Formación inicial de un pensador profundo por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal |
No
se intenta seguir un itinerario abarcador de toda la rica vida y obra de
Justo Sierra Méndez. Esto ya ha sido hecho por estudiosos de su obra y
acción. Habría contenido, en sí mismo, para varias tesis doctorales. En
el caso específico que nos ocupa, se trata de un esbozo panorámico que
despliega sus mediaciones esenciales en su evolución progresiva. Literato,
historiador y periodista, así como poseedor de un fuerte pensamiento
filosófico que llevó a la práctica educativa, la obra de Justo Sierra
constituye una fuente inagotable para el presente de México y América.
Una obra forjada en el fragor de la lucha y que posee toda una rica
historia filosófica cultural en su proceso de formación, desarrollo y
sistematización. En
ella se reúnen artículos de periodismo, ensayos literarios, estudios de
historia, así como páginas donde expone su orientación positivista y
las distintas posiciones que adoptó en relación al pensamiento filosófico
de Comte, Spencer y Stuart Mill. Darwinista convencido, Sierra, terminó
en una posición escéptica en relación al cientificismo positivista.
Maestro de los ateneístas, fue promotor y guía de la inquietud
innovadora que los caracterizó. Entre
sus obras, principalmente en relación con su pensamiento filosófico,
cabe mencionar su Historia de la antigüedad, texto de historia en
la Escuela Nacional Preparatoria, que recibió severas críticas de parte
del periódico católico “La Voz de México”. Su ensayo México
social y político (apuntes para un libro) y Evolución política
del pueblo mexicano. Estos elementos que encauzan el devenir de su
formación inicial y otros que lo complementan con razón suficiente, serán
abordados en el epígrafe que encabeza este primer capítulo. En
estas obras, y otras, la historia, la política, la educación y la
cultura en general crean un horizonte de diálogo abierto, con acuciante
espíritu filosófico. Es un discurso que une, interdisciplina y
transdisciplina con sorprendente originalidad. Justo
Sierra Méndez, nace el 26 de enero de 1846, en la Ciudad de Campeche, es
el tercer hijo del doctor y escritor Justo Sierra O’Really. Su
madre fue Concepción Méndez Echazarreta. Su padre, hijo del luminar de
la Literatura Yucateca, quién tuvo el placer de conocerlo siete meses
después de su nacimiento, año
en que regresó de la Unión norteamericana. El pequeño infante quedó
bajo los cuidados de su madre Doña Concepción Méndez y Echazarreta,
todo un modelo de carácter y de abnegación, pues el Dr. Sierra vivía
aprisionado en las redes de la política turbulenta en esos tiempos, pasó
los años de su niñez respirando el ocre olor del quieto mar campechano
por un lado, y los raros aromas tropicales que bajan de las colinas y que
abrazan la ciudad, por el rumbo opuesto. A
su tiempo fue enviado al Colegio de San Miguel de Estrada, recibiendo las
primeras letras del preceptor Don Eulogio Perera Moreno. Pudo entonces en
las horas libres recorrer las mansas playas de este barrio acolchadas de
algas y sembradas de pequeños astilleros.[1]
Pero
a esta tierna edad una
turbonada política se abatió sobre su hogar. Vio con ojos espantados que
la muchedumbre atropelló la casa aristocrática; destruyó muebles y
papeles; saqueó el despacho de su padre, donde éste, como dentro de un
santuario, iba reviviendo los hechos más notables de nuestros
antepasados. ¡Como
era posible que a una hombre que había puesto su privilegiada
inteligencia al servicio de su país, así como sus especiales
conocimientos en la literatura, en la política, en las humanidades, en la
historia, en muchos ramos del saber, le maltrataran de esa manera! Nunca
antes se vieron tales excesos; por el contrario se manifestaba dando a los
peores enemigos el mejor trato posible; así se concebía la
caballerosidad. Sin
embargo, de este amargo recuerdo no resultó intoxicado su espíritu, al
contrario, esto posiblemente contribuyó a que más tarde soportase
pacientemente las flaquezas de la humanidad y se formase en él el
manantial de bondad que destiló durante toda su vida ilustre. Hubo
que trasladarse a Mérida la capital dónde se estableció la familia en
casa señorial, junto a la esquina de la Culebra, hoy número 490 de la
calle 58. El panorama cambió. No eran mejores las residencias, pero sí más
grandes, así como los monumentos: la catedral inmensa con sus robustas
columnas toscanas, acogía fría y gratamente en los días calurosos. En
el templo del Jesús eran impresionantes las ceremonias de Semana Santa.
La descalabrada fábrica del que fuera grandioso convento franciscano, aún
imponía por el número de sus construcciones. La iglesia de Guadalupe,
frente a la casona de los García Rejón abría una aconchada faz para
observar los largos trenes de carros que se dirigían a las sierras del
Sur. Correteando
por los barrios, otra vez con Sosa, se topaban con el Dr. Sierra, a quien
saludaban con reverencia y permanecían quietos contemplando cómo iba a
encerrarse a dicho convento, aunque joven todavía ya bastante enfermo, a
terminar el proyecto del Código Civil Mexicano que le había encomendado
el Gobierno Nacional. Terminaba
sus estudios primarios en el Colegio de San Ildefonso de Mérida, cuando
llegó a Justo la primera tragedia, a los trece años perdió a su padre.
Fue sepultado aquel, con los máximos honores que ha recibido un Yucateco
en su tierra: cañonazos y discursos; honores y visitantes sin ficción;
regia pompa; pero que nunca pueden llenar el vacío irreparable. Una
vez más se reveló el templado carácter de la madre, arregló sus
modestos intereses, vendió el menaje de la casa, se despide de amigos y
parientes y, contando con el apoyo de su hermano el Lic. Luis Méndez, sin
poder olvidar a quien fuese amoroso y tierno esposo, partió para la
capital de la Nación, donde ya residía su padre. Establecida
la familia Sierra en México, fue internado Justo en el Liceo
franco-mexicano de Mr. Guilbauit, donde permaneció tres o cuatro años.
“Ausente de los objetos más caros de mi niñez, arrojado de improviso
en un mundo desconocido, todo lo miraba con desconfianza, en todo hallaba
cierta amargura, y no recuerdo haberme detenido un instante complacido en
algunos de esos sueños queridos, que llamamos jardines los estudiantes,
sin que poco a poco mis ojos se impregnaban
las lágrimas.[2]
Poco
tiempo después de su ingreso al mencionado Liceo, “(…) La severidad
del aula y la rigidez de los preceptores disciplinaron por fin aquel
rebelde espíritu infantil; desde entonces;
D. Justo Sierra empezó una nueva existencia a solas con el
pensamiento. Se hizo filósofo. La misantropía siguió a la nostalgia,
acabó por imponerse trayendo consigo los pomposos e incontrastables
atuendos de la juventud. Decía de Justo, su abuelo D. Santiago Méndez
Ibarra, que era muy aplicado y para su edad sabía mucho de historia y tenía
aprendido el francés. Luego
se inscribió en el Colegio de San Ildefonso en México, donde se destacó
como aplicado estudiante y de libre pensamiento anticlerical, al grado de
que llegó a gritar un día, cuando comenzaba la diaria misa en la capilla
del colegio “¡Muera el Papa!”[3]
ante el azoro de condiscípulos y maestros. En este plantel, se dedicó al
estudio de las Letras y del Derecho hasta que fue clausurado en 1867. Pero
continúo el aprendizaje de tales ramas del conocimiento, en los
establecimientos que subsistieron en la República recién restaurada,
obteniendo las mejores calificaciones y los mejores premios hasta que en
1871, a la edad de 23 años,
obtuvo su grado de Licenciado en Derecho, cumpliendo los mandatos de su
protector y tío el Lic. Luis Méndez Echazarreta. Tres
años antes a principios de 1868 acabando de cumplir los 20 años de edad,
el bachiller Sierra Méndez tuvo la osadía de pedir ser recibido en el
cenáculo más afamado de la época dirigido por el maestro Ignacio Manuel
Altamirano, quien había fundado las “veladas literarias”. En
el año de 1871 se recibió de abogado. Su
participación en el Folletín
de “El Monitor Republicano” el 5 de Abril de 1868 la serie que intituló
“Conversaciones del Domingo”. El certero ojo del maestro Altamirano
supo comprender la valía del joven Sierra, más tarde le deja como
herencia su cátedra de historia en la Escuela Preparatoria y su
pontificado en las letras nacionales. La
condición humana, lo esencialmente humano, fue siempre un imperativo en
el pensamiento de Sierra; nos lo confirman, una vez más, las anteriores
declaraciones, que se forman en
un determinado contexto, bajo diversas influencias ideológicas y filosóficas.
Referencias: [1]
Apasionado de los
contrastes, desde niño he buscado instintivamente no los sitios
verdes y floridos en que parece que la luz se enferma de fastidio,
sino el prado cargado de tintas vigorosas que se apoya en la abrupta
montaña y que desborda sobre escalinatas de rocas ásperas y
negruzcas en donde el mar de estrella y labra su nido la gaviota. Por
eso en las playas dulces y sin cantiles de mi país era para mi
deleitoso cierto sitio en la amplísima curva de la playa en que se
interrumpe súbitamente, por una aglomeración de peñascos cuajados
de cácteas y desde, desde cuya cima, que me parecía la de una montaña
y que en realidad no era más alta que la de los vecinos
cocoteros, tomaba el mar a mis ojos de niño un relieve soberano”.
(Justo Sierra M. “Playera”). [2]
Folletín del
“Monitor Republicano” México,
25 de Abril 1968. [3]G.
Urbina 1917 |
por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal
Ver, además:
Justo Sierra en Letras Uruguay
Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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