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Temeridad
Agenor González Valencia
agenor15@hotmail.com

La mañana era espléndida. Con una semana de anticipación habíamos organizado, mis alumnos y yo, una excursión a las ruinas que estaban cerca de la ranchería en la que prestaba mis servicios como profesor de la escuela. Domingo, sol alegre, frescura en los rostros juveniles. Poco a poco fueron llegando, hasta completar el número de unos diez muchachos que, apretujados conmigo, en mi vieja camioneta, emprendimos el viaje. Todo era risa, cuentos de múltiples colores, experiencia vivida, chascarrillos, indirectas y, además, camaradería en los rostros tanto de muchachos como de muchachas que me acompañaban. Dicen que el recuerdo es la patria del alma, así lo he sentido siempre y así lo he pregonado. Hoy me lleva ese recuerdo las imágenes de Felipe, de Juan, de Lucía, de Andrés, de Rigoberto, de Rosa María, de Alejandra, de Jorge, de Clemente y de María. La carretera estaba franca, no había en ese momento complicación alguna, sino hasta que llegamos ante la presencia del puente de madera, muy viejo, que era necesario pasar, para estar del otro lado del río y para seguir nuestro camino. Al llegar a la orilla del puente, me entró la duda de si soportaría el peso de mi camioneta con la carga que llevaba. Reflexionando estaba, ya que el puente tenía como unos cinco metros de altura respecto a las aguas del río. Me dije: ¿Qué hacer?... ¿…?  Así, en ese instante de cavilación miré hacia abajo y a la orilla derecha de donde estábamos, observé la presencia de un campesino que trataba de pescar con su anzuelo lanzado a las aguas. Bajé de la camioneta, con el asombro entre mis nervios y con la indecisión plasmada en el rostro, llegué ante la indiferencia de aquel hombre, a quien sacándolo de su ensimismamiento le pregunté su opinión acerca de si el puente podría soportar el peso de mi camioneta. El hombre sin voltear a verme, despreocupado me expresó una lección que jamás he olvidado, cuando me respondió: “Señor, su temeridad lo dirá”…

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