Cuba: Primeros años de evolución cultural (1510-1762) |
1. Resumen Resumen Los
fascinantes momentos de forja de la cultura y la sociedad cubana están
dispersos en cientos de libros, folletos, artículos de prensa y muchos
otros soportes que muestran estos importantes momentos de la Historia de
Cuba. Esta monografía pretende recoger en apretada síntesis los primeros
siglos de fragua de ese gran “ajiaco”[1]
que es la cultura de Cuba con presencia marcada de diversas razas
que se funde para ir conformando esta auténtica cultura de
transculturación que es la cubana. Para entender la Cuba de hoy es
necesario extender la mirada a su rico y complejo pasado. Introducción Hace algunos años me enfrenté como alumno y luego como
profesor, a un problema no resuelto por la historiografía cubana, la
falta de un texto sencillo pero abarcador acerca de la evolución de la
historia de la Cultura Cubana, siempre pensé en un Manual, no a la usanza
de esos dogmatizados y escolásticos
manuales filosóficos de los que padecimos en Cuba, allá por los
inquietantes años sesenta, sino al estilo del escrito por ese gran
historiador cubano que es Ramiro Guerra Sánchez[2],
abarcador de hechos históricos, con análisis
de nuestro devenir nacional y del que no pueden prescindir los
historiadores cubanos contemporáneo. Es
en primer lugar para mí, un modo de tratar de entender el devenir
cultural e histórico de la nación cubana, basándome en la bibliografía
disponible y en los especialistas que se han acercado con mayor
profundidad a determinadas zonas de nuestra cultura. Ese es el objetivo de esta monografía que es parte de una
obra mayor sobre la historia de la Cultura Cubana y que pretende reunir,
resumir y ordenar los
dispersos estudios que se han hecho sobre esta temática. En
Cuba los investigadores y especialista se han dedicado a seguir la huella
de las manifestaciones culturales y del arte
recogiendo sus resultados en obras de una gran valía para la
historiografía cubana; libros como “La Música en Cuba” de Alejo
Carpentier; “La Selva Oscura” de Rine Leal, dedicada a la historia del
teatro; estudios sobre el arte cubano de
Jorge Mañach, Adelaida de Juan, Graciella Pogolotti y muchas
monografías, ensayos y artículos que han ido perfilando el quehacer
cultural de la isla en manifestaciones por separado, pero sin un texto
abarcador sobre la cultura cubana. Capítulo
I Las culturas prehispánicas en Cuba La
historia de la cultura cubana necesariamente tiene que comenzar por el
estudio de las comunidades aborígenes que a lo largo de seis mil años
poblaron el archipiélago. En un proceso de asentamiento que permitió la
convivencia en estas tierras de diversos grupos humanos con diferente
estadío de desarrollo cultural. Estos
grupos han recibido diversas clasificaciones y nombre,
la primera y más común es la que le dieron los Cronistas de
Indias según la manera en que interpretaron
la forma en que ellos se autodenominaban: Guanajatabeyes o Guanatabeyes,
los grupos de menor desarrollo, confinados a los manglares y cayos de la
región más occidental; siboneyes o ciboneyes, hombres de cultura
mesolítica, asentados en la región centro occidental , en la época de
la Conquista y con un desarrollo cultural superior a los anteriores; y los
taínos, de más reciente establecimiento en Cuba y entre los
cuales se distinguen dos grupos: los subtaínos, de más temprana
llegada al archipiélago cubano y más expandidos (centro y oriente de la
isla grande) y los taínos con mayor desarrollo cultural, los últimos
en arribar al territorio(sur del extremo oriental de la isla, actual
provincia de Guantánamo). A
principios del siglo XX un estudio más profundo de la prehistoria de Cuba
permitió una clasificación más acorde con el estadío cultural en que
se encontraban: Siboney Guayabo Blanco, Siboney Cayo Redondo y Taínos.
Las denominaciones de las culturas siboney corresponden a los sitios
arqueológicos donde fueron localizadas las evidencias de estos grupos por
primera vez. En
la actualidad la clasificación de las culturas pre-hispánicas en Cuba se
ha hecho acorde con los parámetros internacionales lo que permite
enmarcar a estos grupos en el contexto más amplio de la evolución
cultural de los primeros pobladores del Caribe y las Antillas: Preagroalfareros,
Protoagrícolas y Agroalfareros. El
período preagroalfarero se inició hace unos seis mil años con la
llegada de los primeros grupos de pobladores provenientes del continente
americano. En un principio se pensó que la arribada del hombre a Cuba había
seguido la ruta de las
cercanas tierra de Centroamérica y la península de La Florida, a través
de los cayos e islas adyacentes, pero estudios más recientes de la
arqueología, la antropología y la historia, permiten asegurar la mayor
probabilidad de que el poblamiento inicial del archipiélago cubano
siguiera el mismo camino de las emigraciones más tardías de los aborígenes,
proveniente de la cuenca del Amazonas y el Orinoco, a través del
arco de Las Antillas. Estos
primeros grupos preagroalfareros
poblaron el archipiélago adecuándose a las diversas condiciones
naturales encontradas, teniendo como principales ocupaciones económicas,
la pesca, la recolección y la caza menor. Los de menor desarrollo
(Siboney Guayabo Blanco), vivían cercanos a las costas, agrupándose en
cuevas y refugios costeros. Su ajuar técnico era básicamente de conchas
marinas, utilizaban profusamente el caracol
Cobo (Strombus Giga)[3]
, para la fabricación de
gubias, picos de mano, cucharas y martillos, todos de elaboración muy rústica.
Sabían trabajar la piedra, tanto pulida como lasqueada para la fabricación
de martillos y morteros trituradores. Vivían en grupos
pequeños, seminómadas y
con una estructura social muy simple. Sus ritos funerarios incluían
enterramientos en cavernas. Otros
grupos de llegada menos tardía, unos dos mil años de antigüedad
(siboney Cayo Redondo), tienen un ajuar conchífero y lítico más
elaborado que los anteriores. Poblaron todo el archipiélago cubano, eran
semi-nómadas y vivían en grupos no mayores de veinte miembros. Su piel
cobriza, de pelo lacio y negro, de mediana estatura, sin vestimenta, solían
pintar sus cuerpos con colorantes y
llevar collares de cuentas de vértebras de pescado. Asociados
a sus ritos funerarios aparecen las bolas de piedra pulida conocidas como
esferolitas, y las dagas de piedra, gladiolitos, de simetría bilateral y
muy pulimentada. Ellos
fueron desplazando a los grupos de menor desarrollo, los que sobrevivieron
en la parte más occidental de Cuba hasta un siglo después de la
conquista. En
la arqueología cubana se han reportado hallazgos de grupos de contactos
en los que hay presencia de alfarería y posiblemente de agricultura,
lo que constituye un período protoagrícola,
transicional y contemporáneo con las primeras arribadas de los
grupos araucos conocidos por subtaínos. La cerámica en estos grupos es
por lo general muy simple y poco abundante, sin la presencia del “burén”[4]
, indicativo de la práctica agrícola en el Caribe. El
más conocido de estos grupos
se ubica en la zona de Mayarí, la misma región en la que se han
encontrado los asentamientos más antiguos de Cuba[5]
y que por su condiciones medioambientales permitió la permanencia estable
de una población relativamente grande y que posteriormente entró en
contacto con individuos de la cultura taína, a través de los cuales
conocieron la cerámica. Fue
un período esporádico que duró un milenio (siglo I a.n.e. hasta los
siglos VIII o IX de n.e.) La
Cultura Mayarí, como también se le conoce, coexistió con los
preagroalfareros del aspecto Cayo Redondo, en el cual tienen su origen.
Emplearon las vasijas de cerámica
y el instrumental lítico de buen acabado y simetría: cuchillos de silex,
percutores, martillos, trituradores, majadores y morteros. Era común
entre ellos el uso de la piedra tintórea, para conseguir los colores rojo
(engobe) y amarillo, con preferencias por el primero. En su ajuar aparecen
instrumentos de conchas y las conocidas esferolitas y los gladiolitos,
asociados a los ritos funerarios. La
cerámica Mayarí tiene una decoración incisiva con predominio de motivos
geométricos sencillos (líneas y puntos). Eran vasijas pequeñas con
fines utilitarios, emparentada con las más tempranas cerámicas de Las
Antillas por el uso del engobe (pintura roja). Las vasijas tienen dos
formas principales, alargadas (naviculares) y globulares (boles), con
un intento decorativo acentuado por las asas esbozadas a ambos
lados de la vasija. La
cultura agroalfarera esta representada por las comunidades taínas
que practicaban la agricultura de raíces, tubérculos y granos, aunque
sigue teniendo un peso importante en sus actividades productivas de
subsistencia, la pesca, la caza y la recolección de frutos. Conocen la
cerámica, tecnología que dominan y utilizan profusamente. La
aparición de los taínos en Cuba se remonta al siglo VIII de n.e.
aproximadamente, unos 700 años antes de la llegada de los conquistadores.
Eran de origen arawaco, provenientes de la cuenca del Amazonas, se habían
desplazado a lo largo de cuatro mil años desde su lugar de origen por la
cuenca del río Orinoco y el arco de las Antillas hasta llegar a Cuba,
viajando en canoas de troncos ahuecados que en ocasiones tenían capacidad
hasta cuarenta personas. La
voz “taino”
está compuesta por la palabra “tai”, que en el idioma de los
lukunus, auténticos arahuacos, significa noble, juicioso; unida al sufijo
masculino “no” le da a esta palabra el significado de: “hombre
noble”, con el que se denominaron.[6]
Los
taínos que se encuentran en el archipiélago cubano pertenecen a
dos grupos de acuerdo con su grado de desarrollo: subtaínos,
los más antiguos, extendidos por toda la zona oriental y alrededor de la
bahía de Jagua en el centro. Los
subtaínos constituyeron una primera etapa del desarrollo histórico de la
cultura taína. Algunos de los rasgos fundamentales que definían a los taínos
de la época del descubrimiento se habían producido gradualmente en los
siglos de existencia de la cultura subtaína. A menudo no es fácil
diferenciar los rasgos y los niveles de desarrollo entre ambos, pero en
general los taínos se encontraban en un nivel de desarrollo histórico
mucho mas avanzado. Un
grupo de más reciente
asentamiento en el extremo oriental de Cuba y con más alto grado de
desarrollo, son los conocidos como taínos. Su hábitat se extendía
al sur de la actual provincia de Guantánamo, con fuertes vínculos con
las comunidades afines de la vecina isla de Quisqueya. Los taínos
representan el desarrollo cultural más complejo de las Antillas y de toda
el área del Caribe. Su
economía tenía una fuerte incidencia en la agricultura, destacando el
cultivo de la yuca, con la que elaboraban el cazabe, que se tostaba sobre
un burén y que constituía la base de su alimentación. Cultivaron también
el maíz, la batata, el maní y la piña; recolectaban frutas silvestres
entre las que destacamos el mamey, la guanábana, la papaya y la guayaba. La
agricultura se practicaba con el sistema de roza (tala y quema), los subtaínos
solo conocían esta técnica de preparación de la tierra; mientras los taínos
aplicaban además el sistema de camellones, o levantamiento de
amontonamientos circulares de tierra mucho más productivo para facilitar
el cultivo de los tubérculos. Utilizaban el arado de mano o coa (bastón
cavador), instrumento de
amplia difusión, con ligeras variaciones, en toda la América aborigen. La pesca, en el mar o en agua
dulce por varios procedimientos, la recolección de crustáceos y moluscos
y la caza, practicada con arco y flecha o con dardos y propulsores, fueron
importantes complementos para la subsistencia. Las
comunidades poblacionales variaban en su composición, desde una sola casa
multifamiliar hasta poblados compuestos por unas mil personas. Los
poblados disponían de una o más áreas ceremoniales, en forma de un
espacio rectangular (batey), delimitado por un montículo de tierra
o lajas de piedra que podían llevar motivos grabados. La
casa del cacique se situaba en uno de los lados de esa plaza y era llamada
caney, de planta circular y techo cónico de guano y un
pabellón frontal de recibo, que podía hacer las veces de templo donde se
guardaban los cemíes, ídolos más importantes del poblado. El bohío
era la vivienda de la gente común, de forma rectangular con techo de
guano a dos aguas y al igual que el caney era una residencia
multifamiliar. La
organización socio, política y religiosa fue la más avanzada de los
grupos aborígenes de Las Antillas. Su nivel más alto de unidad sociopolítica
era el “cacicazgo” (la palabra cacique procede precisamente de
la lengua arawak), que agrupaba a varios “yucayeques”
(poblados), este era una especie de confederación de jefaturas, en las
que un cacique principal gobernaba una
un territorio con una serie de poblados, cada uno con su líder
respectivo de carácter mágico-religioso. Los caciques eran asistidos por
unos personajes de elevada jerarquía, llamados nitaínos, muchos
de ellos con lazos consanguíneos con él, siendo los naborias las
personas de menor grado social, sobre quienes recaían faenas agrícolas y
otros trabajos y servicios. El
behique o médico hechicero de la tribu fue otro personaje de
importancia en la sociedad taína, por tener un vasto conocimiento de las
plantas medicinales y velar
por la curación de los enfermos mediante prácticas mágico-medicinales,
interviniendo, también, en la confección de los ídolos y en el rito
de la cohoba y el
areito. El
cemí, encarna a los espíritus de la naturaleza, difuntos
tutelares de la familia y de la comunidad, cuya figura, esculpida en
diversos materiales y tamaños, podía actuar a voluntad influyendo de
manera decisiva en el normal desarrollo de la vida humana y del medio
natural: podía cohabitar con los hombres e incluso reproducirse a través
de ellos. Creían
en un espíritu supremo que llamaban Yucahu Bagua Maócoti, hijo de
Atabey, madre de las aguas y protectora de las parturientas y un
espíritu del mal, Mabuya, estos espíritus tutelares vivían en el
turey (espacio, cielo). El arte taíno está en función de estas
creencias y se expresa con gran dominio técnico en objetos de formas
convencionales con los más disímiles materiales.[7] La
ceremonia religiosa principal era la inhalación de la cohoba, o polvos
alucinógenos mezclado con tabaco, por parte de los caciques y behiques
para ponerse en comunicación con los cemíes, a través del estado de
transe. El
areito se celebraba por diversos motivos, era una ceremonia colectiva en
la que toda la comunidad se pone en función de agradar a los espíritus.
Los Cronistas de Indias la describen como una celebración larga y
compleja en la que la literatura oral en forma de declamaciones poéticas,
historias místicas y las canciones acompañada por la música de sus
instrumentos (fotuto de cobo, tambores de madera, maracas y el tintineo de
los collares de caracoles de oliva), servían para recordar las gestas
históricas de los taínos y trasmitir los valores tradicionales del
grupo. A
esto se une la danza con una complicada coreografía y en el que los
danzantes llevan una rica
ornamentación y el cuerpo lleno de dibujos, rostros con máscaras,
vistosos adornos de cabeza (plumas atadas con cinta de algodón, orejeras
y colgantes) y pulseras. El
ajuar de los taínos es amplio, en él encontramos objetos en madera,
piedra, tejidos, hueso, concha y en cerámica. En madera fabrican objetos
tan útiles como la coa, o arado de pie, sus canoas de un solo tronco,
que pueden hacerlos de gran capacidad y maniobrabilidad; los remos
cortos (najes), las macanas o garrotes, utilizados en la caza y la guerra,
sus arcos y flechas, instrumentos de caza y defensa de mucha utilidad, el
guayo de madera con piedrecitas incrustas, utilizado para rayar la yuca y
hacer casabe. De madera fabricaban objetos ornamentales y de culto como
los bastones ceremoniales, muy bien labrados; los cemies y sobre todo el dujo,
la más bella pieza del arte taíno, que consistía en un asiento curvo de
forma zoomorfa, estrecho y tallado, utilizado únicamente para sus
ceremonias religiosas. La
concha sigue siendo en el taíno material importante para la fabricación
de objetos domésticos como cucharas y vasijas, pero sobre todo como
adornos: pendientes de orejas, conchares de caracoles de oliva,
incrustaciones para madera; el cobo era utilizado como instrumento musical
en una especie de trompeta, conocida como fotuto. Con
la piedra, principalmente de silex, fabricaron su extenso ajuar de
herramientas, incluyendo los diversos tipos de hachas petaloides, muchas
de ellas de un hermoso labrado antropomorfo y zoomorfo, con un exquisito
pulimento. Con diversos tipos de piedra tallaron también sus cemies,
idolillos, cuentas de collares, punta de flechas, los sumergidores para
sus redes de pesca y los morteros, percutores y majadores, hechos de
guijarros de río, algunos de ellos tallados con representaciones humanas
y de la fauna conocida por ellos. Trabajaban
diversas fibras entre ellas el henequén, el maguey, el guano y el algodón,
de este último fabricaban las cuerdas que llamaron cabuyas, la
conocida hamaca, redes de pesca, las jabas, el sibuacán,
saco alargado en el que ponían la yuca rayada para exprimirla y extraerle
la pulpa amarga; trenzaban cintas para el cabello y las naguas,
pequeña saya que utilizaban las mujeres casadas. Tejían el guano para
hacer esteras y lo utilizaban para techar sus casas. Eran muy hábiles en
el tejido pero quedan muy pocas evidencias de su arte, por la fragilidad
del material, lo destructivo del clima y la saña del invasor en destruir
su cultura. La
cerámica taína es el elemento más acabado de su cultura, la misma
distingue el desarrollo cultural alcanzado por los diversos grupos en su
evolución y avance por las islas del Caribe. La misma se clasifica en
cinco series que siguen los cambios tecnológicos que esta sufre durante
los cientos de años de su avance migratorio. Las
dos primeras series, salanoide y barracoide, se desarrollan
en las costas de la actual Venezuela, son las
de mayor dureza en sus paredes a pesar de su poco grosores. En
Borinquen (Puerto Rico) los ingnerís(primeros taínos),
desarrollaron la serie ostionoide de su cerámica, semejante a la
anterior pero con las paredes más gruesas y fragilidad, en cambio se gana
en variedad y decoración. Ellos se extienden hasta la costa oriental de
la isla de Quisqueya (La Española). Producto
de la evolución de esta serie, hacia el año mil de n.e. ya se ha
desarrollado en Quisqueya, una nueva serie conocida como Chicoide,
con igual tecnología y mayor decoración, pero ausente de pintura.
Constituye la forma más acabada de la cultura taína, que se extendió
por toda esa isla, Borinquen, las Islas Vírgenes, Jamaica, Islas Turcas y
Caicos y de forma tardía por la zona oriental de Cuba. La
última serie de cerámica surge al norte de la isla de Quisqueya, la cerámica
Mellaicoide, una serie intermedia entre la ostionoide de los ingnerís
y la chicoide de los taínos. Es
la cerámica de los subtaínos, extendida
además por Bahamas y la isla de Cuba, que presenta como características,
piezas más ásperas, paredes delgadas y quebradizas, con una decoración
trabajada a base de puntuación e incisiones. Las
formas predominantes de esta cerámica sub-taína son las globulares, con
o sin cintura y cuello; boles(circulares) y naviculares. También fabrican
platos de poca altura y base convexa levemente insinuadas, la mayoría de
estas piezas sin decorado, pero si lo lleva no presenta pintura. La
serie cerámica chicoide marca el momento de más alto desarrollo de la
cultura arauco-antillana de los taínos. Las piezas de paredes gruesas y
la decoración a base de líneas ovoides o de rectángulos alargados y
circundados por otra línea recta que terminan en los extremos con puntos
gruesos. Las incisiones son anchas, profundas y esparcidas entre sí.
En cuanto a las formas, abundan los boles, las piezas naviculares,
los platos y las escudillas. Las
asas son un elemento distintivo de la cerámica chicoide de los taínos de
Cuba, se presentan bien definidas y modeladas, en forma de lazos las más
difundidas. En los platos se presentan las crestas internas, incisas y con
variados diseños. En cuanto a los burenes se fabrican más gruesos que
entre los sub-taínos y los idolillos de barro tienen un acabado más
perfecto y estético que entre los primeros. CAPÍTULO
II Asentamiento de la cultura hispánica en Cuba Primera etapa (1510-1607) Tras
la llegada del almirante Cristóbal Colón a la pequeña isla de Guanahaní
en el grupo de Las Bahamas el 12 de octubre de 1492, recibe información
de los aborígenes de que más
al sur hay tierra vasta y habitada, tierra
que ellos nombran Cuba y él supone sea Cipango, el reino del Gran Kan.
Pocos días después pone proa hacia la dirección señalada y al
anochecer del 27 de octubre divisa una porción de tierra en el horizonte.
Al amanecer del día siguiente desembarcan en un puerto natural al norte
de la provincia de Holguín en un sitio hoy identificado como Puerto de
Bariay. La
impresión del paisaje que tenía ante sus ojos le hizo escribir en su
Diario de Navegación extractado por Bartolomé de las Casas: “Dice
el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles todo
cercado el río, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores
y con sus frutos, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que
cantaban muy dulcemente: había gran cantidad de palmas de otra manera que
la de Guinea y de las nuestras;(...)Dice que es aquella isla la más
hermosa que ojos hayan visto”[8] Encantado
por la belleza del lugar y esperanzado en contactar con los habitantes de
aquel reino dorado que imagina, envía a dos de sus hombres, Rodrigo de
Xerez y Luis de la Torre para que exploren tierra adentro y traten de
contactar con las autoridades del lugar. Días después regresan sus
emisarios, contentos y asombrados de la gente de esta tierra pero sin
noticias de aquel reino rico que busca el Almirante, de su información
verbal resume Colón en su Diario
de Navegación: “(...) los habían recibido con gran solemnidad (...)
los llevaron en brazos los más honorados del pueblo a la casa del
principal y diéronle dos sillas (...) y ellos todos se sentaron en
derredor de ellos (...)[9] Estuvo
explorando las costas de Cuba, poco más de un mes, primero enrumbo al
noroeste y llegó a la actual bahía de Puerto Padre para continuar su
navegación por ese rumbo hasta cerca de la bahía de Nuevitas, giró
hacia el oriente y navegó cercano a las costa norte de la zona oriental
hasta llegar el 5 de diciembre a la punta de Maisí a la que llamó Alfa
y Omega por creerla principio y fin de estas tierras que el opinaba
unida al continente, luego salió de las aguas de Cuba. En
su segundo viaje llega a punta de Maisí y costea por el sur la isla de
Cuba hasta llegar a una amplia bahía que el llamó Puerto Grande(la
actual bahía de Guantánamo), gira al sur se encuentra con Jamaica,
retorna a Cuba, bordea Cabo Cruz y se interna por un laberinto de islitas
que bautizó Jardines de la Reina, navegando luego hasta
Guaniguanico, en la costa sur pinareña
y ordenando a su escribano, Fernando Pérez de Luna que hiciera constar
que esta no era isla sino tierra firme. A su regreso descubre la Isla de
Pinos a la que nombró San Juan Evangelista, siguiendo luego a
Jamaica. Durante
varios años la conquista de América se limitó a la colonización de la
isla La Española, convertida en base de operaciones para la exploración
del enorme continente que aún los navegantes españoles no tenían como
continente nuevo para ellos, sino como parte del Asia. Cuba quedó
relegada, visitada esporádicamente por los buscadores de esclavos,
fugitivos o los que forzados por un naufragio se vieron obligados a
permanecer en la misma. Entre 1505 y 1507 Vicente Yáñez
Pinzón, compañero de Colón en el primer viaje, circunvala la isla y
rompe el mito de su unión con el continente, viaje reemprendido de forma
oficial por Sebastián de Ocampo en 1509, como preámbulo a la conquista
de Cuba. Con
la llegada a La Española del virrey Diego Colón se reaniman los planes
de la monarquía para colonizar otros territorios, entre ellos Cuba,
encomienda que es encargada a un rico vecino de esta colonia, Diego Velázquez
y Cuellar(1461-1524) quien costeó la expedición acompañado de unos 300
españoles y un indeterminado número de indígenas. Tenía el título de
Adelantado de Cuba, que equivalía al grado de Teniente Gobernador y partió
de Salvatierra de la Sabana a fines de 1510 y en fecha no precisada de ese
mismo año llegó con su expedición a la Bahía de Palmas, a la entrada
de la gran bahía de Guantánamo, ya explorada por Colón y posiblemente
por otros navegantes españoles asentados en La Española. Encontró
desde su llegada una fuerte resistencia de los aborígenes de esta zona,
conocedores de las crueldades de los españoles en la colonia de la vecina
isla y dispuestos a no permitirle la permanencia. La superioridad tecnológica
de los españoles derrotó a los desesperados taínos liderados por el
cacique quisqueyano Hatuey, quien poco tiempo después fue capturado y
quemado vivo para servir de escarmiento a los rebeldes. Pacificado
el país el Adelantado funda la primera villa, Nuestra Señora de la
Asunción de Baracoa (15 de agosto de 1511)[10],
lugar ideal para ese momento, por su cercanía a La Española y enclavado
en el territorio de los aborígenes taínos, con cultura similar a los que
ellos habían encontrado en la vecina isla. Detalles que ellos no debieron
desconocer en su momento. A
fines de 1512 llega a Cuba procedente de Jamaica Pánfilo de Narváez(1470-1528)
con una fuerza compuesta de españoles e indios, su arribo impulsan los planes de Velásquez de recorrer y
conquistar el territorio de Cuba. Narváez
es enviado a la zona del río Cauto en la que se establece y meses después
el Adelantado le ordena avanzar hacia el interior de la isla, dejando una huella de sangre por su crueldad con los
aborígenes, pese a las protestas del joven fraile franciscano Bartolomé
de las Casas quien lo acompaña. Por
la costa norte avanza un segundo grupo de españoles en un bergantín
hacia el occidente al mando de Diego Velázquez hasta la bahía de Nipe,
allí el Adelantado parte rumbo a la zona del Cauto a pie, en tanto el
bergantín continua costeando por el norte capitaneado por su segundo
Francisco Morales. Al
llegar a la zona del Cauto, Velázquez funda la segunda villa en un fértil
valle poblado de aborígenes
y buena comunicación, junto al río Yara, en el lugar que fuera quemado
el cacique Hatuey, San Salvador (5 de nov. de1513),
que a fines de 1514 pasa a
las márgenes del río Bayamo. Luego
continua con una partida en canoa bordeando la costa sur hacia la región
central del país y encuentra una numerosa población autóctona, en
tierras fértiles, de buena comunicación marítima y por ello funda la
villa de la Santísima Trinidad (1514) y poco después en la misma
zona pero tierra adentro a orillas del río Tuinicú, la villa de Sancti-Spíritus
(junio de 1514). Ese
mismo año en la bahía de Nuevitas, el grupo de españoles que se
desplaza con el bergantín por la costa norte de Cuba comandado por
Francisco Morales, lugarteniente de Velázquez,
funda la villa de Santa María de Puerto Príncipe (2 de
febrero1514) en la Punta de Cuincho, entre la ensenada de Mayanabo y la
bahía de Nuevitas, en 1516 la villa es trasladada hacia las márgenes del
río Caonao y en 1528 tierra adentro en un territorio entre los ríos Tínima
y Jatibonico. Más
hacia el occidente posiblemente
en la desembocadura del río Hondo, en la costa sur de la actual provincia
de La Habana, Diego Velázquez funda la sexta villa, San Cristóbal(1515),
trasladada hacia la costa norte cerca de la desembocadura del río
Casiguagua (Almendares), hasta encontrar su emplazamiento en 1519, en la
abrigada bahía de
Carenas. Cumplida
la conquista de toda la isla, Diego Velázquez regresa a la zona oriental
y funda una nueva villa, Santiago de Cuba(1515) en una bahía con fácil
acceso al interior del país y a las rutas
de La Española con Jamaica y las tierras caribeñas de Centro y
Sudamérica, focos de las conquistas hispanas de la época. Dada su posición
estratégica en 1522 Velázquez traslada la capital de la colonia hacia
esta villa. La
creación de siete villas en el breve plazo de tres años, con una escasa
población española, está determinada por la importancia que para los
conquistadores tiene la creación de Cabildos. Al
crearse una villa se
deslindaban primero las parcelas para los edificios públicos alrededor de
una plaza, y después se designaban las parcelas para los vecinos
fundadores, muy cerca de las tierras mercedadas de cada colono. Los
concesionarios de parcela debían construir casa en un tiempo determinado
sino quería perder la concesión, por lo general esta primera vivienda
era una casa del mismo estilo que las aborígenes, de madera y
guano. Esto
daba derecho a tener tierras mercedadas, que eran parcelas donadas por el
rey por cuatro años y que podían ser propiedad del usufructuario si las
ponía a producir. Estas mercedes de tierra variaban su extensión según
fuera la jerarquía del beneficiario. Diego
Velázquez estuvo facultado por el rey como “repartidor de indios”[11]
y posteriormente para conceder “mercedes de tierra”[12]
, junto con otras medidas tendiente a estimular la colonización de la
Isla. Posteriormente
los Cabildo continuaron otorgando
las mercedes de tierra, facultad refrendada por el Oidor de Santo Domingo,
Alonso de Cáceres en 1573. La
tenencia de tierras desde estos primeros tiempos de la colonización se
convirtió en una fuente de poder, influencia y enriquecimiento de los
colonos quienes junto a este privilegio real necesitaban la mano de obra
que hará producir esas tierras. Esos
trabajadores lo obtenían a través de las encomiendas, institución que le encarga un número determinado de aborígenes.
La Real Orden de 1513 es clara en cuanto a los objetivos de esta repartición
de indios: “(...) las personas a quien ansi repartierdes los dichos
indios, como dicho es, los tengan e traten e se sirvan e aprovechen dellos
segun e por la forma e manera con las condiciones que vos ordenardes e
mejor bien visto fuere (...)” [13] Las villas además se creaban
en lugares de alta concentración de aborígenes, o cercanas a
puertos y tenían como fin primordial la creación del mecanismo
legal para enriquecer a aquella horda de segundones, perdedores, hombres
de guerra, aventureros y cuanta lacra cayó por el Nuevo Mundo en mayoría
tal que hizo excepcional la presencia de los seres buenos. La
Encomienda fue la creación diabólica para estos fines de enriquecimiento
rápido, se aplicaba ya en Santo Domingo y era causa de que en menos de
dos décadas la población taína en esa isla ya mostraba signo de
desaparecer por disímiles causas, todas asociadas al trabajo esclavo y su
justa rebeldía para oponerse. Solo un dato, según Pedro Mártir de
Anglería unos cuarenta mil aborígenes fueron cazados y llevados a la
fuerza a La Española, provenientes de las islas adyacentes entre 1509 y
1513[14],
para poder reponer la mano de obra ya escasa para acelerar la búsqueda de
oro exigido de forma apremiante por los muy católicos reyes de España. La
aplicación de la encomienda en la isla de Cuba permitió al Adelantado
repartir a estos infelices entre los señores de la conquista a fin de que
estos los “cristianizaran” a cambio de que estos trabajaran para ellos
mientras durara la encomienda. Legalmente no eran esclavos, pero en la práctica
fueron sometidos a peores tratos, trabajando intensamente en las labores
agrícolas, los lavaderos de oro y otras faenas que garantizaban la
supervivencia de la colonia. La
población nativa de Cuba que ha sido calculada entre ochenta y cien mil
personas al inicio de la conquista fue prácticamente exterminada en menos
de cinco décadas, por el duro trabajo, el hambre, los suicidios, las
epidemias, los malos tratos y la justa rebeldía ante la violencia
coercitiva. Las
ambiciones de Velázquez por expandir la conquista hacia tierras
continentales le hizo mucho daño al progreso de la colonia. Otro factor
que conspiró contra el progreso del enclave fue la poca abundancia de oro
en la isla, hecho que desanimó a los conquistadores que venían en busca
de un enriquecimiento rápido y los hizo unirse a los nuevos planes de
conquista que se gestaban. En
1517 Diego Velázquez patrocina con sus propios recursos y sin permiso del
Rey, una expedición de exploración a las costa de la península de Yucatán
y sus inmediaciones a cargo de Hernando de Córdoba y una segunda con el
mismo destino en 1518 con el mismo destino y dirigida por su sobrino Juan
de Grijalva. Con
las noticias recopilada en ambos viajes y el aliento de un gran botín,
Diego Velázquez organiza una tercera expedición capitaneada por Hernán
Cortés (1518),quien lo traiciona y rompe los vínculos con él,
dirigiendo la célebre expedición que comenzó la conquista de México. El
éxito de Cortés provocó una estampida de los españoles asentados en
Cuba, más de dos mil abandonaron la isla en busca de oro y fortuna fácil,
pero lo peor fue que se puso al servicio de estas expediciones el capital
necesario para el desarrollo de la colonia. En 1526 el Rey de España
prohibió el abandono de la isla sin autorización, bajo pena de muerte y
confiscación de bienes, era una medida tardía. La
total pacificación de la isla nunca fue una realidad para la colonia en
el siglo XVI. En los documentos de la época se habla con frecuencia de
“provincias indias”, territorios intrincados habitados por grupos de
aborígenes que no se sometieron a la encomienda. Estos mantuvieron una
latente rebeldía que por momento se hizo intensa y atrevida, llegando en
algunas etapas a poner en peligro el trabajo de los lavaderos de oro, las
haciendas y hasta las mismas villas. No
era un movimiento coordinado, sino la expresión natural y espontánea a
la explotación y los desmanes del conquistador. La prueba de la magnitud
que alcanzan esta incursiones punitivas de los naturales del país es la
carta que le hace el Adelantado Velázquez a Rodrigo de Tamayo, en ella además
de designarlo para dirigir las fuerzas para sofocar la rebelión lo
instruye en los siguientes términos: “(...) por la presente en
nombre de sus majestades e por virtud de sus poderes Reales que tengo os
doy licencia pa q podays y con la gente q vierds ser necesaria de españoles
contra los dhos indios cayos a los qles podays dar guerra hiriéndolos e
prendiéndolos e a lo q se os defendieren los podays matar por mana q los
demás indios cayos escarmienten de cometer lo semejantes delitos(...)”[15] Con
la muerte de Velásquez (1524) y la isla casi abandonada por los colonos
españoles se reavivaron las rebeldías indígenas. Se incrementan los
ataques de hacienda, liberación de indios encomendados y esclavos,
asaltos a españoles aislados. La rebeldía de los nativos se hace el
mayor problema político de la colonia. Ya
desde inicio de la década hay un incremento de apalancamiento de los aborígenes,
que a lo largo de estos años han ido asimilando técnicas europeas,
manejo de armas, monta de caballos, conocimiento de su idioma y tácticas
guerrilleras que hicieron muy difícil la situación de los minoritarios núcleos
de españoles en las villas. Con
la intensificación de la rebeldía el asunto llega hasta el
Consejo de Indias y hasta el mismo rey Calos I ordena medidas muy drásticas
contra los sublevados:”Hazelles heis guerra como contra vasallos nros.
questan alçados y rebelados contra nro. Servio y fidelidad para que
cualquier persona los pueda matar y prender y hazer todo el
que quieran syn por ello caher ni incurrir en pena alguna (...)[16] Manuel
de Rojas, sucesor de Velázquez organiza cuadrillas para perseguirlos,
pero sin éxito. La colonia pasa por su peor momento para los europeos,
que se ven acorralados en sus haciendas y villas casi deshabitadas. El
estado de rebeldía es tal que los nativos atacan y queman las villas de
Baracoa y Puerto Príncipe. Uno de los líderes de esta
rebelión generalizada es el cacique taíno Guamá, que desde las montañas
de Baracoa causó fuerte dolores de cabeza a los colonizadores durante
unos diez años, hasta su muerte en 1532.
La muerte de Guamá y la epidemia de viruela que se produjo en 1533
y mató a miles de aborígenes provocó una recaída de la insurrección
que poco después, 1538, recobra fuerza con la salida de la expedición de
Hernando de Soto para La Florida. La
rebeldía se mantuvo latente hasta la década del cincuenta de ese siglo
cuando se aplicó la Ordenanza de la abolición de la Encomienda,
promulgada en 1542 y suspendida por la negativa de los poderosos
encomenderos. Con
la disminución de la población aborigen, la rebeldía latente de los que
no estaban sometido al régimen de encomienda, la casi nula producción de
oro y el paso gradual a una economía de servicio en función de la
conquista de las ricas colonia del continente, ya la institución de la
encomienda perdió su importancia en Cuba, esto unido al conocimiento
gradual por los aborígenes de que esta había sido abolida por el rey
determinó la disolución de las encomiendas que quedaban. La
población autóctona del país estaba muy reducida, pero aún era mayoría
a mediados del siglo XVI, algunos cientos de ellos sobrevivían en
intrincados parajes de la isla y otros tantos vivían, asimilados o no, de
forma pacífica en las villas y haciendas españolas, mestizándose con
los españoles y los negros africanos, cuya introducción ya había
comenzado de forma lenta pero gradual. Se crearon los pueblos de indios
para agrupar a los que pacificados se acogieron a esta forma, de ellos los
más conocidos son los pueblos de Guanabacoa, Jiguaní y El Caney. Durante
la segunda mitad del siglo XVI se produce una tendencia al desarrollo autónomo
de la colonia de Cuba, motivado principalmente por el virtual abandono de
la isla por las autoridades de la metrópoli. Las ricas colonias de tierra
firme acaparan la atención y las inversiones reales a fin de incrementar
y asegurar las riquezas provenientes de estas regiones. Esta
situación produce en el país un interesante fenómeno de desplazamiento
del interés colonial hacia la villa de San Cristóbal de La Habana, ya
asentada en la estratégica bahía que hasta ahora los navegantes españoles
conocieron como puerto Carenas, al descubrirse la ruta de navegación
hacia España a través del paso de las Bahamas aprovechando las
corrientes del Golfo. Este
descubrimiento se produjo a raíz de la conquista de México por Hernán
Cortés(1519) quien al enviar un emisario al rey de España, lo hizo en un
barco cargado de riquezas tales, que no necesitó lastre para navegar y
conducido por el experimentado piloto Antón Alamino quien condujo la nave
por la nueva ruta, que sin dudas ya conocía. Este
descubrimiento acortaba el tiempo de navegación entre España y el Nuevo
Mundo, cuestión que cobró mucha importancia tras la conquista de los
imperios amerindios y es ahí donde la bahía de La Habana se les presentó como el
lugar ideal para recalar en la ida y luego en la vuelta, por sus
condiciones naturales, su ubicación frente a la corriente del golfo y su
factibilidad defensiva. Tal hecho marcó el desarrollo del puerto de La
Habana y la ciudad que junto a él creció: “Conocidas,
pues, las proporciones de la navegación de flotas y armadas en el retorno
de Nueva España a Europa por la costa del norte de Cuba y Canal Nuevo de
Bahamas, y establecida su carrera, fue consiguiente su arribo y escala de
ellos al puerto de La Habana, aumentando su tráfico y comercio”[17] Esta
nueva función del puerto de Carenas determinó el traslado de la villa de
San Cristóbal del sur al norte para fundirse con un pequeño poblado que
allí ya existía y crearse la nueva San Cristóbal de La Habana.[18] Ya
en la tercera década del siglo XVI “(...) ay muy buen pueblo adonde
Vienen muchos nabios de Castilla e de Yucatán e descargan mercadería e
contratan cada año cc pesos de derechos poco más o menos”[19] Esta
preponderancia de La Habana como puerto de encuentro y refugio de la flota
determinó que se acentuara el abandono y despoblamiento del resto de la
isla, que ya desde el inicio de la conquista de tierra firme había
comenzado y que continuó ahondando el abismo entre esta y las demás
villa, al trasladarse hacia esta la capital de la colonia y crearse el
monopolio comercial del puerto de La Habana. A
partir del establecimiento del sistema de flota para el comercio con las
posesiones españolas en América, La Habana se convierte en un enclave
importantísimo en ese eslabón. La llegada de la flota se convirtió en
el modo de vida de los habaneros, su llegada ponía a toda la villa en
función de sus necesidades, aunque tuvieran que pasarle por encima a las
leyes y las “buenas costumbres” de la época. La
flota traía miles de personas, entre marineros, soldados, viajeros y
funcionarios que se comportaban en La Habana como si estuvieran en una
ciudad sin ley. Los comerciantes y vecinos se complacían en satisfacer
todas las necesidades de los forasteros con el único fin de hacerles
gastar parte de las riquezas que traían. Fernando
Ortiz en su libro “Los Negros Curros”
caracteriza estos primeros tiempos de La Habana, “(...)puerto
marítimo muy frecuentado, famoso por sus diversiones y libertinajes, a
los que se daban en sus luengas estadas la gente marinera y advenediza de
la flota junto con los esclavos bullangueros y las mujeres de rumbo, en
los bodegones de las negras mondongueras, en los garitos o tablajes puesto
por generales y almirantes
para la tahurería y en los parajes, aún menos santos, por los bohíos y
casas de embarrado(...)[20] En
esta segunda mitad del siglo XVI las villas del interior desarrollaron una
economía basada en la ganadería como producto de exportación y la
agricultura de subsistencia. La exportación de carne salada, ganado en
pie, incluyendo los equinos y los cueros, fueron renglones que fueron
sustituyendo al inexistente oro y comenzó a desarrollarse un nuevo
comercio no autorizado con comerciantes europeos, españoles o no, que
poco a poco se convirtió en la principal fuente de enriquecimiento de
esta población del interior del país. Los
cabildos se fortalecieron y basan sus preocupaciones políticas en las
necesidades de su región específica. Desde 1536 adquieren la
prerrogativa de repartir tierras, facultad que le ratifica el Oidor de la
Audiencia de Santo Domingo Alonso de Cáceres en su visita de 1573, este
funcionario reorganiza los cabildos de tal manera que esta institución
legalizó su influencia en la vida económica y social de las regiones de
la isla. Desde
inicio de la conquista fue una preocupación de la monarquía española
ejercer un monopolio sobre la explotación de las nuevas tierras
descubiertas, dejando fuera a las otras potencias europeas que en la
medida que avanzaba el siglo XVI y se constata las fabulosas riquezas del
Nuevo Mundo, comienzan a disputar a España la supremacía, utilizando
todos los medios posibles. Una
de las principales medidas adoptadas por estos monarcas fue la autorización
a sus nacionales para ejercer el corso y la piratería contra los buques
españoles que hacían la travesía cargados de riquezas desde América.
Las pérdidas para España fueron tan cuantiosas que a partir de
1561 se estableció el sistema de flotas y rutas fijas desde España hasta
América y viceversa, teniendo a La Habana como punto de concentración de
la flota. En
1537 se produce el primer ataque pirata en la colonia de Cuba, al asaltar
piratas franceses en la bahía de La Habana a dos buques españoles
provenientes de México. A partir de ese momento fueron constantes los
asaltos a las poblaciones y los barcos en la colonia, incluyendo el asalto
a Baracoa, Santiago de Cuba, Puerto Príncipe y La Habana, esta última
ocupada y destruida en 1555 por el pirata francés Jacques de Sores. El
asalto a La Habana por de Sores conmovió a las autoridades de la Corona,
que comprendieron la importancia de la bahía
y la necesidad de crear un sistema de defensa que la resguardaran
del peligro de otro ataque. Este puerto era clave en la navegación desde
y hacia España, por lo que el Consejo de Indias decide fortificarla,
incluyendo dos castillos a la entrada de la bahía, reconstrucción del
castillo de La Fuerza y levantamiento de una muralla perimetral
de la villa. La
Habana era ya desde hacía varias décadas la principal población de la
colonia, el puerto más frecuentado de América y por ende los
gobernadores de la isla, desde Hernado de Soto permanecían más en La
Habana que en Santiago, hasta que definitivamente Gonzalo de Angulo fija
su residencia en la ciudad, decisión aprobada por la Audiencia de Santo
Domingo el 26 de julio de 1553. El
protagonismo de La Habana a partir de 1555 acentúa el aislamiento del
resto del país, que tuvo que enfrentar a la piratería prácticamente con
sus propios recursos, pero que también le permitió desarrollar el
comercio de contrabando o rescate, convertido en un negocio muy floreciente que envuelve no solo
a los naturales, sino a las autoridades civiles, militares y eclesiásticas.
A cambio de sus producciones los rescatistas recibían esclavos,
manufacturas y mercaderías diversas, que permitieron un rápido
desarrollo a villas como Bayamo, Puerto Príncipe, San Juan de los
Remedios y Trinidad, entre otras. Por su volumen este comercio llegó a
ser mayor al que estas regiones tenían con su metrópoli, España. En
1603 España firma la paz con Inglaterra lo que permite iniciar un
conjunto de medidas para recuperar el
poder absoluto que las guerras has disipado un poco; en el caso de Cuba
las medidas reales van dirigidas a suprimir el comercio ilegal de los
habitantes de la isla y para ello instruye al gobernador Pedro Valdés
para que procese a los contrabandistas de la zona oriental, sobretodo a la
población de Bayamo, donde están comprometidos no solo los hacendados y
comerciantes sino las autoridades. Para
hacer cumplir la orden el Gobernador envió a esa región al licenciado Suárez
Poágo, quien constató la participación de casi toda la población y las
autoridades en el ilícito negocio, al intentar enjuiciarlos chocó con la
rebeldía de la población, dispuesta a impedir el castigo de los
rescatadores. El
“escándalo de Bayamo” dejó a la vista la creación de intereses autónomos
en las desatendidas villas, la influencia
y riqueza de un grupo de naturales del país y su disposición a
oponerse a lo que consideraban una injusticia. La
evidente falta de autoridad monárquica en la región oriental de la isla
hizo que el rey adoptara como medida el crear un gobierno en esa región,
subordinado al de La Habana en lo político y lo militar, pero con
autonomía para aplicar una política centralizadora en su territorio, por
ello el gobernador de esta zona, con rango de Capitán a Guerra lo
nombraba el rey, como el de toda la isla. Esta división de la gobernación
de la isla duró hasta 1698, aunque el rey siguió nombrando
posteriormente al gobernador de la región oriental. A
la par de la conquista y la
repartición de las Encomiendas, marchó la organización del gobierno. La
organización del gobierno colonial tenía a Diego Velázquez como su más
alta figura, Gobernador de la Isla, subordinado al virrey de Santo Domingo
con el título de Adelantado, venía acompañado por otros funcionarios
reales, como el factor, quien lleva los inventarios de las
pertenencias reales, entrada y salida de mercancías y cobro de impuestos
de exportación e importación; el tesorero, quien guarda la renta
del monarca además de cobrar y pagar en su nombre; el contador,
encargado de las cuentas de ingresos y egresos del tesoro real y el veedor,
responsable de velar por la fundición de oro, pesarlo y separar el quinto
real. Cada uno de estos funcionarios era independiente y solo respondían
a la Casa de Contratación de Sevilla, modo muy eficaz que tenía el Rey
para velar por sus intereses. Los
habitantes españoles de la colonia participaban en el gobierno de forma
restringida a través de los consejos municipales o Cabildos. Este era
presidido por un alcalde y los regidores. Estos Cabildo, eran la
estructura más importante en las villas y sus alrededores y estaba
formado por un número de tres a cinco regidores. En estos primeros años
de colonización llegaron a tener notable influencia y poder en la zona de
su jurisdicción, siendo dominados por la naciente oligarquía de la
tierra. El
criollo La
llegada de los conquistadores a Cuba significó el traumático encuentro
entre dos culturas, una tecnológica y culturalmente fuerte, en camino de
la consolidación del Estado Nacional y mestizada en un conglomerado de
pueblos y culturas aún no fraguado del todo al enfrentar la aventura de
la colonización del “Nuevo Mundo”. La
otra, una cultura primaria en tránsito de descomposición de la comunidad
primitiva y una abismal diferencia tecnológica que determinó su
sojuzgamiento por las huestes conquistadoras hispanas. Población
básicamente masculina, que viene a conquistar fortuna rápida, esta
primera oleada no es de colonos con sus familias, dispuestos a quedarse en
las nuevas tierras, sino aventureros que se amanceban con las mujeres
nativas, algunos constituyeron
familias con ellas, y otros se establecieron en la isla con esposas
venidas de la península. En
América el español repite el experimento que había realizado en su
propio país: mestizarse. Durante siglos los moros, cristianos, judíos y
gitanos se interrelacionaron en la península ibérica, hasta que el espíritu
de la Contrarreforma les obligó a decidirse por la conversión o la
expulsión. Por
documentos del siglo XIV se conoce que en Sevilla había población negra
con sus cabildos de nación, tanto libres como esclavos y que no pocos de
ellos pasaron a América y en particular a Cuba, aún antes que fuera traído
el primer esclavo africano en el siglo XVI. De
España vinieron gente de todas clases y de todas partes, la conquista fue
una salida para hidalgos pobres, desheredados, segundones, gente humilde y
marginales de todo tipo.
“Ellos
no trajeron ni podían traer, el nivel cultural existente en la España
del siglo XVI. De hecho ellos mismos eran unos desarraigados que vinieron
a crear una peculiar cultura en su adaptación al medio natural y humano
que hallaron”
[21]
En
medio de la traumática situación de la conquista el intercambio cultural
en Cuba fue una relación de pérdida y adquisición. Con
los conquistadores llegaron los negros, los primeros asimilados y ya
transculturados. Luego, poco a poco fueron traídos los esclavos africanos
de diversas etnias y culturas. Solo pudieron traer consigo su mundo
espiritual, su cultura intangible, que ellos se encargaron de disfrazar,
disimulándola en la cultura dominante, con elementos sincréticos de
raigambre autóctona para la nueva realidad de la isla. Diezmada
pero no extinguida la población aborigen de Cuba forma parte de la mezcla
racial del “criollo”. Indias fueron tomadas por la fuerza, desposadas
o mantenidas en concubinato por los conquistadores. De esas uniones
nacieron los primeros mestizos de esta tierra. De
su cultura, la huella rural de su ajuar de utensilios de uso: el bohío,
la hamaca, la coa, la barbacoa, el conuco, el casabe. El aporte de sus
productos a la dieta del hombre de esta tierra: la yuca, el boniato, el ñame,
el maiz, la papaya, la anana(piña), la guayaba, el tabaco, etc.; y la
toponimia más peculiar de los campos de Cuba: Baracoa, Jagua, Caonao,
Guacanayabo, Maniabón, Guanabo, Mayabe, Guanabacoa, Juguaní, Baní,
Yumurí, Guantánamo, etc. En
la tercera y cuarta década del siglo XVI comienza a manifestarse en el ámbito
socio-cultural de la colonia, una población, aún en minoría. Nacidos en
el país, cuyo rasgo principal
es el mestizaje, racial o cultural, o ambos, con sentido de apego y
pertenencia a la comarca en la que crece, al que ya los documentos de la
época comienzan a distinguir como “hijos de la tierra” o
“criollos”. Distinción y pertenencia más arraigada en el interior
del país donde el aislamiento y el contacto con el “otro” que habla
otra lengua, tiene otras costumbres y con quien mantiene relaciones
mercantiles, de distanciamiento y desconfianza
por los azarosos día de piratería
y de rescate que se viven, afianzan ese sentido de “criollidad”
y endogenismo. En
La Habana ese sentido de pertenencia es más cosmopolita, el rey lejano,
pero omnipresente, se hace sentir más que en el interior. Los grupos
dominantes, aunque desarrollan ese sentido de pertenencia habanero, miran
sus intereses atados a la corona y la oligarquía comercial peninsular,
aunque llegado el caso responden a sus intereses de clase y de grupo. Las
población humilde en la capital colonial evoluciona también en el
sentido de la pertenencia, pero más abiertos a las influencias
socio-culturales que le llegan de otras partes. A fines del siglo XVI tenemos una población heterogénea, en la que se destacan los rasgos particulares del nacido en esta tierra, con sus diferencias regionales y de clase. La Iglesia en Cuba y los primeros pasos en la enseñanza En
la conquista del Nuevo Mundo participó la Iglesia Católica apoyando el
proyecto colonizador emprendido por los Reyes de España. La poderosa
institución que era entonces la Iglesia venía con el propósito
anunciado de expandir la fe entre los pobladores de las nuevas tierra que
se encontraban, la realidad fue de que prestó el sustento ideológico a
la explotación de la población nativa de estas tierras al justificar su
sometimiento a la necesidad de su conversión cristiana, tras la cual
encendió su enriquecimiento a través de los diezmos y de la participación
directa de sus funcionarios en empresas económicas expoliadoras del
aborigen americano. A
pesar de su influencia la Iglesia tuvo que acatar las imposiciones
absolutistas de los reyes de España que se abrogaron el derecho de
nombrar los obispos y principales autoridades eclesiásticas para América,
aunque le permitió autonomía en su trabajo sin subordinarse a las autoridades coloniales, lo que se
convirtió en una fuente de perenne conflicto entre las autoridades
coloniales y la iglesia. El
contingente conquistador de Diego Velázquez incluía a varios frailes
entre los que se encontraba Juan de Tesín[22],
poco tiempo después se les unió el fraile franciscano Bartolomé de las
Casas, hombre de gran bondad y sentido de la justicia En
1516 se crea el obispado de Cuba con sede en Baracoa para el cual fue
nombrado fray Bernardo Mesa, prelado que nunca estuvo en Cuba, ni hizo
nada por sus feligreses. En 1518 el rey nombra como obispo de Cuba al
flamenco Juan de Witte, quien tampoco vino a la isla a hacerse cargo de su
diócesis pero que sin embargo hace las primeras gestiones para organizar
el obispado, regula el funcionamiento de la diócesis, el cobro de diezmo
y distribución de fondos para las obligaciones de la Iglesia. Aunque
de forma precaria las siete villas tienen iglesia con un religioso que la
atienda, todos ellos frailes que fueron preferido por la Corona en esta
misión “civilizadora” que se le encargaba en estas tierras.
Predominaban entre ellos los de las Órdenes de los Dominicos y los
Franciscano quienes se establecieron en Santo Domingo y de aquí con Velázquez
los segundos pasaron a Cuba para cumplir su tarea evangelizadora. Se
adaptaron a la realidad de la conquista santificando en sentido general la
actuación de los colonos encomenderos, participando en la explotación
del indio, algunos con encomiendas y propiedades y convertidos en
defensores de los intereses terrenales de la Iglesia por encima de su
labor espiritual. Con
el traslado de la capital para Santiago de Cuba, el obispado muda su sede
para la misma en 1523 y siguiendo las indicaciones de Witte se crean seis
dignidades en la catedral, entre ella la de maestrescuela, con la
obligación de enseñar gramática a los curas y a todos los que quieran
aprenderla. En
1523 ya había maestro de enseñar gramática en Santiago
de Cuba, llamado Aquiles de Holden, creado el cargo de
maestrescuela el primero en ocuparlo fue Sancho de Céspedes sucediéndole
Pedro de Andrade. Con
el nombramiento de fray Miguel Ramírez para el obispado de Cuba la diócesis
cuenta con el primer obispo en ejercicio, caracterizado como hombre muy práctico,
se preocupó por las recaudaciones del diezmo y el incremento de las
propiedades de su iglesia, aún modesta hasta el punto que no contaba con
ningún templo de piedra dentro de su jurisdicción. Le
siguió otro obispo de similares características Diego Sarmiento, quien
constata la pobreza de las villas en su visita pastoral de 1544 de
la que informa luego al rey que en todo el país hay apenas doce clérigo
en funciones, de ellos tres en el recién creado convento de San Francisco
de Santiago de Cuba, que según el obispo, “sabían poca o ninguna gramática”[23]
y que en la catedral había tres religiosos: un predicador, un bachiller y
un mestizo de la villa que toca el órgano, enseña gramática y es de
conducta intachable, era el joven criollo Miguel Velázquez, la primera
persona del país de quien se tiene noticias. Miguel
Velázquez, mestizo de india y español estudió en Sevilla y al regresar
a Santiago se desempeñó como cantor, organizó la capilla de música
de la catedral, y maestrescuela con la obligación de enseñar música y
gramática a los clérigos. Fue una destacada figura de la sociedad de su
tiempo en la que se le tenía por hombre honestísimo, cualidad que allí
no abundaba, además de inteligente y culto. Fue corregidor de
Ayuntamiento y canónigo de la catedral a partir de 1544. En tal se le
apreciaba que el contador real de la isla Juan Agramonte dijo de él: “(...)mozo
edad, anciano en doctrina y ejemplo”[24] En
Velázquez se aprecia un primer momento de surgimiento del espíritu
criollo en la isla, no era el único, ya crecían muchos criollos mestizos
o no en las villas y haciendas, pero su inteligencia y sensibilidad
espiritual le permiten recoger en una carta dirigida a su amigo el obispo
Diego Sarmiento su tristeza ante la situación de intrigas,
enfrentamientos internos y ambiciones de
los fundadores: “Triste tierra, como tierra tiranizada y de señorío”[25] La
Iglesia en Cuba no se ocupó de la labor misionera que le correspondía de
acuerdo con los fines evangelizadores que tenía entre sus objetivos, el
nativo de la tierra apenas tenía tiempo para recibir las “nuevas
doctrinas” y los religiosos en el país eran poco. La labor pastoral de
la Iglesia Católica se limitó casi por completo a la población europea
que vivía en las villas y sus cercanías y puede afirmarse que hasta
fines del siglo XVII la
Iglesia no penetró en los campos de Cuba[26]. La
principal función de la Iglesia era ideológica, ella velaba por el
cumplimiento de la moral y las buenas costumbres cristianas, por el
cumplimiento de los deberes de todo buen cristiano, asistencia a la
Iglesia, adoración a Dios y la contribución económica para el
sostenimiento de la misma. En la colonia de Cuba en estos dos primeros
siglos de asentamiento colonial, mucho dio que hablar el clero arrastrado
a complicidades, corrupciones y concupiscencia Desde
los primeros momentos la vida cultural y social de la población de la
colonia en el siglo XVI y XVII se organiza alrededor de la liturgia de la
Iglesia católica. La misa dominical era el principal evento social de la
villa y las festividades
religiosas eran las principales actividades culturales que en ellas se
desarrollaban. De ellas el Corpus Christi, celebrado por vez primera en
Santiago de Cuba en 1520 era el principal festejo religioso popular de la
colonia.[27] En esta época eran funciones
de la Iglesia, la enseñanza, la
atención hospitalaria y la asistencia social, servicios importantes que
debían desarrollar con los fondos de sus diócesis, lo que nos da la
medida de lo poco que podían hacer en una colonia pobre y con tantos
intereses creados para disponer de esos fondos. Con la isla casi despoblada
a mediados del siglo XVI la isla no tenía ninguna escuela
funcionando. La generalidad de la población blanca no tenía educación más
allá de las primeras letras. Los vecinos pudientes pagaban preceptores
para sus hijos o los enviaban a España y para los indios que quedaban, la
evangelización fue solo un barniz de apariencia dado el poco interés y
la escasez de las Iglesias. En
la segunda mitad del siglo XVI desaparece la escuela de la catedral de
Santiago tras el traslado del obispo a Bayamo por temor a los piratas,
donde no se restablece la escuela a pesar de la donación de Francisco
Parada para crear tres capellanías, una de las cuales sería de gramática. España
vivía su “Siglo de Oro” en la literatura y las artes impulsada por la
bonanza de las riquezas saqueadas en América, pero a Cuba apenas si se le
prestó atención. Mientras
las órdenes religiosas comienzan a establecerse en la isla, pese a la
oposición férrea de la Iglesia, que ve en ellos a competidores por la
poca riqueza del país. Los primeros en establecerse son los Franciscanos
en Santiago de Cuba (noviembre de 1531), con un intento anterior en 1529,
que fracasa por la hostilidad de la Iglesia En
San Cristóbal de la Habana, ya una influyente y próspera villa se
asientan los jesuitas (1566), venidos con el gobernador Menéndez de Avilés
para establecerse en la Florida. Era un pequeño grupo de monjes que
organiza la primera escuela del poblado con el fin de preparar personal
para que los sirviese. La misma funcionó hasta 1574 en la pequeña ermita
de San Juan, con la salida de Avilés los jesuitas se retiraron al
Virreinato de Nueva España (México). En
1574 se establecen en La Habana los monjes franciscanos y cuatro años
después los monjes dominicos. Ambas órdenes llegan en un buen momento en
el desarrollo de la villa, por lo que se pudieron beneficiar con los
donativos de los vecinos. Ellos establecieron en sus conventos centros de
enseñanza para los hijos de los vecinos pudientes, impartiendo gramática
latina y religión. En
1599 los franciscano se establecen en Puerto Príncipe y en 1601 lo hacen
los mercedarios. Según informe del gobernador Gaspar Ruiz de Pereda
(noviembre de 1609) los franciscanos también se había establecido en
Bayamo y los mercedarios en Trinidad. En 1603 los religiosos de San Juan
de Dios se radicaron en La Habana ocupándose de las labores hospitalarias
y en 1608 se radican en La Haban los monjes de la orden de San Agustín. Todos
estos conventos e instituciones religiosas contaban con muy pocos frailes,
que en su conjunto nunca llegaron a las dos docenas a lo largo del siglo
XVI, debido a la pobreza de la colonia que no podía permitirse el lujo de
mantener una gran población eclesiástica. “Durante
los siglos XVI y XVII y por mucho tiempo después, las órdenes y cofradías
religiosas patrocinaban los principales instituciones de salud, educación
y beneficencia”.[28]
Estas cofradías estaban conformadas por devotos a un determinado santo
y eran muy influyente en estos primero tiempos. En el siglo XVI en
la villa de San Cristóbal de La Habana existían la cofradía de la Vera
Cruz y la del Santísimo Sacramento, presididas ambas por el
gobernador de la isla.[29] Por
estos años el cabildo habanero se interesó por primera vez por la
educación de los hijos de sus vecinos y costeó el sueldo de un maestro,
pero exigió a los vecinos notables una contribución que ayudaría al
sostenimiento de los conventos que desarrollaban esta labor educacional. Inicio
de la literatura en la isla Los
testimonios y vivencias de aquellos que participaron en la conquista y
fomento de la colonia en la isla de Cuba es de gran valor porque en ellos
aparece el entorno natural de aquellas tierras, su gente primigenia, con
sus costumbres y forma de ser, además de conocer la actitud del europeo
frente a una realidad que le es novedosa y desconocida, contando además
su relación con los nativos. En estas obras que
hoy conocemos por el genérico de Crónica de Indias tiene
su inicio con el diario de navegación del almirante Cristóbal Colón,
que fue el primero en dejarse llevar por el asombro y la exuberancia de un
paisaje que se convertiría en protagonista de una época. Según
José Antonio Portuondo, las referencias a la isla y los hechos
relacionados con su conquista, no escapan del pecado retórico y
pintoresquista común a las Crónicas de Indias.[30]
Dentro
de estas Crónica de Indias para Cuba tienen un valor mayor, la obra de
Gonzalo Fernández de Oviedo(1478-1557), “Historia General y Natural de
las Indias” editada en 15...., en la que relata la conquista de Cuba
justificando los métodos empleados por los españoles. La obra cuenta los
principales acontecimientos de la conquista, gestión del gobierno de Velázquez
y las expediciones a las costas de México y Centroamérica, comandadas
por Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, así como la
expedición de Hernán Cortés. El
fraile dominico Bartolomé de las Casas (1474-1566) fue otro de los
testigos excepcionales de los hechos de la conquista y formación de la
colonia en Santo Domingo y Cuba,
relatando sus vivencias en la “Historia de las Indias (15...). Aporta
muchos datos para estos principios históricos, pero sobretodo hace una
defensa muy comprometida de los habitantes nativos del país, condenando
el régimen de encomienda por
inhumano. Aunque
no escritas como relato, las cartas del Adelantado Diego Velázquez,
primer gobernador de Cuba, aportan muchos elementos para estos primeros
tiempos históricos en Cuba, principalmente las dos cartas dirigidas al
rey el 1º de abril de 1514 y 1º de agosto de 1515 en las que precisa
algunos hechos cardinales de la fundación de las primeras villas en Cuba. En
estos documentos están los primeros referentes al tema de la isla de
Cuba, en algunos de ellos las referencias españolas son a la “Isla de
Fernandina”, aquel rimbombante nombre que solo fue de uso
administrativo, puesto que para cartógrafos, geógrafos y marineros fue
solo Cuba, así como la conocían sus primeros habitantes y la siguieron
llamando los que la habitaban, nacidos o no por estos lares. Esta
tierra que no se caracterizó por ser fuente de riquezas acumulables, como
los metales y piedras preciosas o las ricas manufacturas de sus pobladores
originales; si pasa a ser distinguida por propios y extraños por su feraz
naturaleza, clima benigno, fauna amable, ubicación geográfica
privilegiada y otras muchas cualidades naturales alejadas de los extremos,
que hicieron fácil la “retórica y el pintoresquismo” de que habla
Portuondo, por lo que no es de extrañar que la primera obra propiamente
literaria en la que se trate el tema de la isla, sean esas características
las más resaltantes. Se
trata de setenta y cuatro estrofas reales del fraile franciscano Alonso
Escobedo, que forma parte de un poema mayor titulado “La Florida”,
escrito a fines del siglo XVI. Singular monje andaluz que vivió en Las
Antillas y en la península de La Florida unos diez años y en sus versos
dedicados a Cuba, a la cual llama “la Dorada”, narra un viaje de
Baracoa a La Habana. Escobedo era hombre de inquietudes literarias y letras bien aprendidas al que se le atribuyen cualidades de versificador juglaresco, amigo de la tertulia y de recitar versos.[31] Inicios de las artes Entre
los conquistadores que había venido con Velázquez se encontraban algunos
interpretes de instrumentos que no debieron faltar en aquellas primeras
festividades organizadas por la iglesia de la isla, “Porras cantor y
Alonso Morón, vihuelista, probablemente vecinos de Bayamo(...), Ortiz el
músico como lo llama Bernal Díaz del Castillo. Vecino de Trinidad, Ortiz
era considerado vecino de Trinidad, Ortiz era considerado un notable tañedor
de vihuela y de viola. También se afirma que enseñaba a danzar (...)”[32] Siendo
la Iglesia y sus festividades y liturgias las que regían la vida en la
colonia, no es de extrañar que sean justamente estas las únicas
manifestaciones culturales del período. A tal efecto eran las fiestas del
Corpus Christi, celebradas el jueves siguiente a la octava de Pentecostés
(once días después de estas fiestas) las que alcanzaron mayor
relevancia, principalmente en Santiago de Cuba, sede de la catedral
durante el siglo XVI. En
el Corpus Christi, como herencia de la tradición española, sonaba
la música, se organizaban
representaciones teatrales sobre temas bíblicos y en las procesiones se
danzaba al son de alegre música de jolgorio. Se celebraba entre fines de
mayo y principios de junio, sin fecha fija e incluye una ceremonia
religiosa en la Iglesia y la procesión que paseaba por las calles el
cuerpo de Cristo, simbolizado en la ostia consagrada por el obispo, detrás
venían los carros con representaciones de auto de fe, seguidas de grandes
muñecones (taracas y gigantes) acompañados de música y bailes. La
primera referencia en Cuba y el Nuevo Mundo sobre una representación para
estas festividades, data de 1520 cuando un documento del Cabildo
santiaguero menciona la entrega de treinta y seis pesos a Pedro de
Santiago por una danza para el Corpus Christi. En
Cuba se fue haciendo una costumbre, que a la salida de la procesión le
precediera religiosa, el mismo día,
un desfile de carácter popular, donde se cantaba y bailaba con
gran alegría, esto fue escandalizando al clero que veían como la
celebración iba convirtiéndose en una fiesta profana a pesar de las
prohibiciones. En
estas celebraciones sonaban ya los instrumentos que había traído el
conquistador. De esta manera se testimonia que desde mediados del siglo
XVI sonaban en la catedral de Santiago, el violín, la bandola [33],
el arpa, la chirimía [34]
y la corneta, todos instrumentos de origen europeo. La catedral contaba para el servicio religioso con un órgano
desde por lo menos 1544, año en que se reportaba lo tocaba Miguel Velázquez. En La Habana la fiesta del Corpus Christi fue adquiriendo
relevancia con el desarrollo de la villa, ya a finales del siglo XVI la
Parroquial Mayor, apoyada por el cabildo le da a la celebración el
esplendor necesario. Las
actas del Cabildo habanero mencionan a Pedro Castilla en varias ocasiones
a lo largo de la década de los setenta del siglo XVI, citándolo por los
pagos que se le hacían por la preparación de la representación del
Corpus Christi de los años 1570, 73 y 76, incluyendo descripciones sobre
el apoyo que debían recibir de la gente de oficios para la lucidez de la
fiesta. “(...)Se
acordó que el día de Corpus Christi viene presto e que para aquel día e
cosa conveniente al servicio de Dios nuestro Señor que en la procesión
e fiesta que se hiciere que haya algunos regocijos e fiestas
mandaron que para lo susodicho todos los oficiales como son sastres,
carpinteros, zapateros, ferreros e calafates saquen invenciones e juegos
para aquel día e que para ello se junten con Pedro Castilla el cual le
dará la orden de cómo lo han de hacer y repartir, así como que los negros
horros se junten para ayudar a dicha fiesta conforme a como lo mandare
Pedro Castilla con su invención”.[35] En
estos mismos documentos aparecen otros nombres de autores de piezas para
la “Fiesta de Carros”[36](28)
que año tras años ganaban en fastuosidad en la villa más importante de
la colonia, es así como aparecen los nombres de Juan Pérez (1577),
Francisco Mojica(1588) y Jorge Ortiz(1590). Este último recibió por su
trabajo 598 reales cinco veces más que lo recibido
por Pedro castilla veinte años antes, lo que dice a la clara la
solvencia de los vecinos de La Habana y la importancia que iban
adquiriendo los festejos más importantes de la isla. La
Habana contaba ya a fines del siglo XVI con ministriles(músico de cuerda
y viento) que animaban no solo el Corpus Christi sino otras celebraciones
religiosas y profanas de la villa. Se
reportan actividades de teatro en
1597 con la presentación de comedias y entremeses y en 1599 Juan Bautista
Siliceo estrena dos comedias cuyos textos no se conservan. [37] Se
tiene noticias de la existencia de cabildos de negros libres desde fines
del siglo XVI en La Habana, que participan en la organización de las
festividades religiosas en las que salían con gran algazara de bailes y
cantos. La arquitectura colonial en Cuba La
vida en aquellos primeros años se desarrolla de forma muy precaria, las
villas en los primeros años no pasaron
de ser un grupo de bohíos distribuidos alrededor de una plaza.
Alrededor de la cual se construyeron las principales instituciones
coloniales. Poco
a poco fueron apareciendo las primeras construcciones “de cal y canto”
con tejas, probablemente primero en Santiago de Cuba, en la que aparece su
Iglesia catedral y la casa del gobernador en las primeras décadas de la
conquista. En esta misma villa aparecen los primeros tejares a partir de
1535 y en 1536 Gonzalo de Guzmán informa que en la capital colonial había
12 o 13 casas de piedras. Fidalgo
de Elvas, que llegó a Cuba acompañando a Hernando de Soto en 1538 dice
que “(...) la ciudad de santiago de Cuba tendrá 80 casas grandes y bien
repartidas; las más tienen paredes de tablas y están cubiertas de heno;
algunas hay de piedra y cal, cubiertas de tejas; tienen grandes corrales y
en ellas hay muchos árboles” [38] La
Habana tras convertirse en centro de reunión de la flota, fue dotada de
un conjunto de fortalezas, que se convirtieron en las edificaciones más
notables de la colonia en el siglo XVI. La primera de estas fortalezas fue
el castillo de la Real Fuerza erigido sobre las ruinas del fortín
levantado por Mateo Aceituno en 1544 y destruido por Jaques de Sores en
1555. Su construcción tardó veinte años (1557-1577), constituyendo el
primer ejemplo de edificación militar renacentista en América. La obra
estuvo a cargo del ingeniero militar Bartolomé Sánchez, maestre mayor de
la obra y en ella se instaló la residencia del gobernador de la isla. “La
Fuerza nació en medio de estas lejanas circunstancias y particularmente
concebida para los requerimientos de la flota dentro del puerto habanero
(...) Era un almacén resguardado y artillado a breves pasos del
desembarcadero, especie de caja fuerte de la flota y sus riquezas,
autosuficiente en sí misma (...) [39] En
1587 son enviados a La Habana, el Maestre de Campo Juan de Texeda acompañado
por el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli; ellos hacen un estudio
del sistema defensivo de la bahía y un año más tarde regresan
investidos de plenos poderes, el primero como gobernador de Cuba y el
segundo con un numeroso grupo de artesanos y constructores
y la encomienda de levantar los castillos de Los Tres Reyes del
Morro(1599-1630) y San Salvador de la Punta (1590-1600) flanqueando la
boca de la bahía. “La
fortaleza (...) constituyó todo un momento de despegue del género en el
continente. Por vez primera se aplicaban los conceptos renacentistas en el
arte de fortificar –planta regular, bastiones- lo que resultaba de hecho
un signo revelador de la trascendencia que se le atribuía a su función y
existencia ultramarina, en estos años iniciales del reinado de Felipe
II”[40] En
estas construcciones se emplean los más modernos métodos técnicos de la
época y se desarrolla un buen número de artesanos y esclavos
especializados que aplican su conocimiento no solo en las construcciones
militares sino en obras civiles de interés público y particular. Una
obra importante pata la villa y la flota fue el trazado del primer
acueducto de la villa de La Habana, la Zanja Real que trae el agua desde
el río Almendares. La misma se inició en 1562 emprendida con muchas
dificultades en sus y terminada en su último tramo por el ingeniero
Antonelli en 1591. En
la segunda mitad del siglo XVI se nota un auge constructivo en La Habana
tanto en las obras civiles, como religiosas y militares. Se remodela la
Parroquial Mayor(1556) y comienzan a levantarse nuevas Iglesias y
monasterios que se irán ampliando remodelando a lo largo del siglo XVII
dentro de un estilo militarizado por la solidez de los muros y la
sobriedad de la decoración exterior, dado el estado de constante temor
por los asaltos piratas. A
fines del siglo XVI el cabildo habanero concede nuevas mercedes para
construir viviendas tratando de regular algunos elementos urbanísticos y
constructivos, como la prohibición del uso de la paja y el guano en la
cobija, por temor a los incendios y la generalización del uso de las
tejas. Poco
a poco las paredes de las viviendas en las villas se fueron haciendo de
embarrado o piedra según la solvencia del dueño, aunque se siguió
utilizando la madera para la construcción de paredes. Las
paredes de embarrado se utilizaron muchos en las viviendas populares, se
hacían entrelazando gajos de árboles o cujes, rellenando luego con barro
y recubriendo el techo con tejas a dos aguas. El uso de estas
construcciones se extendió a lo largo de más de tres siglos en los
pueblos de la Cuba. Las
técnicas mudejar en las construcciones eran plenamente conocidas en la
isla a mediados del siglo XVI, su adaptabilidad para cualquier edificación,
su poco costo, rapidez en la ejecución y la abundancia de madera en Cuba,
determinó su difusión. La
carpintería en este estilo son definitoria tanto en las viviendas como en
las iglesias. De madera eran las cubiertas decoradas con lazos moriscos,
los canes[41],
tableros, vigas, así como los elementos de cierre: puertas, ventanas,
rejas, y también los balcones, aleros y pie derechos de las galerías. En
los siglos XVI y XVII aparecen las primeras casas palaciegas en Cuba. Del
siglo XVI es destacable la discutida “Casa de Velázquez” en Santiago
de Cuba, con una elaborada artesanía mudejar contrastante con las
viviendas de esos primeros tiempos. Los primeros oficios en la isla La
primera industria que se establece en Cuba es la minería fomentada por
los conquistadores en su afán de encontrar oro. A lo largo de unos
cincuenta años se explotaron las escasas minas y yacimientos auríferos
con mano de obra nativa y esclavos africanos. El oro se fundía a la vista
del veedor de la Corona en la fundición que tenía el gobierno colonial,
primero en Bayamo y luego en Santiago de Cuba. En estos primeros años había
prohibición de tener fuelle o cualquier otro elemento para la fragua
particular de metales, por lo que el oficio de orfebre estaba vedado en la
colonia, a fin de mantener el monopolio real sobre esta faena. En
1529 se descubren y ponen en explotación las minas de Santiago del Prado
(El Cobre), cerca de la capital colonial Santiago de Cuba. Era mineral de
calidad que en principio se exportaba a España, pero que en la medida que
el desarrollo de La Habana requirió la fortificación de esa villa, sirvió
para fundir los cañones y otros utensilios necesarios. Dada
la demanda de cobre que estas labores defensiva requiere se pusieron en
explotación otras dos minas, una en Bacuranao(1580), cerca de La Habana,
y la otra en el centro de la isla, la mina de Maleza(1598). Además
el rey autoriza al capitán Francisco Sánchez de Moya a realizar
una exploración en busca de
nuevos minerales y principalmente cobre, tan necesario para la fabricación
de cañones. En esta misión le acompañaron dos fundidores y
algunos peones, lo que le permitió una amplia pesquisa en la zona
central y oriental de la isla y dejando como resultado el conocimiento
temprano de la existencia de valiosos minerales en la isla. La
fundición de minerales en La Habana creó una manufactura, que mejoró en
calidad y surtido en la medida que crecían los pedidos de guerra y
civiles, por lo que provocó la protesta de los fundidores sevillanos que
pidieron y obtuvieron del rey una orden de prohibición de esta labor en
la villa, porque afectaba sus intereses (1608). La
otra manufactura importante en este primer siglo colonial en Cuba, fue la
construcción naval que tiene sus antecedentes en las reparaciones de navíos,
principalmente en el puerto de Carenas, desde inicios del siglo XVI.
Aunque en otras zonas de la isla se conoce de la realización de estos
menesteres tan necesarios para la comunicación de estos tiempos. Desde
1516 los vecinos del puerto de Carenas obtuvieron Licencia Real para la
construcción de embarcaciones pequeñas, reparación de navíos y auxilio
a la navegación entre España y Tierra Firme. Los
ricos bosques de Cuba, la calidad de sus radas para carenar y la estratégica
ubicación de la isla, en especial de La Habana, determinaron el
florecimiento de una industria naval que llegó a ser la principal
manufactura de la isla y la más importante del reino en el siglo XVII.
Fuente de empleo y desarrollo de artesanos y obreros, que luego ayudarían
al desarrollo de otros sectores: carpinteros, calafateros, fundidores,
ebanistas, cordeleros, talabarteros, etc. La
llegada del gobernador Menéndez de Avilés, que traía instrucciones de
desalojar a los franceses de La Florida y combatir a los piratas del
Caribe se estimula la construcción naval en Cuba, a fin de incrementar
las naves que para estos fines necesitaba. La fabricación de barcos se
barcos se extendió por estos años a Bayamo y Santiago de Cuba y de estos
astilleros salieron Galeones, el barco de mayor porte de la época y
fragatas, propias para la vigilancia costera. Los
barcos construidos en Cuba, gozaban de fama, por su durabilidad y su
capacidad marinera, cualidades que se la daban, a más del oficio de sus
constructores, la calidad de las maderas empleadas: maderas duras para el
fondo (sabicú y chicharrón, entre otras) y el ligero cedro para la
entabladura del navío. Capítulo III
El
siglo XVII está marcado por auge creciente del corso y la piratería en
el Nuevo Mundo, principalmente en el mar Caribe, punto neurálgico en las
comunicaciones entre España y sus colonias. La política monopolista de
la monarquía española motivó que desde el siglo XVI las naciones
europeas comenzaran a alentar el asalto de las naves españolas en alta
mar, ataque a poblaciones de las colonias y el saqueo sistemático de
estos territorios. Para
contrarrestar esta ofensiva contra sus dominios y garantizar que llegara a
la península la rica mercancía se crea la Flota de Indias (1561) como “el
mecanismo de funcionamiento del monopolio español con América y (...)
esencia de la denominada Carrera de Indias que engloba todo el comercio y
la navegación de España y sus colonias”[42] Las
constantes guerras en las que se ve envuelta España desde la llegada de
la dinastía de los Hamburgo por su pretendido papel de contrarreforma y
restauración del catolicismo, repercute fuertemente en las posesiones
americanas de la Corona puesto que eran estas la clave económica del
poderío hispano en estos siglos. La
más larga y enconada de estas guerra es la sostenida por los reyes españoles
contra las provincias de los Países Bajos, prósperas posesiones europeas
divididas entre protestantes y católicos en un armónico espíritu
tolerante que les permitió un sólido desarrollo económico, pese a las
adversas condiciones naturales de la zona (casi todo el territorio está
por debajo del nivel del mar). Desde
mediados del siglo XVI vienen estos enfrentamientos que fueron ganando de
guerra de liberación nacional por el empeño de los monarcas españoles
de imponer el catolicismo en todo el territorio. Al iniciarse el siglo
XVII se produjo una tregua entre las autoridades españolas y las
provincias de los Países Bajos, armisticio que duró hasta 1621 en que se
reabrió con más crudeza esta guerra. Las
provincias rebeldes toman el nombre de Holanda y aliada con Inglaterra y
Francia emprenden la guerra contra la poderosa España. Una de las medidas
que adoptan estas naciones es golpear al reino ibérico en su comercio con
las colonias americanas, dado el enorme volumen de riquezas que salía
desde estos territorios para las arcas reales de España, y autorizan el
corso y la piratería, a más de organizar grandes expediciones punitivas
para tratar de ocupar territorio en la América Española y tratar de
capturar a la mítica flota de la plata y el oro, principal tesoro del
reino hispano. Como
consecuencia de estas guerras aparecen en el Caribe muchos corsarios y
piratas. Particularmente peligrosa fue la flota organizada por los
holandeses en 1626 dirigida por el almirante Hendricksz quien luego de un
periplo por el caribe se presentó frente a La Habana, bloqueando su bahía
durante un mes, solo una epidemia, probablemente de fiebre amarilla, hizo
retirar a tan temido enemigo que se marcha con muchas bajas, entre ellas
el propio almirante que muere de las fiebres. En
1628 se presenta frente a las costas septentrionales de Pinar del Río una
nueva flota holandesa dirigida
por Piet Heyn que sorprendió muy cerca de La Habana a la Flota de la
Plata procedente de Veracruz, el asedio del avezado marino lleva a los
barco españoles hasta la bahía de Matanzas, donde acorrala y destruye a
la flota, ocupándole el más importante botín que corsario alguno tomara
en la historia de América, el valor de lo ocupado se calcula en unos 13
millones de florines holandeses, unos cuatro millones de pesos españoles,
en metales preciosos y mercadería fina.
El valor de lo capturado resarció a la Compañía de las Indias
Occidentales Holandesas de cuatro años de hostilidades y repartió
ganancias del 50 % a sus accionistas.
No
menos peligrosas fueron las incursiones de los piratas y corsarios
ingleses y franceses apoyados por las monarquías de sus países. Los
franceses ocupan la parte occidental de La Española y crean en la isla de
Las Tortugas, una base de hostigamiento a las costas de Cuba y los mares
adyacentes, mientras los ingleses invaden Jamaica (1655). A partir de esas
conquistas se intensifican los ataques contra Cuba. Los
criollos abandonados prácticamente a su suerte por las autoridades españolas,
se defendieron como pudieron, creando milicias e incluso organizando
barcos filibusteros que atacaron las posesiones de sus enemigos.
“Desde
que empezaron los filibusteros a contar con resguardos tan seguros como
Tortuga, la parte occidental de Santo Domingo, la Barbada y Jamaica en
donde los ingleses los protegían, no eran ya partidas aisladas de
piratas. A medida que la marina española desaparecía, sin cesar se le
iban afiliando turbas de ingleses, holandeses y franceses, atraídos por la
soltura, la independencia y el pillaje (...)” [43] Bajo
el reinado de Felipe IV(1621-1665) se acelera la decadencia del Imperio
Español, presidio por un rey débil que dejó el poder en manos del Conde
Duque de Olivares, empeñado en mantener a toda costa la hegemonía de la
Casa de Austria frente a las otras potencias europeas, perdiendo sus últimos
recursos navales y militares. La debilidad de la monarquía perjudicó la
estabilidad de las colonias, en el caso de Cuba se mantuvo asediada y
salvo la Habana, fortificada y protegida, el resto de la isla estaba a
merced de los aventureros del mar. Desde
la ocupación de Jamaica por los ingleses Santiago de Cuba se convierte en
el principal centro del corso español contra sus enemigos y desde esta
ciudad operaban contra los barcos ingleses y franceses y apoyaban las
incursiones de los antiguos colonos españoles de Jamaica contra los
nuevos ocupantes ingleses. Los
ingleses organizaron una acción de castigo contra Santiago de Cuba en
1662 para destruir la base del corso español y desalentar a los antiguos
colonos de Jamaica. Por ello el capitán Christopher Myngs toma la capital
oriental, la incendia y ocupa
un importante botín. En 1652 fueron saqueadas las
villas de San Juan de los Remedios y Baracoa; el pirata francés Le Grand,
saqueó e incendió a Sancti Spíritus (1665); Henry Morgan hace otro
tanto con Puerto Príncipe(1668) y por los mares interiores de Cuba,
barcos de todo tipo y nacionalidad imponen la ley del saqueo, el robo y el
asesinato. “El
período más grave fue seguramente entre 1660 y 1688(...) Entre franceses
e ingleses, se calcula que saquearon más de cuatrocientas haciendas en
los años 1665 y 1666. Se constata fácilmente que corsarios ingleses
tomaron auge después del fracaso de la Escuadra Invencible y, los
holandeses a partir de 1620”
[44] El
último rey de la Casa de Austria en España fue Carlos II (1679-1700),
con él continúa la decadencia del país, comprometido en múltiples
guerras que arruinan su poder y agotan el inmenso tesoro que saqueaban de
América, la nación ibérica se fue convirtiendo en una intermediaria de
la floreciente manufactura europea, principalmente de Inglaterra. El
corso y la piratería se mantuvo hasta finales del siglo XVII cuando
fueron firmándose acuerdo entre las potencias europeas que al conseguir
sus objetivos de tomar parte del reparto colonial y sus beneficios,
buscaban estabilizar sus conquista. El
corso y la piratería se convirtió entonces en un estorbo y un perjuicio
para quienes lo habían alentados por lo que al firmarse la Paz de Ryswick(1697),
entre España y Francia, los ingleses y franceses destruyen las bases de
operaciones de los corsarios y piratas. “Puesto
que después de emplear a corsarios, filibusteros y piratas como
instrumentos de su expansión, los poderes imperiales los persiguen y se
deshacen de ellos (...) Los merodeadores del mar se refugian en sus nuevas
bases de América del Norte, contrabandean desde las Antillas neerlandesas
y esperan la inevitable guerra europea que vuelva a decretar para los
mares la ley de la selva” [45] La
crisis española de finales del siglo XVI y el comercio intercolonial
posibilitó la ruptura del monopolio comercial de la metrópoli,
permitiendo a la colonia cierto desarrollo durante el siglo XVII en el que
predomina la economía hacendataria.[46] El
siglo XVII es el siglo de la supervivencia para los habitantes de la isla.
La población tuvo un lento y sostenido
incremento(a principios del siglo se estimaban en veinte mil los
pobladores de la colonia, la mitad de ellos en La Habana y a mediados del
mismo esta población se había incrementado a cincuenta mil personas con
similar relación de la capital con respecto al resto del país). La
economía se sostiene básicamente con la exportaciones de productos de la
ganadería cimarrona que abundaba en la isla, cuero y carne salada
principalmente, adquirido a buen precio por los comerciantes de la flota y
mucho más por los “rescatadores” que en caletas, pequeños refugios
costeros y hasta en puertos de villas y caseríos hacen un comercio de
contrabando que es la verdadera fuente de ingresos de los
habitantes de la isla. Desde
mediados del siglo XVII el cuero pasa a convertirse en el principal
producto a exportar por la colonia de Cuba. El desarrollo de un gran rebaño
de fuerte y saludable ganado vacuno y los altos precios que alcanzan los
cueros, más las facilidades para obtenerlos con poca mano de obra, lo
hacen el producto más rentable para el comercio legal y de contrabando.
“La posibilidades de una economía del cuero, están estrechamente
unidas a la superficie disponible (...) si el azúcar depende del hombre,
el cuero depende esencialmente de la tierra, soporte del ganado” [47] El
comercio de contrabando fue la mayor fuente de ingresos de la colonia, aun
en La Habana, que tenía en su territorio puertos en los que se realizaba
abiertamente este negocio. Los funcionarios coloniales, junto con el
clero, las clases pudientes y el pueblo se dedicaban al contrabando. En La Habana se construían
los mejores barcos del reino, en una industria manufacturera que superó
los dos siglos de prosperidad y que tuvo un valor muy importante en la
formación de mano de obra y tradición artesanal que repercutiría en el
desarrollo económico social de la colonia. En
la medida que avanzaba el siglo se produce un auge en la siembra de
tabaco, dado los buenos precios que se pagaban en Europa, fomentado por
emigrantes canarios que desmontaban pedazos de monte cerca de los ríos
para hacer sus vegas, en un proceso cíclico que no incluía la propiedad
sobre estas tierras pero que era protegido por las autoridades y
beneficiaba a los dueños de las haciendas por la creación de potreros y
beneficio de la ganadería. Los alrededores de La Habana, algunas zonas de
sotavento, en las inhóspitas tierras
de la actual provincia de Pinar del Río, el centro del país y
el oriente dieron cabida a este cultivo del tabaco que pronto se
convirtió en unos de los más importantes de la isla. La
Habana era el principal puerto de América, asiento de la flota y obligado
paso de todo el que venía o iba a la América Española. La flota era su
principal fuente de ingreso y toda la ciudad y sus alrededores se
preparaba para su abastecimiento y servicio, a más de ser el único vínculo
con el puerto monopólico de Cádiz. Permanecía varios meses en la
ciudad, esperando a los otros buques para emprender el camino de regreso,
a que hubiera buen tiempo o que pasara el peligro de piratas. La flota
significaba alojamiento para los forasteros, juego, prostitución,
delincuencia generalizada y un gran caos corruptor que no deja fuera a
ningún grupo social de la colonia. La violencia y anarquía fueron rasgos
de las costumbre de La Habana de esta época: reyertas y encuentros a mano
armada eran muy frecuentes. Los
clérigos no escapan de esta corrupción generalizada, ostentaban una
abiertamente vida de
concupiscencia y escándalos. Las autoridades civiles y militares
organizaban partidas de juego en sus casas y cobraban a los jugadores, a más
de ser sensibles al soborno. Los
soldados, clérigos y personal de la flota cometían delitos sin que las
autoridades de la villa pudieran juzgarlos porque estaban fuera de su
jurisdicción. Los escándalos por amancebamiento, secuestros y abusos de
poder eran muy frecuentes. Las
clases populares no escapaban a la situación imperante y tanto los
blancos, como los mestizos y negros (libres y esclavos), trataban de
lograr su parte en el “negocio de la flota”. Abundan las cantinas,
tabernas y bohíos para el alojamiento de forasteros a los cuales servían,
les facilitaban el juego, la satisfacción carnal y en muchos casos les
robaban, para luego desaparecer de la villa hasta que zarpara la flota. Del
estado que alcanzó la corrupción en la ciudad da cuenta el Sínodo
Diocesano convocado por el obispo Juan García Palacios(1684), en cuyas
disposiciones quedan plasmadas una serie de prohibiciones que hablan del
estado moral del momento. Durante
el siglo XVII es notable el poder y la influencia de los Cabildos
Municipales dominados por los habitantes de la tierra, descendientes de
las primeras familias de la conquista. Los Cabildos tenían el privilegio
de distribuir las tierras, que era una prerrogativa real; eran
responsables de la administración local y de apoyar a las autoridades
coloniales. Eran un poder efectivo, que no dudaron en emplear a favor de
sus intereses. La
iglesia católica en Cuba en
el siglo XVII El
fortalecimiento de la Iglesia Católica en la Isla fue aparejado al lento
y sostenido desarrollo económico y social de la misma, en la medida en que se asienta una población en el país, se
fomentan las ciudades y crecen las fuentes de trabajo y enriquecimiento. Desde
mediados del siglo XVI la capital del país se había oficializado en la
villa de San Cristóbal de La Habana, junto a la bahía de Carenas que fue
ganando en importancia en la medida que fue convertida en asiento de la
flota y antesala de todo el que iba o venía hacia las ricas colonias españolas
de tierra firme. Todas estas causas convirtieron a La Habana en ciudad
cosmopolita con la mitad de la población de la isla y con las mayores
fuentes de empleo y enriquecimiento, por ser además el puerto autorizado
para el comercio en la colonia. Sin
embargo la sede del obispado de Cuba permanecía en Santiago de Cuba a lo
largo de todo el siglo XVII pese al esfuerzo que hacían los diferentes
obispos nombrados para que la Corona Española autorizara el traslado de
dicha sede para La Habana. Los
argumentos de las autoridades religiosas era el hecho cierto que el
traslado de la sede favorecería el florecimiento de la religión, por ser
no solo la zona más poblada, sino también la más rica.
Contra este cambio de sede se pronunciaban muchas personas
influyentes en La Habana y Santiago de Cuba. Los primeros negados a tener
tan cerca a las autoridades de la Iglesia, en una ciudad señalada poco más
o menos como un centro de perdición, por las frecuentes
transgresiones de las leyes y las buenas costumbres, incluso por el
clero, dada su condición de sede de la flota, con todas las implicaciones
ya expuestas en este libro. También los santiagueros se oponían al
traslado de la mitra por esto
traería aparejado el mayor estancamiento de la excapital de la colonia,
ya bastante abandonada. Estas
tensiones para el traslado de la catedral de Cuba para La Habana, llevó
en 1614 al obispo Fray Alonso Henríquez Armendáriz a excomulgar al
gobernador de la isla y a los pobladores de La Habana por negarse a acatar
su orden de traslado de la misma, sin autorización real. La medida creo
una crisis de poderes además de tener consecuencias sanitarias y
sociales, al negarse a enterrar a los muertos en suelo sagrado, realizar
bautizos y bodas. Denegada por el rey la pretensión de Armendáriz la
excomunión de los habaneros y sus autoridades le fue levantada por el
obispo de Santo Domingo. Como
es conocido en las posesiones españolas de América, la Iglesia está
supeditada al Rey de España, pero las autoridades eclesiásticas no se
subordinaban a las autoridades coloniales locales, lo que trajo frecuentes
roces y desavenencias entre ambos poderes. En el caso de Cuba y en
especial La Habana la ética religiosa era bastante relajada en el
cumplimiento de sus mandatos y obligaciones, dada la vida más dispensada
y mundana que mantenían los habitantes de esta parte del mundo, lo que
hacía aparecer a la moral
cristiana como un barniz de apariencias que escandalizó a más de un buen
creyente, que no abundaban por estos lares. La
tolerancia y la participación del clero en el contrabando, los hizo
aliados de los criollos en su enfrentamiento más importante a las
autoridades coloniales, a pesar de la supeditación de la Iglesia al
estado español.[48] A
lo largo de este siglo se fue creando otro fenómeno social que tendría
importante repercusión en la colonia, la criollización del clero de la
isla, tanto secular como regular, pero sobre todo el regular dado su peso
en el desarrollo cultural de la colonia. Ellos regenteaban escuelas,
hospitales, cofradías y ejercían una fuerte influencia en la oligarquía
criolla, fundamentalmente habanera, de la cual de hecho formaba parte. “Desde
el siglo XVI comenzó a formarse un clero criollo que devendría
mayoritario con respecto al clero de origen español durante el siglo
XVII. En 1620, de los 12 curas parroquiales existentes en la Isla, siete
eran criollos nacidos aquí (...)” [49] Las
órdenes religiosas se nutrían de los hijos de las familias más
influyentes de la isla, que con sus donaciones, censos, dotes y capellanías
contribuían a la riqueza de los conventos. El más sobresalientes en este
aspecto fue la orden de los dominicos, establecidos en La Habana en 1578 y
cuyo convento, conocido como San Juan de Letrán o de Santo Domingo, fue
el más importante para la sociedad colonial durante todo este período. El
convento de Santo Domingo estaba constituido mayoritariamente por frailes
habaneros, casi siempre hijos de las principales familias de La Habana,
que tuvieron a bien hacer sus donativos a nombre del convento y no de la
Iglesia. Por esta causa los conventos poseían un mayor poder económico
que el obispado y por consecuencia una mayor influencia en la oligarquía
criolla. La
necesidad de poner orden social en la Isla, hizo que la Iglesia Católica
viera la necesidad de celebrar un Sínodo Diocesano, en el que los curas
de la isla analizaran todo lo relacionado con la religión, las buenas
costumbres, la ética de los ciudadanos y todo aquellos que estorbaba el
buen desarrollo de la sociedad colonial. Desde mediados del siglo XVII ya
existía la idea de convocar a dicho asamblea y el primero que hizo las
gestiones pertinentes fuel obispo Juan Montiel, quien murió de una
repentina enfermedad, que todos consideraron un envenenamiento. Igual
suerte corrió su sucesor Gabriel Díaz de Vara Calderón, quien pretendió
seguir adelante con la idea del Sínoco Diocesano. La confabulación
estaba entre los mismos servidores de la Iglesia que no querían que
cambiara una situación que aunque escandalosa dejaba ganancias. El
2 de junio de 1680 se reúne en La Habana el primer Sínodo Diocesano,
autorizado por Real Orden del 4 de marzo de 1675. Lo presidía el obispo
de Cuba, Juan García Palacios y su orientación ideológica tenía su
base en lo acordado en el Concilio de Trenton(1545-1563), que tenía como
objetivo el rescate de la fe cristiana luego de la conmoción de las
conmociones de las reforma liderada por Martín Lutero. El
Sínodo aprobó 204 constituciones sinodales que regulaban la organización
interna de la Iglesia, finanzas, vida interna, procedimientos judiciales y
conducta religiosa de los feligreses, poniendo especial énfasis en la
moralidad y disciplina de los curas y la proyección social de la Iglesia.[50] Entre
las regulaciones que hizo el Sínodo referente a la moral pública y que
dan idea del mestizaje y las costumbres ya predominantes en el país están:
la prohibición de la salida nocturna de las mulatas y negras, libres o
esclavas, después del anochecer, para evitar “deshonestidades”; a las esclavas vivir en casa aparte par evitar la prostitución,
muchas veces autorizada por el amo; a
los negros y negras vender a la puerta de las iglesias y cementerio los días
de procesión; a las mujeres
bailar en las fiestas del Corpus y los bailes deshonestos en público o
casa privada. También decidió
que los Cabildos de Nación se reunieran a la puerta de las Iglesias y no
en casa particular y que en esas reuniones no hubiera, ni baile, ni danza,
ni juego, ni ningún otro tipo de entretenimiento indecente.
Los acuerdos del Sínodo fueron aprobados por el rey Carlos II,
Real Orden del 9 de agosto de 1682, dándole carácter de Ley a sus
regulaciones. El
Sínodo sentó las bases organizativa e ideológica de la Iglesia “para
su adecuación a la realidad social de la Isla, con una vigencia que
perduró casi dos siglos” marcando una nueva etapa en el catolicismo en
Cuba.[51] Los
albores de la música en Cuba “En
la isla, la música se anticipó siempre a las artes plásticas y a la
literatura, logrando madurez, cuando otras manifestaciones del espíritu
–exceptuándose la poesía- solo estaban en su fase incipiente.”[52] En
el siglo XVII esta celebración del Corpus Christi se afianza en toda la
isla como la principal festividad religiosa y popular, transformada en
variantes diversas en los territorios del país en los que se celebra. En
estas festividades encuentra lugar y origen no solo la música, sino también
la danza y el teatro del país. Era
muy celebrado en la zona oriental del país, principalmente en Santiago de
Cuba, las festividades de la Cruz de Mayo, fiesta de fuerte arraigo
popular; se extendía por todo el quinto mes del año, eran festejos
de corte familiar y consistía en levantar en las casas altares
donde predominaba la Santa Cruz, rodeada de ofrendas de frutas y flores en
homenaje a la primavera, como reminiscencia de fiestas paganas recogidas y
transformadas en España y traída a Cuba por el conquistador.
En estas fiestas transculturadas se escuchaba el sonido del tambor
de origen africano y se hacía evidente el fervor del hombre negro en la
expresión del sincretismo religioso, en una festividad que aún tiene
vigencia en zonas rurales de la zona suroriental del país. El
pueblo canta y baila y por eso aprovecha todas las oportunidades para
hacerlo: procesiones, velatorios, bautizos, festividades laicas y
religiosas y jolgorios particulares. El
negro africano asumirá en mayor medida el papel de músico en la naciente
sociedad criolla, no solo tocando los instrumentos de percusión, sino los
instrumentos de origen europeo ya popularizados en estas tierras,
guitarra, bandola, etc. Son frecuentes las pequeñas agrupaciones de
bailes que amenizan las casas de juego y tabernas, abundantes de La
Habana. En
tanto en las iglesias se desarrolla una vida musical necesaria pero muy
limitada, al servicio del culto. Pese a las penurias del siglo los avances
son lentos pero sostenidos, principalmente en Santiago de Cuba, sede del
obispado y en La Habana, principal población y capital de la isla. La
catedral de Santiago de Cuba es el centro del movimiento musical en cuanto
a la música religiosa. Algunas noticias dispersas así lo confirman:
Morell de Santa Cruz da fe de que Juan de Mesa Borges, organista de la
catedral en 1630 rescata la solemnidad de la misa, tras muchos años sin
organista y afirma que en 1632 ocupa la misma plaza un Juan de Zabaleta
que además toca el bajón. Con cierta irregularidad se mantiene presente
la música sacra en la catedral de Cuba hasta la oficialización de la
Capilla de música en 1682. El
primer documento de música de Cuba proviene de la Catedral de Santiago de
Cuba y da fe de la constitución de la Capilla de Música de dicha
catedral por el obispo Juan García Palacios en 1682. Es la primera
tentativa para organizar de forma profesional la música sacra en la isla
y prueba de la existencia de una actividad musical insipiente pero sistemática
en dicha Catedral. Esta
Capilla de Música esta encargada a Domingo de Flores y formada por niños
y clérigos que hacían las voces (tiples, altos y tenores), mientras que
la música era interpretada por ministriles, esclavos y adiestrados por el
canónigo Juan Cisnero Estrada y Luyando. Estos
músicos no tenían mucho trabajo: misa en la catedral y otras iglesias de
la población, algunas horas de oficios con víspera y mítines,
procesiones como la del Corpus Christi, Pascua de Resurrección, Pentecortés,
Asunción de la Virgen y las del patrón de la ciudad, participando además
en ceremonias y festividades de la ciudad. “El vecindario de Santiago participa jocosamente de las festividades del
Corpus y en ella la música y el baile producía un clima casi
carnavalesco en torno a la celebración. A las calles salían mujeres en
trajes llamativos ciñendo deliciosamente las formas femeninas y bailaban
al compás de la música procesional, donde parece ser, por las quejas del
obispo García de Palacios, no se escuchaban solamente los sones
procesionales, sino también, y paralelamente quizás, cantos y músicas,
no tan severas”[53] En
este siglo se gesta en la ciudad santiaguera una de las festividades que
con el tiempo se convertirá en emblemática, a fines del siglo XVII ya se
había hecho cotidiano la salida de una procesión que recorría los
alrededores de la Catedral con motivo de la celebración del día de
Santiago Apóstol, patrón de la villa. Poco a poco se hizo costumbre que
las festividades patronales se extendieran desde el 24 de junio (San Juan)
hasta el 16 de agosto (San Joaquín) con el 25 de julio (Santiago Apóstol)
como momento culminante, este es el origen del carnaval santiaguero.[54] La
Habana por ser centro de la flota, vive un panorama distinto al resto del
país. Fuera de las Iglesias, en los barrios populares, albergue de
marineros y forasteros, se canta y se bailan ritmos europeos que se
interrelacionan y funden, escandalizando a la Iglesia que califica esas
melodías como “música diabólica y lujuriosa”. Sin
embargo el Cabildo se ocupa de la vistosidad de las festividades del
Corpus Christi. En
el siglo XVII las iglesia son el centro más importante para el desarrollo
de la música, la misa y las festividades religiosas necesitan de ella
como parte de la liturgia, pero ya en esta época en las zonas urbanas,
principalmente en La Habana, bajo el influjo de la flota, se baila y se
canta ritmos europeos mestizados poco a poco por la forma de ser tocados y
el uso de instrumentos, en principio europeos, pero poco a poco
adaptados. Hay
noticias de que en 1612 la parroquial habanera ya tenía órgano y que
desde 1605 ya aparece un maestro de música, Gonzalo de Silva, dedicado a
dar clases de órgano y canto. El
auge del canto y el baile en la colonia y principalmente en sus zonas
urbanas, en la que sobresale por mucho La Habana, es tal que el Sínodo
Diocesano de 1680 se ocupa del tema por escandaloso y deshonesto: “(...)ninguna
persona de cualquier estado y calidad que sea, haga, ni de día, ni de
noche semejante baile(torpes y deshonestos) en sus casas, menos en la
Iglesia, cementerios, ni oficinas de ellos, ni en iglesias o ermitas en
donde celebran algunas fiestas o velaciones, asimismo prohibimos que en
las procesiones y en especial en las festividades del Corpus salgan danzas
de mujeres: sino que las que hubieren de salir sean de hombres, y estas
honestas y con los trajes decentes(...)[55] La
primera expresión de la literatura criolla En
la isla ya están presente los embriones de una forma de pensar autóctona,
de frente a los problemas que tiene el que vive en estas tierras, los
criollos se consolidan en este siglo como población mayoritaria, tanto
entre las clases oligárquicas como en las populares. Estas
transformaciones en el hombre, su conciencia de sí mismo, su diferenciación
con el peninsular, son el logro más importante de la cultura en este período. A
inicios del siglo XVII se escribe en Puerto Príncipe se escribe “Espejo de paciencia”(1608) escrita por el
escribano de origen canario Silvestre de Balboa. Este hombre es un isleño
“aplatanado”(15), conocedor de los acontecimientos que narra hasta el
punto de enorgullecerse de la hazaña realizada por los pobladores de
Bayamo al rescatar al obispo Altamirano. Balboa
escribe un poema épico en octavas reales, en el que cuenta con
ingeniosidad criolla los sucesos del secuestro del obispo de Cuba por
parte del pirata Gilberto Girón y la reacción de los vecinos de la villa
dispuestos a hacer pagar la afrenta al bandido, organizando una acción de
rescate por la fuerza, en la que logran vencer al tal Girón, matarlo y
dispersar a su partida. En
el épico poema, Balboa se encarga de exaltar el valor de la gente de esta
tierra a los que llama “criollo”, etnónimo que aparece por primera
vez en la literatura, pero que ha venido fraguando desde hacía un siglo. Criollo
llama él (...)”a Miguel Baptista, criollo de Bayamo”(v.671) y
a los negros,”un negrito criollo despacharon”(v.715) y “Oh,
Salvador Golomón, criollo, negro honrado”(v.961)[56] La
imaginación de Balboa lleva a colocar en medio del paisaje cubano a
dioses de la mitología griega, que se notan impostados en un medio que él
conoce muy bien y por tanto es el verdadero protagonista. Es el orgullo de
ser criollo lo que mueve las loas del improvisado poeta, centrado en un
hecho de extraordinaria significación para aquel rincón olvidado del
nuevo mundo en el que aparecen las preocupaciones de aquella gente
siempre de sobresalto por el peligro que viene del mar. La
hazaña de los bayameses llena de orgullo a los pobladores de aquella
tierra patriarcal, que vive de la tierra y el contrabando, demostrando su
autosuficiencia para defenderse del peligro del momento, lo piratas.
Aunque el lejano Rey está presente en sus versos laudatorios, este cantor
de los suyos mira con orgullo a sus vecinos y a su tierra. Hasta
ahora se resaltan los valores culturales y fundacionales de “Espejo de
Paciencia”, pero es también
el canto dirigido a un público bien definido, aunque reducido, que valoró
el poema, no tanto por sus limitados méritos literarios, como por el
mensaje y el significado. Casi
al mismo tiempo que el poema de Balboa se dan a conocer en Puerto Príncipe
otros versos saludando la aparición de la obra. Fueron escritos
por ciudadanos[57]
de esa villa y de Bayamo que denotan su acogida y que junto con “Espejo
de Paciencia” forma el primer conjunto de poemas escritos en Cuba.[58] La
nacimiento simultáneo de la literatura y la historia en el siglo XVII no
es casual: se trata en ambos casos, de manifestaciones de la presencia de
lo autóctono. La “gente de la tierra” siente la necesidad de dar
rienda suelta a su imaginación, así como de registrar acontecimientos
relevantes en los que ellos son protagonistas.[59] La
educación en el siglo XVII La
enseñanza en la colonia estaba en manos de la Iglesia y los conventos que
se limitaban a enseñar latín y una rudimentaria alfabetización que
apenas abarcaba a los hijos de las familias importantes y personal de la
iglesia. Sin
embargo los conventos como centros de la actividad intelectual
se van haciendo cada vez más importantes para acoger a los
numerosos hijos varones de las familias pudientes que no se hacen
militares y a las hijas que no pueden casar ventajosamente.[60] Las
preocupaciones del Cabildo habanero por la enseñanza lo llevaron a pagar
un maestro de Gramática en 1603 para los hijos de las familias notables
de la villa, medida que el rey prohibió posteriormente. En 1607 el obispo fray Juan de
las Cabezas y Altamirano funda en la Habana el Seminario Tridentino,
siguiendo los acuerdos del Concilio de Trento. La idea fue calorizada por
el Cabildo habanero que para sostener el seminario gravó en dos reales la
matanza de reses y cerdos. La enseñanza allí impartida se limitaba al
latín y moral cristiana. A
lo largo del siglo XVII cobran fuerza y se desarrollan en la isla,
principalmente en La Habana, varias órdenes religiosas, algunas de ellas
presentes en Cuba desde el siglo XVI, como los Predicadores de Santo
Domingo, que levantan el convento de San Juan de Letrán; los Franciscanos
en cuyo convento se enseña gramática, artes, sagrada teología y moral;
el convento de San Agustín con aulas de filosofía, gramática, retórica
y teología; los belemitas con una escuela para niños; el convento de
Santa Clara y el Convento de Santa Catalina fundado en 1688. Todos ellos
son centros donde se educa a los hijos de la oligarquía criolla en la
“conciencia de su posición jerárquica”[61]
y a los humildes en su misión de “obediencia y conformidad con el
”orden natural” establecido”[62] A
lo largo del siglo se tienen noticias de otros esfuerzos en la isla para
desarrollar la enseñanza: en Puerto Príncipe se habla de una escuela
fundada por Silvestre de Balboa para enseñar a leer, contar, escribir y
rezar a los menores, mientras a los niños mayores se le enseñaba geometría,
lógica, aritmética, retórica y astronomía. Otras noticias sobre
escuelas principeñas, nos hablan de las inquietudes culturales de la
villa en este siglo XVII. Durante
el siglo XVII hubo una gran influencia de los centro de enseñanza
superior de Nueva España (México) en el insipiente desarrollo
intelectual de la sociedad colonial en Cuba. Allí se formaron no pocos
profesional de origen criollo, muchos de ellos incluso no
ejercieron en Cuba sino en el mismo México y otras posesiones españolas
en América. En
la Real Y Pontificia Universidad de San Hipólito(1551) se graduaron
muchos naturales de la isla, en su mayoría habaneros, en las
especialidades de Leyes, Teología, Medicina y Matemáticas, entre otras,
al tiempo que autores de textos de filosofía, graduados en dicha
universidad, influyen en el pensamiento de la sociedad colonial en la
isla. Otro
importante centro educacional para los criollos en México lo fue el
Colegio San Ramón Nonato, fundado en 1623, por Fray Alonso Henríquez de
Almendariz, quien tras ocupar la mitra en Cuba fue promovido al obispado
de Michoacán, donde funda dicho colegio. Este
centro de enseñanza tenía el objetivo de formar jóvenes en la
judicatura y el obispo creó doce becas para estudiantes de la isla de
Cuba, del valor que para la cultura criolla tiene este centro es el juicio
que emite el historiador cubano José Martí Félix de Arrate: “Ha
sido este insigne colegio taller (...) de muchos célebres sujetos que han
ilustrado las iglesias y Cancillerías del reino, con grande honor de esta
ciudad (La Habana) y de todas las diócesis de Cuba” [63] A
fines del siglo XVII, el obispo Diego Avelino de Compostela funda el
colegio de San Francisco de Sales, para niñas pobres,
y en 1689 el Colegio de San Ambrosio, que prepara a los jóvenes
para el sacerdocio, sufragando los gastos de doce estudiantes. De
este período datan las primeras gestiones para fundar una Universidad,
petición que hizo el dominico fray Diego Romero en 1670 y rechazada por
el rey. En 1688 insisten los dominicos con el apoyo del ayuntamiento
habanero y vuelven a recibir una negativa. El convento de los dominicos ya
contaba con un colegio para sus novicios, aunque sin autoridad para
conferir grados, lo cual solo podía hacer la Universidad. Los
dos seminarios existentes en Cuba en aquellos momentos, San Basilio en
Santiago de Cuba, fundado en 1607 y San Ambrosio en La Habana en 1689,
existían casi de manera nominal, pero sin poder otorgar grados académicos. Hay
también una interesante solicitud del cabildo de Puerto Príncipe al rey
de España, solicitándole la apertura de una Universidad en dicha villa,
alegando la lejanía de la misma a dichos centros de enseñanza. En
1692 el obispo de Compostela funda el Real Colegio de San Ambrosio que
adquirirá el carácter de Seminario en 1772 La
arquitectura del siglo XVII En la isla y principalmente en
La Habana se produce un momento de impulso constructivo en el siglo XVII,
producido fundamentalmente por el mejoramiento económico de la colonia,
pese a las condiciones de inseguridad social y política que caracteriza
el siglo. Esto se ve reflejado en el establecimiento en la isla de
artesanos y profesionales (canteros, carpinteros, albañiles, forjadores,
etc), morisco, andaluces y canarios, que junto con los criollos y los
esclavos que aprendieron
oficios. La
Habana creció en el siglo XVII bajo una concepción descentralizadora
relativa[64]
al crecer teniendo como núcleo no una plaza, sino varias de ellas,
construidas de acuerdo al crecimiento de la villa y con funciones
diversas. En este siglo esta definida la Plaza de Armas rodeada de los
edificios administrativos y eclesiásticos de la colonia; la Plaza Vieja
en la que se agrupaba el comercio; la Plaza de San Francisco, puerta marítima
de La Habana y la Plaza del Cristo, prevista como plaza del comercio dado
el crecimiento rápido de la urbe, pero que no desplazó a la Plaza Vieja
de sus funciones. Durante
el siglo XVII se continuó el fortalecimiento del sistema defensivo de La
Habana al levantarse el Torreón de San Lázaro (1556) y los fuertes de
Cojimar(1646) y La Chorrera(1646), para prevenir ataques sorpresivos a la
villa. En 1655 se inicia la construcción de la muralla. Este muro
defensivo en principio fue una empalizada, luego un muro de tierra y
finalmente fue construido con piedras de cantería. En la obra trabajaron
cientos de esclavos de la corona y alquilados a los vecinos y su
construcción se “alargó” hasta 1797 más por interés de los
negociantes habaneros que por la complejidad de la obra, dada la
importancia que para estos tenía el presupuesto situado del virreinato de
Nueva España(México) para la construcción de la muralla. En
Santiago de Cuba se concluyó el Castillo de San Pedro de la Roca (1664) a
la entrada de la bahía y el de San Severino(1694) en la bahía de
Matanzas. En
el siglo XVII se consolida un tipo de vivienda influida por las
construcciones moriscas predominantes en el sur de España (Mudéjar). De
aquí parte la vivienda de las clases acomodadas en la colonia que fue
evolucionando a partir del modelo mudéjar y amoldándose a las
necesidades climáticas del país. Cuba
fue un espacio importante para la introducción y desarrollo de la
arquitectura mudéjar, por las necesidades del clima de la isla que hacía
necesario edificar casas y edificaciones amplias y frescas en su interior,
a su difusión también contribuye la abundancia de bosques de maderas
preciosas por el profuso uso que en dicho estilo se hace de ella. El
mudéjar criollo nunca fue copia del mudéjar andaluz, sino adaptación a
las necesidades de la colonia, aunque en los trabajos con este estilo en
la isla es de notar las habilidades y maestría de los maestros y
artesanos llegados a la isla, muchos de ellos moros conversos que se habían
asentado en esta y otras posesiones españolas de América. Las
técnicas constructivas mudéjares se hicieron presentes en la isla, con
el profuso uso de los alfarjes en la construcción interior de los techos
de madera, tanto en viviendas, como en iglesias y conventos. “El tipo
más usado fue el par y nudillo, en el cual las vigas inclinadas o pares
se enlazaban a cierta altura con otros horizontales o nudillos formado a
modo de una A.”[65] Además
del característico alfarje, las construcciones mudéjares de la isla
presentan similitudes con sus iguales en el sur de España: patio
interior, zaguán y plano de planta. El patio, centro de la vida doméstica,
alejado de los ojos de intrusos; zaguán que servía de vestíbulo,
cochera y transición con el patio. Rejas de celosías torneadas en madera
con barrotes gruesos que dejan entre ellos poco espacio e impiden la vista
desde el exterior. En
sus inicios la casa colonial criolla se organiza en base a una crujía
paralela a la calle con una galería adosada, perpendicular a esta se
construye un martillo en sentido de la profundidad del solar, formado una
L que delimita un patio interior. Podía
ser de uno o dos pisos, en el caso de la segunda variante, predominante en
la medida que avanzaba el siglo y la prosperidad de los criollos, las
habitaciones de los dueños estaban en la planta alta aislados de la baja
por celosías en las galerías y balcones. La comunicación se establecía
mediante una escalera, con una cancela en el descanso para lograr mayor
privacidad. Debajo se desarrollaba la vida doméstica y el comercio. Fuera
de La Habana la casa solariega sigue la misma evolución pero con un carácter
rural, que hace la vivienda una casa de una sola planta, doble crujía,
sin martillo perpendicular y un patio que no pierde sus características
de aglutinador de las actividades domésticas. La
casa mudéjar en Cuba asume una fachada menos sobria que su similar ibérica
y le caracteriza un amplio y voluminoso balconaje, aligerado de azulejos y
yesería. “En
Cuba la presencia árabe se nos revela a través del mudejarismo de las
fachadas e interiores, los techos de alfarjes, de los que quedan muestras
en las construcciones de La Habana, Remedios, Camaguey y Santiago de Cuba,
levantadas entre 1617 y 1730”[66] Predominan
las casas de una sola planta, de mediano puntal, sin portales, paredes
gruesas, que responden a las inquietudes e inestabilidad política de la
época. El uso de la madera es muy profuso, en techos, puertas, ventanas y
hasta en rejas, fabricados con madera dura. Existían casas de dos pisos
con pequeños balcones en
tramos breves correspondientes a las ventanas exteriores con barandas de
madera labrada. En
las casa de dos pisos los techos de alfarjes se aplicaban a la planta alta
con techo inclinados a dos aguas, en tanto la baja tenía techos planos.
Estos eran los techos predominantes en los siglos XVII y XVIII. Según
Weis el principio técnico de estos techos está basado en una gran
cubierta de madera de pequeñas escuadrías o secciones, dejando por el
interior la armadura decorada por medio de “lazos” de trazado geométrico
y embellecido con brillantes pinturas. Por fuera eran recubiertos de
tejas.[67] La
casa popular tenía una gran influencia de la vivienda andaluza;
cuadradas, lisas, sencillas, sin más elementos de adorno que las
ventanas, las puertas y los aleros de tejas. Las
paredes se blanqueaban con cal o yeso, para preservarlas del calor, después
se fueron utilizando colores cálidos (amarillo, carmelita y azul claro).
Las maderas eran pintadas de colores fuertes (azul añil, verde),
completando el conjunto los tejados rojos. A
pesar de las mejoras introducidas, La Habana era una ciudad insalubre,
donde el hacinamiento provocado por la llegada de la flota, en una ciudad
donde vivía la mitad de los
habitantes de la isla, provocaba frecuentes brotes de epidemias agudizadas
por la escasez de agua potable, la falta de regulaciones sanitarias y las
condiciones climáticas. No mucho mejor eran las condiciones en el resto
de la isla. Las construcciones religiosas
fueron haciéndose más importante en la medida que se consolidaba la
presencia de las Órdenes y de la Iglesia. Aparecen las primeras
edificaciones religiosas de cantería y tejas. La Iglesia del Espíritu Santo
(1638), la segunda que tuvo La Habana, costeada por una cofradía de
negros libres y que en su inicio fue una
humilde ermita; la Iglesia del Cristo del Buen Viaje, tiene su
origen en la ermita del Humilladero, levantada para que allí terminara la
procesión anual del Vía Crucis de los viernes de cuaresma. Ambas eran
construcciones sólidas de cantería y de una sola nave. La iglesia del
Santo Ángel Custodio (1690) en la loma de Peña Pobre y la de Guanabacoa
erigida a finales del siglo XVI y
convertida en parroquial en 1607. Durante
este siglo se remodela el convento de San Francisco fundado a finales del
siglo XVI, se reedifica la iglesia del convento de San Juan de Letrán; se
comienza a edificarse el primer convento de mujeres, el de Santa Clara
(1644), de tendencia franciscana, cuya construcción se mantuvo durante
diez años, esta edificación marca
la tipología conventual en Cuba: muros gruesos con poco vano, patio
claustral y gran riqueza ornamental interior. Ocupa dos manzanas, con dos
plantas y dos patios interiores. Un segundo convento para mujeres, de
influencia dominica, se autoriza a finales del siglo, el de Santa Catalina
de Sena (1689-1700), costeado por una rica familia habanera, con similar
esquema constructivo. A fines del siglo XVII
en un terreno de dos hectáreas comenzó a levantarse el Convento
de la orden de los belenistas. Las
artes plásticas en los dos primeros siglos de la colonia Dados
los difíciles tiempos para la comunicación y el comercio buena parte del
mobiliario deque se utilizaba en las iglesias, conventos, edificios públicos
y casas particulares eran fabricados por artesanos criollos: altares,
armarios, bancos de sacristía, baúles, talla en madera, carpintería de
puertas, ventanas, techos, barrotes, etc. También se hacían en la isla
algunos objetos de orfebrería e incluso pintura, básicamente de temas
religioso, que hoy están perdidas. En
estos trabajos artesanales, casi siempre anónimos, predomina la imaginería
popular, con la ingenuidad y la natural falta de cánones y reglas de lo
hoy conocemos como “arte primitivo”, pero que constituyeron la base
del arte colonial de la isla. De
este arte primitivo de la isla, quedan muy pocos ejemplos, gracias al
“desvelo” artístico y el refinamiento del obispo vizcaíno Juan José
Díaz de Espada y Fernández, quien “renovó” el mobiliario, los
santos, los altares, las pinturas y murales, por su tosquedad y falta de
estética, para sustituirlo por un arte importado y de mejor factura que
hizo desaparecer casi por completo el arte religioso de los siglos XVI,
XVII y buena parte del siglo XVIII. Desde
fines del siglo XVI se conocen algunas referencias de pintura hechas en
Cuba: en 1584 el Cabildo habanero contrata “una imagen y ocho cuadros”
a un Gaspar de Ávila para la Sala del Ayuntamiento; en 1599 se informa
que el pintor Juan Camargo ha cobrado mil ducados por la pintura de un
retablo en la Parroquial Mayor. De
siglo XVII no se han
encontrado obras pictóricas, aunque se sabe por documentos de la
existencia de talleres de pintura en La Habana. En una de estas
referencias documentales se habla de la compra por parte de un tal José
Buhart vecino de Guanabacoa, de dos cuadros que representan a Jesús el
Nazareno, pintado en madera y realizados en La Habana en 1660.[68] De
las esculturas religiosas se conserva testimonio de que la Parroquial
Mayor adquirió en España una imagen de madera en 1633, tallada por Martín
Andujar y pintada en La Habana por Luis Esquivel. También se habla del
maestro carpintero Juan de Salas Argüelles quien dona al Convento de
Santa Clara en 1646, un retablo de madera dorado, cuatro pinturas y la
imagen de la Purísima Concepción, realizados por él. Este Juan de Salas
talló las vigas del coro de dicho convento, dejando en una de ellas su
nombre y en otra el año de ejecución de la obra, 1643. En el mencionado
convento hay dos tallas en madera, un San Miguel Arcángel y un Dios
Todopoderoso, que algunos le adjudican a este maestro carpintero.[69] La
única pieza de arte del siglo XVII que se conserva es la escultura
conocida como La Giraldilla, obra de Jerónimo Martín Pinzón, quien la
creó entre 1630 y 1634. La sola existencia de la pieza es prueba del
desarrollo que había alcanzado la fundición en la Isla, oficio que se
sabe era conocido desde mediados del siglo XVI cuando se autorizó fundir
en la isla, piezas de artillería y utensilios domésticos, utilizando el
cobre que se extraía de minas de la isla. La
Giraldilla, es una pieza de bronce, que representa una mujer como alegoría
de la Victoria. Lleva en su mano derecha una rama de palma, de la que solo
conserva el tronco, y en la izquierda un asta con la Cruz de Calatrava,
Orden a la que pertenecía el gobernador Bitrian de Viamonte, quien la
encargó para colocarla como veleta en la torre del castillo de la Real
Fuerza. En
cuanto a la representación del paisaje de la isla, corresponde a los
grabadores holandeses del siglo XVII las primeras imágenes de la Isla y
de su capital La Habana. Era una mirada distorsionada por la lejanía, la
fantasía y la descripción de segunda mano que tenían estos artistas. Uno
de los hechos que motivó este interés por Cuba y en especial por La
Habana fue el establecimiento de la flota que surcaba el Atlántico una
vez al año de ida y vuelta cargada de riquezas. Justamente una acción
naval holandesa ocurrida en 1628, la derrota de la Flota de la Plata en la
bahía de Matanzas, por el almirante Piet Heym, sirve de motivo para un
grabado de autor anónimo que representa la batalla, con elementos del
paisaje como referencias topográficas,
la forma de la bahía y las lomas que se distinguen al fondo. Por
esta misma época aparecen dos grabados del mismo origen anónimo, el
primero representa la bahía y villa de La Habana, en el que sobresalen la
torre del Castillo del Morro con una cúpula en forma de bulbo; los techos
“góticos” de las casas y altas montañas de apariencia alpina. El
otro grabado contemporáneo del anterior y titulado “Habana”, presenta
dos figuras humanas, un hombre y una mujer con trajes de época. La mujer
evidentemente es una mestiza, con la villa habanera de fondo, muy parecida
al grabado anterior. Desarrollo
científico y técnico en el siglo XVII Al
escribir sobre el desarrollo que poco a poco iba alcanzando la colonia de
Cuba, es imprescindible mencionar el auge que iba alcanzando la construcción
naval en la isla y en especial en La Habana. Iniciada desde el siglo XVI
las construcciones navales cobran auge a mediados de ese siglo y se
consolida en el siglo XVII cuando las dificultades de comunicación
causada por la presión del corso y la piratería alentaron la construcción
de buques de hasta 300 toneladas en el carenero de La Habana y de menor
porte en otros lugares de la isla, como Santiago de Cuba. Únase a ello la
ya referida calidad y abundancia de la madera y la habilidad de una mano
de obra que se ha ido desarrollando y en este momento está formada
principalmente por gente nacida en estas tierras. Fue
en esta rama de las construcciones navales que se desarrolla el talento
del habanero Francisco Díaz
Pimienta(1594-1652), constructor naval, quien llegó a ser almirante de la
Armada española, superintendente de la construcción de barco y fundador
de la Sociedad de Armadores que agrupa
a cierto número de fabricantes de barcos en La Habana. Este
destacado habanero escribió la primera obra científico técnica de la
historia de Cuba, la “Relación del suceso que tuvo Francisco Díaz
Pimienta, General de la Real Armada de las Indias, en la isla de Santa
Catalina” editada simultáneamente en Madrid y Sevilla en 1642, se
trata de una tabla de relaciones mensurables de gran importancia para la
navegación en los mares de Occidente. Año
después el médico sevillano radicado en La Habana, Lázaro de Flores
Navarro escribe un libro con datos relacionado con la navegación en estas
latitudes, titulado Arte de Navegar (1673)[70].En
el prólogo el autor, considerado una autoridad en la materia en siglo
XVII, expresó que su contenido fundamental trataba acerca de las reglas y
preceptos de la navegación especulativa y teórica, para lo cual se debía
dominar la matemática. El escribió que "(...) la Náutica es una de
las Artes Matemáticas, y necesita para su conocimiento de la Astronomía,
Geometría, Perspectiva y Aritmética".[71] Como
es de notar siendo la navegación elemento fundamental para las
comunicaciones y el desarrollo de la colonia, es lógico que sea en esta
rama del saber en la que aparezcan los primeros libros científicos de la
isla, lo que acentúa la vocación marinera de La Habana y sus pobladores. Otra
necesidad perentoria de la sociedad criolla fue su salud, desde la fundación
de la colonia siempre hubo preocupación para enfrentar las enfermedades
que en el clima de la isla se presentaban con frecuencia en forma de
epidemia, con virulencia y alta mortalidad. Fueron las enfermedades
europeas desconocidas por los aborígenes, uno de los factores de la
disminución drástica de la población nativa, aunque no el principal, y
en las pequeñas pero insalubres villas, principalmente en La Habana, con
frecuencia se presentaban brotes de enfermedades de diversos orígenes.
Faltaban médicos y esta fue siempre una de las preocupaciones de los
Cabildos, que con frecuencia claman por su presencia entre ellos. Se
menciona a un tal Juan de Alcazar como el primer médico y cirujano que
estuvo en la isla, allá por 1526 en Santiago de Cuba, en esta misma villa
la precariedad de la salud llevó al cabildo a autorizar a una curandera
aborigen, María Navas, para ejercer. En 1569 el cabildo habanero autorizó
a Gregorio Gamarra por “(...) la gran necesidad que esta villa tiene de
botica, médico y cirujano (...)”[72] En
1610 desembarca en La Habana Juan de Tejeda y Pena, el primer médico
titulado que llega a la isla, quien permaneció muy poco tiempo en ella;
en 1622 el Cabildo nombra a Gabriel Salas, cirujano romancista para que
examinara a los barberos y cirujanos. En
la década del veinte del siglo XVII los aspirantes a barberos,
boticarios, parteros, médicos y cirujanos, debían examinar en Nueva España
de cuyo Tribunal de Protomedicato dependía Cuba, este era un tramite
riesgoso y caro para los humildes practicantes de la medicina por lo que
el cabildo habanero pidió autorización a la metrópoli para establecer
dicho tribunal en La Habana en la persona del médico sevillano Francisco
Muñoz de Rojas residente en la villa. En
1634 dicho médico presentó al Cabildo su documentación autorizándolo a
ejercer como Tribunal Protomedicato a título personal cargo que desempeñó
hasta su muerte en 1638, con el desapareció el Tribunal Protomedicato
habanero. En 1651 el único médico en La Habana era el mencionado Lázaro
Flores Navarro, apoyado en ocasiones por los médicos de la Flota. Desde
mediados del XVII comienza la formación de médicos de la isla en la
Real y Pontificia Universidad de San Hipólito de Nueva España, el
primer graduado fue Diego Vázquez de Hinostroza que comenzó sus estudios
en 1649 y se graduó en 1651, pasando a La Habana en 1665, donde ejerció
por muy poco tiempo, regresando nuevamente a México. Capítulo IV El
siglo XVIII constituye para Cuba un período de grandes cambios en todos
los órdenes, muy ligados estos a los acontecimientos políticos y
sociales que ocurrían en Europa y que coyunturalmente influyen en la
Isla. Carente
de riquezas mineras Cuba, al igual que el resto de Las Antillas, basan su
desarrollo en los cultivos tropicales que poco a poco van ganando espacio
en el mercado europeo. En el Caribe no español,
se desarrolla una economía de plantación que tiene como base la
mano de obra de miles de esclavos de origen africano, que cultivan y
elaboran productos de alta demanda como el azúcar, el algodón, el
añil, las especies y el tabaco. La
población africana se hace mayoritaria
en estas islas plantaciones y crean colonias muy productivas, pero
socialmente muy explosiva, por la sobre explotación de estas personas. La
intensificación y mejora de los cultivos, con el uso ilimitado de la mano
de obra esclava, lleva a las colonias inglesas y francesas, sobre todo a
Saint Dominique (Haití), a adquirir pese a su tamaño una enorme
importancia económica en el mercado europeo en expansión. También estas
colonias no europeas son la base del contrabando entre ellas y las
posesiones españolas, entre ellas Cuba. En
1700 se produce la llegada al
trono de España de la dinastía de los Borbones, reinantes en Francia en
aquellos momentos. Tras la muerte de Carlos II de España, rey de la casa
de Hasburgo, sin dejar herederos, este hace testamento a favor del Duque
de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, para que se ciñera la corona española,
hecho consumado al proclamarse este rey de España como Felipe V. Tal
hecho no fue aceptado por las grandes potencias europeas, Austria,
Inglaterra y Holanda, que vieron en este acontecimiento un reforzamiento
del poderío de Francia, porque Luis XIV proclamó el derecho que seguía
teniendo su nieto al trono galo, con lo que una fusión de ambas naciones
daría lugar a una superpotencia con inmensos recursos económicos,
militares y una influencia política que las naciones rivales no estaban
dispuestas a admitir. Tal
hecho fue el detonante para que se iniciara una guerra entre Francia y
España por un lado y Austria, Holanda e Inglaterra por el otro, conflicto
que se conoce como Guerra de Sucesión (1701-1714), que repercute en las
colonias americanas y sus mares adyacentes que puede decirse fueron el
escenario principal de esta conflagración. Se reanima el corso y la
piratería, el ataque de las colonias y la destrucción sistemática de
las riquezas fomentadas en esta parte del mundo. La guerra le permite a Cuba el
contacto legal con navíos no españoles, los barcos franceses autorizados
a tocar puertos cubanos, principalmente La Habana con el consiguiente
beneficio no solo económico, sino social, al entrar los colonos en
contacto con una sociedad de más desarrollo y refinamiento. Con la firma de la paz de
Utrecht la guerra terminó, España se vio forzada por el mismo a hacer
concesiones “humillantes” para ella, pero beneficiosas para los
colonos en América, al conceder a Inglaterra el “asiento de negros”,
es decir el derecho a abastecer de esclavos a las colonias españolas, y
el envío de un buque de 500 toneladas cargado de mercadería inglesa,
“navío de permiso” para que comerciara con dichos asentamientos hispánicos.
Ambas medidas fueron fachada legal para el contrabando en las colonias
americanas, entre ellas Cuba. Las
mercancías de los barcos ingleses que traían los efectos para los
esclavos y las quinientas toneladas del navío de permiso, eran
desembarcadas de forma clandestinas en lugares cercanos a los puertos
autorizados y desde allí se contrabandeaba con los criollos, con grandes
beneficios para los ingleses y los naturales, en muchas ocasiones con la
complicidad de las autoridades. En 1739 se reinicia la guerra
entre España e Inglaterra que habría de durar hasta 1748.[73]
La poderosa escuadra del almirante Edwar Vernón, asaltó Portobelo(Panamá)
destruyéndola, y Cartagena de Indias, sin poder ocuparla y posteriormente
emprende el asedio a la isla de Cuba, intentando resarcir su derrota con
un golpe de mano que tuviera un efecto político en Inglaterra. Bojea
la isla, amenaza La Habana, Matanzas y vigilado de cerca por los
pobladores del país y las autoridades españolas, se presenta en la
despoblada bahía de Guantánamo a principios de julio de 1741,
desembarcando un fuerte contingente de hombres con el objetivo de asaltar
la ciudad de Santiago de Cuba por tierra. Sus
fuerzas intentan un avance rápido por la boscosa serranía guantanamera
hostigados todo el tiempo por las milicias de Tiguabos, hombres de la
tierra, conocedores del terreno, que no le dan tregua a los “casacas
rojas” hasta que frenado su
avance son obligados a retroceder hacia la inhóspita bahía donde
permanecerán atrincherados por varios meses en un improvisado poblado que
llamaron Cumberland, donde eran hostigados por igual tanto por los españoles
y sus voluntarios, como por los elementos naturales, que dejaron reducida
casi a nada aquel orgulloso cuerpo expedicionario, que a bombo y platillo
habían despedido allá en Inglaterra, apenas unos meses atrás. A finales
de noviembre de 1741 Vernon aprovecha la noche para evacuar las pocas
tropas que conserva, en el abandonado poblado; cientos de tumba y
todo el aprovisionamiento dan fe de la derrota. Las
colonias hispanas en el Caribe resistieron el embate inglés y al cabo de
nueve años los británicos firmaron el Tratado de Aquisgrán(1748), con
el cual España restablece su monopolio comercial al renunciar Inglaterra
al Asiento de negro y el Navío de Permiso. En
1754 estalla la “Guerra de los Siete años” que enfrentó a Francia e
Inglaterra por los dominios coloniales y comerciales que tenían en
diversas partes del mundo. En esta confrontación los franceses fueron
desalojados del Canadá y algunas posesiones del Caribe. En 1760 ya casi
derrotada Francia, el recién coronado rey de España, Carlos III, renovó
el Pacto de Familia con los Borbones franceses y declara la guerra a
Inglaterra. La participación de España
en esta guerra fue desastrosa, poco apoyo podía dar a Francia, vencida en
toda la línea por los ingleses y en cambio perdió una precaria paz que
le permitía ir recuperando su poderío naval y militar muy diezmado,
fundamentalmente en América. Las escuadras británicas demostraron su
poderío y capacidad militar al ocupar La Habana y Manila en 1762. La
toma de La Habana por los ingleses (1762) fue un duro golpe a la monarquía
española que conocía la importancia de la plaza, tanto desde el punto de
vista militar, como político y económico. Tal fue la valoración de La
Habana, que el Rey negoció la devolución a cambio de la extensa, aunque
pobre, colonia de La Florida. Los
ministros del gobierno español bajo la égida de Felipe II se dieron
cuenta de que Cuba podía ser algo más que la “Llave del Nuevo Mundo”
y que sus riquezas naturales provenientes de los productos como la ganadería
y el tabaco, en estos primeros tiempos, y luego el azúcar, en la medida
que avance el siglo, podían dar buenos dividendos a la Corona. Por
esta razón crearon medidas centralizadoras en cuanto al gobierno colonial
y la mejor explotación de la isla. Bajo el gobierno de Felipe II se
produjo la supresión de los derechos de los Cabildos municipales, que
actuaban como gobiernos autónomos, principalmente en el interior de Cuba,
atribuyéndose funciones que solo eran de la competencia del Rey, como el
caso de la repartición de tierras, base de la sociedad colonial. Al
suspender este derecho la monarquía lesiona los intereses de la oligarquía
terrateniente que databa de los tiempos de la conquista
y que formaba la base de la clase oligárquica criolla. La
producción de tabaco era a principios del siglo XVII el principal renglón
económico de la Isla. La alta demanda de este producto en el mercado
europeo hizo pensar a los ministros del rey de España en las enormes
ganancias que podía obtener si compraban gran cantidad de tabaco. En
consecuencia el gobernador de Cuba Laureano de Torres recibió en 1708 la
orden de comprar anualmente 3 millones de libras de tabaco[74]
lo que reportó una ganancia tal para las arcas reales que al llegar su
sustituto, Vicente Raja traía la encomienda de aplicar el “Estanco del
Tabaco”(1717) a favor de una fábrica de tabacos establecida en Sevilla. La
producción tabacalera en la isla estaba en manos de campesinos de origen
canario, dueños o arrendatarios de medianas y pequeñas parcelas de
tierra, concentradas en las orillas de los ríos en la parte occidental y
central del país mayoritariamente. La sede de la factoría radicaba en La
Habana, con sucursales en Trinidad, Santiago y Bayamo. El
estanco establece el monopolio estatal sobre la producción, la
comercialización, la imposición de precios, cuotas y la prohibición de
comercializar por otra vía el sobrante de tabaco no comprado por la
factoría. Esto
provoca el disgusto de los cosecheros que se sublevaron ese propio año
1717 y obligaron al gobernador Vicente Raja a abandonar el puesto y
embarcarse para España. La respuesta del gobierno español fue el envío
de un nuevo gobernador, Gregorio Guazo Calderón, con instrucciones de
imponer el estanco a como diera lugar, para lo cual vino acompañado de un
fuerte contingente de tropas. El nuevo gobernador trató de conciliar los
intereses, pero sin suprimir el Estanco, promete que se le pagaría la
cosecha al contado y que podrían “exportar” todo el tabaco que no
comprara la factoría real. Sin
embargo la permanencia del Estanco provoca una nueva sublevación en 1723,
cuando los vegueros trataron de adoptar medidas para evitar la caída de
los precios, fijando volúmenes de cosecha y precio. Para poder mantener
el boicot los cosecheros tomaron medidas contra los que rompieran este
trato, destruyéndole la producción y la cosecha a todo el que vendió a
menor precio a la factoría. El
gobernador reprimió con dureza la rebeldía de los vegueros que se
levantaron en armas y tuvieron un enfrentamiento con el ejército en las
afueras de Santiago de las Vegas. El saldo fue de varios heridos y la
captura de doce complotados que fueron colgados en el camino de Jesús del
Monte. En
1727 la monarquía establece la Intendencia Real de Tabaco para continuar
con el Estanco del producto, función que pasó luego a la Compañía de
Comercio de La Habana y finalmente a la Real Factoría de Tabaco (1761)
que monopolizó la producción. La producción tabacalera en
Cuba se vio muy afectada por el monopolio real, que acabó con la
industria de elaboración de tabaco en el país y creo un sedimento de
rechazo a este tipo de medidas arbitrarias, que solo beneficiaron al Rey y
los fabricantes españoles. Con
el siglo XVIII la producción azucarera irá estabilizando un lugar
preponderante en la economía de la colonia, dadas las condiciones
naturales que tiene el país. Se produce azúcar en pequeños y medianos
ingenios con dotaciones de esclavos de algunas decenas de esclavos, para
poder crecer necesitaban mano de obra esclava que era muy escasa en este
período y alcanzaba un alto precio, unos 300 pesos como promedio y entre
450 y 500 pesos, si conocía el oficio.[75] A
principio del siglo XVII la producción azucarera de Cuba disminuye a
causa de las dificultades para la exportación. En 1724 la producción
azucarera alcanza las 50 mil arrobas (2 300 toneladas) y se vendía a un
precio que oscilaba entre los 24 y los 28 reales, pero en 1728 hay una
nueva recaída de la producción que provoca el cierre de algunos
ingenios.[76] Alentados
por las altas ganancias obtenidas por el Estanco del tabaco, un grupo de
comerciantes habaneros y gaditanos, propusieron al Rey un nuevo negocio
monopolista: la Real Compañía de Comercio de La Habana (1739), encargada
de abastecer a la Isla de todos los productos que necesitara, imponiendo
precios monopólicos y la exportación de los producto de la Isla, excepto
el tabaco. En los primeros doce años de su existencia esta compañía
obtuvo ganancias de 650 mil pesos, un 72 % del capital inicial que fue de
900 mil pesos.[77] La
Real Compañía de Comercio de La Habana podía importar esclavos, hecho
que fue de mucha ayuda para la reactivación de la insipiente industria
azucarera de la isla, que movilizó capital, aumentó el número de
ingenios, revalorizó las tierras y produjo una gran expansión del
cultivo de la caña de azúcar en este país.[78] A
mediados del siglo XVIII apenas había cuatro grandes ingenios en la isla,
todos en el occidente y cercanos a la capital, tenían más de cien
esclavos y una producción superior a las 10 mil arrobas de azúcar. Hacia
1760 había en los alrededores de La Habana unos 90 ingenios con una
producción total de 340 mil arrobas de azúcar(15 640 ton.), el 75 % de
la producción de la Isla.[79] La
Real Compañía de Comercio de La Habana incentivó también la producción
azucarera, al convertirse en la exportadora de la mayor parte de esta a
España. Ya para 1755 el azúcar representa el 61 % de las exportaciones
de la isla y continuó creciendo. [80] También
es importante para la economía de la isla, la autorización del corso,
que les permitió beneficiarse de las riquezas arrebatadas a los
asentamientos coloniales ingleses en el Caribe, principalmente Jamaica y a
los barcos de esa bandera; incrementar el comercio de contrabando, de
fuerte tradición en la isla y convertir a La Habana en una activa base
corsaria. Estas actividades gozaron del beneplácito de las autoridades
coloniales, aún en tiempo de paz. Como ejemplo de las abundantes
ganancias de los corsarios antillanos baste decir que en 1742 los
corsarios cubanos consiguieron botín por valor de dos millones de pesos.[81] Otro
renglón importante en la isla y en particular La Habana fue la construcción
naval, que desde inicios del siglo XVIII se vio involucrada en una
reanimación y modernización que dotó a La Habana de los mejores
astilleros de América y del reino. En
1713 se aprobaron los primeros proyectos para el restablecimiento naval de
España y para ello el primer paso fue rehabilitar los astilleros
habaneros. Por eso vino a Cuba Manuel López Pintado con el encargo de
construir diez barcos de 900 toneladas y dos pataches[82],
venía con 30 carpinteros de ribera y 20 calafates, en su mayoría
andaluces.[83]
El
mayor auge de los astilleros habaneros comenzó en 1724 con el prestigioso
trabajo del criollo Juan de Acosta quien entregó dos barcos para el
virreinato de Nueva España y por su calidad se le encargaron otros para
la flota de la Mar Océano. En
1728 llega Juan Pinto, nombrado director del nuevo astillero, con él se
alcanza un gran auge y prestigio constructivo; en La Habana se fabrican
los mejores y más rentables barcos del reino, se ponen en práctica
grandes proyectos y los pedidos crecen dada la voluntad del Rey de
restablecer el poderío de la Armada española. En
1741 el gobierno español concede la administración de los astilleros a
la Real Compañía de Comercio de La Habana con el compromiso de entregar
tres o cuatro navíos por año, lo que no pudo cumplir teniendo que
renunciar al contrato en 1748. A
mediados del Siglo XVIII —en 1759— la población total del país
ascendía a 140 mil habitantes, de ellos 60 mil vivían en La Habana y
poblados y fincas cercanas; y en el año 1774 era de 171 mil 620, de ellos
96 mil 440 blancos (56.4 por ciento) y 76 mil 180 negros y mestizos (43.6
por ciento). De éstos 31 mil 847 personas eran libres y 44 mil 333
esclavas. Se expandió el cultivo del tabaco y el comercio de rescate o
contrabando frente al monopolio comercial oficial, durante una larga
etapa.
La
sociedad criolla se había consolidado, sentando las bases para el
desarrollo productivo de sus renglones fundamentales. En las ciudades
aparece un artesanado activo y numeroso de trabajadores calificados y una
oligarquía que tiene sus bases económicas en el comercio y la tenencia
de grandes extensiones de tierra. Los criollos habían logrado resistir
con éxito las medidas restrictivas del poder colonial y evitar que la
isla fuese dominada por
potencias que impondrían otra cultura. Aprendieron a defender su patria.[84] El
pensamiento escolástico y la Iglesia en Cuba a principios del siglo XVIII
Desde
el mismo inicio de la conquista y el fomento de la colonia en la Isla se
va a producir paulatinamente un fenómeno de criollización de la Iglesia
Católica, dadas las peculiares condiciones en que se desarrolla la
sociedad criolla, sometida a los vaivenes de la política de la metrópoli
española, en constante guerra y asediada por las otras potencias
coloniales europeas, que le disputan la supremacía.
El
desarrollo de la Iglesia en Cuba en esta época es muy difícil, en una
colonia pobre donde poco se podía recaudar, quedó sujeta a la subversión
real, con un clero escaso y de poca preparación, que dejó mucho que
desear en los primeros tiempos de la conquista y la colonización, con sus
honrosas excepciones, por su concupiscencia y contubernio con los que se
enriquecía a toda costa. Poco
a poco la Iglesia en Cuba va creciendo incrementada por la población
criolla de la cual se incorporan a los templos e iglesias los curas, y
monjes que la harán crecer y la dignifican. Ya a finales del siglo XVII
la Iglesia en Cuba rebasa la etapa de sobrevivencia e inicia un sostenido
crecimiento que caracteriza al siglo XVIII.
Al
producirse el Sínodo Diocesano de 1680 esta Iglesia tiene ya importantes
e indisolubles vínculos con la oligarquía criolla, que forma parte
raigal de ella por su mayoritario clero nativo, que afianza esta alianza
predominante en el siglo XVIII. El Sínodo pone orden en la Iglesia de
Cuba y deja sentada las bases para que su papel ideológico en la colonia
quede reafirmado.
La
llegada a la isla del obispo Diego Evelino de Compostela y Vélez(1687-1704),
marca el inicio de la consolidación de esta Iglesia criolla que
distinguirá este siglo. Sus diecisiete años de obispado
marcan una intensa actividad de afianzamiento de la Iglesia en la
sociedad colonial: Se extiende por toda la isla, funda templos, curatos,
hospitales, pero también afianza los mecanismos para el cobro de las
rentas eclesiásticas, entre ellas el diezmo; aplica las ordenanzas del Sínodo
y estimula la fundación y crecimiento de las órdenes religiosas.[85]
Se
conoce de los intentos del obispo Diego Avelino de Compostela por
restarles poder económico y social a las órdenes establecidas en la Isla
en beneficio de la jerarquía de la Iglesia Católica. El hizo gestiones
para establecer un centro de estudios dirigido por los jesuitas,
organización que está ligada al papado por
voto de obediencia a fin de crear un contrapeso a las órdenes, de
conocida influencia criolla.
Tal
fue el impacto reorganizador en la Iglesia de la Isla durante el mandato
de Compostela, que renuncia a la subversión del estado español para los
gastos y mantenimiento de la misma pasando a sufragar sus propias
necesidades con holgura. Entre 1685 y 1688 las restas del diezmo eran de
121 000 reales, en cambio ya para 1693 estas mismas recaudaciones
alcanzaban la cifra de 608 000 reales.[86]
Al
término del siglo XVII había en Cuba 225 sacerdotes, 204 frailes y
alrededor de 100 monjas en su mayoría criollos [87](16).
En 1757 había en la Isla 57 parroquias, 25 ermitas y 22 conventos
atendidos por 572 curas, 484 monjes y 154 monjas, con predominio de
nacidos en el país.[88]
Este
florecimiento de la Iglesia Católica en Cuba alcanza su momento más álgido
durante el obispado de Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1753-1768), época
en que “coincidieron en armonía una economía hacendataria y una
Iglesia de tradición feudal”[89]
Desde
el punto de vista ideológico, la Iglesia que llega a Cuba a principios
del siglo XVI es la institución más conservadora y cerrada de Europa,
convertida en aliada de los reyes de España, devenidos en poderosos señores
a raíz de la conquista de la tierras americanas.
En
razón de ello la alianza de la monarquía española y la Iglesia Católica
fue la base de la Contrarreforma ideológica que predomina en buena parte
de Europa en los siglos XVI, XVII y XVIII. Su ideología fue la escolástica
como doctrina que contrapone la fe a la razón. Basada en las teorías de
Tomás de Aquino, que acepta la existencia de una doble verdad: las
reveladas por Dios y las razonadas por el hombre, con prioridad para las
verdades divinas en casos de contraposición.
La
Escolástica devino en base ideológica de la Monarquía y los grupos de
poder en España, legitimando el orden feudal y el origen divino de sus
privilegios, base de la unidad del imperio español en América, en
alianza con la Iglesia. Estas
coordenadas ideológicas y culturales dominaron el siglo XVIII en la Isla acentuadas por la condición colonial de la Isla.[90]
Generaciones
de criollos, muchos de ellos destacados intelectuales, se educaron “bajo
estas coordenadas teórica”. El criollo fue también el “sujeto
principal” en el sostenimiento de estas doctrinas dado a que
predominaban en las instituciones religiosas de la isla.[91]
A
pesar de ser la Escolástica un sistema filosófico ya en decadencia a
principios del siglo XVIII, en Cuba, para la clase dominante de los
criollos fue el sostén y estímulo de su desarrollo social y cultural,
que sin las instituciones eclesiásticas no se hubiera podido desarrollar,
“el nacido en la Isla necesitó de ella, como de la Iglesia y del
propio poder colonial, para legitimar su orden social”[92]
El
despegue de la enseñanza
Desde
finales del siglo XVII y con la consolidación
de la Iglesia en la Isla, en alianza con la clase criolla
predominante se hacen varios intentos por crear una universidad en Cuba,
anhelo acorde con las inquietudes de las clases pudientes, necesitadas de
tener en propio suelo una institución de este tipo para la educación de
sus hijos.
En
1717 el padre maestro de la Orden de los Dominicos, Fray Bernardo de
Membrive, elevó un memorial al rey, atendiendo a las solicitudes de estos
habaneros, suplicando autorización para crear una universidad en La
Habana.
Felipe
V encargo al cardenal Aquaviva interceder ante el Papa Inocencio XIII
quien finalmente expide un breve el 12 de septiembre de 1721, autorizando
la creación de la Universidad en
el convento de San Juan de Letrán de los dominicos habaneros.
Aprobada
la apertura de la universidad en el convento de San Juan de Letrán de los
dominicos, tardarán casi siete años para que tal obra se llevara a vía
de hecho y el motivo fue el litigio y hostilidad del obispo Jerónimo Valdés
quien pretendía que dicha institución tuviera como sede la Iglesia y
edificaciones contiguas del
barrio de San Isidro, que dicho prelado había donado a los dominicos para
abrir colegio en 1720 donde se enseñara Gramática, Teología y Filosofía
de forma gratuita.
En
el momento de hacerse pública la aprobación de la universidad para el
convento dominico, funcionaba el colegio según la cláusula del donativo,
pero el obispo exigió que la universidad fuera para este sitio, alejado
del centro de La Habana de la época. Era una maniobra dilatoria de
alguien que no veía con buenos ojos la influencia de esta “orden
criolla” y que estaba en trámite de que los jesuitas se volvieran a
establecer en la ciudad.
Finalmente
el obispo Valdés reclamó a los dominicos la devolución de la donación,
se cerró el colegio de San Isidro y la Orden pudo al fin abrir la
Universidad.
El
5 de enero de 1728 se establece oficialmente la Universidad de San Jerónimo
de La Habana, autorizada a entregar grados menores (bachiller) y mayores
(licenciados, doctores y maestros). La institución tenía inicialmente
cinco facultades: Teología, Cánones (Derecho Canónico), Leyes (Derecho
Civil), Medicina y Artes (Filosofía), organizadas en veinte cátedras,
las más importantes en la mañana (cátedras de prima) y el resto en la
tarde (cátedras de vísperas).
Los
dominicos se adjudicaron el derecho de impartir las cátedras de Filosofía
y Teología, estudios eminentemente ideológicos que ceñían la enseñanza
la escolástica como doctrina de la Iglesia de acuerdo con el Concilio de
Trento, que definió la línea ideológica y política de la Iglesia Católica.
Las
teoría de Tomás de Aquino era la que definía la base de esta enseñanza,
los textos eran dogmáticos y
con un gran atraso científico, pero que en la realidad de la colonia de
la primera mitad del siglo XVIII, servía a los intereses de la clase
dominante en su afán de formar a los continuadores del status creado.
En
1722 el obispo Jerónimo Valdés crea el Seminario de Basilio el Magno en
Santiago de Cuba, con el fin de formar “servidores de la Iglesia”. En
este nuevo centro el curriculum incluía: Teología, Gramática y Canto
Llano, cerrado en 1739 y reabierto en 1754 a pedido de los vecinos
notables de la jurisdicción de Cuba.
El
obispo Pedro Morell de Santa Cruz impulsó al Seminario santiaguero con la
creación de las cátedras de Filosofía, Teología, Escritura y Cánones.
Otro obispo criollo Santiago Hechavarría y Elguesúa crea en 1777 el
reglamento del colegio más flexible en cuanto a la escolástica pero
manteniendo el requisito de admitir
en sus aulas a alumnos de
origen español y cristianos. El obispo Hechavarría que había estudiado
en el Seminario de San Basilio fortaleció las cátedras del mismo y le
destinó el 3 % de las restas de la Iglesia.[93] El
centro concedía doce becas de gracias para estudiantes pobres y
completaba el alumnado con jóvenes de familias acaudaladas que costeaban
sus estudios y a fines del siglo XVIII se solicitó para el Seminario de
San basilio la condición de Universidad, pedido que nunca fue atendido.[94]
Desde
esta época se hacen esfuerzos para que la orden de los jesuitas instale
colegio en La Habana, era una aspiración apoyada por la Iglesia pero que
encontraba la resistencia sorda de las órdenes ya establecidas en Cuba.
Finalmente en 1727 los jesuitas regresan a La Habana levantan el convento
de San Ignacio y fundan el Colegio San José con el apoyo de las familias
habaneras influyentes que aportaron treinta mil pesos para la obra. Este
centro se une al Colegio San Ambrosio fundado por Compostela en 1692. A
las doce becas que ya tenía este colegio se le agregan otras seis, todas
para estudiar sacerdocio. Junto
con estos estudiantes se admitían numerosos jóvenes de familias criollas
ricas que recibían asignaturas de humanidades y filosofía, hasta el
grado de bachiller.
En
cuanto a la enseñanza elemental, la situación en esta primera mitad del
siglo XVIII, continúa casi igual que en el siglo anterior. La
Iglesia tenía como obligación la función docente y desde el siglo XVI
une la enseñanza de la catequesis con la alfabetización, esta era
la forma de instrucción básica para los niños y jóvenes.
Las
órdenes religiosas estaban clara que el fundamento de la instrucción
elemental sería la enseñanza religiosa y trataron de hacer su función
lo mejor que podían.
Los
belemitas fundan en La Habana una escuela elemental a inicios del siglo
XVIII, sufragada por Juan Francisco Caraballo y con capacidad para
doscientos niños que aprendían a leer, escribir y cantar.
En
Remedios se funda una escuela elemental gratuita dirigida por Juan Cayedo;
otra en la ermita del Carmen en 1757 y una tercera en 1759. Todas muy
modestas y de efímera existencia por falta de recursos. El presbítero
Silvestre Alonso de Sancti Spíritus entregó a los monjes franciscano
para fundar un convento(1716) dentro del cual crearan un colegio en el que
se enseñara gramática y lectura religiosa y en Santiago de Cuba se
reanuda en 1754 la enseñanza
elemental gracias Diego Álvarez
“Para
la mayor parte de la población lo más común era no ir a la escuela. Los
deberes, los comportamientos y los saberes propios del estrato y del sexo
al cual se pertenecía se aprendían informalmente, en la vida diaria, a
través de procesos de socialización dentro del grupo familiar, comunal y
étnico.[95]
Inquietudes
científicas
Los
primeros médicos criollos se graduaron en la Universidad de Nueva España
a mediados del siglo XVII, la mayoría de ellos hizo carrera en esa próspera
colonia española y algunos regresaron a Cuba, donde en esto tiempo
escaseaban los médicos y el peligro de las epidemias era una constante
agravada por el deprimente estado de la salubridad.
En
abril de 1711 se restableció el tribunal de Protomedicato de La Habana,
cuya primera licencia fue expedida a Francisco Teneza Rubiera, quien ejercía
desde hacía varios años en la ciudad, a pesar de no ser graduado y
presidió el Protomedicato.
Después
de aprobado el Tribunal de Protomedicato en La Habana, los monjes de la
orden de los hospitalario comenzaron a impartir lecciones de cirugía teórico
practica en el hospital de San Juan de Díos para aquellos cirujanos
romacistas que debían examinarse en el tribunal de protomedicato, cursos
que mantuvieron aún después de inaugurada la Cátedra de Medicina en San
Juan de Letrán.
Francisco González del Álamo,
se había graduado de médico en México y fue el primer profesor
de medicina en la Universidad de La Habana en 1726, cuando aún los
dominicos no había podido abrir oficialmente la institución, cuando se
oficializó continuó impartiendo la Cátedra de Prima de Medicina, es
autor de “Tratado sobre la carne de cerdo y su calidad en las islas
de Barlovento” (1707). Otros profesores fundadores de la cátedra de
medicina fueron Martín Hernández Catategui y Ambrosio de Medrano y
Herrera, graduados también en México; este último sustituye a González
del Álamo en la dirección de la cátedra, hasta su muerte en 1755.
Entre
los médicos criollos establecidos en México sobresalieron en esta época,
Luis Baeza y Saavedra, con prominente labor médica en La Habana; Marcos
Antonio Riaño Gamboa, quien se destaca en México, no solo como médico,
sino como químico y matemático.
Otro
médico habanero de conocimientos enciclopédicos de este período lo fue
José Escobar Morales, abogado, cosmógrafo, teólogo y helenista, quien
dejó escrito un “Estudio del tifus en México” (1736) y es
considerado el criollo de aportes más prominente en el México de esta época.
Se
menciona a los habanero Francisco Ignacio Cigala, aficionado a la física
y las matemáticas y al ya mencionado Riaño Gamboa quien entre 1715 y
1725 realizó observaciones y mediciones sobre los eclipses y la posición
de los astros en la latitud de Cuba, datos que permitieron que el astrónomo
francés J. Cassini, calculara la posición de las ciudades de La Habana,
Puerto Príncipe, Trinidad y Sancti Spíritu, publicadas en 1729.
Por
orden real en junio de 1713 se funda el Arsenal de La Habana, astillero
estatal que permitió consolidar y desarrollar la industria naval en esta
ciudad. Para estos fines
fueron traídos de España especialistas que junto a los que ya construían
embarcaciones en la Isla, llegaron a fomentar la más importante industria
naval del reino. Los astilleros del Arsenal fueron trasladados en 1748
hacia el fondo de la bahía, en la ensenada de Atarés, emplazamiento que
ocupó hasta su cierre definitivo a finales del siglo XIX.
Será
este siglo XVIII el período de mayor prestigio del Arsenal, al construir
los mayores, mejores y más rentables navíos de la Marina española,
tanto de carga como de guerra, siendo por su producción una de las
mayores fuentes de ingresos de la colonia, financiados por el dinero
situado de México.
Inicios
de la Imprenta en la colonia
Cuba
no fue de las primeras colonias americanas en el uso de la imprenta, el
atraso cultural más las rígidas prohibiciones reales y eclesiásticas
mantuvieron alejadas de la isla a la letra impresa. La imprenta se
introdujo en América, primero en Nueva España y Perú en el siglo XVI y
luego en el siglo XVIII en otros territorios americanos, entre ellos Cuba.
Desde
los primeros tiempos de la conquista hubo una restringida circulación de
libros en América, de hecho solo podían circular libros relativos a la
religión católica, prohibiéndose los referidos a romances,
historias banales, profanas, novelas de caballería, etc.; en
cambio los conquistadores y contrabandistas burlaba estas prohibiciones. “La
reiteración de las medidas de prohibición demuestra que ellas eran
frecuentemente burladas, hecho comprobable a través de las listas de
libros anexas a los registros de las naves indianas, de los expurgos
realizados en bibliotecas privadas y librerías, de los catálogos de
bibliotecas y universidades de la época, de los inventarios, de los
procesos iniciados por la Inquisición, de las testamentarías y
subastas.”[96] La
Iglesia también, participó, en forma contradictoria en la introducción
de la imprenta en América, mientras prohibía a través de la Inquisición
la circulación de determinada
obras peligrosas para la Iglesia; obispos y misioneros promovieron
la introducción de la imprenta en el Nuevo Mundo y la edición de libros
para difundir la religión y una vasta producción literaria.
Tras
muchos años de prohibiciones y de poco estímulo para la cultura, aparece
en Cuba la imprenta, cuya introducción data de los principios del siglo
XVIII. Mucho se especula sobre el verdadero momento en que se introduce la
imprenta en la isla, algunos autores la remontan a 1707 y dan algunas
noticias no confirmada con la aparición de algún material impreso.
El
impreso más antiguo encontrado en
la isla data de 1720, “La Carta de esclavitud a la Virgen Santísima
del Rosario”, donde no aparece el nombre del editor. En 1723 se
imprime, “Tarifa General de Precio de Medicina”, folleto de 26
páginas que contiene en orden alfabético las medicinas que debían
venderse y su precio. El impresor era el belga Juan Carlos Habré, de cuyo
taller se conocen otras dos obras, “Mérito que ha justificado y
probado el Lcdo. Antonio de Sossa” (1724) y “Rubricas Generales
del Brevario Romano” (1727)
Carlos
Habré introdujo la imprenta en el país probablemente a principio de la década
del veinte del siglo XVIII. Era ya una imprenta de uso con “tipos de
imprenta” en francés,
probablemente de las más pequeñas.
Por
el análisis del impreso más antiguo que se conserva en Cuba se puede
conocer que estaba elaborado en formato de 23 x 24 cms., que no aparecen en el mismo la letra ”ñ” que
era sustituida por una “u” con acentuación francesa(û,ù,) o ü,ú;
algunas palabras del español tiene acento que nunca llevaron(lá,
ventá, islá, arancél), lo que hace suponer no solo el poco conocimiento
del español del editor, sino también la escasez de tipos de imprenta.
Probablemente a esta razón se deba que la “Tarifa General de
Precios de Medicina”, fuera impreso por hojas y no por pliegos,
como era ya costumbre en la época. En la portada del folleto aparece además
del título un escudo de España que se convierte en el primer grabado
hecho en Cuba.[97]
El
folleto es ordenado por el “examinador Protomedicato de La Habana”,
con el fin de dar a conocer a los boticarios la lista de medicina y sus
precios oficiales. Tenía 26 páginas y ordenados los remedios alfabéticamente
y en la última página aparece la siguiente inscripción: “En la
Habana en Once de Henero, de Mill Sietezientos veinte y tres Aùos”.[98]
Hacia
1750 aparecen noticias de la segunda imprenta en La Habana, esta
perteneciente al sevillano Blas de Olivo. De su imprenta salió el primer
libro impreso en Cuba, con 248 páginas y dos tomos (1761 y 1763),
encargado por las autoridades españolas:”Ordenanzas de S.M. para el
régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus Exercitos”
En
la imprenta de Blas Olivo se editó en 1762 el acta de
Capitulación de La Habana, firmada por el gobernador español de la
plaza, pero también se reeditó en un Almanaque de Nueva España en el que se
ratificaba a Carlos III como soberano reinante en La Habana, lo que fue
interpretado como una rebeldía por las autoridades de la ciudad impuesta
por los ingleses, por lo que fue detenido.
Desde
1762 existe la imprenta del Computo Eclesiástico que imprime los
materiales de la Iglesia. En ella se publicó la “Relación y diario
de la prisión y destierro” (1763) del obispo de La Habana, Pedro
Agustín Morell de Santa Cruz.
La
literatura como reflejo de la conciencia criolla
La
literatura histórica será
cultivada desde los primeros años del siglo XVIII, en ella aparecen
reflejadas las preocupaciones identitaria del criollo que resalta en lo
que escribe aquellas cosas que lo diferencian y distinguen aunque todavía
no remarque la diferencia con el peninsular.
La
primera obra de carácter histórico es la “Historia de la aparición
milagrosa de Nuestra Señora del Cobre”(1703), relato breve escrito
por el cura Onofre de Fonseca(1648-1710), revisado y publicado en 1782, y
que cuenta los mitos y leyenda alrededor de la aparición de la Virgen de
la Caridad del Cobre, patrona de Cuba y versión criolla del “mito
mariano” que aparece en América y a través del cual la Iglesia penetró
y dejó su impronta en las poblaciones indígenas y mestizas, en el caso
de Cuba la virgen María aparece como una virgen mestiza rescatada por un
negro, un blanco y un aborigen.
En
1725 aparece, “Carta y relación de la Isla de Cuba y sus
particularidades, con tres historias de los Gobernadores de La Habana
desde 1549 hasta 1725; de los obispos hasta 1705 y de los virreyes de México”
de Ambrosio Zayas Bazán(1666-1748), un primer intento por historiar el
desarrollo colonial en la isla.
Con el avance del siglo, la consolidación paulatina de la economía azucarera en Cuba y del Despotismo Ilustrado en España, van aparecer dos ensayos que abordan lo histórico y las posibilidades económicas de la Isla, con un sentido programático para la oligarquía criolla, interesada en consolidar sus intereses en la Isla. Los autores serán dos cultos hombres, conocedores de la problemática criolla, y vinculados a esta clase: Nicolás Joseph Ribera y Martín Félix de Arrate.
Nicolás
Joseph de Ribera(1724-1767) escribe en 1756, “Descripción de la Isla de Cuba”
que constituye un proyecto ilustrado en cuanto a la manera de desarrollar
la isla y las reformar a implementar para que se pudiera hacer semejante
cambio. Hombre muy vinculado a las familias de la oligarquía criolla de
la parte oriental del país, trató de llamar la atención de los
ministros ilustrados de la monarquía española, sobre las posibilidades
que tenía la isla, no solo la parte oriental, de desarrollarse y dejar
dividendos para el gobierno y sus súbditos en la isla.
Un
año después el habanero Martín Félix de Arrate(1701-1765) escribe, “Llave
del Nuevo Mundo antemural de Las Indias Occidentales. La Habana
Descriptiva: noticias de su
fundación, aumento y estado”, en la que hay una apasionada defensa
de los méritos del criollo, sus aptitudes y espíritu emprendedor.
La
obra tiene un trasfondo político evidente en los momentos en que la
oligarquía criolla pugna por encontrar un lugar en los destinos de la
Isla, aunque centrando en La Habana, demostrando su capacidad para
participar en el gobierno o para desarrollar la colonia.
La
obra de Arrate es un proyecto de desarrollo para Cuba, que incluye
demandas reformistas al monarca por lo que puede ser considerada como “(...)
la cima del siglo XVIII, el resumen de una evolución que se inicia a
mediados del siglo XVI así como un despertar hacia la realidad insular
para encontrar la fórmula que traiga la solución en cada momento al
grupo social”[99]
El
obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694-1788) es autor de la “Historia
de la Isla y Catedrales de Cuba”(1761), el primer intento serio por
recoger el proceso histórico de la Isla desde la conquista.
De
estos primeros tiempos se
citan otros trabajos de las que solo queda la mención del título y su
autor: “Historia de los principales edificios y un Proemio Geográfico
Mercantil” de Bernardo Urrutia: “La Habana exaltada y la
sabiduría aprendida” y la “Historia de la Universidad Literaria de
San Jerónimo de la Isla de Cuba”, ambas de José Manuel Mayorga y
también, “Origen, fundación, progreso, gobierno, cátedra y
estudios de la Insigne, Pontificia y Real Universidad Literaria de San Jerónimo”
de González Alfonseca.
En estos primeros tiempos del siglo XVIII se escribe la pieza de teatro,
“El Príncipe Jardinero y fingido Cloridano”(1730) de Santiago
Pita(1693-1755), la primera de
las que se conservan en Cuba, e inspirada
en la ópera escénica “Il principe giardinero” del italiano
Giacinto Andrea, autor del siglo XVII.
Santiago
Pita la convierte en una comedia bastante representada y conocida en su época
tanto en Cuba como en España. Los personajes principales son, el príncipe
Fadrique de Atenas y la princesa Aurora de Tracia. El príncipe se enamora
de ella a través de un retrato y decide conocerla para lo cual se
disfraza de jardinero, ella en
cuanto lo conoce se enamora perdidamente, “(...)el argumento se
desenvuelve de manera muy agradable,(...)desde los comienzos en el jardín
hasta la armonía y en contento de todos por las bodas y las promesas que
cierran el desenvolvimiento de la trama”[100]
Aparecen
en la obra personajes populares, propios de la sociedad colonial de su época,
dos de los más sobresalientes son Lamparón y Flora, antecedente de
figuras que el bufo cubano desarrollará más adelante.
Lamparón
con su carácter alegre, su picardía y gracia al hablar, es ya un retrato
del pícaro criollo, en contraste con el convencionalismo que quieren
imponer la Iglesia y las clases dominantes. Sus
razonamientos llegan a ser tan penetrante y directos que provocan
la censura de las autoridades a algunos parlamentos al final de la Primera
Jornada.[101]
Este
hecho demuestra que la obra es algo más que una simple comedia inocente,
que la censura no fue solo por “pacatería”, sino por principios éticos
propios de la sociedad colonial del momento.[102]
El
personaje de Flora, aunque más asimilada a la abra, expresa su
inconformidad con la ética y costumbres oficiales del momento. Al igual
que Lamparón explota la gracia de los personajes populares ya existentes
en la isla y su “patrón ético” se acerca a la gente común criolla,
llena de gracia y picardía, pero siempre dispuesta a llamar a las cosas
por su nombre.[103]
No
por gusto algunos estudiosos cubanos del teatro en el país (31),
consideran que ya en esta comedia hay elementos que anticipan el género
del “bufo cubano” y “el choteo criollo”.
Santiago
Pita aporta singularidad al desarrollo de la pieza, agilizando la trama y
mostrando originalidad, pese a las influencias. El “Príncipe jardinero
y fingido Cloridano”, no solo es importante por ser la primera en la
historia del teatro y la literatura cubana, sino por el gusto y el
refinamiento con que está escrita, muestra de la cultura de su autor,
elementos que aprovecha para expresar con claridad su identidad criolla, “(...)
como muestra elocuente de la asimilación del autor a su circunstancia, en
la que vivió inmerso de manera creadora[104]”
La
popularidad que gozó la obra en su tiempo, demuestra el reconocimiento
que en ella encontraba el público que iba a la representación, aunque
siempre hubo desaprobación por parte de las autoridades coloniales y la
Iglesia.
De
la poesía ya se tienen nombres a principios del siglo XVIII donde el espíritu
criollo se manifiesta en un reconocimiento de la tierra presente en un
grupo de poetas villaclareños, entre los que sobresalen: José Surí(1646-1762),
cultivador de temas tradicionales de la época y elogiado como un buen
repentista. De una obra, que se sabe fue extensa, se conservan seis textos
de beática ingenuidad, sin grandes pretensiones temáticas, ni
literarias.
Lorenzo
Martínez de Avilera(1722-1782) y José de Alva Monteagudo(1761-1800),
fueron también vates de esta tradición villaclareña, en los que se nota
una transición hacia temas más cotidianos y terrenales en sus décimas.
De
la poesía habanera de estos primeros tiempos se conservan las décimas
del doctor Castro Palomino, apegadas a las tradiciones
morales de su época en versos muy personales sin grandes
pretensiones estéticas; el doctor González Sotolongo que escribía “mordaces
epigramas en latín”[105]
y por último Fray José Rodríguez Ucres(1715-) , que respondía al seudónimo
de Padre Capacho, muy cercano al pulso popular, nada convencional y
transgresor de los cánones de su época a tal punto que “(...)extraña
que sean escritas por un sacerdote”[106]
Las
obras del Padre Capacho son las
más extensas de la poesía cubana del siglo XVIII, entre ellas, “Décimas
de borracho”, “El apasionado al número siete” y “Exordio
universal dado por el padre maestro José Rodríguez Ucres(a) El Capacho,
a la formación de la Universidad y sus nuevos doctores”.
Desde
el punto de vista de elaboración estética su poesía es pobre, pero sus
temáticas son del mayor interés para el conocimiento de la literatura de
su época por ser un retrato de costumbres de la sociedad criolla de su
momento. Utilizando un tono bromista, siempre lista a la burla y el juego,
que da un retrato distinto de esta época, el de los trasgresores,
condenados por las “buenas costumbres”
La
oratoria sagrada es tal vez el género más difundido entre las clases
intelectuales de la isla, conformada en su mayoría por hombres de la
Iglesia, formados para el uso de la palabra en el púlpito, desde donde
adoctrinaban, opinaban e influían en la población, no solo en asuntos
religiosos sino en todo aquellos que tuviera que ver con sus intereses.
Fue el género que dio a los más conocidos intelectuales criollos del
siglo XVIII, reconocidos en el ámbito europeo por el arte y la calidad,
la maestría de exposición de los temas y el esplendor de las piezas
oratorias.
La
formación de estos oradores sagrados está muy vinculada a las escuelas
religiosas de Nueva España (México), donde se graduaron y se desempeñaron
en su mayoría, aunque la isla siguió siendo un referente temático y
sentimental.
Muchos
de estos oradores sagrados alternaron sus carreras en Cuba, México, España
y hasta el Vaticano, en el que se ganaron un espacio por su facilidad retórica,
su cultura y su probada fe cristiana. Sus sermones son consecuentes con el
contenido ideológico trasmitido con gran calidad.
Ellos
jugaron un papel determinante en la formación y defensa de la ideología
y el sistema religioso y político en
la Isla y de la conciencia de clase de los grupos oligárquicos criollos,
de los cuales fueron sólidos representantes.[107]
El
más alto representante de estos oradores sagrados en el siglo XVIII lo
fue José Julián Parreño (1728-1785), jesuita, estudió en México y allí
desarrolló su carrera magisterial en centros de altos estudios
religiosos, reconocido como el “primer predicador a la moderna” , al
darle a la oratoria sagrada un sentido moralista basada en la razón ;y
con una extensa y celebrada obra.
Entre
sus piezas oratorias se citan, “Certamen poético para la Noche de
Navidad de 1754, proponiendo al niño Jesús bajo la alegoría de cometa”,
“Funerales de la Ciudad
de México a la Señora Reina Doña María Amalia” (1761) y “Panegírico
de Nuestra Señora de Guadalupe de México, en la primera fiesta que le
celebraron los abogados, como a su especial patrona” (1762).[108]
La
literatura criolla ya existe en la primera mitad del siglo XVIII,
representada en gran medida por esa prosa oratoria que servirá de base a
la ensayística del reconocimiento de los méritos naturales de la tierra
propia y de los esfuerzos de los naturales por elevarla del olvido y el
atraso en el que la dejaron los gobiernos monárquicos durante dos siglos
y la maduración de un costumbrismo que ya viene de siglos anteriores y
que ahora encuentra vehículos para expresarse con más o menos calidad y
que contrapone una manera más desenfada de ser que constituye ya la base
de lo popular, en el habla de personajes, modos de pensar y filosofía de
vida.
Las
artes plásticas en la isla
Las
artes plásticas en la isla durante este período es más obra de
artesanos que de artistas, la necesidad de tener representaciones de los
santos católicos tanto pintados como esculpidos hace que sea la gente de
oficios la que se ocupe de llenar esta insuficiencia, con más o menos
aciertos, en una época de inseguridades para la comunicación y de pocos caudales para encargar obras de pintura y escultura de
mejor factura en España.
Algo
similar ocurre con las necesidades decorativas de los habitantes de la
colonia que por igual motivo suplen sus demandas estéticas con lo que
pueden hacer los artesanos de la isla.
Era
una manera de arte popular donde el imaginero del artista artesano suple
habilidades con ingenio e ingenuidad que fue dando un matiz característico
a las primeras manifestaciones del arte en la isla.
Las
artes plásticas no tenían aún categoría de arte, la ejercían
artesanos, en su mayoría negros y mulatos, quienes hacían muchas de las
imágenes religiosas de las iglesias así como estatuaria de los santos en
madera policromada, que a decir de sus contemporáneos estaban hechas más
de fe que de buen gusto. De estas tallas en madera lo más sobresaliente a
lo largo de este siglo XVIII son los altares barroco tallados en madera
preciosa laminados en oro de los cuales hoy se conservan muy poco y las
cruces de madera policromadas y de diversos tamaños.
En
el siglo XVIII la pintura está presente en las principales ciudades de la
isla: en Santiago de Cuba quedan pintura de la época, un ejemplo de ellas
es “La Virgen de la Luz” del Tadeo Chirino; en Puerto Príncipe
se habla del retratista Felipe Fuentes y en Bayamo se han encontrado
pinturas de esta época.
Los
temas más recorrido por los artistas del período son los
asunto religiosos, con influencia de la pintura española,
especialmente de la escuela sevillana del siglo XVII. En cuanto al retrato
personal la pintura colonial criolla de esta época representa a los
gobernadores, obispos o personajes de la oligarquía criolla, en las que
el retratado se presenta en una esquemática “pose oficial”; en los
retratos elaborado en las villas del interior se usa el laminado en oro,
no presente en los retratos habaneros.[109]
El
auge constructivo del siglo XVIII
El
siglo XVIII es el siglo barroco en Cuba tanto en las artes como en la
construcción, será este estilo el que defina las normas e ideas que
llegan un poco tardíos pero que influyen grandemente en la sociedad
criolla que adapta lo barroco a sus condiciones insulares, tanto en lo
material como en lo espiritual.
En
la arquitectura el barroco cubano tiene características muy propias dadas
por los materiales de construcción de que se dispone, principalmente
piedras que por su fragilidad no podrían ser trabajada con la
exhuberancia propia del barroco en otras latitudes, y además el clima y
las condiciones geográficas en general que hacen necesario adaptaciones
que en el orden práctico eran muy sui géneris.
En
La Habana la caliza conchífera de los arrecifes costeros de Cuba,
conocidas como “piedra de Jaimanita”, es el material principal para
las construcciones civiles y militares. Cortada en grandes bloques, esta
piedra permite solo un sobrio tallado y con el tiempo se torna de un color
oscuro musgoso que va muy bien con el carácter del estilo barroco.
Predomina
en el barroco habanero las líneas curvas e interrumpidas, el contraste de
luz y sombra determinado por la sinuosidad de las concavidades de
las fachadas y completando el conjunto con los variados arcos, con
predominio del medio punto adornado con lucetas de colores, que hace de la
luz una fiesta en estos sobrios edificios.
La
Habana vive un auge constructivo en la medida que se acentúa el auge económico
de la colonia y en especial de su capital. Dentro del recinto amurallado
que define a la ciudad contrastan las opulentas y sólidas construcciones
de los pudientes, con las huertas, terrenos baldíos y casa más humildes
de su mayoritaria y heterogénea población.
La
casa residencial del criollo adinerado define su planta en este período.
Evolucionando desde el siglo anterior a partir del mudejar español y las
necesidades de la isla, la casa colonial criolla, agrega en su exterior el
corredor de su fachada sostenido por grandes columnas de piedra.
Casa
señorial de dos plantas y con un piso intermedio (entresuelo), grandes
balcones en la planta alta a lo largo de la fachada y otros breves en el
entresuelo.
Los
balaustres de balcones y escaleras son de madera torneada, al igual que el
enrejado de las grandes ventanas. Las puertas claveteadas y fuertes
completan la carpintería de una casa que sigue teniendo el recogimiento e
intimidad del siglo XVII.
El
patio central define esta casa, a él se abre las habitaciones y las galerías
interiores centrando la vida doméstica de la vivienda.
A
lo largo del siglo se construyen nuevas iglesias y conventos sobresaliendo
la iglesia de San Ignacio que los jesuitas construyen en la plazuela de la
Cienaga, iniciada en 1742 y que en 1793 fue proclamada Catedral de La
Habana.
Esta
iglesia catedralicia, por su belleza y originalidad constituye el
principal exponente del barroco habanero y criollo. Su fachada central se
debe al arquitecto Pedro de Medina, oriundo de La Habana, tiene una altura
de dieciocho metros y está
formada por una pared con cierta concavidad, muy sencilla, con predominio
de las curvas, distorsiones e irregularidades que permiten el juego de
claro oscuro de la luz al incidir sobre ella. Completan el conjunto, dos
torres campanarios de tamaño diferentes, rectangulares y con estrechas
ventanas en el primer piso y otras en los pisos superiores con barandas
sencillas.
El
teatro en Cuba en el siglo XVIII
En
Santiago de Cuba en la primera mitad del siglo XVIII se desarrolla una
forma de teatro que tiene su antecedente en las representaciones
religiosas durante las procesiones y festividades de origen español. Este
es el teatro de relaciones, que consistía en montar
obras de temas sacramentales originales o de otros autores en
escenarios improvisados que
se montaban en plazas, calles o casa particulares. En la actuación y el
montaje de la obra participan actores que reflejan la mutiracialidad de la
población y su ideosincracia autóctona que va delimitando su ser criollo.
La
tradición y las crónicas recogen información sobre funciones realizadas
en Santiago de Cuba allá por 1765 en un almacén preparado al efecto.[110]
En La Habana había representaciones alrededor de 1773 en el callejón de
Jústiz, en la llamada Casa de las Comedias, donde se asegura que actores
negros escenificaban, no con mucha profesionalidad obras de Lope de Vega y
Calderón de la Barca.[111]
El
Capitán General Marqués de la Torre dentro de las grandes remodelaciones
que lleva a cabo en La Habana, apoya la idea de construir un teatro
provisional para recaudar dinero que contribuyera a construir un teatro
con todas las de la ley.
La
obra se le encomienda al arquitecto Antonio Fernández Trevijo y Zaldivar
y se inaugura el 20 de enero de 1775, al final de la Alameda de Paula. Se
le llamó “Coliseo” y era una edificación de madera. Sus funciones
eran los domingos con un programa desarrollado por compañías españolas
y extranjeras de paso por la ciudad, así como por un grupo músicos y
actores del país.
Según
las crónicas de la villa su mayor auge fue entre 1880 y 1883, con la
presencia en la ciudad de los
militares franceses, aliados de España en su guerra con Inglaterra, que a
falta de mejor entretenimiento acudían al teatro.
Su
decadencia fue rápida cerrado sus puertas en 1788 por su estado ruinoso,
trasladándose las actividades teatrales para un local improvisado en la
calle Jesús María y a casas de familia en las que grupos de aficionados
representaban obras del repertorio español.
Esteban
de Salas: el barroco musical cubano
El movimiento musical en Cuba durante el siglo XVIII continuó su lento pero sostenido desarrollo de un sonido autóctono a partir de las mezclas e influencias que se producían en la isla producto de esa transculturación señalada por Fernando Ortiz y que no es solo producto de las interinfluencia del complejo cultural africano y europeo, principalmente ibérico, en Cuba, sino de la maduración de anteriores mestizajes culturales que ya se habían producido en la península. Era en la música popular donde estas células vivas de la música sonaban en tabernas y barracones, mirada de modo sospechosa por las autoridades civiles y de la iglesia, pero toleradas e incluso utilizadas para ocasiones de los ritos católicos a falta de músicos y de música que pudieran hacer esa música sacra. Es a sí como se testimonia la existencia de música pícara y movida, antecedente de sones, tonadas y guarachas posteriores, unas, música de tierra adentro y otras, producto del contacto cosmopolita y marinero de los puertos.
Hay
un apreciable movimiento musical en la isla en el siglo XVIII, se habla de
composiciones que pasan de boca en boca en la región oriental y de
estudiantinas (conjunto de guitarra y bandola) en Santa Clara en 1722.[112]
Las
noticias musicales en Santiago de Cuba son muestra del desarrollo de esta
en la villa, se habla de una familia de músicos: Bernarda Rodríguez de
Rojas, arpista; su esposo Leonardo González, compositor de seguidillas;
la hija Juana González, cantante y violinista, casada con Lucas Pérez
Rodríguez, hijo del cantor de la catedral.[113]
En
cuanto a la música religiosa, se crea una cátedra de Canto Llano en el
Seminario de San Basilio el Magno de Santiago de Cuba (1722), aunque esto
no mejoró la situación precaria de la música en los oficios religiosos
de la Catedral santiaguera
que acude con frecuencia a los servicios de un vecino de la villa,
Leonardo González para componer villancicos para las liturgias, aunque
estos estuvieran muy influenciado con la música popular que se ejecuta en
la ciudad.
Dada
la consolidación de una oligarquía y un clero criollo, no era de extrañar que la tenencia de
una música apropiada para la Iglesia fuera una preocupación de sus
autoridades, que siempre chocaba con la falta de información y recursos
para hacerse con un adecuado repertorio y
músicos preparados para ejecutarlas.
A
ese efecto la animación musical de la Parroquial Mayor de San Cristóbal
de La Habana superaba con mucho a la Catedral de la isla radicada en
Santiago de Cuba, dada la opulencia de la ya capital de la colonia.
El
25 de diciembre de 1725 nace en La Habana, Esteban Salas y Castro joven de
aptitudes musicales, que desarrolla en contacto con los músicos de las
iglesias habaneras, principalmente en la Parroquial Mayor, donde aprende
órgano, canto llano y composición, completando sus estudios
en la Universidad de San Jerónimo donde estudia filosofía, teología
y derecho canónico[114].
Era ya un músico reconocido en la villa cuando
en 1761 el obispo Morell de Santa Cruz lo recomienda al Cabildo
Eclesiástico de la Diócesis de Cuba para presidir la ya inminente a
crear Capilla de Música de la Catedral de Santiago de Cuba, labor a la
que dedicó el resto de su vida hasta su muerte en 1803.
Llegado
a Santiago en febrero de 1764 reorganiza la Capilla de Música, pide
sueldos fijos para sus músicos y creo la plantilla compuesta por tres
tiples, dos altos, dos tenores; dos violines, un violón, dos bajones, un
arpa y el órgano, en total catorce músicos[115],
en años posteriores el
conjunto creció con otros instrumentos que le permitieron a su director
interpretar no solo su música, sino también sinfonías y música
religiosa europea.
Esteban
Salas de Castro es el primer gran maestro de la historia musical cubana,
su amplio repertorio autoral, muchas de ellas dispersas y desconocidas lo
sitúan en la vanguardia del barroco americano, casi toda compuesta desde
su modesta plaza de Maestro de Música de la Catedral de Santiago de Cuba,
con la pasión de los que aman su vocación y su fe cristiana. Su obra está compuesta de
villancicos, con textos en castellano y latín, himnos, salmos y otras
formas de música sacra en los que es posible reconocer las influencias de
la música napolitana y del clasicismo vienés, junto a la música española
en general, estilísticamente su música pertenece a las postrimería del
barroco.[116]
Durante
sus fructíferos años al frente de la Capilla de Música de la Catedral,
Esteban Salas se convierte en animador del movimiento musical más
importante de la colonia, no solo por su presencia sino por la formación
de un considerable número de músicos que apoyaron y continuaron su
labor: Diego Hierrezuelo, organista; Francisco Hierrezuelo, Francisco del
Río, Ramón Martínez y Zenón Boudet, violinistas y los cantores José
Antonio y Agustín Portuondo, Manuel
y José María Caminero; Francisco y Tomás Creahg, entre otros.[117]
En la Parroquial Mayor de La Habana también se hace música religiosa, aunque sin la brillantez de la Catedral de Santiago, la Capilla de Música está a cargo de Manuel Lazo de la Vega, quien sigue igualmente las influencias barrocas predominantes.
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Notas: [1]
Sopa o caldo con diversas viandas y carnes, en sentido figurado
mezcolanza. Fue el eminente etnólogo cubano Fernando Ortiz quien
comparó a la cultura cubana con un ajiaco de culturas y raza que se
funden en una sola, la cubana. [2]
Ramiro Guerra Sánchez (1880- 1970), historiador y pedagogo cubano
escribió en 1938 “Manual de Historia de Cuba”, un exhaustivo y
sintético análisis de la Historia de Cuba hasta el siglo XIX. [3]
El cobo es un caracol de
gran tamaño, muy extendido por el Caribe, del cual los aborígenes
consumieron su carne y lo utilizaron como materia prima para la
fabricación de instrumentos de su vida cotidiana, en la actualidad es
una especie rara dado su continua utilización comercial. [4]
Especie de bandeja para tostar el casabe, principal alimento de los
grupos agrícolas de origen Arauco, consistente en una torta de harina
de yuca. [5]
El reporte de asentamiento humano
más antiguo en Cuba, habían sido registrado en Levisa,
provincia de Holguín en el Oriente de Cuba y fueron la base del
desarrollo endógeno del grupo más singular de aborígenes de la
isla, conocidos hoy como Cultura Mayarí, pero hallazgos más
recientes de investigadores cubanos y mexicanos han encontrado grupos
d aborígenes de unos siete mil años de antigüedad en la zona de
Canimar Abajo, Matanzas, unos mil año más antiguo que los
residuarios de Levisa. (Ver el trabajo de Orfilio Pelaez, “Aborígenes
poblaban Cuba hace siete mil años”, en periódico Granma, pág. 5,
30 de julio de 2008). [6]
Eduard Alexandrenkov. Taino, macori y quateao:35 en Revista América
Latina, Moscú, 1984 [7]
“El Arte taíno de las Antillas” en www.artehistoria.jcyl.es/arte/contextos/
3580.html [8]
Cristóbal Colón: Diario de Navegación. La Habana, 1961: 5 [9]
Ídem, 6 de noviembre de 1492. [10]
El nombre Baracoa de
origen arauco, alude a su característica de asentamiento marino, pues
en esa lengua este toponímico, bara significa mar, y coa
es un sufijo que denota existencia. [11]
Real Orden del 8 de marzo de 1513 [12]
Real Orden de 1514. [13]Citado
por Estrella Rey en Algunos aspectos socioeconómicos de Cuba
colonial temprana (1512-1555) en Rev. Catauro Nº 8, 2003:
76 [14]
Citado
por Salvador Morales en Conquista y Colonización de Cuba. Siglo
XVI, 1984:15 [15]
Citado por Jorge Ibarra en “Las grandes sublevaciones Indias desde
1520 hasta 1540, y la abolición de la Encomienda” en Aproximaciones
a Clío. 1979: 9 [16]
Ídem: 12 [17]
Ignacio de Urrutia y Montoya, “Teatro histórico, jurídico y político-militar
de la isla de Fernandina de Cuba, y principalmente de su capital La
Habana”, 1963: 283 [18]
César García del Pino:”Toma de La Habana por los ingleses y sus
antecedentes”, 2002: 3 [19]
Carta
de los Oficiales Reales Pedro de Paz, Hernando de Castro y Lope
Hurtado a Carlos V, mayo 6 de 1532, citada por César García del
Pino, Ob. Cit.:6 [20]
Fernando Ortiz. Los
Negros Curros [21]
Salvador Morales. Obr.
Cit.:74) [22]
Salvador Morales, Ob. Cit.:3 [25]
Hortensia Pichardo: Facetas de Nuestra Historia. 1989:65 [26]
Rigoberto Segreo,”De Compostela a Espada”. 200:21 [29]
Ídem [30]
José Antonio Portuondo: “Introducción a Cuba Literaria”
en Panorama de la Cultura Cubana, 1990 [31]
Luis Suardiaz:”La Florida ¿un poema cubano del siglo XVI?” en
Rev. De la Bibl. Nac. José Martí, No1-2, 2005:87) [32]
Alejo Carpentier, La Música en Cuba, 1988: 18 [33]Instrumento musical en forma de pera y fondo chato, con cuatro cuerdas dobles que se hacen sonar con un plectro. [34] Instrumento musical de viento, de madera, a modo de clarinete, de unos 70 cms. de largo, con diez agujeros y boquilla con lengüeta de caña [35]Cabildo habanero, 10 de abril de 1573, tomado de “Fidelísima Habana” de Gustavo Eguren. [36]
Este es el nombre
que daban en esta época al Corpus Christi en España, por las
representaciones de escenas bíblicas que iban en carretas adornadas [37]
Rine Leal, “ Breve
Historia del teatro Cubano”.1980: 14 [38] Fidalgo de Elvas citado por Alicia García Santana, “Cuba:despegue constructivo en el siglo XVI”. Documento Digital 2004 [39] Carlos Vanegas, “La Habana Vieja: plaza y centralidad”, en Rev. Temas, Nº 8. La Habana 1986 [40]
Ídem [41]
Cabeza de una viga del techo interior, que carga
en el muro y sobresale al exterior, sosteniendo la corona de la
cornisa. [42]
Manuel Lucena, citado por Wikipedia en su artículo Flota de Indias.
www.wikipedia.es, 2006 [43]
Manuel de la Pezuela. Tomo II:154) [44]Carmen
Gavira, “La configuración del espacio colonial en Cuba” en Revista
de la Biblioteca Nacional José Martí. 1982:68 [45]
Luis Brito: Señores del Caribe, 2006: 452 [46]
Francisco López Segrera, “Cuba: capitalismo dependiente y
subdesarrollo”. La Habana, [47]
Chaunu, Huguette, citado por Carmen
Gavira en Obr. Cit.(3):64 [48]
Rigoberto Segreo, “De Compostela a Espada”. La
Habana, 2000: 21 [51]
Ídem: 33 [52]
Alejo Carpentier,”La música en Cuba”. La Habana, 1988:51 [53]
Pablo Hernández Balaguer, “El más antiguo documento de la música
cubana y otros ensayos”:62-66 [54]
Rafael Brea y José Millet, “Acerca de la presencia africana en los
carnavales de Santiago de Cuba” en Revista de la Biblioteca
Nacional José Martí , 1987:101 [55]
Citado por Diana Iznaga en Prólogo a los “Negros Curros” de
Fernando Ortiz. La Habana. Pág.XXVII [56]
Acriollado. Con rasgos de la gente de la tierra.
[57]
Arnaldo Tauler, “Entorno al Espejo de Paciencia” en Revista
Bohemia, Nº 12, 1971 [58]
Antonio Hernández , El Viejo, de Canarias; Bartolomé Sánchez,
alcalde ordinario de Puerto Príncipe; Juan Rodríguez Sifuentes,
regidor de Bayamo; alférez Cristóbal de la Coba Machicao, regidor de
Bayamo; Lorenzo de la Vega y Cerda y el capitán Pedro de la Torre
Sifuentes. [59]
Mary Cruz,”La pléyade principeña del siglo XVII”, en Per.
Granma, 3/sep./1988: 4 [60]
Rafael Duarte Jiménez, “Nacionalidad
e Historia”. La Habana,
1991: 9-10 [61]
Manuel Moreno Fraginal, “Clave de una cultura de servicio” en La
Gaceta de Cuba , julio, 1990:2-5 [62]
Ídem [63]
Ídem [64]
Citado en “Influencia mexicana en la medicina cubana del siglo XVII
y primer tercio del XVIII” en
Cuaderno de Historia No. 84, 1998 [65]
Carlos Vanegas, “La Habana Vieja: plaza y centralidad” en Rev.
Temas, Nº 8. La Habana, 1986 [66]
Joaquín Weiss, “Arquitectura Colonial Cubana”. 1979:85 [67]
Francisco D. Morilla y Marlene Marjorie,”Los árabes
en La Habana. Influencia morisca en la arquitectura habanera” en Rev.
Jiribilla Digital, 27 de agosto 2006. [68]
Joaquín E.
Weis, “Techos coloniales cubanos”. La Habana, 1978 [69]
Olga López, “Notas sobre un estudio de la pintura y
escultura en Cuba. Siglos XVI, XVII y XVIII”.1987: 1 [70]
El título completo era, “Arte de Navegar. Navegación Astronómica,Theórica
y Práctica. En la cual se contienen Tablas nuevas de las
declinaciones de el Sol, computadas al Meridiano de la Havana.Traense
nuevas declinaciones de Estrellas, y instrumentos nuevos. En los datos
de la fuente se lee a continuación: Compuesta por el Doct. D. Lázaro
de Flores, vezino de la Ciudad de la Havana en la Isla de Cuba. Y lo
consagra al Excmo. Señor Conde de Medellín, Presidente del Consejo
Supremo de Indias, &c. Año 1673. Con privilegio. En Madrid: Por
Julián de Paredes, imprecilor de Libros, en la Placuela de Ángel” [71]
Martínez Acuña y otros, “El desarrollo de la medicina en Cuba
entre los siglos XVI y XVII” en Humanidades Médicas Vol.4 Nº
12 Sep.-Dic., 2004, 3 [72]
Lázaro Flores citado por José Antonio López Espinosa,” El doctor
Lázaro de Flores Navarro y el primer libro científico que se redactó
en Cuba”. Material Digital, Sep, 2005 [73]
“Guerra de la oreja de Jenkins”. Así nombrada por el incidente
que desató la guerra, el corte de la oreja de un comerciante inglés
por las autoridades españolas. [74]
Marbán y Leiva: Curso de Historia de Cuba. Cuaderno 4: 126 [75]
Lugardo García Fuentes: “La economía indiana”, en Historia de
las Américas III: 164-165 [76]
Ídem: 164 [77]
Fernando Muro Romero: “El gobierno de Indias, 1700-1763”, en
Historia de las Américas III: 67 [80]
Obra Citada en 74: 68 [81]
Ídem [82] Embarcación de guerra, y se destinaba en las escuadras para llevar avisos, reconocer las costas y guardar las entradas de los puertos. [83] Obra Citada en 72: 174 [84]
Eduardo Torres Cuevas, “Cuba, el sueño de lo
posible” en Universidad
para todos, 2005: 7 [85]
Rigoberto Segreo, “De Compostela a Espada”. La
Habana, 2000: 36 [86]
Levi Marrero citado por Segreo : 36 [87] Segreo:39 [88]
Morell de Santa Cruz citado por Segreo:41 [91] Segreo: 125 [92]
Segreo: 126 [93] Olga Portuondo Zuñiga, “Santiago de Cuba, desde su fundación hasta la guerra de los diez años”, Santiago de Cuba, 1996: 96-97 [94]
Ídem: 97 [95]
Pilar Gonzalbo citada por Mª Guadalupe García en “La
Distinción entre educación pública y privada” en Revista
la Tarea, México. Documento Digital: 2007:2). [96]
Stella Maris Fernández, “Hispanoamérica; su registro
cultural a través de la imprenta”, Conferencia. 65 Congresos y
Conferencia General de IFLA, Agosto, 1999: 4 [97] José G. Ricardo, “La imprenta en Cuba”, La Habana, 1989:11-12 [100]
Ídem:102 [101]
Ídem: 111
[102]
Ídem [103]
Ídem:112 [104]
Rine Leal: “La Selva Oscura”T. I [105]
Enrique Saíz: Obra
citada:117 [106]
Aurelio Mitjans, “Estudio sobre el movimiento
científico y literario en Cuba”: 23, La Habana,1965 [107] José Lezama Lima citado por Enrique Saíz: Obra Citada:133 [108]
Enrique Saíz: Obras Citada: 184 [109]
Ídem:168 [110] Olga López, “Notas sobre un estudio de la pintura y escultura en Cuba. Siglos XVI, XVII y XVIII” en “Documento. Grupo de Información. Esferas de las Artes Visuales. Museo Nacional de Bellas Artes. 1987”: 3 [113] Alejo Carpentier, Obra Citada:65. [114] Ídem [115]
Ídem: 67
[116] José Ardevol: Introducción a Cuba: La Música: 16. [117] Pablo Hernández Balaguer: Breve historia de la música cubana: 32 |
por Ramón Guerra Díaz
nataljmarti@bp.patrimonio.ohc.cu
Gentileza del blog "Martí Otra Visión" - Publicado el 9 de Octubre de 2010
http://blogs.monografias.com/marti-otra-vision
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