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Las bases de la cultura criolla en la isla de Cuba (1762-1834) (Segunda
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El desarrollo de la literatura en este período decisivo en la formación de una cultura criolla en Cuba tiene como base fundamental el desarrollo de la imprenta y de las publicaciones periódicas que proliferaron en torno a un público minoritario que tenía cierto nivel cultural, blanco en su inmensa mayoría y una élite de propietarios y comerciantes dentro de la cual se desarrolló un núcleo con una cultura de vocación criolla y apego a las costumbres de la isla y no de la península. Todo sostenido por una gran masa de esclavos y una población de color libre y preterida de la sociedad insular. Reformismo y cubanía en la literaturaLa ocupación de La Habana por los ingleses en 1762 dejó en la conciencia de los habaneros un sentimiento de ira e indefensión que culpa a la monarquía española por no haber podido defender con éxito su ciudad. Eran sentimientos cruzados, que no cedieron a la tentación anglófona y se mostró mayoritariamente fiel a la cultura española de la que provenían, más que a la monarquía que no supo defenderlos. La expresión más clara de esos sentimientos está en las décimas de Beatriz Jústiz de Zayas Bazán (1733-1803), marquesa de Jústiz de Santa Ana autora de la “Dolorosa y métrica expresión por el sitio y entrega de la Habana dirigida a Nuestro Católico Monarca Carlos III” a propósito de la responsabilidad de las autoridades españolas en la toma de la ciudad, tema que ya había sido tratado en un Memorial dirigido al rey por veintitrés mujeres habaneras probablemente escrito por la propia marquesa de Jústiz. La “Dolorosa y métrica expresión…” se compone de de veinticuatro décimas de no muchos valores literarios y, “(…) escrito con energía y en tono recriminatorio y con motivo de un suceso bélico, en cuyo desarrollo se respira la decisión y valentía de los combatientes en defensa de La Habana”[1] El costumbrismo es el género que se desarrolla por estos años finales del siglo XVIII en Cuba, es la expresión de la identidad de los nacidos en esta tierra al reflejar el ser autóctono con sus matices, virtudes, defectos y mirada a sí mismo, que ocupa un espacio importante en la producción literaria del criollo. Ejemplo de ello es, “Testamento de Don Jacinto Josef Pita”, escrita entre 1770 y 1790, por el presbítero Rafael Velázquez, en prosa y verso en el que su autor hace un cuadro de costumbre y crítica utilizando la sátira para atacar los convencionalismos sociales y sin temer el uso del lenguaje habanero de la calle, ni medirse en el uso de vulgarismos. Obra de limitados valores literarios es sin embargo predecesora del costumbrismo que florecerá en el siglo XIX. Entre sus personajes aparece un mulato con pretensiones de sabio, ascendiente del negrito catedrático del teatro bufo cubano. Desde la aparición del primer periódico en la isla la literatura estuvo presente con la colaboración de algunos de los socios de la Sociedad Patriótica con inquietudes literarias. Entre ellos, Francisco de Arango y Parreño, José Agustín Caballero, Tomás Romay, Félix Veranes y Manuel Zequeiras Aragón. La mayor parte de estos colaboradores eran personas que se dedicaban a las letras por afición sin grandes dotes para la literatura. Los géneros eran diversos, poesía, crítica, artículos de costumbres y comentarios. El estilo no es lo sobresaliente en estos trabajos, con muchos más valores por lo primigenio que por su calidad estética. Pese a esto, esta “literatura” recibía de los redactores el estímulo para incentivar el oficio de escribir y desarrollar una cultura y una intelectualidad. A partir de 1800 otros periódicos de la capital y el interior siguen está tónica de motivar y difundir la obra literaria. Entre los géneros literarios, la poesía ocupa el mayor espacio en la prensa, poesía laudatoria, de elogios al suelo natal, de costumbres, satírica, que roza asuntos de la realidad cotidiana, defectos y hábitos del criollo, pero sin tocar los más sensibles problemas de la sociedad o utilizar un tono más directo, dada la censura que imperaba, aunque en los breves períodos de libertad de expresión se dio rienda suelta a la sátira más hiriente, en el estilo más mordaz Entre las individualidades de las letras sobresale Manuel de Zequeiras y Arango (1764-1846) redactor del “Papel Periódico de la Havana” en el que aparecen sus obras en verso y prosa, esta última en artículos críticos de costumbre que lo va a caracterizar. En poesía se atiene a los moldes neoclásicos, de tardía llegada a la isla; no fue poeta de alto vuelo, ni su lírica marca pauta, pero es precursor de las letras criollas, exaltando los valores de su tierra, identificándose con los suyos y con los cambios que se producen en el país. Su obra más conocida en la Oda a la Piña, en la que exalta a la naturaleza cubana como reafirmación del espíritu criollo. Sus artículos de costumbre abordan diversos temas, la moda, el juego las reuniones sociales, la charlatanería política o el estado de la salubridad en La Habana. Para estas críticas no solo se valió de la prosa sino también de la poesía, manteniendo en todo momento un afinado sentido crítico[2]. Otros poetas de la isla destacados de este período fueron, Manuel Justo Rubalcava (1769-1805) y Manuel Pérez Ramírez (1772-1852) en los que se expresa la criollidad con la exaltación del paisaje y el entorno de la isla natal y las diferencias ya acentuadas con el peninsular. Rubalcava es el poeta de más sentido estético entre sus contemporáneos[3], visible en su poesía más conocida, “Silva de Cuba”, apología poética a las frutas del país, escrito en versos de influencia neoclásica. Un aparte para Esteban Salas, quien además de músico de mucha valía se revela como poeta de sensibilidad neoclásica, principalmente en las letras de sus villancicos, aunque también escribió poesía. Incursionó en los temas religiosos de inspiración bíblica y litúrgica, sin las alusiones mitológicas tan frecuentes en las tendencias neoclásicas[4] . La obra de estos poetas criollos de entre siglos, “(…) significan el paso de la versificación a la poesía, de la poesía asumida como improvisación, (…) a la poesía asumida ya con una conciencia definida de sus funciones estéticas, como destino personal, (…) social, muy vinculado con la realidad colonial en Cuba de fines del siglo XVIII y principios del XIX”[5] En cuanto al desarrollo de la prosa reflexiva se puede decir que es el género que alcanza una madurez más palpable y destacada, partiendo de la oratoria religiosa de amplia tradición en la isla y continuando con la oratoria académica, utilizada en la enseñanza superior, tanto de la universidad como en los Seminarios de San Carlos en La Habana y San Basilio en Santiago de Cuba. Ellas serán la base para una oratoria civil que tendrá un amplio auge en este período, en voces como las de Francisco de Arango y Parreño, José Agustín Caballero y Félix Varela, entre otros, que disertan sobre temas de economía, política, costumbres y sociales en sentido general. La oratoria es el vehículo ideológico de las clases dominantes en la colonia y de ella se valen para ejercer su influencia y exponer sus ideas las figuras más importantes del patriciado criollo. Es una prosa de notable calidad que expresa de modo brillante tanto el pensamiento conservador del clero, como las inquietudes reformistas de la oligarquía criolla. José Agustín Caballero, formado en Cuba en el Seminario San Carlos, en el que fue destacado profesor de filosofía y reformador de la enseñanza, no solo fue un difusor de las nuevas ideas de su grupo sino que apoyó la introducción del estudio de las ciencias exactas y experimentales, y en el campo de las letras, a más de impulsar las colaboraciones para el periódico fue el mismo un escritor destacado, incursionando en variados temas que van desde filosofía y la historia a temáticas de corte social y literario. Este período de la literatura en Cuba en la que se dan los primeros pasos en busca de una expresión propia, está signado por el neoclasicismo como escuela influyente, y la prensa como vehículo idóneo para divulgar las expresiones de una intelectualidad que se descubre diferente cantando a los dones de la naturaleza y a la tierra en que nace o las características y costumbres del hombre que crece en esta. No será un movimiento amplio, sino limitado por el poco desarrollo cultural de la isla, las trabas de las autoridades, la Iglesia y la poca tirada de los periódicos y revistas. Durante estos años va creciendo una generación que se beneficia con la difusión de las nuevas ideas liberales, una mayor cultura y un arraigado sentido de pertenencia: la generación romántica que irrumpe a partir de la década del veinte del decimonónico. En medio de una efervescencia ideológica y política, encabezada por el presbítero Félix Varela se forja la generación de escritores que cuajará a principios del siglo XIX teniendo en José María Heredia y al propio Varela como sus figuras más significativas. Félix Varela es el exponente más destacado de la ensayística cubana, de una profusa obra que los críticos suelen agrupar en tres momentos de su vida, atendiendo a sus valores estéticos: Misceláneas filosóficas (1819), sus artículos para el periódico El Habanero (1824-1826) y sus Cartas a Elpidio (1835, 1838)[6] , obras en las que recorre un camino que lo lleva desde una estética neoclásica moderada a un incipiente encuentro con los ideales románticos. Su “Miscelánea Filosófica”, agrupa trabajos con una intención pedagógica para enseñar sus lecciones de filosofía de un modo que sus discípulos entendieran de forma clara, sencilla y didáctica. A través de ellas Varela rompe con la solemnidad de los conceptos filosóficos para que lleguen de la mejor forma a sus alumnos. Con sobriedad es capaz de exponer los conocimientos a través de un modo estilístico muy personal. En sus artículos de “El Habanero” el estilo es otro, ahora es un hombre que ha evolucionado ideológicamente desde el reformismo al independentismo, por ello en su prosa hay una intensidad que lo acerca a los románticos, tanto por la pasión y la necesidad de trasmitir las nuevas ideas, como por la madurez que ya ha alcanzado. Para los estudiosos de su obra es un momento de madurez estilística, por su peculiar modo de puntuación, poder de síntesis, emotividad, tono irónico y giros del habla coloquial de la isla y de la lengua castellana en general[7]. El tercer momento estético de su ensayística son los dos tomos de “Cartas a Elpidio”, sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo, en su relación con la sociedad, obra del trascender de un hombre que sabe que el momento de la independencia de Cuba, su máximo ideal, no ha llegado y por eso se dirige al cubano de su tiempo y del futuro preparándolo para ese destino que él está convencido vendrá. Para comunicarse vuelve al tono coloquial de sus inicios esta vez para enfatizar en la que debe ser la ética de ese pueblo del que forma parte: “Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria, y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad”.[8] El proceso liberal de 1820 tiene una notable influencia para el desarrollo de las ideas y de la literatura en particular en Cuba. La proclamación de la libertad de imprenta permite que nuevamente aparezcan cientos de publicaciones, unas serias, de un corte más intelectual y pensadas; otras verdaderos panfletos para defender o denigrar al régimen monárquico o al liberal. Se produce la publicación de la primera revista literaria, “La Lira de Apolo” escrita en versos, con Ignacio Valdés Machuca de redactor y principal animador, acompañado de un pequeño grupo de poetas de tendencia neoclásica y de menor relevancia que él A excepción de Heredia, no destaca en las letras criollas otra figura en tiempos tan temprano. Se continúa haciendo una literatura de periódicos y revistas en la que sobresale Ignacio Valdés Machuca (1792-1851) por sus abundantes colaboraciones y el primer cuaderno editado en Cuba, “Ocios poéticos” (1819) a más de incursionar en la prosa costumbrista. Valdés Machuca “(…) encarna en nuestra poesía al primer poeta deslumbrado por la musicalidad, la variedad de metros, los artificios retóricos y la exterioridad sensual de la palabra poética; en ese sentido fue nuestro primer “esteticista”.” [9] |
José María Heredia (1793-1839) había llegado a Cuba en 1819, con un oficio y talento para la literatura y en especial para la poesía, su madurez coincide con las inquietudes de el segundo período liberal en España, las guerras de liberación en América Hispana y la propagación de los ideales humanistas y liberales de la burguesía frente al despotismo en retroceso y a la defensiva en Europa y el mundo occidental. La corriente literaria del romanticismo llega a Cuba y América traído por los emigrados latinoamericanos que en mayor o menor medida habían participado en el proceso liberador de Hispanoamérica. Cuba era una encrucijada de viajeros, provenientes de las inquietas regiones rebeldes de América y en ella se encontraba el joven Heredia, viajero perenne con sus padres, bebiendo de las influencias de otras culturas de América y recalando en su patria justamente cuando el proceso liberal se abre paso entre los jóvenes intelectuales de su tierra y tiene en Varela, su maestro mayor desde la cátedra de Constitución del Seminario San Carlos. Desde las páginas de “El Iniciado Constitucional”, Heredia, saluda con su poesía, el advenimiento de la constitución en España, en junio de 1821 edita su revista “Biblioteca de Damas” y en agosto de 1823 “El Revisor Político y Literario” da a conocer su oda “A la insurrección de la Grecia en 1820” en la que hace una velada alusión a la necesaria independencia de Cuba[10]. |
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José María Heredia (1793-1839) |
José María Heredia es el primer escritor cubano en cuya obra es posible reconocer una identificación con la patria, ya no solo como naturaleza, sino como entidad política independiente. A pesar de que su educación básica no transcurre en la isla, al incorporarse a la misma se identifica con la patria y sus actividades, entra en contacto con emigrados latinoamericanos en La Habana[11], amistad que influye en la maduración de sus concepciones políticas en pro de la independencia que lo llevarán a conspirar contra el régimen colonial y posteriormente al destierro en 1823. Desde el punto de vista literario ellos contribuyeron a la formación romántica de Heredia que ya en 1820 había escrito “En el Teocalli de Cholula”, considerado los primeros versos románticos en castellano. En Nueva York publica su cuaderno “Poesía” (1825) que le dará renombre en América y Europa como uno de las más importantes figuras del romanticismo en su lengua y el primer cubano en alcanzar fama internacional por los altos valores estéticos de su obra poética. Como figura del romanticismo, al igual que como independentista, será precursor, terminando su vida en tierra extraña, añorando la propia. Su poesía se sitúa en las raíces del romanticismo en Iberoamérica, aunque en ocasiones deja ver el fardo retórico del neoclasicismo del que no pudo desprenderse. Más su lírica dejó obras de inigualable valor como, la “Oda al Niágara”, Himno del Desterrado”, “Emilia” o “La Estrella de Cuba”, versos en los que vibra la rebeldía y sus anhelos de libertad para su tierra natal, casi siempre ausente en su breve vida. A finales de la década del veinte y principios de los treinta aparecen los versos de Francisco Poveda (1796- 1881), Francisco Iturrondo (100-1868) y Ramón Velez Herrera (1808-1886), quienes hacen una poesía de acercamiento descriptivita a la naturaleza que lo sitúan en las bases del movimiento de poesía nativista posterior. La literatura dramática va a tener también en Heredia al animador más importante de este período, escribe algunos dramas y traduce otros al español interesado fundamentalmente por sus temas referidos al comportamiento despótico de los gobernantes, a las tiranías y sus consecuencias para los pueblos sometidos a ellas, en permanente alusión a Cuba. A los quince años escribe el ensayo dramático, “Eduardo IV” o “El usurpador demente” (1819), representado en Matanzas por un grupo de entusiastas amigos, en su argumento se destaca su vocación de justicia. También de este año es “Montezuma” o “Los Mexicanos”, drama épico; y el sainete, “El campesino espantado” ceñido a los moldes de Covarrubias, muy de moda en esa época. Traduce del francés los dramas, “Pirros” (1820) y “Atreo” (1822), representados en Matanzas. En el exilio escribe “Xicotencatl” (1823) y continúa sus traducciones con temas alegóricos a sus ideales independentistas. En 1829 escribe su última obra, “Los últimos romanos” (1829) y cierra su ciclo teatral con la traducción del drama “Saúl” (1835) del italiano Victtorio Alfieri, pieza que exalta al hombre que es capaz de sacrificarse por la libertad. El teatro herediano no es novedoso, pero está lleno de intencionalidad política, teatro de propaganda, escogido para expresar sus sentimientos separatista y de condena al colonialismo español y exaltación de la libertad como sentimiento inalienable del ser humano. Expansión de la imprentaLa producción de la imprenta ya es un hecho desde la década del veinte del siglo XVIII, pero la censura y el restringido ambiente intelectual de la isla hicieron que sobrevira lánguidamente durante más de setenta años. Tras el regreso de La Habana a dominio español, el estimulante trabajo de los Capitanes Generales de la Ilustración y el Despotismo Ilustrado animaron la actividad editorial en la ciudad. El tercer impresor establecido en La Habana fue Blas de Olivo quien ya estaba establecido en la ciudad cuando llega al gobierno el Capitán General Ambrosio Funes, conde de Ricla, llegado a la ciudad luego de la ocupación inglesa. El venía con instrucciones de favorecer el desarrollo cultural de la isla por lo que pensó en la necesidad de estimular la impresión de libros y periódicos en la misma, para ello contactó con Blas de Olivo quien le presentó sus ideas sobre el tema las cuales aceptó en principio y las envío al Consejo de Indias junto con sus consideraciones: «No habiendo copia de imprenta en esta plaza, ni en toda la Isla, se carece muchas veces aún de los libros más precisos para la educación cristiana y enseñanza de primeras letras. Con este motivo y el de civilizar más a estos vasallos, he tenido el pensamiento de facilitar aquella importante impresión, añadiendo a ésta la de gacetas, mercurios y demás papeles y noticias interesantes.» El proyecto fue rechazado y la isla tuvo que esperar una mejor ocasión pana tener periódico e impulsar la edición de libros. En 1762 se establece la imprenta del Computo Eclesiástico a cargo de José Arazosa, dedicada a la impresión de oraciones, misas, calendarios de rezos anuales (analejos) y otros impresos religiosos. De este taller salió el folleto, Relación y diario de la prisión y destierro, escrito en versos en 1763 narrando los hechos ocurridos al obispo Morell de Santa Cruz, desterrado por las autoridades inglesas durante la ocupación. En 1776 se funda la imprenta de Esteban Bolaños que se mantuvo hasta 1817, de su taller distinguido por la calidad de las ediciones y sus viñetas, salieron numerosos títulos de diversos géneros, entre ellos el libro del habanero Martín Félix de Arrate, “Teatro histórico, jurídico y político-militar de la Isla de Cuba y principalmente de su capital La Havana” (1789). En 1781 se crea la imprenta de la Capitanía General “(…) El establecimiento gozó del privilegio de editar la Gaceta [12], que empezó a salir a luz en 1782, cuya publicación tuvo en un principio a su cargo D. Diego de la Barrera, a quien sucedió D. Francisco Seguí, que se había enlazado con la familia de Olivos.”[13] “La Guía de Forastero” comenzó a circular en 1781 en la imprenta de la Capitanía General, en sus inicios tenía 30 páginas pero ya en 1814 tenía 284, con el título de “Guía de Forasteros de la Siempre Fiel Isla de Cuba y su Calendario Manual para 1814”. Era un libro muy útil que daba al viajero numerosos datos de la isla referidos a su economía, cultura, historia, geografía, etc. Tenía una impresión muy cuidada en un formato de bolsillo (13 x 7,5 cm.) En 1787 se publica en los talleres de la Capitanía General de la Isla el libro del naturalista portugués Antonio Parra, “Descripción de diferentes piezas de Historia Natural, las más del ramo marítimo”, representadas en setenta y cinco láminas, el primer libro científico editado en Cuba. Parra que había llegado a Cuba como soldado en 1763 describe importantes especies de la fauna cubana, principalmente peces y crustáceos, los cuales en ilustra en detallados grabados que resaltan el valor del libro. Con el impulso cultural que va adquiriendo la colonia comienza a tener una utilidad mayor la imprenta, prueba de ello es que entre 1791 y 1799 se imprimieron cien folletos, tanto como los aparecidos desde la introducción de la imprenta en la isla. La consolidación definitiva de las letras impresas en Cuba lo da el Capitán General Luís de las Casas al fundar el “Papel Periódico de la Havana”, (24 de octubre de 1790), el primer periódico del país, publicado dos veces a la semana (jueves y domingo) y hasta 1804. Su primer director fue Diego de la Barrera y se imprimía en el taller de Francisco Seguí en un formato de medio pliego de papel español a cuatro páginas, a partir de 1793 la Sociedad Patriótica se hace cargo de la redacción del periódico. En sus páginas se trataron diversas temáticas referidas a la política, la literatura, las ciencias y sobre todo la economía, además de referirse a las noticias de la ciudad. Fue tribuna de las diversas ideas que sobre el desarrollo económico se discutían en ese momento y jugó un papel primordial en la difusión de las mismas Aparecen en sus páginas artículos sobre mejoras del cultivo de la caña de azúcar, fertilización, tratamiento de esclavos, introducción de cultivos y cuantos temas podían interesar a los ricos hacendados criollos. También fue preocupación de este vocero de la ilustración habanera, la salubridad, el ornato público, la educación, las buenas costumbres y cuanta idea novedosa podía servir el mejoramiento de la sociedad, sin olvidar las colaboraciones literarias que se fueron haciendo cotidianas. En 1794 el periódico contaba con 120 suscriptores que pagaban seis reales al mes, fondos que servían para sostener la Biblioteca Pública de la Sociedad Patriótica de La Habana. En 1805 el periódico cambia su nombre por el “Aviso”, con Tomás Agustín Cervantes en la dirección; otro cambio de nombre se produjo en 1810, “Diario de la Habana”, dirigido por José Agustín Caballero y Nicolás Calvo como redactor, finalmente en 1845 se le nombra Gazeta de la Habana, perdiendo su carácter comercial y literario para transformarse en órgano oficial del gobierno colonial. Hasta 1812 se crearon una veintena de periódicos de corta tirada y efímera vida; impulsados por las personalidades de vanguardia que recogen en sus páginas noticias sociales, llegadas y salidas de barcos, artículos económicos, de divulgación científica y colaboraciones literarias. Eran defensores de la ética y la ideología del grupo criollo y en ocasiones dejan entrever opiniones políticas en forma velada, dada la férrea censura ejercida por la Iglesia. Entre los más importantes se publican, “El Regañón de la Havana” (1800-1801), dirigido por Buenaventura Pascual Ferrer; “El Criticón de la Havana” (1804); “El Lince” (1811), “El Patriota Americano” (1811-1812), y “Gaceta Diaria y Mensajero Político, Económico y Literario” (1811), entre otros. En Santiago de Cuba la imprenta se introduce en 1792 llevada por el arzobispo Joaquín Oses quien la puso en manos del músico e impresor Matías Alqueza, al igual que en La Habana, las primeras publicaciones fueron de temas religioso, novenas de santos y sermones considerándose el primer impreso santiaguero un sermón del presbítero Félix Veranes, miembros de la Sociedad Patriótica de La Habana y oriundo de esta ciudad oriental. La imprenta funcionó en el edificio del Seminario de San Basilio el Magno y posiblemente trabajó hasta 1808. El primer periódico de Santiago de Cuba data de 1805, El Amigo de los Cubanos fundado por la Sociedad Patriótica de esa ciudad y redactado por José Villar y Agustín Navarro. Con la intervención napoleónica a España y el fuerte movimiento de resistencia popular encabezado por los liberales en la península, se pone en vigencia la Constitución de 1812 y con ella la libertad de imprenta, ambas medidas abarcaron a los dominios coloniales españoles en América. En Cuba se desató un auge notable de las publicaciones, muchas de ellas libelos de poca monta, folletines y hojas sueltas, pero también impulsó la creación de periódico, solo en 1812 circularon alrededor de veinte en La Habana[14]. Al restaurarse la monarquía muchos de estos periódicos desaparecieron al restablecerse el régimen de censura. En el interior de la isla aparece el primer periódico de Puerto Príncipe (Camagüey), “El Espejo de Puerto Príncipe” (1813) editado por Mariano Seguí; el segundo de Santiago de Cuba, “El Canastillo” (1814), fundado por el poeta Manuel María Pérez y en 1819 el gobierno principeño pone en circulación la “Gaceta de Puerto Príncipe” (1819). Mención aparte para “El Filarmónico Mensual de la Habana” (1812) dirigido por Francisco de Frías, primera publicación especializada editada en Cuba y dedicada a la música. La restauración de la Constitución de 1812 en el reino de España trajo consigo nuevamente la libertad de imprenta y el aumento de publicaciones de corta duración y diversos temas[15], aunque predomina el carácter político, su número no llega al nivel de 1812 y al igual que entonces restaurado el absolutismo se vuelve al estado de férrea censura. Los periódicos literarios aparecen en la década del veinte, dos sobresalen por la calidad de sus redactores y colaboradores, “Biblioteca de Damas” (1824-1826), dirigido por el poeta José Mª Heredia y “La Moda o Recreo del Bello Sexo” (1829) a cargo de Domingo del Monte, estos junto a “El Nuevo Regañón de la Habana” (1829) y el “Puntero Literario” (1830) abren el período de las publicaciones románticas en Cuba. En las ciudades del interior se produce un salto de calidad en las publicaciones periódicas al aparecer, “La Minerva” (1821) en Santiago de Cuba, uno de las mejores de la época por su contenido y forma elegante, dedicado a la divulgación científica, literaria y tratamiento de los temas políticos; en la ciudad de Trinidad se funda “Corbeta Vigilancia” (1820) por Cristóbal Murtha de corte muy similar a los periódicos de su época y en Matanza aparece un periódico único, “La Aurora” de Matanzas (1828) que marca un cambio cualitativo, tanto en el modo de redacción, el renombre de sus colaboradores y la belleza de su diseño. Se publicó hasta 1857 en que se funde al periódico “Yumurí” y crear la “Aurora de Yumurí”. Terminado el segundo período constitucional en España, la censura en la colonia de Cuba dejó poco espacio para las ideas y por ello solo se permitieron publicaciones que no tocaran los temas políticos y sociales, por lo que estos temas fueron tratados desde el extranjero, en esta década del veinte se redactan en el extranjero, “El Habanero”, de Varela, desde Nueva York (1824-1826), “El Iris” (1826) y “Miscelánea” (1830-31) en México por Heredia y “El Mensajero Semanal”, desde Estados Unidos (1828-30), de Félix Varela y José Antonio Saco. La década del 30 marca un viraje cualitativo en el periodismo de la isla, por el énfasis cultural de sus páginas y la variedad de temas escritos por jóvenes colaboradores de la generación romántica criolla, como José Jacinto Milanés, Gabriel de la Concepción Valdés, Anselmo Suárez y Romero, Domingo del Monte, José Joaquín Palma, Cirilo Villaverde y otros muchos. En 1831 se crea la “Revista y Repertorio Bimestre de la Isla de Cuba”, dirigida por Mariano Cubí y Soler, a partir de segundo número cambia su nombre por “Revista Bimestre Cubano”, dirigida por José Antonio Saco, al hacerse vocera de la Comisión de Literatura de la Sociedad Patriótica. Esta revista se convierte en una de las publicaciones culturales más importantes del siglo XIX cubano. En ella colaboran los principales intelectuales de la isla, tratando temas medulares de la sociedad dentro de los moldes permitidos por las autoridades. Fue la tribuna de los anhelos criollos hasta que el gobierno colonial desterró a José Antonio Saco en 1834 y sus redactores dejaron de publicarla en protesta por la arbitrariedad. Aparece también en 1831 el periódico “Lucero de la Habana”, publicación en la que se introdujeron notables cambios al refundirse con el “Noticioso Mercantil” para dar lugar al “Noticioso y Lucero de La Habana” (1834). Para su impresión sus dueños compraron una moderna prensa norteamericana que entregaba 1500 diarios por horas. Será la primera empresa periodística de Cuba, con una mayor tirada, circulación diaria, cambio de formato, tamaño y diseño de títulos y viñetas. Se publicó hasta 1844 ofreciendo información sobre economía, política historia y cultura.[16] En Santa Clara aparece el primer periódico, “El Eco” (1831) y el Sancti Espíritus, “El Fénix” (1834) a instancia de la diputación de la Sociedad Patriótica local. La censura junto con el bajo nivel de la población hacía que las revistas no tuvieran larga vida, dado el costo y los pocos suscriptores a pesar de la notable calidad de algunas de ellas. En cuanto a la producción de libros y folletos literarios, su publicación no tenía el mismo desarrollo que las publicaciones periódicas. Los motivos son varios, el mayor de todo el bajo nivel cultural de la mayoría de la población, lo que no hacía rentable la producción de libros, costeada por sus autores, con tiradas limitadísimas y con la poesía como el género más publicado. El primer libro de poemas de un autor cubano impreso en Cuba fue “Ocios poéticos” (1819) de Ignacio Valdés Machuca. En cuanto a la literatura de divulgación científica también ocupa el interés del reducido círculo intelectual de la época siendo el tema más publicado; aparecen folletos, memorias, manuales y traducciones de autores extranjeros con temas de importancia para el desarrollo económico y científico. En este aspecto sobresale el trabajo divulgativo y publicístico del doctor Tomás Romay. Autor: Ramón Guerra Díaz Notas: [1]Instituto de Literatura y Lingüística: Historia de la Literatura Cubana, Tomo I, 39: 2002 [2] Ídem: 71-72 [3] Ídem [4] Ídem: 79 [5] Ídem: 70 [6] Ídem: 88 [7] Ídem: 91 [8] Ídem: 92 [9] Ídem: 79 [10] Ídem: 111 [11] Las cuatro figuras más destacadas en la difusión de los ideales de independencia por estos años fueron, el peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre, el ecuatoriano Vicente Rocafuerte, José Antonio Miralla, argentino y José Fernández Madrid, colombiano. [12] Este es la evidencia más antigua de publicación periódica en Cuba, su nombre completo es Gaceta de la Havana (1782-1783) y de su primer número se conserva un ejemplar en los archivos del General Francisco de Miranda en Venezuela [13] José Medina Toribio: La Imprenta en La Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía. Tomo II, en http://www. cervantesvirtual.com/servlet/ sirveobras/1352651921279327 3022202/p0000008.htm#I_35_ [14] De ellos los más significativos fueron, La Perinola, fundado y dirigido por José de Arazoza, La Cena, Diario Cívico y Mercurio Habanero todo de 1812. En 1813 circularon, El Filósofo Verdadero y El Esquife de corte satírico-político [15] Entre los más notables está: El Observador Habanero (1820), de carácter científico y literario en el que colaboraron Félix Varela, Santo Suárez, José Agustín Govantes y Nicolás Escobedo; El Indicador Constitucional (1820); Diario Liberal y Constitucional de la Habana(1820); Lira de Apolo (1820), escrito en versos; El Argos (1820) donde se defienden las ideas separatistas, El Mosquito (1820), periódico satírico; El Mercurio Cívico (1821) y El Revisador Político y Literario (1823) [16] José G. Ricardo: La imprenta en Cuba, 1989 |
Ramón
Guerra Díaz
Museólogo Especialista
Museo Casa Natal de José Martí
guerradiazramn1@gmail.com
Gentileza del blog "Martí Otra Visión"
http://blogs.monografias.com/marti-otra-vision
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