Desde entonces, la palabra “macartismo” se aplica por extensión a las actitudes que adoptan algunos gobiernos para aplastar los derechos civiles y sembrar el miedo en nombre de una supuesta seguridad nacional.
El año pasado, negamos nuestro voto a la opción Fujimori puesto que ella representaba la intolerancia y la brutalidad. Es más, su campaña estuvo teñida de macartismo contra el candidato Ollanta Humala a quien la señora KF y casi toda la prensa nacional acusaban de extremista cuando no de terrorista. Por su parte, legiones de “caritativas” señoras enviaban por el Internet solicitudes de enviarles canastas de comida para derrotar “a Humala, a los cholos y al comunismo.”.
El macartismo fue derrotado a pesar de su Plan Sábana y de la multimillonaria bolsa de las mineras. Sin embargo, ahora a través de estos medios, la derecha quiere envolver al gobierno democrático en la campaña que ellos habrían impulsado de llegar a Palacio.
Como lo dice el filósofo de la Católica Gonzalo Gamio, quienes asumen que los individuos tienen derechos universales, quienes creen que la reconstrucción de la memoria constituye base de la democracia y quienes propugnan el cuidado del medio ambiente, corren peligro.
“Entonces uno es tildado de “marxista”, etiqueta que se identifica luego con la de “comunista” y finalmente con la de “terrorista”.
Hoy, esos periódicos demandan al gobierno que expulse de las aulas a los maestros que estuvieron presos por la acusación de terrorismo. Si cumplieron sus penas, esto no tiene el menor sentido a menos que se les quiera condenar a morir de hambre. De otro lado, las condenas aplicadas por los jueces sin rostro del fujimorismo no son demasiado creíbles y empañan la imagen del Perú en otros lados del mundo.
El macartismo pretende que nos callemos frente a lo que no nos incumbe toda vez que no somos sus víctimas. Le respondemos con las palabras de Bertolt Brecht:
“Primero vinieron a por los judíos y no dije nada porque no era judío. Después vinieron a por los comunistas y no dije nada porque no era comunista. Más tarde vinieron a por los sindicalistas y no dije nada porque no era sindicalista. Luego vinieron a por los católicos y no dije nada porque era protestante. A continuación vinieron a por mi, reaccioné y grité, pero ya era demasiado tarde: ya no quedaba nadie que hiciese algo por mí”.