Fe y razón
por Dr.
Feliciano Hernández Cruz
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A
lo largo de la historia de la humanidad el hombre en sus diversas
manifestaciones culturales ha tratado de buscar explicaciones emocionales,
racionales y de fe, de sus problemas existenciales que tienen que ver con
todo su entorno cultural, la relación consigo mismo, con los demás y con
Dios. Desde
la antigüedad, las culturas de oriente y de occidente, dentro de sus
cosmovisiones, han aportado al mundo contemporáneo conocimientos y
saberes que vierten elementos que proporcionan explicaciones de su propia
existencia. Desde
que el hombre apareció en la faz de tierra, en la modalidad de vida
que posee, ha convivido siempre con la fe y la razón, no como se
entiende desde la filosofía y la teología de nuestro tiempo, sino como
saberes mitológicos, ritos, ceremonias, verdades basadas en costumbres y
tradiciones, que proporcionan principios de identidad y pertenencias.
A
lo largo de la historia de la humanidad el hombre en sus diversas
manifestaciones culturales ha tratado de buscar explicaciones emocionales,
racionales y de fe, de sus problemas existenciales que tienen que ver con
todo su entorno cultural, la relación consigo mismo, con los demás y con
Dios. Desde la antigüedad, las culturas de oriente y de occidente, dentro de sus cosmovisiones, han aportado al mundo contemporáneo conocimientos y saberes que vierten elementos que proporcionan explicaciones de su propia existencia.
Desde
que el hombre apareció en la faz de tierra, en la modalidad de vida
que posee, ha convivido siempre con la fe y la razón, no como se
entiende desde la filosofía y la teología de nuestro tiempo, sino como
saberes mitológicos, ritos, ceremonias, verdades basadas en costumbres y
tradiciones, que proporcionan principios de identidad y pertenencias. Nuestros
antepasados no se complicaron la vida y la existencia con lo concerniente
a la relación de fe y razón, porque no poseían las formaciones
doctrinales e ideológicas que la modernidad creó al separar sistemáticamente
las unidades de luz y del todo; porque la tendencia de la modernidad
positivista se radicalizó sistemáticamente en algunas posturas que
dieron origen a otras formas de pensar y de actuar en la vida del hombre;
dándole supremacía a lo medible y a lo cuantificable. Todo lo que
tuviese principios y fundamentos metafísicos no podrían ser elementos de
verdad, por lo tanto deberían ser desechados.
La
fe y la razón son luces que iluminan la conciencia de toda persona
humana, para ver adecuadamente la realidad donde viven, conviven y
transforman, en las diversas circunstancias de su vida. Son elementos que
están en función de la búsqueda de la verdad y de la trascendencia de
la persona. “son las dos alas con las cuales
el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”[1] La
verdad es el punto esencial de búsqueda de la actividad científica que
desarrolla la ciencia en todos sus campos, pero solamente encontrará
aspectos de verdad que se complementen de manera armónica y equilibrada.
Como aspectos de verdad lo visualizará la inteligencia humana por ser
producto de sus procedimientos y métodos utilizados. El método siempre
tendrá límites pero la fe como realidad complementará los actos de la
inteligencia para descubrir, alcanzar y trascender a la verdad absoluta. Dado
a las situaciones y circunstancias de pérdida de sentido de la vida; la
descomposición social que ha generado el hombre en sus instituciones y la
creación de la cultura de valores globalizantes han convertido la
existencia en que todo debe usarse y desecharse cuando no sirva o no se
necesite. De esta manera se crea una modalidad de función en la vida
social de los pueblos: el reciclaje humano como moda y estilo que le dan
utilidad al desarrollo y progreso de los que conducen los destinos de las
naciones. De
manera oportuna y atinada la Iglesia como institución, Esposa de Cristo,
formadora y orientadora de conciencia ha sabido leer, estudiar y analizar
críticamente los signos de los tiempos. Signos que se convierten en
indicadores vivientes de la fe y de la razón. Ante la importancia de la
relación de los dos elementos que nos llevan a la búsqueda de la Verdad,
el Papa Juan Pablo II, durante su pontificado crea y ofrece la enciclica
Fides et ratio, a la comunidad científica de filósofos y teólogos con
la finalidad de orientar e iluminar la gran tarea que tienen para la
humanidad. El
documento pontificio sobre la relación de Fe y razón tiene como
finalidad de ser luz en la mente y en la conciencia de los que hacen
ciencia en los campos del saber e indicar que el espíritu humano puede
elevarse a la contemplación
de la Verdad[2].
"La
fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se
eleva hacia la contemplación de la verdad", resume a la encíclica y
la Verdad es su contenido central. Juan Pablo II defiende la capacidad de
la razón humana para conocer la verdad, y pide que la fe y la filosofía
vuelvan a encontrar su unidad profunda. Ante la necesidad de tener puntos de equilibro y de
referencia Juan Pablo II plantea el problema que tendrá impacto entre los
hombres de cultura: ¿por qué los movimientos filosóficos contemporáneos
insisten en puntualizar la debilidad de la razón y la difusión de un
escepticismo generalizado? Con la Fides et ratio plantea la verdad misma y
su fundamento en relación con la fe. Además considera a la filosofía
como una ayuda indispensable para profundizar en la inteligencia de la fe
y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen[3]. Es
de vital importancia para los estudiosos de la filosofía y la teología
dejarse iluminar de esta fuente del saber que el Sumo Pontífice ha puesto
en mano de los creyentes y de la humanidad, por lo cual creo necesario
indicar las ideas centrales que aborda los siete capítulos del documento. El
primer capítulo aborda que el conocimiento viene de la fe y la Revelación
como conocimiento, es Dios mismo quien ofrece al hombre. El conocimiento
propio de la razón humana es capaz, por su naturaleza, de llegar hasta el
Creador; existe un conocimiento que es peculiar de la fe. Son dos verdades
que no se confunden, ni una hace superflua a la otra. El
segundo capítulo señala que hay una profunda e inseparable unidad entre
el conocimiento de la razón y el de la fe. Se demuestra cómo el
pensamiento bíblico, basado en esta unidad, había ya descubierto una vía
maestra hacia el conocimiento de la verdad. El tercer capítulo expresa que, en la expresión: hay que
entender para creer y parte de la experiencia de que todo hombre desea
saber, que la verdad es el objeto propio de ese deseo. El hombre busca la
verdad, hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la
vida. La verdad que nos llega por la Revelación es, al mismo tiempo, una
verdad que debe ser comprendida a la luz de la razón, es muy importante
el papel de la filosofía. El capítulo cuarto realiza una síntesis histórica, filosófica
y teológica de cómo el cristianismo entró en relación con el
pensamiento filosófico antiguo. Presenta el ejemplo de los Padres de la
Iglesia, los cuales, con la aportación de la riqueza de la fe. En la Edad
Media se pone el esfuerzo en encontrar las razones que permitan a todos
entender los contenidos de la fe. La época moderna señala la progresiva
separación entre fe y razón, con el consiguiente cambio del papel
desempeñado por la filosofía: de sabiduría y saber universal, se fue
empequeñeciendo hasta considerarse una más de las tantas parcelas del
saber humano. En el capítulo quinto se dan diversos pronunciamientos del
Magisterio sobre la filosofía. Afirma que la Iglesia no propone una
filosofía propia ni canoniza una filosofía particular con menoscabo de
otras, pero tiene el deber de indicar lo que en un sistema filosófico
puede ser incompatible con su fe. Ninguna forma histórica y sistema filosófico
puede legítimamente pretender abarcar toda la verdad, ni ser la explicación
plena del ser humano, del mundo y de la relación del hombre con Dios.
Además, se recorren las censuras del Magisterio a propósito de doctrinas
como el fideísmo, el tradicionalismo radical, el racionalismo. A pesar de
que la Iglesia ha animado a la filosofía a recuperar su misión, el Papa
que entre teólogos existe un desinterés por el estudio de la filosofía.
De ahí que haya querido proponer algunos puntos de referencia para
instaurar una relación armoniosa y eficaz entre la filosofía y la teología. El capítulo sexto está dedicado a que las diversas
disciplinas teológicas deben mantener relación con el saber filosófico.
La idea central es que sin la aportación de la filosofía no se podrían
ilustrar determinados contenidos teológicos. El Papa precisa que, el
patrimonio filosófico asumido por la Iglesia tiene valor universal, y ve
en el término circularidad la vía que conviene seguir en la relación
entre fe y razón: El punto de partida y la fuente original debe ser
siempre la palabra de Dios revelada en la historia, mientras que el
objetivo final no puede ser otro que la inteligencia de ésta,
profundizada progresivamente a través de las generaciones. La gran
fecundidad de esta vía se pone de manifiesto en tantos autores cristianos
que han combinado una búsqueda filosófica y los datos de la fe. El Papa
cita, a título de ejemplo, a J. H. Newman, A. Rosmini, J. Maritain, E.
Gilson, E. Stein, V. Solovev, P. A. Florenskij, P.J. Caadaev, V. Losskij. El capítulo séptimo como tema central aborda la revelación
como el punto de referencia y de confrontación entre filosofía y fe. La
Sagrada Escritura contiene elementos que permiten obtener una visión del
hombre y del mundo de gran valor filosófico. Precisamente la crisis de
sentido, es uno de los elementos más importantes del pensamiento actual.
La fragmentación del saber hace difícil una búsqueda de sentido. El
Papa precisa firmemente la convicción de que el hombre es capaz de llegar
a una visión unitaria y orgánica del saber. Este es uno de los cometidos
que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo
milenio de la era cristiana. Para estar en consonancia con la palabra de
Dios es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su
dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la
vida. Una teología sin un horizonte metafísico no conseguirá ir más
allá del análisis de la experiencia religiosa y será incapaz de
expresar con coherencia el valor universal y trascendente de la verdad
revelada. Fe y razón serán las luces para caminar hacia el
encuentro de la Verdad, por lo tanto es necesario estar siempre en una
constante búsqueda a lo largo de la vida. No perder la capacidad de
asombro que tenemos como seres pensantes porque es la chispa de la
inteligencia y de la fe. Notas: |
por Dr. Feliciano Hernández Cruz
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