Sentido filosófico – cultural del discurso de Justo
Sierra |
Entre los grandes
méritos de la obra educativa de Justo Sierra, está el
sentido filosófico cultural de su discurso. Cualidad que le sirve de
sustento para concebir la
educación como formación humana, y evadir incluso algunos presupuestos
de su filosofía positivista evolucionista. Es que la humanidad del hombre
conduce inexorablemente a aterrizar sus ideas en la praxis real, y al
mismo tiempo poner todas sus fuerzas intelectivas a resolver los problemas
sociales e individuales y cotidianos que sufre el pueblo. Él fue un
hombre de pensamiento, pero también de acción, además caracterizado por
una sorprendente sensibilidad humana. Y su obra, un producto de la
actividad, concretado en la cultura. Por eso sus programas educativos,
tienen un fuerte asidero cultural. Es que la cultura adviene, funciona y se
desarrolla como ser esencial humano. La humanidad, la sensibilidad, son
momentos determinantes de ella, y del sentido cultural de todo
discurso humanista y con propósitos constructivos en pos del ser humano,
sus necesidades e intereses[1]. Según
Ernest
Cassirer, “la característica
sobresaliente y distintiva del hombre, no es una naturaleza metafísica o
física, sino su obra. Es esta obra, el sistema de las actividades
humanas, lo que define y determina el circulo de su humanidad”.[2]
Etimológicamente, el
término cultura proviene del latín cultus, forma de supino del
verbo colere, que inicialmente significaba cultivar. Así, los términos
agricultura, piscicultura, o viticultura, por ejemplo, significan cultivo
del campo, cultivo de peces o cultivo de la vid. A su vez, cultus
significaba el estado de un campo cultivado. En tanto que el cultivo de un
campo precisa de un constante esfuerzo, el sustantivo cultus adquirió,
por una parte, el significado de cuidado y pasó a significar culto en el
sentido religioso (por el cuidado o «culto» constante de los dioses
realizado por los sacerdotes) y, por otra parte, pasó a considerarse
culto todo ser humano que cultivase su espíritu. En este segundo sentido,
se seguía la metáfora, ya existente en la Grecia de la época sofista,
consistente en considerar el espíritu como un campo. El hombre inculto
sería, pues, como un campo sin cultivar, mientras que el hombre culto sería
aquél que tendría cuidado de su espíritu. En este sentido, el término
cultura se entiende aplicado al ámbito del individuo, y en este ámbito
mantiene una cierta relación con el término griego paideia. En los siglos XVII y XVIII el concepto se
amplía, entendiéndose por cultura aquello que el hombre añade a la
naturaleza, sea en sí mismo (cultivo de su espíritu), sea en otros
objetos, tales como utensilios, herramientas, procesos técnicos, etc.,
(de donde surge la idea de bienes culturales o de cultura material, de
manera que la cultura se entiende como la intervención consciente del
hombre frente a la naturaleza. Esta ampliación se efectúa,
especialmente, durante la Ilustración y Kant la define como “la
producción en un ser racional de la capacidad de escoger sus propios
fines”[3],
en el sentido de otorgar fines superiores a los que puede proporcionar la
naturaleza misma. Por otra parte,
en ciertos ámbitos, la noción de «cultura» pasó a ser sinónimo
de actividad propia de las clases sociales adineradas: lectura de libros
“cultos”, audiciones musicales, actividades artísticas, etc. Finalmente, en Alemania el término
Kultur adopta el carácter de acentuación de las características,
particularidades y virtudes de una nación, lo que emparienta esta noción
con la de tradición (que procede del latín tradere, transmisión, y que
recalca la necesidad de transmisión para que pueda existir la cultura),
mientras que en Francia y Gran Bretaña se prefería, en este sentido, el
término civilización. En fin, podemos notar varios
momentos en la evolución del concepto de cultura: 1) inicialmente
se entendía como el cultivo del espíritu en un sentido individual; 2)
posteriormente, especialmente a partir del siglo XVII, se confronta la
cultura con la natura (la noción antigua de cultura como cultivo del espíritu
no tiene por qué contraponer cultura a naturaleza) y se añade el aspecto
de actividad consciente, con lo que el término cultura se asocia
solamente a la actividad humana; 3) a ello se añade la dimensión social
de la cultura, que cristaliza en la noción de bienes culturales o de
cultura material, y que presupone una acción colectiva, es decir, la
colaboración de muchos en la comunidad humana; 4) por último se asocia,
aún de manera elitista, a una situación social privilegiada. Además, se
crea la confrontación con el término civilización y se relaciona con el
término tradición. Según la enciclopedia universal Encarta
de donde hemos extraído algunas ideas relacionadas con el origen y
evolución del término cultura, sus diferentes usos, la definición
actual de cultura brindada por la Antropología cultural, sintetiza todos
estos momentos, en tanto, es precisamente, la cultura, su objeto de
estudio. En este sentido, cuando desde la Antropología se trabaja la
definición de cultura, esta se refiere al conjunto de los diversos
aspectos de la conducta humana que son aprendidos y que se transmiten a lo
largo de la historia por aprendizaje social. Evidentemente, con esta definición de
cultura podemos estar de acuerdo. Es indudable que cuando hablamos de
cultura, nos referimos a un proceso de asimilación- internalización de
modos de hacer y pensar que son trasmitidos de generación a generación,
y aprehendidos gracias a una socialización. Sin embargo, esta no es la única
definición de cultura. Existe un sinnúmero de definiciones, no se sabe
el número exacto. Lo que sí se sabe, en lo que sí se ponen de acuerdo
los estudiosos del tema, es que esto se debe a la complejidad y dimensión
que este fenómeno abarca, pues está presente en todas las esferas de la
vida social. Es por ello, que existen un conjunto de ciencias, que casi de
manera obligada, se ven precisadas a definir qué es cultura, entre las
que más se destacan, están, la Historia, la Sociología, la Antropología,
la Etnografía, la Psicología y, por supuesto, la Filosofía. Desde la perspectiva filosófica, se
destacan dos modos tradicionales de asumir la cultura. Uno, la define, a
partir, de lo que se suele llamar, un enfoque estrecho y, la otra, a
partir de una interpretación amplia de su contenido. La interpretación más
usual de cultura, es precisamente la que se corresponde con la
concepción estrecha, ella opera, por regla general, en el
pensamiento común y es la que tiende a identificarla sólo, con la vida
espiritual de una sociedad. Sin embargo, reducir la cultura
sólo a esta esfera de
la vida social, es desconocer, una determinación esencial de la actividad
humana, del sujeto como ente creador y transformador. En éste sentido,
podemos hablar entonces, de una cultural no sólo espiritual, sino también
una cultura material. Aquí, estamos de hecho manejando, lo que se conoce
en el ámbito académico, como concepción amplia de cultura. Para
Jacobo Muñoz: “La raíz latina de la palabra cultura, como se
mencionó anteriormente, es colere, expresión que abarca desde el cultivo
de la tierra para hacerla fértil a la protección o salvaguardia de un
territorio determinado. En sus Tusculanae Disputationes, Cicerón hace eco
de este significado cuando compara el proceder cultural y filosófico con
la siembra y cultivo de los campos. Este significado de cultura como
educación, formación, desarrollo o perfeccionamiento de las facultades
intelectuales y morales del hombre ya recoge el matiz de la humanización
en oposición al mundo natural o animal”.[4] Como
puede observarse, la palabra cultura hace referencia a aquello que deriva
de la acción del hombre, como lo consideraban los antiguos, ya que se relacionaba estrechamente con todo aquello que formaba
parte de su vida diaria y que hacía referencia a su forma de pensar, de
alimentarse, de convivir, del desarrollo de la comunidad, etc. Ese
significado de cultura como zona educativa (paideia), es de suma
importancia, especialmente a lo largo de los siglos, ya que cada pueblo irá
agregando algún elemento que tenga que ver con su forma de pensar y de
actuar, así como aquello que de algún modo sea característico a su
gente o producido por ella. En
la obra de Sierra, si bien el concepto cultura, en tanto tal, no es
desarrollado en toda su magnitud conceptual, sí lo abordó desde el punto
de vista de su significación humana. En esta dirección sigue la herencia
griega, es decir, concibe la cultura ante todo como producción humana que
incluye tanto lo material como lo espiritual, es decir, como un espacio
que forma y construye. Algo así como la función de la paideia griega. Por
eso, Justo Sierra nos aclara que el ser no puede ser cerrado en sí mismo. Se
requiere de apertura, tanto en el diálogo como el intercambio de formas
de desenvolverse en ese ambiente en el que cada ser humano se encuentra,
y a pesar de la presión que ejerció
el grupo católico mexicano, al no aceptar los planteamientos de carácter
darwinista y spenceriano, realizados en sus primeros pliegos, Sierra
corrigió y suprimió, al parecer, algunas de sus afirmaciones, pero siguió
en su línea evolucionista, en pos de la cultura y el mejoramiento humano. Es
el hombre el que humaniza el entorno, no el animal que no se sabe ahí y
que no es capaz de reflexionar. Por ello es que el ser humano se estimula
a través de los problemas que va viviendo cada día, y del mismo modo
corre riesgos en cada una de sus acciones, y sobre todo va detectando
entre las señales observadas, aquello que requiera
de la toma de decisiones que le llevarán a una acción
transformadora de su entorno y por lo tanto de su persona. Por eso,
Sierra, advertía
en relación al hombre y su evolución en la sociedad:
“Si el hombre no puede tener derechos absolutos, sí tiene que
conformarse y de hecho se conforma, a pesar de todas las declamaciones de
los metafísicos, a las necesidades del medio social en que vive, en
cambio, su evolución a través de la historia ha tenido estos dos
caracteres: la tendencia de la sociedad a organizarse mejor, la tendencia
del individuo a ensanchar su actividad: estos dos movimientos coinciden
tan íntimamente que son como dos fases de uno solo. La una fase es lo que
llamamos los evolucionistas la integración, la otra es la diferenciación.[5] Ernesto
Rocha comenta: “Una breve definición sería: “cultura es la parte del
ambiente creada por el hombre”. En esta definición va implícito el
reconocimiento de que la vida del hombre transcurre en dos escenarios: el
natural o (hábitat) y el social o (ambiente social). La definición
implica también que la cultura es más que un fenómeno biológico:
abarca todos los conocimientos que el hombre ha adquirido consciente o
inconscientemente”[6].
Naturalmente, no sólo conocimiento, sino valores, praxis, comunicación,
en sus momentos material y espiritual, y como siempre enfatiza el Dr.
Pupo, es al mismo tiempo, medida de ascensión humana. En
una idea parecida a la de Justo Sierra, Rocha, nos hace ver que ese
ambiente que es creado por el hombre, es a lo que se llama cultura, y
definitivamente el hombre lo va creando con su acción diaria, acción en
la que reflexiona sobre lo que vive, sobre lo que es, sobre lo que desea
alcanzar, sobre lo que merece como ser humano y sobre todo aquello que
desea que le trascienda. Es
necesario que la cultura se entienda como algo diferente al fenómeno biológico
y que se tomen en cuenta todos los conocimientos que el hombre ha
adquirido, tanto de manera consciente como inconsciente, pero lo realmente
importante en ello, es que reflexione sobre esos conocimientos y saberes,
y descubra lo que es necesario cambiar para mejorar, y posteriormente sus
ideas las lleve a la praxis para alcanzar sus metas.
Salvando las distancias, en el espacio y en el tiempo, Justo Sierra,
coincide en afirmar que “la sociedad, que es un organismo, obedece a la
ley que da lugar a la integración y a la diferenciación.
La civilización, afirma,
(...) marcha
en el sentido del individualismo en constante y creciente armonía con la
sociedad (...) Es para mí, fuera de duda, que la sociedad es un
organismo, que aunque distintos de los demás, por lo que Spencer le llama
un superorganismo, tiene sus analogías innegables con todos los órganos
vivos. Yo encuentro (...) que el sistema de Spencer, que equipara la
industria, el comercio y el gobierno, a los órganos de nutrición, de
circulación y de relación con los animales superiores, es verdadero
(...) Lo que ya está fuera de debate (...) es que la sociedad, como todo
organismo, está sujeta a las leyes necesarias de la evolución; que éstas
en su parte esencial consisten en un doble movimiento de integración y de
diferenciación, en una marcha de lo homogéneo a lo heterogéneo, de lo
incoherente a lo coherente, de lo indefinido a lo definido. Es decir, que
en todo cuerpo, que en todo organismo, a medida que se unifica o se
integra más, sus partes más se diferencian, más se especializan, y en
este doble movimiento consiste el perfeccionamiento del organismo, lo que
en las sociedades se llama progreso”[7].
Es
entonces que la cultura es ese ambiente que el hombre va creando y
transformando de acuerdo sus
necesidades, tanto materiales, espirituales, individuales como grupales,
en donde el ser humano no puede verse como algo aislado, sino en relación
con los demás, tal como dice Sierra, “lo que en las sociedades se llama progreso”.
El progreso, en él rebasa los límites de la cosmovisión positivista
evolucionista, pues le impregna sentido cultural, es decir,
humano. En
otras palabras, de Justo Sierra, encontramos unas líneas que fortalecen
en gran medida los anteriores comentarios, ya que en su
proyecto social le concede al hombre un importante papel. “El hombre,
afirma, es, por excelencia, un animal político y la educación tiene la
tarea de orientarlo para que dé sus mejores frutos”.[8]
En su obra: “Evolución política del pueblo mexicano”, después
de un acertado análisis de la situación mexicana indica la necesidad de
que el mexicano sea capaz de lograr una evolución social y política con
sentido cultural, a través de su propia actividad. Puesto
que los hombres se humanizan en sociedad, en la actividad conjunta, juntos
también van escribiendo su historia y en ese mundo en el que viven van
logrando la mediación de conciencias que se coexisten en torno a la
libertad. La libertad que se va alcanzando en la medida en que cada uno de
los hombres puede hacer una reflexión de su entorno y va pensando en la
manera de mejorarlo[9]. El
ser humano logrará mejorar el mundo en el que se desenvuelve, siempre con
la ayuda de los demás, con el apoyo de otros, en el aporte de las
diferentes habilidades y características del grupo, y es entonces que ese
grupo logra una transformación que los hará sentir más libres.
Diez años después en 1889, Sierra, publica México social y político.
En este estudio se advierte su desconfianza y su crítica inteligente,
orientadas ambas hacia el régimen porfirista. Plantea ciertos
lineamientos políticos que más tarde, en 1892, conformarían el programa
político del nuevo partido “Unión Liberal”, al que más tarde se le
llamaría, en un sentido burlón el “partido de los Científicos”.[10] Esa
conciencia del mundo, que Sierra preconiza, enraizada en el pueblo
mexicano, no deviene cuando miramos la realidad como un espectáculo, es
decir, cuando el ser humano se convierte en un espectador y no realiza ni
una sola de las acciones que ahí se toman, ni siquiera participa en las
decisiones y por lo tanto no es partícipe de la praxis. Vinculado
a lo anterior, Sierra afirma: “Convertir al terrígena en un valor
social (y sólo por nuestra apatía no lo es), convertirlo en el principal
colono de una tierra intensivamente cultivada; identificar su espíritu y
el nuestro por medio de la unidad del idioma, de aspiraciones, de amores y
de odios, de criterio moral; encender ante él el ideal divino de una
patria para todos, de una patria grande y feliz; crear, en suma, el alma
nacional, esta es la meta asignada al esfuerzo del porvenir, ese es el
programa de la educación nacional (…), todo obstáculo que tienda a
retardarlo o desvirtuarlo es casi una infidencia, es una obra mala, es el
enemigo”.[11] La
síntesis cultural no niega las diferencias que existen entre una y otra
visión, sino por el contrario, se sustenta en ellas. Lo que sí niega es
la invasión de una por la otra. Lo que afirma es el aporte indiscutible
que da una a la otra. Es indudable la presencia en el pensador mexicano de
una rica visión filosófica y cultural en torno al hombre, la historia,
la cultura y sus mediaciones. En varios momentos, adelantándose a su
tiempo, más que filosófica, la trasciende, para reflejar una visión
socio-cultural integradora del hombre, en su devenir histórico –
cultural[12]. La
condición humana, adquiere un estatus especial en Justo Sierra. Esto se
corrobora en sus propias palabras cuando se aferra a la búsqueda de la
felicidad humana: “(...) la maravillosa máquina preparada con tantos años
de labor y de lágrimas y de sacrificios, si ha podido producir el
progreso, no ha podido producir la felicidad (...) Pertenezco señores, a
un grupo que no sabe, que no puede, que no debe eludir
responsabilidades”.[13] Su
discurso, tanto en prosa como en verso, se sustenta en la cultura, y todo
lo que analiza, siempre lo hace desde el hombre y su actividad. He ahí el
sentido cultural de su discurso filosófico pedagógico. Referencias: [1]
Sobre esto ver de Pupo, R. “La
cultura y sus mediaciones. Libro inédito. [2]
Cassirer, E. Antropología
filosófica, Fondo de Cultura Económica, México, 1994 , p. 108 [3]
Kant, I. Crítica del juicio,
Pág. 83. [4]
Muñoz, Jacobo. (2003). Diccionario
de Filosofía. Editorial Espasa. Madrid. Pág. 299. [5]
Ibídem, p. 82. [6]Rocha
Ruiz, Ernesto. (1996). Pragmática de la comunicación verbal y
no verbal. UANL. Ed. Arbor. México. Pág. 110. [7]
Sierra, j. Obras.: V.
p. 238-239. [8]
Ibíd.:
240. [9]
Ver de Rivas, A. La
filosofía de Paulo Freire y su concreción en la educación Tesis
doctoral defendida en la Universidad de La Habana, 2008, donde la
autora, apoyándose en el pensamiento del filósofo brasileño
desarrolla momentos esenciales de la formación cultural del hombre. [10]
El Dr. Leopoldo Zea en su obra
(1975: 426)), guía inmejorable de investigación para estudios
posteriores, nos dice en relación a lo expuesto: “Díaz no podía
permitir se estableciese frente a él otro poder, tal como pretendía
establecerlo nuestra burguesía independizando el poder judicial,
controlando el poder legislativo y la opinión pública. Estaba
dispuesto a concederle todo género de ventajas económicas y
materiales... pero no a dividir el poder... La única libertad que
Porfirio Díaz estaba dispuesto a conceder a la burguesía era... la
libertad para el enriquecimiento... Una vez reelegido por tercera vez,
Porfirio Díaz se negaría a realizar el programa propuesto por ‘Unión
Liberal’”. [11]Sierra,
Justo. Obras. “Evolución
política del pueblo mexicano” (Fragmento) 1962. [12] [12] Ver de Rivas, A. La filosofía de Paulo Freire y su concreción en la educación Tesis doctoral defendida en la Universidad de La Habana, 2008. [13] Ibíd.: 169-170. |
por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal
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