Esencia de la filosofía ético-humanista de Justo Sierra

por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal

A veces, erróneamente, a los pensadores positivistas se les niega el componente humanista de su filosofía. Por supuesto, hay razones para ello, pues el positivismo generalmente es intelectualismo empirista absoluto. Sin embargo, las generalizaciones no siempre son efectivas. En el caso de Sierra, su positivismo es sui géneris, e incluso, algunos estudiosos lo consideran heterodoxo.

¿Qué se entiende por humanismo? Esta pregunta es necesaria para determinar la calidad humanista de la filosofía de Justo Sierra.

Toda la literatura del humanismo se concentra en exaltar al hombre y reafirmar su dignidad en oposición a la desvalorización operada por el Medioevo cristiano.  No obstante la diversidad de los temas, todos apuntan a un objetivo común: recobrar la fe en la creatividad del hombre, en su capacidad de transformar el mundo y construir su propio destino[1].

Esto constituía un propósito esencial de la obra filosófica educativa de Justo Sierra. Pero vayamos a la historia del humanismo como filosofía del hombre y su humanidad.

Del latín, humanitas, humanidad, naturaleza humana (en Cicerón, cultura del espíritu, en un sentido semejante al de paideia en griego), o bien de humanus, lo que concierne al hombre. En general, toda doctrina que se interesa básicamente por el sentido y el valor del hombre y de lo humano, tomándolo como punto de partida de sus planteamientos. El término, no obstante, se aplica a tres momentos históricos distintos: al fenómeno sociocultural de los siglos XIV y XV, conocido como «humanismo del Renacimiento», al «nuevo humanismo» del período del clasicismo y del romanticismo alemán de los siglos XVIII y XIX y a los «humanismos contemporáneos», basados en sistemas filosóficos más generales y de orientación fundamentalmente ética.

El primer humanismo se caracteriza no sólo por el renacimiento y el cultivo de los studia humanitatis o de los studia humaniora, a saber, los estudios de gramática, dialéctica, retórica, historia, poética y ciencias morales, basados en el cultivo de la filología y el aprecio del texto clásico, en latín y griego -alejándose así de la tradición Escolástica y la filosofía árabe-, sino también por un nuevo concepto de «hombre», más acorde con los nuevos ideales cívico-humanos de la aristocracia comercial en cuyo ambiente nace, alejado de los modelos eclesiásticos y nobles o caballerescos de «hombre» y del modelo medieval de mundo, y que pretende inspirarse en la antigüedad clásica. Este humanismo renacentista recuerda y renueva los antiguos ideales clásicos de cultura de la antigua humanitas romana o de la paideia griega.

Como humanistas destacan, en Italia, cuna del humanismo, Francesco Petrarca (1304-1374), considerado el primero de los humanistas, Coluccio Salutati (1331-1406), Leonardo Bruni (1370/74-1444), Poggio Bracciolini (1380-1459), Leon Battista Alberti (1404-1472), Lorenzo Valla (1407-1457) y, sobre todo, Marsilio Ficino (1433-1499) y Pico de la Mirandola (1463-1494). Fuera de Italia, son humanistas notables Nicolás de Cusa (1401-1464), John Colet (ca. 1467 -1519), Thomas More (1486-1535), Erasmo de Rotterdam (1467-1537), Luis Vives (1492-1540) y Pierre de la Ramée (Ramus, 1515-1572).

La «vuelta a lo clásico», con sus nuevos valores de interés por la naturaleza y el naturalismo, el individualismo, el rechazo de la autoridad, valoración de la historia, interés por la cultura y el saber, se repite una segunda vez cuando, tras la Ilustración, y como reacción a ésta, surge un nuevo humanismo impulsado por el neoclasicismo romántico alemán del s. XVIII y XIX, y que halla su expresión sobre todo en Johann Winckelmann (1717-1768), Friedrich Schlegel (1772-1829), Johann Gottfried Herder (1744-1803), Friedrich Schiller (1759-1805), Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) y Wilhelm von Humboldt (1767-1835). De esta época es el término «humanismo» acuñado por F.J. Niethammer hacia 1808. A este nuevo humanismo atribuye H.G. Gadamer la configuración de los «conceptos básicos del humanismo»: el concepto de formación, el proceso por el cual se adquiere la cultura del espíritu, en contraposición a la adquisición de la «mera» ciencia; el sentido común, como opuesto a la sola razón, que es defendido por el renacentista Vico, quien apela al ideal de sabio de la antigüedad en oposición también al simplemente erudito, o al saber práctico de Aristóteles en oposición al saber técnico, y que define como «sentido que funda la comunidad» ; la capacidad de juicio, capacidad de juzgar, íntimamente relacionada con el sentido común, acerca de juicios morales y estéticos (ver texto ); y el gusto, concepto más moral que estético (ver texto ). Esta noción integral de «formación», es el elemento constitutivo esencial del nuevo concepto de «humanidad» que surge en el s. XVIII y cristaliza en las llamadas ciencias del espíritu del s. XIX.Los humanismos contemporáneos, a su vez, se inscriben en la línea de las ciencias del espíritu, pero se apoyan propiamente en el esquema hegeliano de la idea que se constituye a sí misma a lo largo de la historia. Por eso, la filosofía sobre el hombre se desarrolla ahora como parte fundamental, o como la totalidad, de un sistema filosófico, cuyo objetivo principal es destacar el valor y la dignidad del hombre como individuo que construye por sí mismo su propio sentido. Los principales humanismos contemporáneos son el marxismo, el existencialismo y el personalismo. Para el marxismo, que afirma ser una «inversión» del idealismo de Hegel, no es la idea lo que se hace a lo largo de la historia, sino el hombre que, ligado inicialmente a la naturaleza, se desvincula de ella transformándola y transformándose con el trabajo y es, por ello, creador de su propia naturaleza que, en la etapa capitalista, resulta alienada y alienante por el modo de producción; la alienación, el trabajo enajenado, falsea el propio sentido del hombre y las relaciones con los demás. La labor desalienante que el hombre ha de emprender consiste en hallar, por la praxis revolucionaria, nuevas relaciones sociales de producción que no supongan ninguna explotación del hombre por el hombre; el resultado logrado a nivel social es el nuevo «hombre total». La noción, y hasta la expresión, de «humanismo marxista» fue criticada por Althusser, que la considera un «asalto de la ideología burguesa al marxismo». A su entender, el humanismo es ideología e insiste en afirmar la existencia de un corte epistemológico entre el Marx de los Manuscritos, de influencia hegeliana, y el Marx de El capital, y más en concreto de Crítica al programa de Gotha (1875) y de Notas sobre Wagner (1882), obras en que ya no quedan vestigios de Hegel

Para Sartre, el existencialismo es justamente un humanismo porque hace posible la vida humana y la fundamenta en la subjetividad del hombre. A su entender, el hombre es lo que él decide ser libremente, no habiendo esencia alguna humana a la que deba asimilarse: «el hombre es lo que hace». Más tarde, hacia los años setenta une existencialismo y marxismo -cuando ya «su sombra [del marxismo] oscurece a la historia»-, considerando que éste es, pese a todo, la filosofía de nuestro tiempo no superada aún por ninguna otra y sosteniendo, por otro lado, que la interpretación del hombre hecha desde la situación concreta de su clase es una manera adecuada de llegar a la existencia del hombre individual, visto «en la materialidad de su condición». En alguna medida los humanismos filosóficos suponen una metafísica del sujeto, o de la subjetividad; contra tal metafísica humanista replica Heidegger, en Carta sobre el humanismo (1947), que se trata de una muestra más del olvido de la verdadera pregunta por el ser.El pensamiento filosófico cristiano, católico y protestante, por su parte, ha intentado elaborar cierto humanismo de signo cristiano recurriendo básicamente a la perspectiva existencialista. El Humanismo integral (1936), de Jacques Maritain, se inspira no obstante en la tradición aristotélico-tomista[2].

El humanismo, contrariamente a la posición del postmodernismo, no es un metarrelato estéril, ilegítimo, carente de autenticidad, sino una visión filosófica cultural que reconoce la dignidad de la persona humana. En esta orientación se encauza la filosofía educativa del Maestro de América, de Justo Sierra.

La filosofía de la educación en Sierra, constituye un ideario ético-humanista  que trata de aplicar en proyectos reales y concretos, validados no sólo en México,  sino también en otros contextos. Todos los temas filosóficos vinculados al hombre en relación con el mundo y la sociedad están presentes en su discurso, pero la esencia de su filosofía se realiza y concreta en el escenario formativo de un  hombre con conocimiento y valores.

Su visión pedagógico-social lo impulsa a planear propuestas tendientes a realizar cambios en los educadores, entre ellos:

  • El concepto de instrucción por el de educación.

  • La unificación de la lengua en todo el país

  • La autonomía de los jardines de niños

  • El reconocimiento del magisterio.

  • A nivel superior, la reorganización de las carreras de Medicina, Jurisprudencia, Ingeniería, Bellas artes y Música.

  • La promoción de la arqueología elevada a la categoría de ciencia.

  • El establecimiento de un sistema de becas para los alumnos más prometedores del país.

En la entonces Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra pone en práctica hacia 1905, su anhelado proyecto: dar a la educación primaria el carácter de nacional, integral, laica y gratuita.

Justo Sierra, el que fuera Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de don Porfirio Díaz, es el creador de la Universidad Nacional de México (1910), y  de magnos proyectos humanistas para la formación universitaria.

A iniciativa de don Justo Sierra, se crea en 1880, la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde finalmente reposarían sus restos mortales. Durante el primer centenario de su natalicio, la Universidad lo declara Maestro de América[3]. La frase célebre: "La Nación tiene hambre y sed de justicia", fue dicha por él e indiscutiblemente ha encauzado los cambios culturales a que dio lugar su obra personal y que aún repercuten en el sistema educativo nacional mexicano

 Enmarcadas las ideas en su contexto, se nota que la filosofía ético-humanista, de Justo Sierra, como pedagogía básica, no se reduce a una  transmisión del saber, sino a la práctica pedagógica que construye el conocimiento desde una concepción donde no predominara la memorización automática, sino la interpretación y comprensión activas, es decir, lo importante era aprender a a pensar con cabeza propia.

Pero una  realidad contraria a estas ideas  encontró Justo sierra en su país, y que de algún modo era algo generalizado tanto en países latinoamericanos como en otros europeos. Lo observa con profunda tristeza, pero como una forma de oportunidad para  la aplicación de su teoría, trata de reflexionar sobre su entorno educativo y genera acciones.

El aspecto narrativo, discursivo y disertante, se encontraba, por supuesto, en la persona del docente, mientras que los alumnos eran seres pasivos, que se dedicaban a observar, acatar, transcribir, repetir mecánicamente palabras y fórmulas aritméticas, pero sobre todo a concluir cada contenido, de acuerdo a la opinión del maestro.

Ya desde  “el siglo XVII surgen algunas críticas a la forma de enseñanza que se practicaba en los colegios internados. Éstos estaban a cargo de órdenes religiosas, tenían como finalidad alejar a la juventud de los problemas propios de la época y de la edad, ofreciendo una vida metódica en su interior. Se enseñaba los ideales de la antigüedad, la lengua escolar era el latín, y el dominio de la retórica era la culminación de esta educación. Los jóvenes, eran considerados propensos a la tentación, débiles y con atracción por el mal, por lo tanto, se consideraba necesario aislarlos del mundo externo, ya que éste es temido como fuente de tentaciones. Había que vigilar al alumno para que no sucumbiera a sus deseos y apetencias naturales”[4].

Esa era la forma en que se educó a la niñez y juventud en una Latinoamérica dominada principalmente por España y Portugal. Se vivió una imposición de forma tal que se trató de borrar todo lo anterior a la llegada de esos grupos, y se hizo de una manera que había que entender que todo lo que se practicaba en la cultura propia, era pecado, y había que alejar a las nuevas generaciones de esa tentación, por lo cual esa educación tan rígida, tomó auge y fue sufriendo sólo algunas modificaciones, pero en el fondo seguía siendo una educación en donde el alumno era un objeto que captaba notas para posteriormente repetirlas, aunque no las entendiera[5].

Sierra propuso siempre el laicismo en la enseñanza, advirtiendo que el concepto de “laicismo” debía entenderse como “neutralidad” ante cualquier credo religioso. Su crítica a la enseñanza religiosa-escolástica y al poder de la Iglesia está presente en su obra:

“(...) ahora la Iglesia reclama lo que se ha perdido; este monopolio que quisiera para ella, cuando no lo puede obtener por entero, lo quiere partir con el Estado (...) los miembros del partido ultramontano (...) que quiere y lo está consiguiendo, deprimir la enseñanza científica para levantar sobre ella la enseñanza eclesiástica; en una palabra, quiere destruir el Estado laico y obtener en la escuela el campo que ha perdido en el mundo de la acción.[6]

En el pensamiento de Sierra puede descubrirse a momentos una inquietud cultural y un cierto romanticismo al relacionar la ciencia con la religión. En su Discurso “Apología de la ciencia”, pronunciado en la Escuela Nacional Preparatoria, el 8 de septiembre de 1877, después de realizar un panegírico de la ciencia y de su tarea precisa, se opone a que se conciba la ciencia como irreligiosa. .[7]

Al hablar de escuela tradicional, nos remontamos a la época en que Sierra hizo observaciones y de las cuales llevó a cabo objetivas y serias críticas, que sirvieron para lanzar propuestas pedagógicas culturales, que se convirtieron en toda una teoría, aunque su matiz fuese positivista.

Sierra, asegura que: “La creación, se refiere a las hipótesis científicas sobre el origen del universo, que respetables conocedores creen conciliables con el Génesis, se deben principalmente a Kant, a Herschel y, sobre todo a Laplace, continúa afirmando, Darwin y sus discípulos sostienen que la explicación científica del origen del hombre, estriba en lo que se llama la transformación de las especies”.[8]

Por otra parte,  planteaba una renovación política, pero advertía que dicha renovación no debía tomar “por punto de partida la añeja preocupación de que la función del gobierno es hacer la felicidad del pueblo, resto de las antiguas concepciones antropomórficas de la divinidad, sino de que sólo está llamado a administrar justicia, es decir, en reconocer como límite de la acción social y de la acción individual el derecho del individuo”.[9]

Aquí se observa cómo el sentido cultural de su filosofía defiende el lugar de  la ética y los valores inalienables del hombre. El estado, siguiendo su visión del mundo, debe administrar justicia para lograr la felicidad del hombre.

Francisco Larroyo, en coincidencia con Sierra, opina que: “La pedagogía ético-humanista es una pedagogía de los valores. El hombre se educa en la medida en que se apropia de los bienes culturales, en cuanto hace suyos lengua y derecho, ciencia y arte, moralidad y religión. Pero como todo hombre nace y se desarrolla en una comunidad histórica determinada, en un ambiente en que los miembros que la constituyen poseen una peculiar manera de valorar la vida y la existencia, esto es, cierta concepción del mundo, la educación tiene objetivos concretos en cada lugar y tiempo; el educando ha de ser educado para ser miembro autónomo de las comunidades culturales históricas a las que pertenezca”.[10]

Y esa autonomía que el ser humano debe alcanzar, ha de ser considerando su contexto, pues esa misma realidad hay que transformarla con la praxis, alumbrada por la teoría.

Por tal motivo, las palabras que contiene el “Fragmento de la circular dirigida a los Directores de Educación”, escritas por don Jaime Torres Bodet, en el cincuentenario de la muerte del Maestro Justo Sierra, en 1962, resultan  muy elocuentes y disciernen con agudeza el problema, para cerrar este fecundo capítulo: "Los niños, los adolescentes y los jóvenes deben sentirse alentados en sus tareas por el ejemplo de un hombre para quien la educación se proyectó siempre como un medio insubstituible de fortificar a la patria, a fin de que todos los mexicanos puedan participar efectivamente en la responsabilidad nacional..."[11]

Su filosofía ético – humanista  evidencia cómo toda su cosmovisión y su aplicación a la educación lo hizo para la formación humana del hombre mexicano y defendiendo su condición como persona. 

Lo anteriormente expuesto, muestra la esencia ético - humanista de la filosofía  de Justo Sierra, así como su trascendencia y actualidad.

Referencias:

[1] Ver Humanismo histórico. http: //meditaciones. Org.

[2] Ver Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3. Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

[3] José Martí le conoció en México y cultivó su amistad. 

[5] Ver de Rivas, A.  La filosofía de Paulo Freire y su concreción en la educación Tesis doctoral defendida en la Universidad de La Habana, 2008, donde la autora, apoyándose en el pensamiento del filósofo brasileño desarrolla momentos esenciales de la formación cultural del hombre.

[6] Sierra, 1977; Vol. V: 31.

[7]  Ibíd.: 19

[8] Sierra, 1977; Vol. X, apartado 1: 15.

[9] Sierra, 1977; Vol. V: 23.

[10]  Larroyo, Francisco. (1973).  La Ciencia de la Educación. Ed. Porrúa. México.  P. 64.

[11] Fragmento de la circular dirigida a los Directores de Educación por don Jaime Torres Bodet, en el cincuentenario de la muerte del maestro Justo Sierra, en 1962. 

 

por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal

 

 

Ver, además:

 

 

                      Justo Sierra  en Letras Uruguay

 

 

                                                  Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal en Letras Uruguay

 

 

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