El mesonero se encogió de hombros  

Narrativa de Oscar Hahn 

El viejo estaba sentado en la silla mecedora, junto a la puerta de su casa, dándose impulso con los pies. Se balanceaba y balanceaba. Con los ojos cerrados, pensaba en cosas antiguas que iban y venían por su mente, y de cuando en cuando sonreía o murmuraba palabras. Recordó esa playa inmensa bajo el cielo azul y a los niños corriendo felices, arrojándose agua y riendo a orillas del mar. El viejo abrió los ojos y miró hacia el otro lado de la calle. Hacía un calor húmedo y pesado. El sol estaba en el centro del cielo. Pensó en un vaso grande de cerveza helada. Con alguna dificultad se incorporó. Se incorporó lentamente. La silla quedó atrás meciéndose. El bar está al otro lado de la calle. Enfrentó el semáforo. Luz verde para él; luz roja para los automóviles. El viejo cruzó hacia la otra orilla, tratando de no ser sorprendido por el cambio de luz. “Hay automóviles que parten con la luz amarilla, y más de algún peatón ha sido atropellado por esos irresponsables”, pensó apurando el paso. Desde la vereda opuesta volteó la cabeza y pudo observar que los autos empezaban a correr otra vez. Entró en el bar. El mesonero, un hombre alto, pálido y de grandes ojeras, estaba limpiando unos vasos con el delantal. Sin dejar de limpiarlos le preguntó:

—¿Nuevo por estos lados?

El viejo lo miró sonriendo y dijo:

—¿Nuevo yo? Pero si he pasado toda mi vida aquí.

—¿Toda su vida?, repitió el mesonero con tono irónico.

—Sí, señor, dijo el viejo. Vivo en esta ciudad y en este mismo barrio desde que nací.

—Lo siento. Es la primera vez que lo veo por aquí, dijo el mesonero.

—Y por supuesto no es la primera vez que voy a un bar, repuso el viejo, molesto.

El mesonero se encogió de hombros. El viejo tomó su vaso de cerveza, fue a sentarse junto a la ventana que mira hacia la calle y pensó que no valía la pena discutir con un tipo como ése.

Bebió un largo trago y se limpió la boca llena de espuma. Sintió que el hielo de la cerveza le corría por todo el cuerpo. “Ya no hace tanto calor”, pensó extrañado. Quizás habían puesto el aire a una temperatura excesivamente baja, porque ahora estaba muerto de frío. Dejó el vaso encima de la mesa y decidió regresar a su silla mecedora, que lo esperaba bajo el sol del mediodía.

Al salir del bar notó que era de noche. “Qué raro, pensó. Debo haberme confundido. Quizás ya está vigente el horario de invierno.” Trató de cruzar hacia la acera de enfrente. El semáforo tenía luz roja y los autos pasaban y pasaban. Deseaba como nunca volver a su silla mecedora, al otro lado de la calle. Pero la luz no cambió más.

El río de autos siguió corriendo interminablemente.

 

Narrativa de Oscar Hahn
 

Publicado, originalmente, en: Inti: Revista de literatura hispánica Numéro 34-35 (Otoño 1991)

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