La Habana (PL).- El problema del racismo en la contemporaneidad va del
nivel micro al macro.
Si en el ámbito de cada país se contrastan las desigualdades sociales y
las limitaciones de oportunidades para el desarrollo; a escala
internacional el hecho es mucho más grave, pues las diferencias entre
países ricos y pobres ya representan un abismo infranqueable.
Desde el punto de vista continental la situación actual y perspectiva de
Africa es de un dramatismo extremo si se compara con cualquiera de las
masas continentales del planeta.
Las miles de vidas que a diario cobra la pandemia del SIDA (VIH) y de
otras enfermedades, muchas de ellas curables, junto con el hambre y la
desnutrición crónica no sólo amenazan seriamente el crecimiento natural
de la población, sino la propia evolución genética de millones de
personas.
La situación de los refugiados debido a las migraciones masivas forzadas
por conflictos de diversa índole, los exterminios colectivos y la
creciente depauperación de las minorías étnicas que residen en uno o
varios Estados actuales colocan al continente al borde insostenible de
la subsistencia, y la gobernabilidad pende de un frágil hilo de araña.
En nuestro amplio contexto lingüístico-cultural también se afirma con
razón que Iberoamérica es una comunidad racista y a la vez xenófoba.
Una amplia encuesta realizada a cerca de 44 mil jóvenes de América
Latina, España y Portugal confirma que durante el próximo milenio este
problema seguirá presente por lo que significa la transmisión
prejuiciado de valores a las nuevas generaciones que están por nacer
mediante personas que ahora son adolescentes y jóvenes.
Según la fuente, más de un cuarto de los jóvenes latinoamericanos y un
tercio de los españoles y portugueses desearía la expulsión de los
gitanos.
En España el 13,2 por ciento de los jóvenes expulsaría a los negros
latinoamericanos y un 11,4 a los indígenas, aunque sólo el 6,4 lo haría
con todos los latinoamericanos. Sin embargo, en América Latina, un 13,2
por ciento también expulsaría a los españoles.
En relación con los vínculos matrimoniales, más del 40 por ciento de los
jóvenes latinoamericanos rechaza el contacto con gitanos, negros
africanos y árabes, el 38 por ciento no desearía casarse con judíos y el
24 con españoles.
En España, en cambio, más de la mitad de los jóvenes encuestados no se
casaría con gitanos ni con moros; un 38,5 por ciento rechaza el
matrimonio con negros africanos, un 30,6 con judíos y un 13,1 con
latinoamericanos.
Según estos resultados "si se exceptúa a moros y gitanos, España aparece
como país más tolerante que Portugal y que el conjunto de Latinoamérica,
e incluso frente a los indios, negros, mulatos y mestizos, el prejuicio
racial es similar o inferior entre los jóvenes españoles que los
latinoamericanos".
Los datos reflejan que se aprecia un mayor racismo en Portugal con
superiores índices de rechazo a los inmigrantes de España, Latinoamérica
y de otros países.
El 52 por ciento de los jóvenes, en ambos sexos, consideran que el país
donde más se discrimina es Estados Unidos y, por el obvio peso de los
medios de comunicación masiva, ese propio país se convierte en una
expectativa de residencia para el 38 por ciento de los latinoamericanos
y un 28 de los españoles.
Por esto en el continente americano, resulta sumamente peligroso
extrapolar discursos y experiencias de un país vecino que no siempre
sirve de ejemplo para dar lecciones de democracia con abstención masiva,
de derechos civiles o de acciones afirmativas, que pueden ser útiles y
apropiadas en su contexto de habitual segregación, pero inadecuadas en
otro contexto de habitual fusión.
Y no me refiero a la simple fusión de genes, sino de bienes culturales
compartidos aunque no siempre todos sean conscientes de que, al decir de
Nicolás Guillen, nos escoltan dos "en ocasiones más" abuelos de Africa,
España o de otra latitud fecundante de nuestra cultura actual.
En el área de América Latina y el Caribe, el denominado movimiento
"indígena, negro y popular" aún ostenta una gama de discursos que
defiende los derechos de los humildes y discriminados del continente en
sus justas reivindicaciones laborales, asociativas, religiosas y
culturales en general, puede conducir a la fragmentación de sus
respectivas naciones (en el sentido canónico), que no siempre reconocen
los derechos demandados, y generan o son influidos por discursos de
autoexclusión y marginación política, social e incluso religiosa,
confunden sus estrategias de acción común.
He tenido experiencias en Brasil, Colombia y Nicaragua de escuchar
discursos pro "indígenas" a personas muy mestizadas portadoras de una
modalidad cultural brasileña, colombiana y nicaragüense,
respectivamente, aún no conscientes de la significación del múltiple
acervo cultural acumulado del que son portadores.
Estas personas han sido influidas por antropólogos foráneos que tratan
de llevar sus clasificaciones de gabinete a la realidad social y por el
abrumador bombardeo de información que trata de convertirlos en otro. De
igual manera, dialogué con un representante negro del Choco colombiano
cuyo discurso en español (bogotano) es homologable al de intelectuales
norteamericanos.
Estos últimos, por el color de su piel, no se identifican con lo que son
(como actitud de rechazo a un tipo de racismo contra ellos y ejercen
otro tipo de racismo en dirección opuesta), sino con algún pueblo
remoto, quizá desaparecido, de donde vinieron sus ancestros al sur del
Sahara.
En su vida cotidiana ruedan coches del año, compran productos de marca
con tarjetas de crédito, usan celular y localizador, se derrizan el pelo
o se lo trenzan según la moda, acceden a internet, ven TV por cable, y
si no van, por lo menos observan, la proliferación mundial de las
McDonald como símbolo de la globalización norteamericanizante. Mientras
la mayoría de la población autodenominada "afroamericana" vive en
condiciones de pobreza y tiene los más altos índices de desempleo y
delictividad.
Otros, con una formación académica europea y una amplia experiencia
latinoamericana como el respetable sacerdote y filósofo italiano Giulio
Girardi, muy identificado con el referido movimiento "indígena, negro y
popular" y también con nuestro proyecto de socialismo a la cubana, visto
desde el prisma de la crítica constructiva y optimista, trata de
sistematizar y de teorizar sobre el tema de las supuestas "religiones
negras" desde la teología de la liberación.
Incluso ha escrito acerca del posible vínculo de esta concepción en el
contexto religioso cubano sobre la base de un "método de la teología
negra" con la sincera intención de propiciar el diálogo entre las
iglesias cristianas y las diversas religiones populares de marcados
orígenes africanos.
En el ocaso del siglo XX hablar de supuestas "religiones negras" en Cuba
es un disparate de tal magnitud como la perdonable confusión del Gran
Almirante cuando ansioso por encontrarse en Cipango confundió la isla
con el continente.
El autor, entusiasmado con la necesidad del diálogo, no se basa en las
peculiaridades de las religiones populares latinoamericanas, sino que
acude precisamente a pensadores norteamericanos como James Cone y a
otros teólogos negros del Caribe anglófono, que desde sus respectivos
contextos elaboran ideas no siempre extrapolables a otros países con un
alto grado de mestizaje e integración cultural.
Si el movimiento indígena, negro y popular proclama como uno de sus
principios el derecho a la diferencia, este derecho debe respetarse
también en plano religioso y no tratar de influir con nuevas formas
deificadas de racismo en una u otra dirección o con maneras sutiles de
globalizar el cristianismo, sea católico o protestante.
El desarrollo de las religiones populares cubanas es un tema sobremanera
estudiado, aunque no siempre bien identificado.
Una parte significativa de ellas como la santería o complejo ocha-ifá,
el palomonte, las sociedades abakuá, las prácticas arará, iyesá, vodú y
otras de menor membresía, aunque todas muy matizadas por el espiritismo
popular, poseen esencias cosmovisivas, valores éticos y estéticos de
profundo substrato africano.
Sus modos actuales de manifestarse no se quedaron en la estática
metafísica de un tiempo inexistente, sino que evolucionan con
profundidad y se transforman de manera sustantiva para adaptarse a
diferentes momentos, tanto hostiles como de libre práctica.
De manera que estas religiones trascienden al "negro" abstracto, como
adjetivo impreciso, y cruzan diversos grupos y capas sociales que
abarcan todos los fenotipos humanos. Se convierten también en religiones
nacionales pero, como las otras, con diversos niveles de participación
social, organización y expansión territorial.
Estas religiones populares forman parte esencial de la cultura cubana,
aunque por razones obvias, no todos los cubanos sean participes de tales
creencias.
El propio principio no excluyente de estas prácticas respecto de otras,
les otorga un vigor muy peculiar que las convierte en la principal base
social de la religiosidad cubana actual, y, al mismo tiempo, las fusiona
e influye mutuamente de manera constante y creciente.
La abrupta expansión internacional de la santería cubana hacia el resto
de América, Europa y Asia, no siempre es equivalente de modo mecánico a
la diáspora de los cubanos en las últimas cuatro décadas, aunque sí es
plenamente relacionable con los valores existenciales y artísticos que
posee según una compleja cosmovisión vinculada muy estrechamente con el
bienestar de los seres humanos durante su ciclo vital. Es decir, en el
culto cotidiano "al más acá".
En este sentido, el legado humano y cultural de África no se dividió,
sino que se multiplicó de modo exponencial. El grave error consiste
precisamente en confundir la apariencia del aporte africano con su
esencia, en identificar el hecho evidente por su origen remoto y no por
su nueva cualidad sincrónica.
Este es otro principio que ha contribuido a enfocar el proyecto sobre La
ruta del esclavo en su precisa dimensión cultural, no como recuerdo
amargo de un crimen de lesa humanidad que necesita ser vengado, sino
como simiente de una parte muy significativa de los pueblos de América,
África e incluso de la propia Península Ibérica que deben asumir este
legado como atributo de su conciencia histórica y como natural
componente formativo de su identidad.
Por ello: "La UNESCO impulsa así una especie de catarsis colectiva
tendente a pasar de la tragedia a la vida.
Se trata de que Europa, África, las Américas y las Antillas avancen
juntas, para mirar hacia un pasado que puede constituir la base de un
futuro común: asumir juntas una tragedia, con pleno conocimiento de
causa, fertilizar sus consecuencias, en el espíritu de la cultura de la
paz".
Hoy día, salvar a África para el tercer milenio significa salvar a la
humanidad de otro nuevo e irreparable desequilibrio, que atenta, más
allá de la ecología, contra la armonía planetaria como sistema íntegro;
es decir, en los órdenes natural y cultural. Para nosotros los
americanos, pues no podemos pasar por alto que sólo una parte del
continente se autodenomine en nombre de todos.
La responsabilidad es aún mayor pues África representa mucho más que una
raíz, es la savia misma que al nutrir cada uno de nuestros poros
americanos ha sido capaz de transformarse y desdoblarse en nuevos
pueblos con identidades propias, cual mágica analogía con los múltiples
avatares de los orichas nuestro, que también son capaces de saltar de la
sombra a la luz.