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La palma real
por Ramón Guerra Díaz
nataljmarti@bp.patrimonio.ohc.cu

“La palmas son novias que esperan”
José Martí

En el escudo de Cuba, en su cuartel derecho se enseñorea erguida y orgullosa la palma real, ese hermoso árbol de los trópicos que ha devenido en símbolo de nuestro país por su presencia gallarda, tranquila belleza y utilidad cotidiana para el hombre de campo, el guajiro de vida reposada  y dura que la tradición bucólica del siglo XIX se empeña en decirnos  que vivía en un Edén tropical, “con su bohío al pie del arroyo cristalino, de aguas frías, en un hermoso bajío lleno de murmurantes palmas en donde cantaba el sinsonte”, toda una postal idílica, que a la vez que contribuía a reafirmar las raíces autóctono, escondía una realidad de pobreza y aislamiento, que con sus matices, aún podemos encontrar en los cada vez más solitarios campos cubanos.

La palma real ha devenido en la añoranza de lo suyo, para quienes por una razón u otra, han tenido que dejar el terruño donde les tocó nacer. José María Heredia, nuestro primero poeta romántico, las extrañó cuando vio la grandeza del Niagara, como si faltara en tan majestuosa belleza el toque verde de la erguida planta.  José Martí las comparó con las pacientes amantes esperando el regreso del amor ausente y tengo el presentimiento de cubano, de que fueron las palmas su última visión sobre la tierra en aquel radiante mediodía de mayo.

Un cubano  reyoyo de esos que huelen a madera de cedro y tiene la tristeza de lo no alcanzado, lo fue Anselmo Suárez y Romero, un culto criollo que enseñó en el colegio de Rafael María de Mendive y que tuvo en su clase de gramática a José Martí, fue de los que labró la patria y nos la hizo ver en su prosa romántica. Él describió como nadie un “palmar” esos que tanto escasean hoy en día, consumidos por la necesidad humana y la fuerza de los huracanes:

“Hay una cosa en mi patria que nunca me canso de contemplar: no es la Ceiba de hojas infinitas que se levanta en las llanuras, ni la cañabrava que mece sus penachos en la brisa, ni los naranjos cargados de azahares, ni nuestro sol, ni nuestra luna, ni nuestro cielo tan azul y tan hermoso, ni el hirviente mar que ruge en nuestras playas; son los magníficos palmares, que suspiran perennemente en sus llanos y sus colinas. No hay árbol más bello que la palma; pero cuando la casualidad a reunido un grupo de miles de ellas en la cresta de una loma o en un valle pintoresco y apartado, no hay pincel capaz de pintarlas, no hay poeta que pueda cantarlas dignamente en su lira.

“La naturaleza tiene mil sonidos santos y suaves que nos llenan de arrobamiento: el canto de los pájaros, el murmullo de las aguas de los ríos, el ruido de las cascadas; pero el que haya escuchado la música de los palmares, dirá si hay algo que se iguale a tantos suspiros, a tantos sollozos, a tantos lamentos, a tantas quejas, a tantas palabras acariciantes como se escuchan en las pencas agitadas por el soplo de la brisa, perfumada con la fragancia eterna de los campos”

Las palmas y el palmar se juntan en el imaginero popular para soñar lo bello, ¿no las ha visto en el valle de Viñales o en el Yumurí?, ¿no nos recuerdan quiénes somos, cuando la vemos erguida y orgullosa, ante el embate de la naturaleza?, palma y Cuba son un binomio inseparable.

Ramón Guerra Díaz 
nataljmarti@bp.patrimonio.ohc.cu
 
Gentileza del blog "Martí Otra Visión" - Publicado el 17 de Febrero de 2011
http://blogs.monografias.com/marti-otra-vision 

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