Castilla continuó silencioso.
-Si crees que las pocas victorias de
San Martín le garantizan el éxito final, te equivocas. El ejército
del rey está intacto en la sierra. En el momento preciso, acabará con
los traidores. Los hará polvo. Recuerda lo que le ocurrió a ese indio,
Túpac Amaru, despedazado por antipatriota. Recuerda que las cárceles
están repletas de esos terroristas antipatriotas. A la corta o a la
larga, el sistema volverá a imponerse.
No le habló del “antisistema” porque esa palabra todavía no se había
inventado, pero seguro que le habló del sistema. Por entonces, el
“sistema” consistía en someter el país y sus habitantes a la voluntad
omnímoda de Fernando VII. El “antisistema” consistiría en levantarse
contra el sátrapa Borbón y unirse con todos los pueblos del continente
en la búsqueda de la independencia.
Casi dos siglos después, satanizarían el “antisistema” y endiosarían al
“sistema” algunos gobernantes,
Fujimori y García entre ellos, dispuestos a sacrificarlo todo -la
soberanía del país, el bienestar popular, los
derechos humanos, la pureza de los ríos y de los aires- en el altar
del capitalismo caníbal y de la supuestamente divina inversión
extranjera.
SOLDADO A LOS 15 AÑOS
Nacido en 1797 en Tarapacá, Castilla se enroló cuando apenas
contaba 15 años en el ejército realista. De esa forma, participó
activamente en las campañas
militares contra los patriotas
Chilenos.
A los veinte años, como oficial de escolta del Brigadier español
Casimiro Marcó del Pont, cayó prisionero con él tras la Batalla de
Chacabuco el 12 de febrero de 1817.
Prisionero luego de los patriotas en Buenos Aires, podría haberse
quedado allí a gozar de una especie de destierro. Sin embargo, escapó de
la prisión junto a otro preso realista. Se supone que pasó unos meses
entre la capital
Argentina y Montevideo. Pero no se sentía tranquilo. Su deber era
continuar en la lucha. De Montevideo pasó a Río de Janeiro y, allí,
frente a un mapa de la
Amazonía, planeó el cruce a pie del bosque más enmarañado del mundo.
Si no hubiera más que contarse de él, esa sola hazaña bastaría para
justificar su vida.
Después de meses de caminatas, atravesó las selvas del Mato Grosso hasta
alcanzar Santa Cruz de la Sierra en la actual
Bolivia.
El sendero lo llevaría por territorios salvajes y regiones inexploradas
por el hombre de flora y fauna desconcertantes, pero nada lo detuvo.
Tenía que continuar su camino para llegar hasta el
Perú donde como buen militar tendría que reintegrarse al ejército
realista.
EL CAMBIO
¿En qué momento de su largo camino, Ramón
Castilla tomó la decisión de asumir la causa de la
independencia de
América como suya? … Alguien dice que tal vez
esto ocurrió cuando navegaba en una solitaria canoa
sobre el
Amazonas. Allí se produce el fenómeno de la “podoroca”,
una marejada que avanza con un rugido de intensidad
crujiente a unos 30 kilómetros por hora y forma una
pared de agua de varios metros de altura. Esa
experiencia de vida y de muerte sobre el poderoso
río fue tal vez para él como lo había sido para San
Pablo el camino de Damasco.
Otros señalan que en las logias masónicas de Buenos
Aires y Montevideo, los “hermanos” le enseñaron que
un hombre libre y de buenas costumbres debe empeñar
su vida en la conquista de
La Libertad y la justicia.
Lo que sabemos es que cuando llega al
Perú, el joven soldado realista que había sido
preso en 1817 tiene tres años más y muchos más de
experiencia. Se encaminará hasta los cuarteles
realistas, pero allí mismo sentirá que aquello no es
suyo. La tierra, su tierra,
América lo ha convencido de que no es un
español.
Luego del breve diálogo cerca de Huaura, Castilla se
despidió de su amigo y, a galope lento, se encaminó
hacia el cuartel del general
San Martín. El tiempo se repite, y hay un
momento en la vida en que hay que desechar los
conceptos interesados de “sistema y antisistema” y
definirse con sinceridad. No tenemos rostro en ese
momento; solamente historia.
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