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Recorrido del Grupo Kaweiro por el Oriente de Cuba: Guantánamo antes de subir a La Ranchería
Grupo Kaweiro
gkweiro@gmail.com

 
 

La ciudad de Guantánamo, según lo que teníamos previsto, era un lugar de paso: ida y regreso de La Ranchería y antes de partir hacia Baracoa. Sin embargo, se convirtió en una tremenda experiencia también. Por una parte, en lo social, como preámbulo a lo que pasaría en La Ranchería: la familiaridad y las buenas energías de esta gente de los campos cubanos. Por otra, en lo espiritual/energético nos quedó claro que aquella gente todavía tiene de indígena en su interior, a pesar del tiempo, el “mestizaje” y los embates de la vida citadina. Y no solo lo tienen, sino que para algunos es como recuperar un grato recuerdo de sí: su Memoria.

Conocimos a las hijas de Panchito que “viven allá abajo” –como dirían los que viven en las montañas–, Idalis y Nasaria, y a su familia (Mariulki, Ingrid, Frank Alí, Melisa, etc.). A partir de ese momento, las impresiones que antes venían de la estaticidad de una fotográfica o de los movimientos editados de un documental, empezarían a ser la cotidianidad durante alrededor de 15 días.

Estuvimos casi todo el tiempo en casa de Idalis, antes de subir para La Ranchería y después de regresar de allí. Ella nos atendió como si nos conociera de mucho antes. “¿Dónde está mi familia de La Habana?”, fue lo primero que escuchamos de ella, mientras bajaba del camión de Guajiro, su esposo... eso y una sonrisa. Más adelante nos daríamos cuenta que Idalis, posee un conocimiento y unas prácticas que, sobre todo, le son muy naturales y que no dejan lugar a dudas de su procedencia ancestral indocubana e indoamericana: sueños, visiones, intuiciones… una clara conexión con una parte del conocimiento que está en el aire y al cuál no se accede a través de las autopistas del intelecto.

Nasaria Ramírez, una de las hijas de Panchito
que vive en la ciudad de Guantánamo

También conocimos a la hermana de Panchito y su familia, a quién cariñosamente todos llaman Pura y que vive igualmente en la ciudad de Guantánamo aunque también nació en el poblado montañoso de La Ranchería.

En la segunda noche de nuestra estancia, hicimos una “excursión” masiva (la familia casi completa de Idalis y Nasaria nos acompañaron) al centro de la ciudad para caminar un poco, conocerla aunque fuera por arribita y a degustar helados.

A las 4 de la mañana del tercer día ya estábamos de pie para comenzar el viaje hacia La Ranchería. Guajiro nos adelantó en su camión hasta una parada intermedia en el municipio Manuel Támes, donde abordaríamos otro camión –más reforzado y seguro– para el trayecto por las alturas guantanameras.

Paisaje montañoso guantanamero, unos kilómetros antes de llegar a La Ranchería

El viaje por las montañas estuvo matizado por algo de miedo. El cuál tenía su origen en que, debido a las fechas en que estábamos en ese momento (navidad y fin de año), muchas personas que viven en el llano suben a ver a sus familiares, a compartir esas festividades en (y con) las montañas, donde además de estar con sus seres queridos, los guateques[1] o changüí[2] son más disfrutables para ellos y más cercanos a lo que vivían antes de bajar a la ciudad. Por otra parte, el transporte hacia esos lugares no es muy regular y hay que aprovechar cada vez que hay oportunidad. Todo esto combinado resultaba en un camión, repleto de personas, que se movía al vaivén de un camino de montañas sin pavimentar. Después nos enteramos que eso no era una cosa muy extraña, sobre todo en los días de celebraciones o cuando el transporte pasaba después de haber fallado una o varias veces en su recorrido habitual (3 veces a la semana). Finalmente no pasó absolutamente nada: entre el tipo de camión (uno soviético de guerra), un chofer experimentado y la intención puesta en llegar a La Ranchería, hizo que todo no pasara de la incomodidad y los normales gritillos de las personas cuando se inclinaba un poco la línea horizontal. Sonidos que a veces sonaban más a gozo nervioso que a un verdadero susto.

A pesar de esto, quedaba espacio en nuestra atención para el inevitable asombro y fascinación por el paisaje del lugar. Por otra parte se mezclaban en nuestras cabezas las imágenes de los lugares que habíamos visto en fotografías y documentales, o que conocíamos por algún artículo o libro.

Cuando llegamos al poblado de La Caridad de los Indios[3], sabíamos que estábamos ya cerca del territorio de Panchito y su gente. Cuatro o cinco kilómetros después, nos bajábamos del camión y nos enrumbábamos por un trillo en descenso hacia La Ranchería.

Notas:

[1] Es una palabra de posible origen indoamericano (en lengua makushi, aborígenes suramericanos) y que se usa en Cuba principalmente para denominar a las fiestas campesinas donde se reúnen familias, vecinos y amigos para tocar, cantar décimas y controversias y disfrutar de sabrosos platos. Entre estos últimos, cuando la celebración es grande (ej. fin de año), se incluye el tradicional asado de un macho, que es como la gente del oriente del país le llaman a los cerdos.

[2] Aquí no se refiere al ritmo musical, sino a la celebración en sí. De hecho esta es más usada en el oriente del país que quateque.

[3] Algo muy común en los montes cubanos es que los nombres sean referencias a características del lugar (historia, geografía, etc.). Según la oralidad local, el término “caridad” en el nombre del poblado tiene que ver con la historia de una mujer de antaño, llamada Catalina y los muchos descendientes de aborígenes que fueron concentrándose allí y en los alrededores a lo largo de los siglos XVIII y XIX, lo cuáles todavía tienen presencia en la zona. Catalina era conocida por dar su caridad a los indios (protección y ayuda sobre todo) y las personas empezaron a llamarle a esa región “Donde está Catalina la que da Caridad a los Indios”. Con el tiempo el nombre pasó por varias transformaciones, todas asumiendo una historia implícita que en la actualidad ya pocos recuerdan. Finalmente quedó el nombre actual en los registros oficiales. Otros lugares semejantes en la zona, en términos de nombramiento, son La Escondida (donde antiguamente se refugiaban personas para escapar de algún castigo por sus acciones, fueran estas buenas o malas) y El Pinar (donde pudimos comprobar que, en efecto, crecen muchos pinos). Esta manera de identificar es algo muy cotidiano en la actualidad en las regiones rurales del país. De tan cotidiano ya casi nadie recuerda que es una genuina herencia aborigen y que el ejemplo más notorio para nosotros es el nombre del país, Cuba, que según estudios lingüísticos, quiere decir tierra labrada o tierra sagrada, dos términos más que acertados para identificar a la isla.

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Publicado el Martes 5 de marzo de 2013
http://www.grupokweiro.netai.net/index.php/21-art-gira-oriental-2012-guantanamo-es

 

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