Traición e identidad en Malinche de Rosario Castellanos
por Ivette N. Hernández

University of California, Irvine

La última estrofa del poema titulado “Traduttore, traditori” de José Emilio Pacheco (Tarde o temprano, 158-159) resume una de las tantas consecuencias del papel crucial que juegan los intérpretes Jerónimo de Aguilar y Malinche durante la conquista: “A estos traductores /debemos en gran parte el mestizaje / la conquista y colonia / y este enredo / llamado México”[1]. La intervención de los intérpretes viene a subrayar en los versos la importancia del uso del lenguaje, su fuerza fundacional y, más concretamente, la estrecha relación entre poder y palabras. Lo que se debe a los llamados traductores va más allá del uso del lenguaje, porque el producto final de su ejercicio es la posibilidad de la construcción del mestizaje y de un “enredo” caracterizador de México. El verbo traducir, que implica la necesidad de una comunicación estable y un traspaso de signos efectivo (traduttore), desemboca en cierta ininteligibilidad de ese espacio creado, el territorio mexicano (traditori). Si el discurso fundacional por excelencia postula la emergencia de una comunidad íntegra y firme — función otorgada al género épico —, vemos cómo, en el origen mismo de México, Pacheco resalta la maraña discursiva y la mezcla cultural. Entre el traductor, representante de la capacidad efectiva de la comunicación, y el enredo como ininteligibilidad lingüística, encontramos el núcleo clave de esta fundación.

En la conquista de América no hay figura más estrechamente asociada al uso y poder de la palabra y los problemas que esto conlleva que la Malinche. Ya daba testimonio de su importancia Bernal Díaz del Castillo en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, al ofrecer su juicio sobre ella:

fue gran principio para nuestra conquista, y así, se nos hacían todas las cosas, loado sea Dios, muy prósperamente. He querido declarar esto porque sin ir doña Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España y México. (62)[2]

Para Bernal Díaz, la importancia de la Malinche recae en su función de intérprete efectiva, facilitando el acceso y avance de los españoles en el proceso de conquista. Que “las cosas” se puedan hacer “prósperamente” se debe específicamente al conocimiento lingüístico de la traductora. Bernal Díaz, contrario a Pacheco, no piensa en términos de enredo, y sí en términos de transmisión efectiva de significados, ligado esto a un proyecto de expansión militar. El traductor hace que el lenguaje adquiera un poder material y efectivo para el soldado conquistador, al articularse ligado a una funcionalidad específica: la de la prosperidad de los hechos.

Mujer poseedora de la palabra, sobre la que recae la destrucción de un mundo (la función de traductora privilegiada por Bernal Díaz), y la creación de otro (el enredo llamado México que expresa Pacheco); principio y fin de una raza, explicación ontológica y símbolo femenino de una nación.3 Los textos hasta aquí aducidos forman parte de la larga trayectoria de textualización y apropiación de la Malinche como metáfora cultural que suplementa la historia de México y América. Phillips comenta lo siguiente con respecto a las diferentes apropiaciones que se han hecho de ella: “She has been exploited without apology by writers of all disciplines and ideologies — historians, sociologists, novelists, dramatists, imperialists and antiimperialists, rightists and leftists, all of whom have thought of her as an empty vessel ready to be filled by their formulations” (98-99)[4]. Como parte de esas reformulaciones, contamos con el ejemplo del poema titulado “Malinche” de Rosario Castellanos, que se encuentra en su libro En la tierra de en medio[5]. El poema pertenece a un grupo de textos de escritoras que comenzaron a reescribir los signos más visibles del orden socio-simbólico patriarcal durante los años setenta, y que fueron reacciones ante un modelo heredado desde la colonia y ratificado por el nacionalismo. No sorprende el intento de Castellanos de reivindicación de la figura de la Malinche si se tiene en cuenta que uno de los dilemas centrales entre las escritoras de ese momento era el derecho al ejercicio mismo de la palabra. Si el sólo nombre Malinche evoca la unión entre poder y palabra, cómo no intentar reconfigurar las representaciones dominantes sobre una mujer que ha encarnado, real y simbólicamente, el peso de esa (des)unión. Más aún, por ser una figura que representa la conflictiva relación entre el cuerpo femenino y el cuerpo social, genera una productividad discursiva que facilita la elaboración de dicho conflicto.

En el presente ensayo examino en detalle el poema concentrándome en la reelaboración de la figura de la Malinche y, en específico, en la textualización del motivo de la traición asociado tradicionalmente a ella. Es necesario aclarar que la traición a la que nos referimos, y como es representada en el poema, no se relaciona con la función de Malinche como traductora. En el poema, Castellanos reconstruye el momento en que la Malinche es entregada por su madre, como esclava, a unos mercaderes. La entrega es la marca de la traición de la madre y, por lo tanto, se asocia con un núcleo familiar en crisis. En este sentido, se hace necesario y productivo explorar además la relación entre traición e identidad, donde esta última respondería al efecto de un vacío provocado por la primera. Se verá cómo la traición de la madre da principio a una cadena de desplazamientos para el significante “Malinche” (la hija) que perdura hasta hoy. A continuación, incluimos el poema en su totalidad:

Desde el sillón de mando mi madre dijo: “Ha muerto.”

Y se dejó caer, como abatida,

en los brazos del otro, usurpador, padrastro

que la sostuvo no con el respeto

que el siervo da a la majestad de reina

sino con ese abajamiento mutuo

en que se humillan ambos, los amantes, los cómplices.

 

Desde la Plaza de los Intercambios

mi madre anunció: “Ha muerto.”

 

La balanza

se sostuvo un instante sin moverse

y el grano de cacao quedó quieto en el arca

y el sol permanecía en la mitad del cielo

como aguardando un signo

que fue, cuando partió como una flecha,

el ay agudo de las plañideras.

 

“Se deshojó la flor de muchos pétalos,

se evaporó el perfume,

se consumió la llama de la antorcha.

 

Una niña regresa, escarbando, al lugar

en el que la partera depositó su ombligo.

Regresa al Sitio de los que Vivieron.

 

Reconoce a su padre asesinado,

ay, ay, ay, con veneno, con puñal,

con trampa ante sus pies, con lazo de horca.

 

Se toman de la mano y caminan, caminan

perdiéndose en la niebla.”

 

Tal era el llanto y las lamentaciones

sobre el cuerpo anónimo; un cadáver

que no era el mío porque yo, vendida

a mercaderes, iba como esclava,

como nadie, al destierro.

 

Arrojada, expulsada

del reino, del palacio y de la entraña tibia

de la que me dio a luz en tálamo legítimo

y que me aborreció porque yo era su igual

en figura y en rango

y se contempló en mí y odió su imagen

y destrozó el espejo contra el suelo.

 

Yo avanzo hacia el destino entre cadenas

y dejo atrás lo que todavía escucho:

los fúnebres rumores con los que se me entierra.

 

Y la voz de mi madre con lágrimas ¡con lágrimas!

que decreta mi muerte.

El título “Malinche” de inmediato pone en movimiento una serie de expectativas en el lector. Aquellos que estén familiarizados con la vida del personaje histórico reconocerán en una primera lectura las relaciones cercanas que mantiene el poema con los datos biográficos de los que se sirve la autora: su origen noble, su orfandad al morir el padre y el eventual rechazo materno en favor del hijo varón nacido con un nuevo esposo. A ese hijo acuerdan su madre y su padre dar el cacicazgo que correspondía a Malinche y, según Bernal Díaz, “porque en ello no hubiese estorbo, dieron de noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama de que se había muerto” (61). Es este episodio particular de la vida de Marina-Malinche el que se evoca en el poema. Hasta ahí la similitud entre lo biográfico y la reconstrucción poética que ejecuta Castellanos sobre los hechos. En el poema se elabora una interpretación literaria de la significación que tiene este evento del pasado familiar.

En el texto es la propia Malinche quien cuenta y revive lo ocurrido en el momento cuando “Desde el sillón de mano mi madre dijo: ‘Ha muerto’.” A partir de este primer verso la voz poética nos hace partícipes de lo que promete ser un drama familiar iniciado por la madre al ejercer su autoridad “desde el sillón de mando” y decretar su muerte. El espacio dominado por la madre está habitado, además, por “otro, usurpador, padrastro” (obvia referencia al nuevo marido), quien la apoya en ese momento decisivo “no con el respeto / que el siervo da a la majestad de reina / sino con ese abajamiento mutuo /en que se humillan ambos, los amantes, los cómplices.” La relación madre / padrastro implica un doble rebajamiento. Primero, por la desigualdad de rango entre ellos, siervo / majestad, y segundo, porque su complicidad de amantes y traidores los envilece. Hay un contraste entre el sillón desde donde se emite un decreto, y un movimiento descendente de estos amantes manifestado por los vocablos “se dejó caer, como abatida,” “abajamiento,” y “se humillan ambos.”[6] Esta caída forma parte de un cambio fundamental de las funciones de reina y siervo, relación que se ha eclipsado por la de amantes y la complicidad, ya sea sexual o criminal. Las relaciones familiares se definen por un conflicto dominado por el deseo de una madre por su amante. Este extraño no es otro que una fuerza masculina que media y condiciona las decisiones de la madre con respecto a su hija. Irónicamente, la autoridad materna se ejerce quitando la vida social y comunal a su propia hija, transgrediendo de esta forma los lazos y obligaciones filiales[7].

La pérdida de una hija noble que, se supone, ocupará el “sillón de mando” en el futuro, trasciende lo familiar y, por necesidad, tiene una ingerencia profunda en el espacio público: “Desde la Plaza de los Intercambios/mi madre anunció: ‘Ha muerto’.” Es en el mercado, el lugar de cambio y negociación por excelencia, donde se anuncia a la comunidad la muerte de uno de sus miembros. El efecto se revela trascendental, cósmico. El anuncio afecta directamente el paso del tiempo, paralizando todo. Por un instante la actividad comercial cesa, la balanza no se mueve, el grano de cacao queda quieto en el arca, el sol permanece en su cénit. La comunidad entera se detiene para asimilar el mensaje, momento en que domina el silencio y el estatismo, que dará paso al lamento, como un grito, de las plañideras. La voz univocal de la madre detiene todo, para que el coro, al expresar su “ay” de dolor que “parte como una flecha,” vuelva a dar pie a la actividad comercial y el movimiento de las esferas celestes (la temporalidad). El coro asume ahora la voz poética (marcada por el entrecomillado), articulando imágenes de extinción y desaparición: “Se deshojó la flor de muchos pétalos, / se evaporó el perfume, / se consumió la llama de la antorcha.” La imagen violenta de la flecha que parte (el “ay” de las plañideras) marca otro momento que moviliza el estatismo causado por las palabras de la madre. En un instante rápido, la niña Malinche será lanzada hacia las esferas de la madurez (separación del núcleo familiar) y la muerte (una muerte simbólica). La flor que se deshoja es la representación de la entrada inesperada y trágica al mundo adulto o, desde otro ángulo, la consumación del Carpe diem[8]. El perfume, atributo de la flor, se evapora, y la antorcha se extingue porque se gasta el combustible o la energía que suple la llama, cualidad de la juventud que se pierde. Los verbos en pretérito atestiguan este momento fulminante en que Malinche pasa de la niñez a la esfera de la muerte en un segundo, en el tiempo en que la madre dice “ha muerto” y las plañideras lanzan su quejido.

Continuando con las imágenes de la muerte, las plañideras relatan el encuentro en el más allá de la hija con su padre asesinado a traición[9]. Sin embargo, el coro desconoce la identidad real del cadáver de esa niña enterrada que, como se verá en la estrofa que sigue inmediatamente a la intervención de las plañideras, es un cuerpo sustituto. El coro hace alusión a la muerte del padre ejecutada como trampa por medio del veneno, el puñal y “con lazo de horca.” Lo que no sabe esta voz coral es que esa muerte a traición (la del padre) se convierte en una especie de contrapunto a la otra muerte ejecutada con maldad y “abajamiento” por la madre de Malinche. Hay una concatenación de secretos y complicidades que se multiplican. El coro llora frente a un engaño que ignora, da a conocer a la Malinche verdadera la traición (el asesinato de su padre), y la voz de la niña desterrada nos revela la segunda traición de la madre, a nosotros, los lectores[10]. La voz comunitaria, asumiendo el papel de su contrapartida en el teatro griego, es la expresión de un dolor catártico y de una verdad secreta, pero que es necesario revelar para lograrla restitución en un nivel casi mítico del orden transgredido por la madre. Ese conocimiento llega a oído de la Malinche verdadera, esa que todavía vive pero que ha muerto simbólicamente dentro de su comunidad: “... yo, vendida / a mercaderes, iba como esclava, / como nadie, al destierro.” Dicho orden quebrantado abarca dos aspectos: por un lado, la relación paterno filial y, por otro, las implicaciones de esta relación para la comunidad. El coro construye una escena donde el padre y su hija “se toman de la mano” porque los une en su encuentro no sólo la muerte sino el reconocimiento (anagnórisis) de la traición.[11]. En este sentido la muerte tiene la función de restituir los lazos filiales y afectivos que la traición ha destruido. En cuanto al aspecto comunitario, la normalización de la actividad comercial y del universo sólo puede darse con el reconocimiento de una ley mucho más profunda e importante, la ley de los lazos filiales, esa ley que la madre violenta y deja en suspenso por un instante con su decreto. El encuentro de la hija y su padre, ya definitivamente unidos por la muerte, y que el coro proclama como “un signo,” devuelve el sentido al orden familiar, comunitario y universal (cósmico). Claro está, la base de este ordenamiento ritual proviene de un engaño, de un cuerpo que no es el de Malinche, sino el cuerpo producto de otra traición ejecutada por la madre. Como vemos, la traición crea una serie descontrolada de eventos que guardan en su origen una maldad secreta, un engaño escondido.

Después de la intervención coral, la voz de la Malinche retoma el curso de su lenta expulsión-muerte y nos informa de lo que para mí resulta crucial en la reformulación de su historia: el desplazamiento de la identidad. Las plañideras con su llanto han puesto en marcha ese “grano de cacao” que había quedado quieto con el anuncio de la madre, y como ese grano, el cuerpo de la Malinche entrará en un nuevo proceso de simbolización a modo de intercambio. En el poema, el “cuerpo anónimo,” ese “cadáver / que no era el mío” es el objeto que sustituye a otro, un signo que cobra sentido al convertirse en suplemento de otro. El cadáver anónimo pasa a tener el valor de identidad de la Malinche, mientras que ésta pasa a ser “nadie”: “ Arroj ada, expulsada / del reino, del palacio y de la entraña tibia / de la que me dio a luz en tálamo legítimo.”1[12] La identidad que otorga la pertenencia a una comunidad (desde los padres hasta el lugar geográfico que dicha comunidad ocupa), al perderse, borra todo lazo o conexión con el origen, y lo que queda es el destierro, el cambio de lugar, la no-pertenencia. Es un nuevo nacimiento al revés: un nacimiento surgido por el simulacro de una muerte que conduce al exilio, al lugar donde los lazos maternos y comunitarios no existen.

Los datos biográficos de la Malinche confirman su condición de objeto de intercambio y signo en constante transmigración. De la madre pasa a manos de los mercaderes y comienza la larga línea de traslados y cambios de lugar que la caracterizan. Los mercaderes la entregan a los indios de Tabasco, quienes la presentan a Cortés como un regalo, y éste a su vez la regala a Alonso Hernández de Puerto Carrero, de quien vuelve a Cortés, para terminar siendo esposa de Juan Jaramillo13]. Su nombre también sufre de múltiples transformaciones: Malinal, Marina, Malintzín y Malinche. Experimenta también cambios que afectan su condición social: de noble a esclava, de esclava a intérprete, de amante a esposa. A nivel simbólico y del lenguaje también ha sufrido múltiples traslaciones de sentido: desde su representación en las crónicas y los códices indígenas, pasando por las reelaboraciones del siglo XIX, hasta Octavio Paz, Carlos Fuentes, el feminismo y las chicanas.

Lo que se representa en el texto de Castellanos es, precisamente, el origen de esa concatenación móbil y transmigratoria del signo “Malinche.” Las preguntas que nos podríamos hacer en este momento son las siguientes: ¿Cuál sería la relación entre la traición y el signo? ¿Qué significa ser definido desde el origen por la traición y cómo esto afecta al lenguaje de la identidad? ¿Qué economía simbólica se establece a través de un desprendimiento violento de esa comunidad que define a una persona y de los lazos maternos o familiares que la caracterizan? La transgresión va a marcar la posición que va a ocupar el sujeto en una cadena de signos que tiene como origen un engaño secreto. Esa marca se representa en el poema a través no sólo de las imágenes de expulsión y sustitución, sino también por medio del cuerpo mismo de la madre en su reflejo especular: “y se contempló en mí y odió su imagen / y destrozó el espejo contra el suelo.” Para la madre poder ser, en su nueva identidad asumida con el cómplice, tiene que quebrar la imagen que le devuelve su hija que es, a su vez, ella misma. A través de la quiebra de los límites, se imposibilita la unidad entre madre e hija y se disloca la relación con el origen[14]. Lo que se escucha al final son “los fúnebres rumores con los que se me entierra.” Pero esta muerte, contrario a lo que podría pensarse, no cancela el futuro, ya que ella avanza “hacia el destino entre cadenas”. Esas cadenas son la marca del origen que resulta imborrable pero que a la vez ayuda a las continuas tachaduras del ser y que viabilizan su constante metamorfosis. Se puede concluir que las cadenas son representación material de la traición, es decir, un avanzar restringido o contextualizado por un destino impuesto desde fuera, que nunca se eligió pero que forma parte integral de un origen definido como destierro, expulsión y movimiento. La entrada al mercado de signos es la de un objeto que contiene la imagen quebrantada de un todo que ahora está fragmentado, roto: de una noble que ahora es esclava (y por lo tanto se trastoca su valor social), de una traicionada que será considerada traidora, de una india cristianizada, del nahúatl al maya y de ahí al castellano.

El poema abre y cierra con el decreto de una muerte y la falsificación de una escena. Las lágrimas enmarcadas al final en signos admirativos son la señal de la falsedad de los gestos, de ese lenguaje del cuerpo cuyo decreto, desde el asiento del poder, se esgrime contra su hija y contra sí misma. El final del poema nos representa el gesto último de la madre que cierra su “performance” o espectáculo. Esta interpretación se justificaría con el segundo verso del poema, donde la madre se deja caer “como abatida” (o sea, no aparece abatida, sino como si estuviera abatida). Pero cabría la posibilidad de otra interpretación que problematice el espectáculo de la madre aún más. Aquí podemos valemos de la imagen del espejo fragmentado como indicador de un odio que siente la madre hacia sí misma. En este sentido las lágrimas serían componentes de una situación trágica de la madre, sujeta a unas fuerzas patriarcales y masculinas que la dominan, que la convierten en cómplice al aceptar su papel de amante y traidora. Destrozar la imagen propia implica traicionar lo femenino, es la fuerza destructora que rompe los lazos fuertes que deberían existir, siguiendo ahora a Chodorow, entre madre e hija (ver nota 13).

Para Rosario Castellanos, la historia de la Malinche comienza en el núcleo familiar. La exploración poética de la poeta busca en los orígenes una posible explicación de los acontecimientos que se asocian con esta figura. Es un intento de dar a la Malinche mayor densidad psicológica por medio de una recuperación y reconstrucción de su microhistoria (el conflicto familiar que, con el paso del tiempo, se convertirá en uno de los puntos álgidos de la historia mexicana). Es un gesto recuperativo muy parecido al que articulan muchos de los representantes de la llamada nueva novela histórica y, también, se puede relacionar con el incremento en el interés por el pasado colonial de escritores contemporáneos. Es también la manera en que la crítica situada en una zona bilingüe y en constante flujo de razas y lenguas, aquella que habla desde el espacio chicano, se va apropiando de esta figura para explorar otros derroteros, otras posibilidades, basadas en narraciones alternativas. Es un movimiento crítico y literario que busca ensanchar la importancia de la individualidad de Malinche (otorgándole una compleja prehistoria psicológica), pero que nunca puede olvidarla amplitud de un ser que sigue siendo el receptáculo simbólico de una nación. Lo psicológico, en otras palabras, intenta desarticular una interpretación amplia del origen de México como traición, para sustituirla por otra donde la palabra “traición” se concentre en la madre y no en la hija Malinche. Es por eso que Castellanos todavía no puede romper con una tradición que asocia a la Malinche con la traición. Ciertamente su acercamiento explora una variante distinta, pero la traición sigue marcando la posición que el sujeto ocupa en la cadena de intercambios simbólicos, pero ahora como víctima, como la traicionada. No obstante, lo que a mí me interesa subrayar es que la traición forma parte de una economía simbólica que es necesaria para la productividad discursiva que genera la Malinche. Esta especie de circuito se genera, en el poema de Castellanos, por el vacío provocado en el núcleo familiar, en el origen, pero entendido como traición / expulsión del ámbito de lo materno ligado a su vez con los orígenes nacionales, con el principio de México como país. Dicho vacío funciona como un imán que atrae diversas prácticas discursivas (historia, literatura, arte, crítica) que lo que buscan es llenar el signo “malinche” con nuevos sentidos. Este “gran principio” para la conquista, como la llama Bernal Díaz, y que viene a ser el comienzo de ese “enredo llamado México” del que habla José Emilio Pacheco. Es la fragmentación de ese espejo que rompe la madre, y la constante transmigración de la hija convertida en signo cambiante.

NOTAS

[1] En la colección de relatos titulada El naranjo, el escritor Carlos Fuentes incluye la narración titulada “Las dos orillas,” donde el personaje de Jerónimo de Aguilar habla sobre la rivalidad que mantuvo con la Malinche. Más recientemente, en su novela La frontera de cristal, vuelve sobre el tema de Malinche en el cuento titulado “Malintzin de las maquilas.” La misma postura del poema de Pacheco aparece en el libro de Todorov: “es ante todo el primer ejemplo [la Malinche], y por eso mismo, el símbolo, del mestizaje de las culturas; por ello anuncia el estado mexicano moderno y, más allá de él, el estado actual de todos nosotros, puesto que, a falta de ser siempre bilingües, somos inevitablemente bi o triculturales” (109).

[2] Recuérdese que es en el texto de Bernal Díaz donde se ofrecen muchos datos importantes sobre la vida e importancia de Malinche para la conquista. Véanse en especial los capítulos XXXVI-XXXVII. Para un recuento detallado de su aparición en textos diversos a través de la historia, véase el libro de Messinger Cypess. Util, aunque mucho menos detallado, resulta el artículo de Phillips.

[3] Idea central del pensamiento de Octavio Paz en su Laberinto de la soledad.

[4] En la cita Phillips se refiere más a los intelectuales masculinos, y por eso la negatividad que se trasluce en su comentario. Ella se posiciona dentro de un feminismo reivindicador de la Malinche. Para otros ejemplos de apropiaciones feministas, véanse los capítulos siete y ocho del libro de Messinger Cypess. Recomendamos el artículo de Norma Alarcón, que se dedica a lo que ella llama la “modernistic stage” de los acercamientos a la Malinche, o sea, las maneras en que se ha trabajado su figura en el siglo XX, llegando hasta las chicanas.

[5] Citamos de la edición titulada Poesía no eres tú: Obra poética, 1948 -1971. El poema se encuentra en las páginas 181 - 182. Castellanos trabajó la figura de Malinche en su obra de teatro El eterno femenino. Hace alusión también al personaje en el ensayo “Otra vez Sor Juana” del libro Juicios sumarios.

[6] Existe ya una correlación entre ese movimiento en descenso y los personajes que lo sufren desde una perspectiva sonora del lenguaje. Dicha correlación se concentra en las palabras que comparten las vocales iniciales de los siguientes significantes: abatida, abajamiento, ambos, amantes.

[7] Las implicaciones de esta transgresión serán discutidas con más detalle en las páginas que siguen.

[8] El tema del Carpe diem siempre estuvo relacionado con la imagen de la flor que perderá los petalos o se marchitará con el tiempo, perdiendo así su perfume y su brillantez (flor también como llama de la antorcha). Presenciamos lo que Riffaterre ha denominado una derivación hipogramática de una frase o cliché preexistente (23), en este caso “La flor de la juventud,” frase que se destruye con la aparición de otro cliché, el Carpe diem.

[9] En las historias sobre la Malinche no se menciona cómo murió su padre. Rosario Castellanos reconstruye la historia familiar valiéndose de una traición muy parecida a la de Gertrudis en Hamlet, y que comparte con una tradición mítica donde se representa el mundo de los muertos, la búsqueda de un origen, la revelación de un enigma.

[10] Es importante recalcar aquí que, para algunos críticos, la traición de la madre se ha convertido en un componente fundamental del aspecto biográfico y psicológico de la Malinche. Estos críticos intentan hasta cierto punto cancelar la visión de Malinche como traidora. Candelaria se refiere a esto al decir que “the fact that La Malinche had been betrayed by her mother and sold into slavery cannot be overlooked as a factor in a more complete interpretation and understanding of this remarkable woman” (5). De forma parecida comenta Bruce-Novoa: “If we concéntrate on her life prior to the arrival of Cortés as one of betrayal by her own family, of being sold and enslaved, then, like Marina, she was a woman traumatized by her loss of familial ties and home” (82). Todorov también intenta reinvindicarla en su libro (108).

[11] Según Aristóteles en su Poética, la anagnerisis “es una inversión o cambio de ignorancia a conocimiento que lleva a amistad o a enemistad de los predestinados a mala o buena ventura” (118). El tipo de reconocimiento que privilegia Aristóteles es aquél que, como en Edipo Rey, se mezcla con la peripecia, justamente lo que intenta hacer aquí Rosario Castellanos, enfocándose en la “mala ventura”.

[12] También recordemos los versos ya citados: “como esclava, / como nadie...”

[13] Todos estos datos aparecen en Bernal Díaz.

[14] Esta relación entre madre e hija parece estar cercana y a la vez distanciada de las definiciones de la maternidad expuestas por Chodorow: “Primary identification and symbiosis with daughters tend to be stronger and cathexis of daughters is more likely to retain and emphasize narcissistic elements, that is, to be based on experiencing a daughter as an extensión or double of a mother herself...” (109). En la imagen del espejo roto, la madre de Malinche se enfrenta con su propio ser extendido en el cuerpo de su hija. Sin embargo, existe un fuerte componente de fragmentación y falta de cohesión entre madre e hija, elemento que Chodorow no postula. Por otra parte, Cherríe Moraga ve la disyunción entre madres e hijas como un componente fundamental de la familia chicana que siempre privilegia al varón: “In a way, Malinche’s mother would only have been doing her Mexican wifely duty: putting the male first” (101; énfasis de Moraga; ver también 102). Moraga elabora más el problema de la traición en este ensayo desde la perspectiva de la cultura chicana y la mujer.

OBRAS CITADAS

Alarcón, Norma. “Traddutora, Traditora: A Paradigmatic Figure of Chicana Feminism”. Scattered Hegemonies. Inderpal Grewal y Caren Kaplan, eds. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1994. pp. 110-133.

Aristóteles. Poética. Juan David García Bacca, trad. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, 1982.

Bruce-Novoa, Juan. “One More Rosary for Doña Marina”. Confluencia 1 (1986): pp. 73-84.

Candelaria, Cordelia. “La Malinche, Feminist Prototype”. Frontiers 5 (1980): pp. 1-6.

Castellanos, Rosario.  El eterno femenino. México: Fondo de Cultura Económica, 1975.

                                 -. Juicios Sumarios. Xalapa: Universidad Veracruzana, 1966.

                                 -Poesía no eres tú: Obra poética, 1948 - 1971. México: Fondo de Cultura Económica, 1972.

Chodorow, Nancy. The Reproduction of Mothering. Berkeley: University of California Press, 1979.

Cypess, Sandra Messinger. La Malinche in Mexican Literature. From History to Myth. Austin: University of Texas Press, 1991.

Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. México: Porrúa, 1970.

Fuentes, Carlos. El naranjo. Madrid: Alfaguara, 1995.

                        -. La frontera de cristal. Madrid: Alfaguara, 1996.

Moraga, Cherríe. “A Long Line of Vendidas”. Loving in the War Years. Boston: South End Press, 1983. pp. 90-144.

Pacheco, José Emilio. Tarde o Temprano. México: Fondo de Cultura Económica, 1986.

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica, 1959.

Phillips, Rachel. “Marina/Malinche. Masks and Shadows.” Women in HispanicLiterature. IconsandFallenldols. BethMiller,ed. Berkeley: University of California Press, 1983. pp. 97-114.

Riffaterre, Michael. Semiotics ofPoetry. Bloomington: Indiana University Press, 1984.

Todorov, Tzvetan. La conquista de América. México: Siglo XXI, 1987.

 

por Ivette N. Hernández

University of California, Irvine

 

Publicado, originalmente, en: Inti: Revista de literatura hispánica Vol I No. 48 (Otoño 1998)

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Link del texto: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss48/3

 

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