”, de Julio Cortázar (1914-1984), que le permite al cronopio
viajero ahondar en la Nicaragua de Somoza, o “El infierno verde”, de
José Marín Cañas (1904-1980), una serie dedicada a la guerra del Chaco
que salió primero en un periódico costarricense y después resultó una
novela. En una perspectiva contemporánea, no nos cabe duda alguna que
estamos con todos ellos ante gente que sentó las bases del ADN del
periodismo. A
simple vista, la literatura de estos autores se encuentra en la orilla del
oficio periodístico con tinta y papel propiamente dicho, pero en estas
diferenciaciones es casi inevitable sentar las premisas de un falso
problema y hasta caer en las derivaciones de una falacia . Por ejemplo, ¿cómo
separar la tinta y el papel del periodismo o de la literatura?, porque tal
y como hicimos arriba, al quedarnos en la orilla literaria dejamos por
fuera a la prensa y si reconocemos este craso error, lo mismo va a ocurrir
en la otra posibilidad que tiene que ver con la literatura. La conclusión
evidente es que estos oficios que entrevimos en dos orillas, solamente están
separados por una tenue corriente. En
1940 salía de la imprenta la Antología de la literatura fantástica de
Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo. Bioy afirmaba en su Prólogo para
la primera edición de esta Antología que con algunas de sus narrativas,
Borges ha creado un nuevo género literario que participa del ensayo y de
la ficción. Sin embargo, con estos componentes se olvidaba que entre 1933
y 1934 su amigo ya había publicado en un periódico vespertino de Buenos
Aires los reportajes a los que se refirió como “ejercicios de prosa
narrativa”, que en 1935 fueron agrupados en el libro Historia universal
de la infamia. No más había visto la luz y Amado Alonso le puso atención
como objeto para el estudio del estilo literario. En la revista Sur, se
refirió a las historias de infamia y a su índole estridentista y
sensacionalista. Pero en vez de asumir la condición periodística plena
de estas piezas, Amado Alonso excusaba a su autor y, para justificarlo,
las atribuyó a “los planes estratégicos del diario popular” en el
que originalmente salieron impresas. Algo así como una degradación en la
prensa de una serie de narrativas borgianas, según esta interpretación
que desconocía los avatares de un género periodístico que ya nacía. El
mismo Borges parecía estar consciente de las transgresiones en varios
sentidos que había perpetrado en “Crítica” y en las dos primeras
ediciones que se le hicieron a esta Historia universal de la infamia, con
dos décadas entre sí, dedicó sendos prólogos con numerosas
aproximaciones al problema del carácter de aquellos escritos publicados
por el periódico vespertino. Casi no parecía haber quedado tranquilo con
la condición transfronteriza -entre periodística y literaria- de sus
historias de infamia porque de dos maneras las consideraba, por su
procedimiento y por su estilo. En cuanto a lo primero, estableció que
estos textos abusaban de algunos procedimientos como “las enumeraciones
dispares, la brusca solución de continuidad, la reducción de la vida
entera de un hombre a dos o tres escenas”. Obviamente, tenemos que
apuntar que estos procedimientos son muy propios de la redacción periodística
y del script audiovisual. En cuanto a lo segundo, ensayó una clasificación
de su propio periodismo: “Yo diría que barroco es aquel estilo que
deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con
su propia caricatura”. ¿Estaba insinuando que el tomo estaba integrado
con piecitas de un periodismo barroco? Más adelante se involucró en una
periodización estética y escribió que es barroca la etapa final de todo
arte, cuando éste exhibe y dilapida sus medios. Pero lo más sorprendente
es que sin solución de continuidad, le aplicó él mismo el calificativo
de barroco a las páginas periodísticas de 1933 y 1934. Nunca aclaró
Borges si con ello trataba de exagerar una vez más el tono
sensacionalista de aquellas incursiones suyas en la prensa escrita o si,
por el contrario, se había adelantado a los juicios de Bioy Casares de
1940, pero para marcar distancia. De ser así, habría escrito literatura
barroca entre el ensayo, la crónica y la ficción. De lo contrario,
estamos en una tercera opción en la que simplemente tenemos periodismo
barroco, si aplicamos la categoría a la que recurrió Borges. Justamente
lo que en otra oportunidad clasificaríamos como piezas del mejor
Periodismo Interpretativo. Mucho
después Año
de 1969. En pleno apogeo del boom
literario hispanoamericano, Carlos Fuentes había cifrado el sentido final
de la prosa de Borges en atestiguar, primero, que Latinoamérica carecía
de lenguaje y, por ende, que debía constituirlo. Dedicaba a este asunto
–así perfilado como una tarea fantástica- un capítulo de su
interpretación sobre la nueva novela hispanoamericana y ponía de relieve
que, específicamente, se le debía a Borges la creación de una narrativa
mítica. En esta perspectiva, la apreciación literaria de Fuentes pasaba
a ser en realidad toda una interpretación cultural acerca de Hispanoamérica
y de la constitución de un lenguaje y hasta de una realidad. Realidad
epocal, pero realidad al fin. Se trataba de una realidad, nada menos que a
partir del lenguaje que Borges le había heredado a los exponentes del boom.
El lenguaje resucitado, tal y como lo vió Fuentes, portaba la alarma, la
renovación, el desorden y el humor. Suficientes elementos que
representan, marcan y caracterizan a los enfoques de toda una época de
ascenso cultural que nunca antes se había suscitado en lengua castellana;
no después de Darío, no antes de Borges. El
ensayo de Fuentes (La nueva novela hispanoamericana, 1969, Joaquín Mortiz,
México) había sido precedido por la entrevista a Guillermo Cabrera
Infante que publicó Emir Rodríguez Monegal (El arte de narrar, 1968,
Monte Avila, Caracas). El narrador le reconocía al académico que una de
sus preocupaciones era convertir el lenguaje básico oral en lenguaje
literario válido. Era necesario aclararlo y desarrollarlo, y por eso
ampliaba: “Es decir, llevar este lenguaje, si tú quieres horizontal,
absolutamente hablado, a un plano vertical, a un plano artístico, a un
plano literario”. Y por ahí nos encontramos de nuevo con el Borges de
Fuentes y con la constitución borgiana, en esa síntesis cultural que
logró el boom: “una
diversidad de exploraciones verbales”, al decir del novelista mexicano. Si
aceptamos esta pluralidad expresiva, el problema entonces, ¿va a ser
entroncar a la literatura con el periodismo? i.e.: ¿Tuvieron Marín Cañas
y García Márquez algún problema para re-editar sus reportajes en forma
de libros titulados El infierno verde o el Relato de un náufrago? Un
simple prólogo le bastó a Gabo, en 1970, para introducir la compilación
de sus entrevistas interpretativas con el marinero. Y también la decisión
de reconocerle escrupulosamente a Luis Alejandro Velasco los derechos de
autor que, precisamente, iban a originar un diferendo que se resolvió por
la vía judicial a favor del escritor. Tenemos
a la mano otros casos. ¿Qué mejor caracterización epocal para Hispanoamérica
que la guerra del Chaco, tal y como la reporteó Marín Cañas en San José,
desde su propia imaginación y sin haber pisado suelo paraguayo? Y
si buscamos otras opciones, ¿no tenemos las aventuras cervantinas de José
Fabio Garnier, plasmadas en 1921 en el segundo coloquio de los perros Cipión
y Berganza y que fueron precedidas por una revelación en los periódicos
josefinos? ¿Pero no es precisamente el canon borgiano, tal y como lo
fijara Fuentes, lo que leyeron los puertorriqueños cuando Luis López
Nieves publicó el reportaje de Seva, en la víspera de la Navidad de
1983? El
periodismo de un pasquín El
señor José Marín Cañas (1904-1980) murió en San José sin haber
podido entender las razones por las que le habían entregado la dirección
de un periódico capitalino de mala medra –en su propia apreciación-,
cuyo valor de venta nunca pasó de cinco céntimos pero que obtuvo una
calurosa acogida por el mundo obrero costarricense de los años treinta.
No se trataba de una hoja diaria de tendencias económicas favorables al
trabajador, sino que según el propio criterio de Marín, el favor de que
gozaba era por el mínimo precio. Este hecho fundamental fue el que
acostumbró al obrero costarricense a leer un diario; cosa que con el
tiempo se le convirtió en una necesidad –explicaría Marín mucho años
después-. Toda una masa de obreros ticos habían integrado La Hora a su
dieta diaria, pero como en la aldeana capital costarricense no podía
pasar desapercibido el crecimiento de aquella hoja diaria, fue clasificada
inmediatamente y con un dejo despreciativo como un “pasquín”. El fenómeno
de este diario ha sido tratado con abundancia por el profesor Alberto Cañas
Escalante en sus lecciones de periodismo en la Universidad de Costa Rica.
Lo cierto es que aceptaron los trabajadores aquella hoja y les cayó sin
darle importancia alguna la clasificación de pasquín que le dieron los
intelectuales, los profesionales y la gente culta en general. Pues bien,
en este pasquín salieron publicados, primero, los impactantes reportajes
sobre la guerra fronteriza entre Costa Rica y Panamá, que se había
librado en 1921. “La
lectura de su texto logró un aceptable éxito entre los clientes del
pasquín y ello me dio ánimo para publicar un folleto cuyas páginas
amarillas caducaron con el tiempo”. Había nacido “Coto”, un libro
cuyo mérito, “exclusivamente íntimo”, según el decir de este
periodista, “consiste en el favor de los lectores que me animó a
emprender una obra de más envergadura”. Con estas breves palabras de
Marín, en 1976, se rememoraba el inicio del periodismo literario
costarricense porque, casi de inmediato, el joven director del pasquín se
animó con otra tirada de mayores ambiciones.
En la primera plana de la edición correspondiente al viernes 11 de
enero de 1935 (Año II No. 699), el periódico La Hora anunciaba el avance
de la guerra en el Chaco con un título sensacional:
MONTONES
DE CADAVERES se
ven desde las posiciones bolivianas Y
en un recuadro de la página 6 traía el anuncio publicitario
correspondiente a una extensa serie folletinesca dedicada precisamente a
la guerra entre Bolivia y Paraguay, y que estaba por salir al público. Se
leía así: EL
INFIERNO VERDE Comenzará
a publicarse el lunes próximo Desde
el miércoles 9, La Hora había brindado la explicación de que se estaba
traduciendo desde el idioma alemán, para este medio, y haciéndoles el
arreglo correspondiente, las cuartillas de esta serie testimonial.
Titulaba así ese día: “El
Infierno Verde” Comenzará A
Publicarse El Lunes Próximo “Estamos
tratando de darlo en formato de libro –precisaba- para que los lectores
no tengan nada más que recortar las páginas y encuadernarlas después,
quedando su libro hecho”. Pues
bien, Marín Cañas reincidió en las páginas de su periódico, esta vez
con 56 entregas que se publicaron entre el 14 de enero y el 20 de marzo de
1935, sobre los acontecimientos bélicos sudamericanos en el Chaco. De
nuevo, también, salió a circular el consabido folleto que recopilaba las
historias del fantástico cronista de guerra josefino pero ya para
mediados de aquel año, su narrativa periodística iniciaba otro rumbo,
propiamente literario, porque la editorial Espasa-Calpe daba a conocer en
Madrid y en Buenos Aires su propio tiraje de “El infierno verde”. ¿Qué
había hecho Marín Cañas en La Hora? Los reportajes salieron sin que su
autor fuera debidamente identificado pero, al mejor estilo cervantino, el
libro -en su volumen literario- publicaba una brevísima introducción en
la que se explicaba que un viajero alemán –Herbert Erkens, colega suyo
pues había trabajado como repórter de un periódico de Bonn- tenía unos
papeles que, a su vez, le había regalado su amigo Wilfred Wandrey. El tal
Herbert Erkens le heredó el manuscrito a Marín y esa era la serie
reporteril que publicó La Hora, de San José.
Index I
La primera edición de la Antología de la literatura fantástica,
que data de 1940 (Sudamericana, Buenos Aires) incluyó un recuento de las
indagatorias sobre un Mundo Tercero también llamado Orbis
Tertius, en las que intervinieron -junto con Borges- Bioy Casares,
Alfonso Reyes y Xul Solar, entre otros. II
En 1921 salió a la luz en San José de Costa Rica, el segundo
coloquio entre Cipión y Berganza, que le daba continuidad al primero, de
Miguel de Cervantes Saavedra. El tomito no indicaba el nombre de su autor
pero sí que la edición se hizo en la casa impresora de doña María v.
de Lines. III
Tan sólo veintitrés años antes, el General Nelson Miles había
llevado un diario de guerra en Puerto Rico que al pasar el siglo XX su
nieta, Peggy Ann Miles, le facilitó al profesor universitario Víctor
Cabañas, en Washington. Corría octubre de 1978. El contenido de los
apuntes de Miles se publicó en el periódico Claridad, de San Juan,
gracias a la notable incursión de Luis López Nieves en el periodismo, en
1983. Luego se han sacado innumerables ediciones en forma de libro, con
varios apéndices y una excerpta de reacciones. Colofón El
Embajador mexicano en Buenos Aires le propuso a Borges –poco antes de
1940- que junto con Bioy, Xul Solar y otros como Carlos Mastronardi, Martínez
Estrada y Drieu La Rochelle acometieran la reconstrucción de todos los
tomos de la Enciclopedia del Orbis
Tertius. Llegarían ex ungue
leonem, decía el Embajador Alfonso Reyes. No
pasaron sino tres décadas para que otro azteca valorara en la obra de
Borges la equiparación de la libertad y la imaginación. Era Carlos
Fuentes. Recalcó Fuentes a este propósito que la constitución borgiana
contaba con esos dos componentes de la libertad y la imaginación:
“constituye un nuevo lenguaje latinoamericano”, decía. Adenda Lo
que no sabían Alfonso Reyes ni Carlos Fuentes, mucho menos Borges et
alii, era que los propósitos enciclopédicos de los constituyentes
del Orbis Tertius habían
derivado exclusivamente hacia los cuarenta tomos reseñados en el aporte
de Borges en la Antología de la literatura fantástica, pero nada más.
Punto. Aunque Borges había adelantado su esperanza de que cien tomos de
esta empresa vieran la luz en el siguiente siglo, ¡la Segunda
Enciclopedia!, su distinguida cofradía se circunscribió al fantástico
proyecto dentro de los límites que resumía Reyes. ¡Lo que no era escaso
por aquellos años! En
cambio, a contrapelo de estos enciclopedistas, sucesivas generaciones de
creadores ya venían abocados a la verdadera tarea que no era otra que
editar todo lo referente a un nuevo país y no una mera colección de
tomos de una enciclopedia de Orbis
Tertius. La
carta manuscrita de Gunnar Erfjord descubierta en un libro de Hinton que
había sido de Herbert Ashe, evidenciaba la existencia verosímil de la
rama paralela que Borges tuvo ante sus ojos y dejó pasar sin hacer una
sola “pregunta tramposa”. Recordemos que este documento de Erfjord
remitido en un sobre que tenía el sello postal de Ouro Preto, elucidaba
enteramente el misterio: A principios del siglo XVII, en una noche de
Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una sociedad
secreta surgió para inventar un país. Resumiendo
a Erfjord escribe Borges sobre esta trama: “Al cabo de unos años de
conciliábulos y de síntesis prematuras comprendieron que una generación
no bastaba para articular un país. Resolvieron que cada uno de los
ancestros que la integraban eligieran un discípulo para la continuación
de la obra”. Y es en este punto de la carta de Erfjord donde Borges se extravió sin remedio, aunque sí hubiera indicios cruciales y pistas que tienen que ver con el carácter de la tarea que se había fijado la apócrifa sociedad. Por ejemplo, como es todopoderosa la idea de un sujeto único, es raro que los libros estén firmados y se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, “que es intemporal y es anónimo”. ¿Cómo no enlazar a Cervantes con José Fabio Garnier y luego con la puertorriqueña Rosario Ferré, como veremos? (Ahora sobre una inmensa explanada de Elsinor, que va desde Basilea hasta Tierra del Fuego, que toca las arenas de Florianópolis, los pantanos de la Florida, el gris del Popocatépetl, los granitos de Nicoya y Granada, y las Twin Towers de Nueva York, el Hamlet europeo mira millones de espectros. Il médite sur la vie et la mort des verités. Toma un cráneo. – Whose was it? –
Celui-ci fut Lionardo. Il
inventa l’homme volant, pero el hombre volador no ha servido
precisamente las intenciones del inventor… Y ese otro cráneo era de
Leibniz, que soñaba la paz universal. Y ese otro era Cervantes, Cervantes
qui gennuit Rosario Ferré , qui genuit José Fabio Garnier, qui gennuit…
Traducir, parafrasear a Valéry, en la fortaleza de San Felipe del Morro
de San Juan, Puerto Rico.)
Dalgarno
y Berkeley frecuentaron esta sociedad y Cervantes recibió en Madrid el
llamado a colaborar. Se le pidió que escribiera como punto de enlace
entre los castellanos y quienes sufrían las rudas inquisiciones, de lo
que surgieron algunas páginas memorables: Cide Hamete Benengeli como
verdadero autor del Quijote, al que Cervantes transcribió de un
cartapacio toledano escrito en árabe; luego, un juicio talmúdico,
inconfundible para la tradición hebrea, ha sido exhumado por el abogado
judío costarricense Bernardo Baruch en el capítulo XLV de la Segunda
Parte. Tengamos
presente que se afirma en Orbis
Tertius que hay un solo sujeto, que ese sujeto indivisible es cada uno
de los seres del universo y que éstos son los órganos y máscaras de la
divinidad. Pero hay que ubicarse con José Fabio Garnier (1884-1956) en un
pequeño país centroamericano y ya en el siglo XX. En 1921 Garnier era un
bien establecido arquitecto y hombre de teatro que ordenó imprimir otro
coloquio de perros, el segundo. El volumen -que por supuesto era parte de
la cadena cervantina- se le traspapeló y salió a correr el mundo sin
indicar el nombre del autor. Un ejemplar de esta edición, del 14 de abril
de 1921, se abre con la pieza teatral “A la sombra del amor” y
seguidamente viene el “Segundo coloquio que pasó entre Cipión y
Berganza”, que carece de autor. Este tomo se guarda en una biblioteca
privada porque la reimpresión, debidamente corregida y con el nombre bien
claro y bien impreso de José Fabio Garnier, es el que se conserva en la
Biblioteca Nacional de San José. Es
claro el origen de la falacia editorial, porque el tiraje no corregido tenía
destinatarios precisos y catalogados entre los partícipes de la conjura,
para quienes todos los libros son el producto de un único autor, pero
como este volumen se traspapeló y circuló más allá de lo convenido,
pues entonces Garnier tuvo que sacarlo para el gran público, en una casi
inmediata segunda reimpresión en la que él mismo se identificada
debidamente, como su autor. Mucho
menos literaria que este Segundo coloquio de Costa Rica es la historia de
Seva, en Puerto Rico, que escrupulosamente se le atribuye a Luis López
Nieves (1950) porque con el mejor sentido y la más desarrollada vocación
periodística supo develar un capítulo de la verdadera historia decimonónica
del Caribe. El diario del General Nelson Miles estaba celosamente guardado
y bien cuidado en Washington desde que fuera escrito, de su puño y letra
en 1898, y no fue sino hasta el otoño de 1978 que el profesor
puertorriqueño Víctor Cabañas pudo conocerlo, fotocopiarlo y hacerlo
llegar a López Nieves. A su vez, éste interrumpió sus labores a las que
lo tenía destinado el PhD, que ejercía con fervor, e incursionó en el
periodismo interpretativo. Para
1983, en las vísperas de la Navidad, López Nieves publicó los
documentos de Cabañas en el periódico Claridad, de San Juan. Los apuntes
del General Miles y una pieza cartográfica exhumada en los depósitos de
una biblioteca provincial de España no dejaron lugar a la duda, porque
hubo –hasta algún momento del siglo XIX-, en las derivaciones de la
sierra oriental del Luquillo, un brevísimo pueblito costero llamado Seva.
El
manuscrito del jefe expedicionario registraba, para las 11:30 horas del 5
de mayo de 1898: “Tal y como lo habíamos planeado, desembarcamos a las
10:00 horas por la playa del pueblo de Seva. Pero sufrimos un serio revés”.
La historia de Borinquen daba así, con este texto de Miles, un giro hacia
el siglo XX en la constitución borgiana, gracias a un reportaje muy
periodístico de Claridad, en San Juan. (Esta misma ciudad del Caribe fue
precisamente la que conoció otro coloquio canino, no de perros sino de
las perras Franca y Fina, en el mejor estilo derivado del coloquio de
Cervantes y del que ya había restablecido Garnier, en Costa Rica. Este
tercer coloquio se le debe a la pluma de Rosario Ferré.) El
reportaje de López Nieves se reeditó con posterioridad, una y otra vez,
y ha dado origen a todo un proyecto cultural en el sitio web www.ciudadseva.com.
Se ha hecho la observación de que recuerda mucho el propósito de la
constitución borgiana: “surgió para inventar un país”. Desde
1941, Borges reportó que la realidad estaba cediendo en más de un punto.
“Lo cierto es que anhelaba ceder”, puntualizaba en la Postdata de 1947
a su propio aporte para la Antología de la literatura fantástica. “Han
sido reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología.
Entiendo que la biología y las matemáticas aguardan también su
avatar… Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del
mundo. Su tarea prosigue”. Este
verdadero work in progress
amarra el periodismo interpretativo de López Nieves con la historia y la
constitución borgiana. Hasta
ahí Borges, hasta ahí su certero hallazgo porque difícilmente sospechó
siquiera lo que venía por lo que se refiere al periodismo. No es que
alguien iba a descubrir los cien tomos de la anhelada Segunda Enciclopedia
del Orbis Tertius sino que los periódicos El Espectador, de Bogotá, y
Claridad, de San Juan, iban a darle un mentís al ciego profeta. Y tanto
Gabo -con el relato del náufrago Luis Alejandro Velasco- en 1955 como López
Nieves -con Seva- en 1983, se encargarían de ello. Para
urdir un país no hacía falta una enciclopedia, porque más elaborada y
paciente iba a resultar la conjura por la vía de los reportajes periodísticos
y algunos libros. Los tres coloquios caninos eran de un solo autor
–Cervantes, Garnier y Ferré- y lo otro…Un país, “inventar un país”,
resultaría viable por completo para asentar una nacionalidad en una isla
del Caribe Occidental; ¡un país!, o sea el propósito original de la
urdimbre que comenzó en Lucerna o en Londres, a inicios del siglo XVII, y
con Cervantes, en Madrid, para decolar en las inmediaciones del barrio Amón
de San José así como en el Morro de San Juan y en la sierra oriental
puertorriqueña.
Entre
Darío y Borges se ubica la cronología literaria de José Fabio Garnier y
en el canon de Borges que valida Fuentes para el boom
–y que valoramos nosotros para el post-boom-,
podemos insertar a Luis López Nieves con su ejercicio periodístico. Sin
duda que las próximas páginas de la ardua invención de un país le
tocan a Pedro Mairal, Zoé Valdés o David Ruiz Puga, a William Ospina,
Carmen Boullosa o Jacinta Escudos para que hagan valer el dictado del
personaje de Gioconda Belli: “Quizás esa era nuestra misión, se dijo,
hacer existir la quimera. La idea nos cautivó”.
Llaves
borgianas José
Fabio Garnier heredero de Cervantes y Luis López Nieves adscrito a la genética
del periodismo infame son dos muy buenas líneas de continuidad para un
empeño que se habría iniciado en el siglo XVII, urdido por una sociedad
secreta y benévola: una sociedad que surgió para “inventar un país”,
según la carta de Gunnar Erfjord descubierta por Borges. Recordemos. El
volumen en octavo mayor de Herbert Ashe que procedía del Brasil, paró en
el hotel de Adrogué donde Borges iba a vacacionar. Hasta ahí la revelación
de Borges. Hasta allí el hallazgo en Adrogué. ¡Qué pobre les iba a
resultar a otros conjurados toda esta elaboración enciclopédica en
comparación con su propia obra dentro del ADN del periodismo! |
Oscar Hidalgo
Alto Chucuyo de Tucurrique, Cartago, 15 de septiembre del 2008
El trimestral de la Universidad Internacional de las Americas - Costa Rica;
Ciudad Seva de Puerto Rico; Caiman Barbudo de Cuba y Letralia de Venezuela
Editado por el editor de Letras Uruguay
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