Con el desarrollo de los estudios de género a partir de los años setenta, las feministas hicieron notar que en el lenguaje se concretaban formas específicas de discriminación basada en el sexo y desarrollaron estudios para evidenciar los mecanismos y normas gramaticales que la refuerzan.
El ocultamiento de las mujeres bajo el masculino genérico es una de sus manifestaciones más evidentes, pues históricamente "hombre" fue considerado sinónimo de "humanidad".
Los estudios de género demostraron que cuando se nombra en masculino se produce una ambigüedad y las mujeres tienden a quedar invisibles, por lo que lingüistas y comunicadoras feministas han sugerido recursos para superar esta exclusión.
Otras expresiones de sexismo en la lengua salen del desprecio hacia lo femenino de algunas palabras con distinto significado, cuando se refieren a un hombre o a una mujer (zorro/zorra, gobernante/gobernanta, mujer pública/hombre público, etc.).
También se concreta en adjetivos, frases, refranes y burlas que refuerzan la subalternidad femenina y los estereotipos de género.
Para Camacho, quienes redactan los textos que norman la lingüística terminan reproduciendo en los significados y ejemplos de cada término concepciones sexistas que priman en la sociedad.
"La Academia Cubana está muy parapetada en modelos tradicionales desde una actitud contemplativa, no polémica; pero desde lo social, desde la imagen y desde el habla siguen existiendo maniqueísmos sexistas", consideró la experta.
La lingüista estudió diccionarios escolares utilizados en Cuba actualmente y encontró que cuando los ejemplos aludían a la mujer eran marcadamente peyorativos, con alusión a roles tradicionales que las presentan como cuidadoras del hogar.
Además, frecuentemente, en los ejemplos de los términos ellas son juzgadas a partir de sus atributos físicos.
Similares resultados arrojó un estudio realizado recientemente por Yulexis Palacios y basado en dos de las más importantes obras lexicográficas de la isla: el Vocabulario cubano (1921) de Constantino Suárez y Léxico mayor de Cuba, de Esteban Rodríguez Herrera, publicado en la pasada década del cincuenta.
"El diccionario también trasluce referencias sobre la sociedad, los sujetos y su modo de vida, por lo que son considerados objetos culturales e ideológicos", refirió la lingüista del ILL al presentar su ponencia en el XXIV Congreso de la Asociación Internacional de Literatura y Cultura Femenina Hispánica (AILCFH), celebrado en La Habana el pasado noviembre.
Al evaluar desde el género definiciones y ejemplos de los cubanismos recogidos por ambos textos, Palacios concluyó que los referidos a la mujer y el universo femenino concuerdan con la doctrina social que les asigna roles domésticos y las presentan como objetos sexuales.
Según estas definiciones, ellas ocupan un espacio reducido del mundo, abundan más las características femeninas físicas que las no físicas, se privilegian los patrones de relaciones heterosexuales y hay pocos ejemplos femeninos en positivo.
Entre los significados donde aparece la palabra mujer, sobresale la experiencia externa relacionada con la ropa, el calzado y los adornos, en palabras como ajustador, corpiño, pamela, cola de ratón, etc.
Otras insisten en los atributos de belleza tradicionales. Por ejemplo, cáncamo se define como "fealdad de las mujeres asociado a vejez prematura"; tareco se refiere a "la mujer que no tiene atractivo físico" y casco a "toda mujer flaca y fea, poco apetecible para los hombres".
La palabra hembra refirma la acepción cubana que llama así a la mujer "que es hermosa y tiene grandes atractivos para que el hombre la contemple".
Mientras, macho tiene entre sus ejemplos "ser el macho", que significa "ser el hombre en la casa, el que manda y no la mujer o los hijos".
Por otra parte, la investigadora encontró definiciones y ejemplos que asocian a la mujer con lo reproductivo o con características negativas como chismosas, lengüilargas, habladoras o que les gustan los enredos.
Los oficios y profesiones tienen, en su mayoría, acepción para ambos géneros en los diccionarios estudiados, a excepción de aquellos referidos al cuidado del hogar, que solo se nombran en femenino.
No obstante estos resultados, la directora del ILL, Nuria Gregory, apuntó que el diccionario no es el machista, sino la sociedad que lo produce.
"Cuando se incorporan los vocablos en el habla, entonces se incluyen en el diccionario, pero si la sociedad no cambia no pueden estar ahí", aportó a SEMlac la integrante de la Academia Cubana de la Lengua (ACL).
A su juicio, en español no hacen falta decir hombres y mujeres o usar dobletes del tipo los niños y las niñas, pues existe un masculino genérico que es la norma establecida.
Esa postura concuerda con la mantenida tradicionalmente por la ACL y el ILL ante este tipo de debates.
Ambas instituciones desaconsejaron el uso de lenguaje inclusivo en el Código de Trabajo, aprobado en diciembre de 2013 por la mayoría de la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento unicameral).
Durante esa sesión, la diputada Mariela Castro Espín impugnó el texto de la Ley por no incluir explícitamente el derecho al trabajo sin discriminación por género, orientación sexual e identidad de género y propuso que el documento hiciera visible tanto al trabajador como a la trabajadora.
Pese a las fuertes polémicas suscitadas por la intervención de Castro Espín en la Asamblea, la ley fue aprobada allí, y el tema del lenguaje fue pospuesto para ser revisado por una comisión de expertos que, finalmente, no hizo explícito el femenino en todos los artículos de la norma.
Hasta el momento, ninguna legislación cubana asume en su totalidad un lenguaje libre de sexismo ni este asunto ha sido normado por alguna política lingüística a nivel nacional.
"Lo que no se nombra no existe", recordó la periodista Lirians Gordillo a la audiencia de un panel sobre el tema realizado en el Congreso de la AILCFH.
En opinión de la feminista, los debates sobre el sexismo lingüístico deben ir acompañados por una transformación social e implican un reclamo político de las mujeres por defender sus derechos.
"No se trata de una moda, sino de una lucha social de las personas y grupos discriminados, que propone cambiar el lenguaje y la ciencia que lo estudia, pues se trata de una construcción social e histórica también patriarcal", aportó la investigadora de género y comunicación.
Esporádicamente, algunos periodistas con formación en temas de género utilizan estrategias para el lenguaje inclusivo en la prensa cubana, pero estos enfoques son minoritarios ante la abundancia de imágenes y frases discriminatorias en los medios de comunicación nacionales.
Para Aurora Camacho, los cambios en el lenguaje no pueden producirse por decreto, sino desde la educación y el entrenamiento en nuevas formas de relación equitativas entre mujeres y hombres.