José Martí, la mirada lúdica |
La llegada de José Martí a Nueva York en 1880 es el inicio de una nueva etapa en su vida, no solo por la consolidación de la obra política a la que consagró su vida, la independencia de Cuba, sino por la maduración de su intelecto y sus vínculos más amplios con la sociedad norteamericana, a la que conoce en pleno momento de expansión de la Revolución Industrial y de maduración de fenómenos como sus apetencias imperialistas. Ante estos procesos que se desarrollan delante de sus ojos, el pensamiento revolucionario y progresista de Martí evoluciona hacia posiciones, primero de observación crítica y luego de advertencia a los gobiernos y pueblos de Latinoamérica, a quienes previene de los males que están en esta sociedad que los deslumbra con su abundancia y parafernalia. La observación del mundo lúdico norteamericano de su tiempo, no es casual, ni contemplativo, sino por el contrario sistemático, prudente y advertidor. Dentro de sus crónicas periodísticas de la década de los ochenta abundan las referencias a las costumbres recreativas, deportivas y los juegos de ese pueblo, deteniéndose en reflexiones que conservan su vigencia. Uno de los principales ejemplos de esto se encuentra en la crónica que describe una visita a la famosa isla de Coney Island en la ciudad de Nueva York, en ella hace un derroche de descripciones sobre este enorme parque de diversiones y esparcimientos. El Apóstol en breves pinceladas describe las reacciones humanas ante las “maravillas” de aquel precursor de los actuales “parques temáticos”, con una mezcla de asombro y reproche por la compartimentación que hace el dinero en zonas de diferentes categorías de precio y lujo: “Cada vapor lleva un ejército a las playas serenas de Coney Island, que atrae a la gente con el fragor de sus hoteles, la algazara y chirridos de los columpios y las ventas, sus cantos de tiroleses y de minstrels, sus orquestas de mujeres descoloridas y huesudas, sus hediondos museos de elefantiacos y de enanos, su elefante de madera, que tiene en el vientre un teatro, y es como símbolo y altar monstruoso de aquella parte glotona y fea de la isla, a cuyo alrededor, como columnas de incienso, se eleva de los ventorrillos que le hormiguean a los pies el humo de las freideras de salchichas(...)”[1] Martí se detiene en particular en la mayor y más populosa de las áreas, el parque “Gables”, allí se siente sobrecogido por la gran cantidad y variedad de curiosidades, entretenimientos, comercios, kioscos y playas, a los que se accede a precio módico y donde se mueven principalmente las clases populares, los humildes, que él describe como gente que viene a buscar los aires saludables del mar, trayendo su propia comida y tratando de pasar con dignidad en medio de las grandes ostentaciones de los ricos. “(...)Allá lejos, se tiende la playa, matizada de grupos de familias, reclinadas o sentadas en la arena junto a los restos del festín casero: se salen los trajes de los cuerpos canijos de los judíos; se salen de sus morados y pomposos las irlandesas ubérrimas; la vida se sale de algunos ojos apenados, que van allí a hablar con el mar de honestidad y la grandeza que no se hallan en los hombres; y se observa tristemente el contraste que hacen las caras varoniles de las niñas con sus vestidos de encaje y con sus cintas de colores(...)”[2] Para los niños y su reacción ante el inmenso mar son estas reflexiones amables que nos recuerdan los episodios de Pilar en “Los zapaticos de rosa”: “(...) los niños, en tanto con los pies descalzos, esperan en la margen a que la ola mugiente se los moje, y escapan cuando llega, disimulando con carcajadas su terror, y vuelven en bandadas, como para desafiar mejor al enemigo, a un juego de que los inocentes, postrados una hora antes por el recio calor, no se fatigan jamás; o salen y entran, como mariposas marinas, en la fresca rompiente, y como cada uno va provisto de un cubito y una pala, se entretienen en llenarse mutuamente sus cubitos con la arena quemante de la playa(...)[3] Pero en medio de este goce de palabras nace la preocupación del cubano por “(...) el tamaño, la cantidad, el resultado súbito de la actividad humana, esa inmensa válvula de placer abierta a un pueblo inmenso (...)”[4], asombrado describe la enorme infraestructura creada para el esparcimiento de esa multitud y su preocupación se centra en la espiritualidad de aquella gente embriagada de hedonismo. Se está ante un fenómeno lúdico incipiente pero en crecimiento, la “industria del ocio”, que hace vivir al hombre de los “sentidos” y que tiene en los ricos sus principales consumidores, con la complacencia de sus extravagancias y lucimientos. Ante este fenómeno Martí reacciona, “(...) es fama que una melancólica tristeza se apodera de los hombres de nuestros pueblos hispanoamericanos que allá viven, que se buscan en vano y no se hallan; que por mucho que las primeras impresiones hayan halagado sus sentidos, enamorado sus ojos, deslumbrado y ofuscado su razón, la angustia de la soledad les posee al fin, la nostalgia de un mundo espiritual superior los invade y aflige; se sienten como corderos sin madre y sin pastor, extraviados de su manada; y, salgan o no a los ojos, rompe el espíritu espantado en raudal amarguísimo de lágrimas, porque aquella gran tierra está vacía de espíritu.“[5] Notas: [1] El Partido Liberal, México, 25/7/1886. Otras Crónicas de Nueva York, compilador Ernesto Mejías Sánchez, Pág. 49 [2] Ídem [3] La Pluma, Bogotá, Colombia, 8/12/1881. O.C.J.M. T. IX: 125 [4] Ídem [5] Ídem: 126 |
por Ramón
Guerra Díaz
Museólogo Especialista
Museo Casa Natal de José Martí
guerradiazramn1@gmail.com
Publicado, originalmente, en el blog "Hablar de Cuba"
http://cubahablar.blogspot.com/ el
5 de septiembre de 2012
Link del artículo: http://cubahablar.blogspot.com/2012/08/amadeo-roldan-un-gigante-de-la-musica.html
Autorizado por el autor, al cual agradecemos.
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