Trujillo es una isla en
medio de quince mil años
de antigüedad. Hay
vestigios arqueológicos
en las cuatro
direcciones, en los
cerros, en el desierto,
a las orillas del mar.
Desde la plaza mayor,
pueden verse los ábsides
de dos formidables
pirámides, las del Sol y
de la Luna, que se alzan
en Moche. Camino de
Huanchaco, uno se
encontrará a ambos lados
de la carretera con la
maravillosa Chan Chan,
la más grande ciudad de
adobe del mundo en los
tiempos en que
Jesucristo predicaba el
evangelio. Por sus
gigantescos espacios,
trotaron los
conquistadores sin
hallar persona alguna
porque la gente se había
desvanecido poco antes
de su llegada. La tierra
se abre de tiempo en
tiempo para revelar sus
secretos. Así ocurrió en
1987 cuando Wálter Alva
descubrió la tumba del
Señor de Sipán, uno de
los más soberbios
descubrimientos
arqueológicos del siglo
veinte.
Hay algo más. Todo en
Chan Chan y en las
pirámides da la
impresión de estar vivo.
No hay maestro del norte
que no las invoque
durante sus trabajos. El
fantástico camino hacia
el cielo de estos
monumentos semeja otra
escalera de Jacob por
donde hay que subir para
alcanzar los secretos.
Los rituales de
curanderismo y brujería
que usa el Tuno son los
mismos que ejercitaran
los oquetlupucs del
pasado. El cactus
sampedro es igual al que
retratan los viejos
ceramios. Aquí nada
muere parece decir la
tierra encantada, y como
así lo creen los viejos
y los maestros, que son
los mismos de hace un
milenio, se habla de
“nuestros antiguos
padres” los gentiles,
unos gigantes que
duermen bajo la ciudad
sagrada de Chan Chan, y
que despertarán cuando
vuelva a ser la hora de
sus hijos.
Además, la historia se
repite. Unos suponen que
Chan Chan fue devastada
por un fenómeno
meteorológico. Otros
creen que los habitantes
perecieron luego de una
guerra prolongada y de
una masacre perpetrada
por sus enemigos, los
Incas. De la misma
forma, en 1932 hubo una
revolución popular en
Trujillo. Durante dos
semanas, la gente alzó
bandera roja en la
prefectura y vivió allí
en una sociedad justa
del futuro. Pasado ese
término, fue sitiada por
aire, mar y tierra.
Cinco mil de sus
defensores fueron
conducidos a Chan Chan y
fusilados sumariamente
de espaldas a los
paredones sombríos.
Esa bestialidad -no
contada con fidelidad
por la historia
oficial- se ha
entreverado con los
antiguos mitos. Al igual
que los gentiles, el
Búfalo Barreto, Alfredo
Tello Salavarría, Víctor
Raúl y Antenor Orrego,
entre otros líderes de
la revolución truncada,
esperan bajo tierra
hasta que sea llegado el
tiempo de la justicia.
Petra Divina, una bruja
de ese tiempo, sigue
existiendo en las
historias que me narró
el Tuno:
Me han contado que una
vez, durante la
revolución, pasó volando
encima de los soldados
que atacaban Trujillo y
que un capitán ordenó
que los soldados se
tiraran al suelo con los
brazos abiertos en forma
de cruz porque ésa es la
única forma de hacer
bajar a las brujas, pero
que ella no descendió
porque llevaba un
escapulario.
Y dicen también que para
evitar que ella aparezca
es necesario orinar en
forma de cruz. Dicen que
hasta hoy lo hacen los
soldados cuando están de
guardia, sólo que a
medio mear, cuando
sienten que alguien
vuela sobre ellos no
gritan “Alto, ¿quién
vive?” sino “Alto,
¿quién vuela?”
Los turistas van a Chan
Chan y a las pirámides
menos que a Macchu
Picchu. Ocurre lo mismo
con la propia gente de
Trujillo. Van pocos y
muy poco a visitar sus
lugares mágicos. Cuando
lo hacen, logran
asomarse dentro de sí
mismos y ver lo que se
había quedado tanto
tiempo oculto. Lo sé
porque así lo hice en
mis tiempos
universitarios y he
repetido el camino con
mi compadre como guía.
En una ocasión, pusimos
una mesa cerca de la
ciudadela Tschudi.
Éramos unos quince, y
nos pasamos la noche
atisbando en los altos
paredones la posible
aparición de un
fantasma. Un pájaro
solitario llegó y se
quedó a participar con
nosotros de la ceremonia
mágica. El Tuno habló
con él como si lo
conociera, y eso se
cuenta en este libro.
Por mi parte, quería
aprenderme el lenguaje
de las aves para rogarle
“Despierta, pájaro pinto
o huanchaco o como te
llames, y protege
nuestros viejos
adoratorios y nuestras
ciudades de hoy de los
vientos de lo moderno
que sólo acarrean muerte
y olvido.
-Si fabricas un hombre,
¿hablará?- le pregunté a
mi compadre. A veces nos
tratábamos de tú como
amigos. De rato en rato
pasábamos al usted como
debe ser entre
compadres.
-¡Y por qué no! El
asunto no es que hable
sino que puedas oírlo y
entenderlo.
Hablan los muertos, las
aguas y las huacas. Nos
dan remedios. Nos
confieren fuerzas. ¡Y
qué tales fuerzas! Todo
aquí está vivo. Porque
ésta es tierra, y agua
viva, y cielo vivo.
Tienes que aprender a
hablar con ellos alguna
vez.
En esos momentos, el
maestro ya estaba
terminando su tarea.
Prácticamente, el hombre
ya estaba fabricado.
-Está hecho a mi imagen
y semejanza.- dijo el
maestro satisfecho.
Luego lo levantó y
comenzó a mirarlo
cerrando un ojo.
-Hmm… claro, a mi imagen
y semejanza. Está un
poco gordo.
Sacó una cuchilla y
comenzó a desbastarlo
del lado de la barriga.
Luego depositó las
herramientas sobre la
mesa. Tomó un papel de
lija y se lanzó a la
tarea de perfeccionar su
obra. Quince minutos más
tarde, la talla de
madera estaba perfecta.
Llegó luego la hora de
la cerámica, pero el
Tuno estaba un poco
cansado, de modo que nos
fuimos a tomar un café.
Las tallas de madera que
fabricaba mi compadre
podían servir de adorno,
pero más frecuentemente
eran usadas como objetos
rituales en las mesas de
brujería.
Una mesa, como se
describe en este libro,
está constituida por una
serie de objetos que
representan el universo
y que descansan sobre
manta rectangular
tendida en el suelo.
Piedras, vidrios,
retratos, imanes,
espadas, espejos y
algunas varas evocan
allí a las potencias que
existen en las lagunas,
el mar, los árboles y
las montañas. Las tallas
encarnan a los seres
humanos a quienes se
quiere curar, llamar,
infundir suerte o matar.
Armado de una espada o
de una vara y luego de
una noche de cantos y
conjuros, el maestro
puede armar y desarmar
el universo.
Tú dirás que ya son
muchas varas. O tal vez
no dirás eso. Pero
alguien puede decirlo.
Ignora que el hombre es
de una misma raíz con su
sueño. Se olvida que
para soñar ha nacido el
hombre, y también para
dirigir entero el
universo. También para
comprender el canto de
las aves y para aceptar
el consejo de las olas
del mar que van y
vienen. Se olvida que el
hombre también es una
vara. Los felinos, los
venados y las águilas sí
lo saben y también
forman parte de la mesa.
Por eso los hombres de
aquí, corremos, volamos
y brillamos como los
venados, las águilas y
los felinos.
-Entonces, el hombre que
fabricaste, ¿no tiene
alma?
-¿Y para qué va a
tenerla? El aire está
colmado de cuerpos
astrales. Si tuvieras
ojos de ver, percibirías
la sonrisa del zambito
Reynaldo Naranjo que por
allí anda flotando o la
de tantos amigos
queridos que se fueron.
-¡El zambito está vivo!
-Sí, pero anda flotando.
Es poeta y por eso tiene
un cuerpo astral que
vuela antes de que él
haya alcanzado la
difuntez.- me explicó mi
compadre.
Y agregó:
-Entiende esto de una
vez: aquí nadie muere.
Mi compadre Eduardo
Calderón Palomino
falleció en 1996. Un día
le prometí que nuestro
libro seguiría vivo todo
el tiempo entreverado
con los cuerpos astrales
y la nostalgia. Por eso
sale hoy.