Aproximación conceptual a la filosofía de la educación en Justo Sierra por Dra. Rosa Idalia Guajardo Bernal |
El acervo cultural de Justo Sierra es
profundo y diverso, pero sus mayores aportaciones, en mi criterio,
las hizo en torno a la educación, tanto desde el punto de vista teórico
como en su accionar práctico. Según el Dr. Pupo, “(…) la búsqueda
de los orígenes, de antecedentes, en fin, de la historia, es una
necesidad inmanente a la naturaleza cultural del hombre y a la sociedad en
general. Es una vocación universalizada. Es que para saber qué somos, qué
seremos, la mediación qué fuimos, de dónde venimos siempre aparece como
duende merodeante. La búsqueda dialógica pasado-presente-futuro es
constitutiva de todo quehacer humano.[1]
En torno a esto se puede estar de acuerdo, discrepar, disentir. Pero la vida misma muestra todos los días que el devenir humano es un perenne miraje histórico de la cultura que nos hace hombre, persona humana. “Un constante diálogo entre el presente y el pasado para acceder al futuro.”[2] En
esta investigación asumimos el devenir histórico cultural del Maestro
mayor de todos los mexicanos: Justo Sierra Méndez, su contexto e
influencia como momentos esenciales para poder explicar la esencia de su
filosofía de la educación y de su mundo espiritual y práctico, en
general. Aspectos que serán abordados en el epígrafe que sigue a
continuación. “En
los marcos de la formación humana y su desarrollo cultural, la educación
resulta imprescindible. Ella constituye
el medio por excelencia a través del cual se cultiva el hombre y se
prepara para la vida y la
sociedad. Sin
embargo, en las condiciones actuales la educación no prepara para la
vida. No está en condiciones de desarrollar una cultura de la razón y
los sentimientos: una cultura del ser. Es incapaz de vincular
estrechamente el mundo de la vida, el mundo de la escuela y el mundo del
trabajo. Los paradigmas de corte positivista, gnoseologistas, reduccionistas, objetivistas, intolerantes y autoritaristas, convierten a los educandos en objetos pasivos. No importa que en la teoría se hable de métodos activos, cuando los docentes presentamos nuestra verdad como la verdad absoluta. No se crean espacios comunicativos para construir conocimientos y revelar valores. El trasmisionismo y el inculquismo siguen imperando con fuerza indetenible. El
sentido cultural y cósmico, propio del pensar complejo brilla por su
ausencia”[3].
En
los momentos actuales una reflexión profunda desde la filosofía de la
educación es muy interesante, pues penetra en el proceso educativo como
formación integral del ser humano. Es que la filosofía de la educación,
en mi criterio, tiene como objeto la formación humana, es decir,
prepararlo para la vida. Precisamente,
Justo Sierra, sin penetrar teóricamente en la filosofía de la educación
en tanto tal, fue consecuente con sus propósitos y fines. Comprendió la
necesidad de la educación con sentido cultural y sistémico y criticó
las formas tradicionales, dominadas por el positivismo, donde el educando
era un receptor pasivo del conocimiento, separado de los valores y de la
práctica. Por
eso aboga por una educación científica ligada a la vida y a la sociedad. Interesa en consecuencia considerar los
componentes del cuerpo ideológico
(como conjunto de ideas, teorías, etc.)
que da sentido a las iniciativas educativas impulsadas por Justo
Sierra. Así, lo que se aviene a los propósitos del presente trabajo no
es hacer la “historia ideológica de este personaje, sino más bien, una
caracterización de su ideología, en función del tratamiento somero de
sus “componentes” como unidad más o menos orgánica; esto es en tanto
que sistema en perpetua
reconstitución. Este procedimiento no supone que dichos componentes sean
algo estático. Tampoco implica, (en lo que encierra de delimitación
convencional que la trayectoria de Justo Sierra pueda ser disgregada en
partes diferentes u opuestas. Lejos de tal pretensión, se asume aquí al
Justo Sierra “total”, básicamente idéntico a sí mismo en todos los
órdenes en su quehacer en la vida, en concordancia con una estructura
ideológica que, a la par que evoluciona, mantiene la esencia de sus
rasgos a lo largo del tiempo. Por tanto, sus razones de índole analítica,
las que imponen hacer sobresalir las facetas de esta totalidad que
incumben preferentemente al ámbito educativo. De acuerdo a lo manifestado anteriormente se
podría condensar la ideología de Justo Sierra en la siguiente relación,
más que sumaria de sus componentes primordiales: Progresismo. Todos los esfuerzos de
Justo Sierra en el terreno educativo apuntan expresamente al logro del
progreso material y cultural de México. En plena consonancia con el espíritu
de su época y con una de las ideas-fuerza aceptadas por los principales
sistemas de teoría social del siglo XIX (la idea de progreso). Justo
Sierra entiende que la ruta por la que debe transitar el país es la de
una progresión hacia los logros sociales y culturales que ya para
entonces estaban alcanzando los países más poderosos del mundo. Fiel al
espíritu de su tiempo, Justo Sierra, se empeña en concebir el destino de
México y de la América Hispana, dentro de la suerte general de la
civilización occidental o como preferiría decir Abelardo Villegas de la
cultura heleno-cristiana. En esto, Justo Sierra no se apartará en lo
fundamental del liberalismo y de la tradición iluminista de la que es
subsidiario. No debe olvidarse que el liberalismo mexicano llegó a
posibilitar el “surgimiento de un Partido del Progreso de cuyo cerebro,
en expresión de Eusebio Castro, sería el Dr. José María Luis Mora”[4].
Pero de donde se nutrirá más el progresismo de Justo Sierra será del
positivismo, cuyo lema universal incluye el anhelo del progreso, ello
resulta lógico, ya que como advierte Samuel Ramos “la teoría que
permitirá la incrustación de una actitud optimista, en un medio cultural
como el de México, cuya historia ha sido tan azarienta, será el
positivismo”[5]. De hecho, el interés del progreso
indetenible, del avance hacia lo mejor, en los planos social, cultural y
moral, adquiere en Sierra el carácter de una profesión de fe. Sin
embargo, esto no debe suscitar la idea de que Sierra tuviera una creencia
ciega en el progreso. Muy a tono a su activísimo espíritu de
librepensador, con el carácter problemático que adquirían sus
relaciones con todos los asuntos de tipo ideológico y teórico. Sierra
logra descubrir, lo que ningún dogmático del progresismo puede ni
siquiera vislumbrar: el hecho de que el sentido ascendente a quien rinde
culto el progresismo acrítico, también tiene su lado sombrío, su faceta
maligna. Desde luego, la conciencia de tal hecho no contradice para que
prefiera los desafíos y problemas que constantemente genera tal dimensión
nefasta del progreso a las calamidades que depara el atraso, el
estancamiento social y cultural. Como muestra de tal visión, por demás lúcida,
puede traerse a colación un fragmento de la respuesta que Sierra da al
humorista Junius[6],
(quién se oponía con sus sátiras, a la educación musical rigurosa que
él favorecía. Como puede apreciarse, a partir de citas como
esta, el progreso, no sólo es entendido por Sierra, como una tendencia
rectilínea, de ascensión cultural en la historia, acorde por otra parte
con una concepción lineal del tiempo, sino como un fatum, como una fuerza
histórico determinista
como una potencia, que cobra su precio en víctimas de toda clase;
ante el cual, sin embargo, vale más resignarse. En el contexto de tal noción de progreso que
conviene resaltarlo, implica una teoría de la historia en conjunción con
otras ideas que se irán considerando pronto,
la educación desempeña un papel de primer orden. Pero no sólo
eso, también la propia educación como zona importante del orden
cultural, estará sometida a las inexorables leyes del progreso evolutivo.
Así pues, la educación potencia el progreso, al mismo tiempo que
progresa o debe progresar. De esta forma, los modos con que las
concreciones educativas impulsadas por Gabino Barreda coronan una historia
de zigzags, avances, retrocesos, vaivenes, requieren respuestas. Durante
buena parte del siglo XIX conforman, a juicio de Sierra, las condiciones
de posibilidad de una escalada ascendente en el campo de la educación.
Dicha escalada, tendrá como corolario fundamental y necesario justamente
a la Universidad Nacional. De ahí también que la Escuela Nacional de
Altos Estudios, piedra angular del nuevo aparato educativo del rango
superior que viene tratando de concretar casi todos los inicios de su vida
pública (tenga para Sierra, la misión de) “hacer entrar a México
entre los pueblos que trabajan constantemente por la elaboración del
progreso intelectual”[7]. La singular utopía progresista que motivó a
todas las almas sensatas del siglo XIX no podía dar cabida a otra idea de
la universidad, que no lo asumiera como palanca del progreso, a la vez que
como territorio privilegiado de su despliegue en la historia. No olvidar que en otro momento de la tesis, se
destaca cómo el propio concepto de progreso en Sierra no es sinónimo del
desarrollado por el positivismo, pues él le imprime sentido cultural y
humano. Evolucionismo. Si se restringe el positivismo al coto de las tesis propugnadas por
Comte., lo que en México se conoció bajo tal denominación no era
propiamente positivismo. En los hechos, el positivismo sufrió un proceso
de aclimatación cuando fue adoptado de modo muy peculiar por el aparato
político oficial, (en algunas de sus instancias, en particular en las
educativas) y por algunos de los pensadores mexicanos más a tono con las
novedades teóricas a finales del siglo XIX
y principios del XX. Al respecto Edmundo O´ Gorman destaca “como
ni siquiera el máximo representante del comtismo en México, Gabino
Barreda, pudo poner en marcha un plan de estudios enteramente positivista,
en la Escuela Nacional Preparatoria que él creó”.[8]
William Raat, por otra parte, destaca como el positivismo apareció
a los ojos del pueblo mexicano “como una ideología extranjerizante
ajena a las tradiciones del liberalismo, del patriotismo y del catolicismo
mexicano”[9]:
lo cual, junto con otros factores, permite comprender las razones de la
necesaria adaptación del comtismo a las particularidades culturales y políticas
de México. A más de ser un hecho por demás conocido, lo
que interesa enfatizar es como el referido proceso de adaptación del
positivismo implicó, en el caso de México, la configuración de cierta
composición teórica más o menos ecléctica. De hecho, los cimientos
sobre los que descansará una suerte de “teoría dominante”, desde
Gabino Barreda hasta el Ateneo de la Juventud, constan cuando menos de
estos tres puntos de soporte: un liberalismo redimensionado, un
positivismo “impuro”[10]
que, sin descartar las tesis de Comte, admite también sus derivaciones
ulteriores (verbigracia, Littré) y la teoría social de Spencer. Esta indicación tiene notable importancia, en
el ámbito a que se ajusta el presente estudio; puesto que como advierte
Raat, contraviniendo una creencia muy difundida, el positivismo (este
positivismo muy peculiar al que se le ha aludido en líneas anteriores)
“no alcanzó el rango de filosofía política oficial del régimen
(porfiriano); fue ante todo una filosofía de la educación”.[11]
Por su parte Abelardo Villegas concuerda con la segunda parte de la última
afirmación de Raat, cuando afirma que las doctrinas de Comte y Spencer
“señorearon la educación durante la larga dictadura porfirista”.[12]
Y en todo este proceso de asimilación, adaptación oficialización (y
posterior refutación parcial) de este cóctel teórico, convencionalmente
conocido con el término genérico de “positivismo mexicano”, tuvo un
papel destacado Justo Sierra, sobre todo en lo que toca al medio
educativo. No se trata, sin embargo, de poner en claro
aquí la trayectoria histórica de
la formación ideológica a que se refieren los párrafos anteriores lo
que interesa aquí es que en Sierra siempre se da una aceptación (siempre
crítica) de la teoría comtiana de los tres estados junto con el
evolucionismo social del primero de todos los evolucionistas modernos
(anteriores a Darwin): Herbert Spencer, en otras palabras, el
evolucionismo biologista de Spencer y el progresismo comtiano
(además de otros principios teóricos) se dan la mano en Sierra
sin que medie en ello ningún conflicto de consideración. Ahora bien,
esto no debe ser impedimento para tener en cuenta que Justo Sierra
(siempre aplicado a su actualización en cuestiones de teoría social y
educativa), demuestra estar al tanto y sentir admiración por lo que él
llama “teoría de la transformación” y “ley grandiosa del
transformismo” de Darwin y Wallace.[13] Ambas tesis, y especialmente la que propugna
Spencer, a partir de la teoría de la conservación de la materia y la
energía, se mostraran especialmente aptas para legitimar no solo la
dictadura porfirista sino varias comparables a ella en América Latina.
Justo Sierra las acepta tanto para explicar históricamente el porfirismo
como para justificar su ideario educativo, su imagen de la universidad y
las ejecutorias que defendió en la educación oficial porfiriana que él
mismo impulsó cuando llegó a ser el máximo funcionario del ramo durante
el régimen en referencia. En cuanto a la primera de las preocupaciones
que se acaban de señalar, basta advertir que como apunta Dumas una obra
tan importante dentro del conjunto de las que escribió Sierra, como “México,
su evolución social (el titulo no puede ser más significativo)
“estuvo destinada a exaltar al régimen porfirista, con apego a
presupuestos spencerianos y positivistas en general”[14]
Cientismo.
En estrecha conexión con los dos principios ideológicos anteriores, el
peso de un fervoroso culto a la ciencia y sus potencialidades sociales y
culturales es, indudablemente grande en la totalidad dinámica que
conforma la estructura ideológica de Justo Sierra. En el discurso de
Sierra es palmaria la idea de la ciencia como una de las palancas
fundamentales del progreso cultural, social y moral junto con la educación.
Por otra parte, Sierra entiende a ésta como una educación científica en
su desenvolvimiento general y en los contenidos que reproduce con la mira
puesta en la finalidad suprema de la enseñanza moderna: crear las
condiciones de posibilidad de un avance científico, dirigido a la
independencia mexicana en un rubro que hoy pocos vacilan en calificar de
estratégico. En verdad la admiración cuasi-religiosa que
Sierra siente por la ciencia (en unos momentos de su vida, más intensa
que en otros) tiene su referencia inmediata en el prestigio social que
gozaba en su tiempo. Etiquetar a algo de científico llegó a significar,
en su época la adquisición de una legitimidad inexpugnable. Así, como
advierte Raat, “…a Sierra le toco vivir un período en el que el
ciencismo, la tesis de que todos los objetos pueden comprenderse científicamente
fue una corriente dominante dentro y fuera de la comunidad académica.”[15].
No por nada uno de los soportes del régimen porfirista fue el grupo de
los llamados “científicos”, con quienes Justo Sierra llego a
concordar en algunos momentos de su trayectoria política. En éste, como en muchos otros aspectos del
corpus ideológico sierrista, se hace patente una vez más la sombra del
liberalismo y del positivismo peculiar con que comulga. Pocas banderas mas
notablemente inherentes al credo liberal que la reivindicación de la
ciencia, el arma con la que el oscurantismo clerical sería barrido de la
faz de la orbe. Para Sierra está claro que “la investigación científica
será absolutamente desinteresada, pero haciéndose constantemente sobre
elementos nacionales… (Lo que equivale a afirmar que) “la ciencia que
las universidades elaboran sin
poder dejar de ser mundiales, tienen que ser nacionales”.[16] Frases ambas que por su
claridad y precisión pueden prescindir de todo comentario. Nacionalismo. Ya se ha visto, que para Sierra no tenía sentido exigir la generación
de una ciencia unilateralmente cosmopolita, sin raíces de una cultura de
referencia, en concreto la mexicana. Esta no es una postura aislada. Más
bien engarza una sólida concepción nacionalista. Si se entiende por “nacionalismo” un ideal
sustentado en la reivindicación de los intereses propios de una nación
determinada, hablando en términos sociales, culturales y políticos, no
cabe duda que Justo Sierra era un nacionalista convencido. Ahora bien,
esto no significa que pensara y actuara con apego a un extremo
patriotismo, a un chovinismo.
Consecuente con sus convicciones liberales, Sierra veía en la idea de
nación, al mismo tiempo un desiderátum social-cultural (la nación no es
un hecho histórico-cultural definitivamente consumado, sino algo en
constante realización, recreación), y la expresión de una comunidad
cultural encauzada en un sentido teleológico claro, que le permitiera
participar en el concierto de las naciones del mundo, con una personalidad
cultural bien definida. En
esa dirección dirige sus aprehensiones educativas y los programas en que
se aplican. Lourdes Alvarado comenta que la imagen de la
universidad que concibe Justo Sierra se vincula con una conciencia
angustiosa del peligro de un “sometimiento científico y tecnológico y
la subsecuente dependencia económica del país”, con respecto a las
grandes potencias capitalistas de la época.[17]
Interesa resaltar un último rasgo del ideal nacionalista de Justo
Sierra: “Su referencia a la hispanidad, al ámbito cultural
hispanoamericano”[18].
Postura que convive, también conviene asentarlo con una admiración
franca por Europa y Estados Unidos, por no hablar de un eurocentrismo
relativo. Educacionismo. Con este vocablo se designa aquí otra de las creencias y valores
fundamentales de la idea que justifica a Justo Sierra. Se trata de la fe,
poco menos que total, en los poderes y bondades de la educación. Lo que
Claude Dumas llama “entusiasmo sagrado por las virtudes de la educación”[19].
Una fe en definitiva por completo acoplada a los presupuestos del
liberalismo y del positivismo y que ha impregnado a las sociedades
contemporáneas, con tal fuerza que hoy mantiene una vigencia casi plena. Agustín Yañez relativiza la fuerza de este
“ismo” de la ideología sierrista, aduciendo que este hombre “no
sucumbe al educacionismo; es decir, no cree que la educación, menos aún
la influencia educativa de la escuela, ofrezcan la panacea para los males
de la patria y el individuo”.[20]
Desde luego, el propio Sierra se encargará de negar todo lo que permita
pensar que él cree en la educación como panacea, si por tal se entiende
(hablando con propiedad) que curara todos los males culturales, a escala
general e individual. Así lo asienta en 1881, cuando declara que “no
soy de los que creen candorosamente en la eficacia ilimitada de la
instrucción para remediar los males sociales”[21]. No obstante puede
afirmarse que en su aceptación frecuentemente problemática de la función
social de la educación, y a veces empañada por ciertas dosis de
escepticismo, lo que define fundamentalmente a Sierra en el plano del
pensamiento y la acción es una actitud profundamente optimista frente a
las virtualidades de los procesos educativos. La educación aparece en Sierra en la doble
forma de medio y de fin. Es decir, en términos tales que anula la dicotomía
entre instrumentos y logros teleológicos. Esto debe entenderse en el
sentido de que la educación vista como proceso dúplice de difusión de
saberes (instrucción) y de formación de tipos determinados de hombres
(lo que propiamente asume Sierra como “educación”), debe acceder a
grados de efectividad y de pertinencia social apropiados para hacer
progresar a la sociedad, al progresar ella misma. De modo, pues, que es un
desiderátum de capital importancia alcanzar, en lo posible el más
logrado estadio de avance en el plano didáctico, organizativo, etcétera,
como condición para un acceso más seguro, rápido y armónico al
progreso social y cultural y a una formación social homogénea.
Estatismo. La carga individualizada que comporta el liberalismo, tomado de manera
genérica, no fue impedimento
en el caso de Sierra (ni en el de muchos otros connotados liberales de
cualquier índole) para una estatolatría más o menos fuerte. Tampoco lo
fue su afinidad con los postulados fundamentales del spencerismo. Ni el
rechazo anti-gubernamental ni el liberalismo clásico ni el enfrentamiento
raigal que Spencer ve entre Individuo y Estado son asumidos por Justo
Sierra. Al contrario. La idea del estado como promotor de todos los
anhelos en función de los cuales se arma el tinglado-teórico-ideológico
del liberalismo, el positivismo, el evolucionismo social es lo que
predominara evidentemente en Sierra. Para decirlo con palabras de Charles
A. Hale, “Sierra argumentaba insistentemente que el Estado moderno era
una fuerza de progreso”[22] Por supuesto, con variantes de énfasis, con
altibajos, con diferencias de matiz a lo largo de su vida. El Sierra que
piensa siempre con la cabeza verá en el estado moderno un gestor y un
garante del progreso; un celador de la paz y el orden; la clave de la
formación de los grupos sociales que requiere México para adentrarse en
los predios de la modernidad; el motor fundamental de la integración
nacional y de la identidad; el soporte fundamental de la educación. En
definitiva, todos los caminos del complejo e inmenso quehacer cultural y
social, conducen, en Sierra, al Estado. Esto explica por fin, que consecuentemente con
sus ideas al respecto Sierra fuera un hombre de acción, dedicado en
cuerpo y alma a la educación, dentro del aparato de Estado. Justo Sierra,
pudo haber sido, exclusivamente un gran pensador, de la educación y un
promotor de empresas educativas al margen de la institucionalidad política.
Su estatismo, emparentado profundamente con la idea del “Estado
educador” con que congruentemente comulga, lo lleva a ser un ministro de
Educación, el principal funcionario educativo de un gobierno, sin que
ello implique una merma en su quehacer como humanista y pensador de la
educación. Laicismo.
Los que se han venido tratando, en este capítulo, son considerados aquí
como los componentes preponderantes del cuerpo ideológico que da sentido
al quehacer de Sierra en el terreno educativo. Sin embargo, si se tiene
presente que dichos componentes solo pueden ser aislados en virtud de un
artificio analítico y que no pueden tener una vida independiente (toda
vez que se articulan como elementos constitutivos de un todo), se captará
la importancia de no perder de vista este principio ideológico que, si
bien, no siempre alcanza el relieve de los encaminados hasta ahora,
tampoco es prescindible en el desenvolvimiento de estos. De este modo esta
incursión por los territorios de la ideología que define a Sierra, sería
incompleto si no tomara en cuenta aunque fuera solo de esquivo, el laicisismo del
“maestro de América”. En consonancia con su peculiar militancia
liberal y positivista, Sierra fue un laicista declarado, y en algunos
momentos, profundamente
anticlerical, también era un antidogmático en todos los sentidos del término,
en virtud de su independencia espiritual plenamente coherente, por lo demás
con todo verdadero laicismo. La educación a juicio de Sierra, debe ser
rigurosamente laica en todos
sus grados, lo cual significa que en ella no tiene cabida nada que rebase
los límites de la verdad discutida; es decir de la ciencia. Toda la obra
educativa de Sierra, resuma esta forma de entender la relación educación-religión;
lo que torna ocioso detenerse a insertar aquí, con más profusión, las
expresiones concretas con las que formula tal idea. Espiritualismo. Este concepto, como el de “espíritu”, es de difícil definición.
Si aquí se pretende presentar uno, es con la idea de facilitar la
comunicación sobre uno de los componentes de la ideología de Sierra, que
se refiere a la reivindicación de un orden relativo a la conciencia
individual o social inaccesible, en sus cifras fundamentales a los poderes
de la ciencia positiva. En el caso concreto de Sierra, el espiritualismo
parece ser asumido más bien como un componente negativo, esto es, como
algo que no pertenece a lo lógico, racional, científico; sin que ese
algo niegue este otro ámbito y, al contrario busque en él su
complemento. De hecho, como observa Hale, Víctor Cousin echaba mano de la
palabra “espiritualismo” para “designar su sistema filosófico
llamado a menudo “eclecticismo”.[23]. En Sierra el espiritualismo implica reconocer
una realidad genuinamente humana, imposible reducir a la visión del
hombre que puede proporcionar la razón científica. Históricamente, este
espiritualismo ha pretendido ser el contrapeso humanizante del desbocado
progresismo suscitado, y será esa la función principal y la razón de
ser del espiritualismo de Sierra, como lo fue, a su modo, en el caso de
Bergson[24],
a quien Sierra cita en el discurso pronunciado en el acto fundacional de
la Universidad Nacional en 1910, pues su labor de organizador en el
sistema educativo mexicano, ya se hacía sentir y era un hecho, que
posteriormente se concretaría al asumir la Secretaría de Instrucción Pública.
Referencias: [1]
Pupo, R. Tradición, historia y cultura. En El ensayo como búsqueda y
creación. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México,
2007, p. 57. [2]
Ibídem [3] Pupo,
R. Educación y pensamiento complejo. En del propio autor El ensayo
como búsqueda y creación. Hacia un discurso de aprehensión
compleja. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2007,
pp. 45 – 46. [4]
Castro,
Eusebio. Ensayos histórico-filosóficos,
México, UNAM, FFL; 1962 p. 183-184. [5]
Samuel
Ramos, “Justo Sierra y la Evolución política de México”, en
Obras Completas, México UNAM 1975 t. I, p. 183-184. [6]
“Que
remedio, querido Junius; el progreso es una inmensa tragedia; cada
transformación necesita víctima. Es la ley de las cosas. El
argumento de las aspiraciones no satisfechas, a ser admitido, refutaría
toda civilización. Y como el hecho se nos impone y nos agobia, a él
hay que someterse. Justo Sierra, Escuelas normales y superiores
(contestación al Dr. Luis F. Ruiz), en Obras completas, t, VIII, 1ª.
Reimpresión México, UNAM, p. 127. [7]
J.
Sierra, Escuela de Altos Estudios (reseña de la Sesión del Consejo
superior de Educación Pública del 8 de octubre de 1906). En ibíd.,
t. VIII, p. 1ª. Reimpresión México, UNAM, p. 312 [8]
Edmundo
O Gorman, “Justo Sierra y los Orígenes de la Universidad de México
(1910), en Seis estudios históricos del tema mexicano, Xalapa, Ver.,
Universidad Veracruzana, FFL, 1960.
p. 173 [9]
William
Raat, El positivismo durante el porfiriato, Trad. de Andrés Lira. México,
SEP, 1975. p.7 [10]Son matices discursivos, más que definiciones y caracterizaciones.
Liberalismo redimensionado, significa hiperbolizado, exagerado. Positivismo
impuro: Porque no es una copia de la versión Europa, sino con las
especificidades que adquiere en la realidad mexicana [11]
Ibíd.,
p. 7. [12]
Abelardo
Villegas, La Filosofía en la Historia Política de México, México,
Pomarea, 1966 p. 135. [13]
J.
Sierra, El Espiritismo y el Liceo Hidalgo y la enseñanza de la
historia, en Obras Completas, t. VIII, 1ª. Reimp, México, UNAM, 1978
pp. 29 y 49 [14]
Dumas,
Claude, Justo Sierra y el México de su Tiempo (1848-1912), t. II,
Trad. De Carlos Ortega. México, UNAM, Colegio de Humanidades, 1986
pp.90-91 [15]
W.
Raat, El positivismo durante el porfiriato, Trad. De Andrés Lira, México,
SEP, 1975,(Col. Sepsetentas, 228), p. 7 [16]
Justo Sierra, Apuntes diversos (Ciencia y Universidad), en Ibíd., t.
VIII, p.496-497. [17]
Lourdes
Alvarado, de la Real y Pontificia Universidad de México a la
Universidad Nacional de México, México, UNAM, CESU, 1986, (Col.
Pensamiento Universitario, 65, nueva época) p.29 y de la misma
autora, “Reconsideración Sobre los Orígenes de la Universidad
Nacional de México”. En Memoria del II Encuentro
Sobre la Historia de la Universidad, México, UNAM, CESU, 1986.
p. 101. [18]
C.
Dumas, Justo Sierra y el México de su Tiempo, (1848-1912), t. II,
Trad. De Carlos Ortega. México, UNAM, Colegio de Humanidades, 1986.
p. 102, 154, 228 [19]
Ibíd., p. 99 [20]
A. Yañez, “El ideario educativo de Justo Sierra”, en Cuadernos
Americanos, núm. 4, México, 1948
p. 193. [21]
J.
Sierra. La instrucción obligatoria, en Obras Completas, t. VIII. (La
educación nacional. Artículos, actuaciones y documentos), 1ª.
reimp. México, UNAM, 1977, p.
101 [22]
Charles
A. Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del
siglo XIX, México, Vuelta, 1991.
p.317. [23]
Ch.
A. Hale, La transformación del liberalismo en México a finales del
siglo XIX, México, Vuelta, 1991. p. 293 [24] J. Sierra, Discurso pronunciado en la inauguración de la UNM, en Obras Completas, t. XIV, En Boletín de Instrucción Pública, México, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1910 p. 130 |
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