Si desea apoyar a Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!! |
El Rumor |
El
rumor es el teléfono inalámbrico del vecindario. De oído a oído
transita imperceptible por imaginativas y sanas conciencias de honestísimas
damas de lavadero, enarcando cejas, dilatando pupilas de asombro y
dibujando morbosas sonrisas de satisfacción. El
rumor, planta parásita y trepadora, desconoce linderos sociales. Lo mismo
asciende hasta las más altas cumbres, que desciende a los albañales para
alimentarse de calumnias.
El rumor se despierta con el alba, ambula por las calles agazapado en las bocas sin escrúpulos de quienes gozan íntimamente, la fiesta infernal del desprestigio gustoso. Toma el fresco en la banca de algún parque populoso, en busca de clientela |
|
oportuna; hojea revistas, para orejas,
tensa la lengua, mientras espera el turno de corte de pelo en las peluquerías
de baja o refinada elegancia; reserva sitio, espacio, silla y taza en las
mesas de cafés más concurridos. Desgrana con soberbia altanería sus
malintencionadas palabras que encuentran caja de resonancia entre el
compacto círculo de simpatizantes que, forzados por la dicha de pasar el
rato, aumentan con su comentarios, colas y cabezas a la infamante noticia
del vulgar comunicador.
Tela
de Ariadna, urdimbre de sombras. Tejido de resentimientos, pútrido filtro
de heces sociales, el rumor embarra, salpica, tiñe, sin importar a quién. Gendarme
de guardia, vista aduanal, corriente censor de las conductas públicas o
privadas, organiza expedientes de mentiras, de tendencia y fantasías, de
alarmantes irrealidades, para fomentar en contra de su víctima, el descrédito
y en la santísima boca de los santiguados, la reventada expresión de
falso compadecimiento: “¡Quién lo iba a creer!”. La
hidrofobia del rumor ataca por el sólo placer de atacar a quien se le
ponga en la mira, a su alcance. Su dentellada es cruel, suele inferirla
ante la pasiva actitud testimonial de quienes lo recogen y guardan
celosamente en su conciencia, para esparcirlo oportunamente en lugares de
mayores privilegios y, en los cuales, la ofidia lengua vibra sin
comprometerse, apoyada en el preámbulo: “¿Ya saben lo que dicen por
allí?”... “Esto que te digo no lo cuentes, guárdatelo”... “De
buena fuente me dijeron”... “Quien está en capilla es perengano”...
“A mi no me gusta el chisme, pero me acabo de enterar”... “Yo no sé,
verdad o mentira, pero lo cierto es”... Disolvente
social, sembrador de dudas, provocador de incertidumbres, mensajero de
frustraciones, el rumor daña no solamente al escogido, sino a toda la
sociedad. Práctica degradante, vicio de ociosos labios, herramienta del
intrigante, su cotidiano ejercicio da la medida de quienes lo admiten en
su círculo, en su mesa o en sus honorables hogares. Producto
de la envidia, del rencor, de la amargura, de la ambición nociva, del
aniquilante interés de facción o de grupo, el rumor halla abono en la
irresponsable complacencia de quien o quienes, por debilidad, indiferencia
o cobardía, lo toleran, convirtiéndose con su silencio en pusilánimes
partícipes de la calumnia arrojada sin escrúpulo a sus perplejos rostros
de víctimas en potencia. El rumor desconoce la gratitud. Olvida la lealtad. Es el tatuaje del marinero en tierra que ha perdido por indeciso y ambicioso, la oportunidad de viajar en el barco que con toda seguridad llegará a su destino. La brújula así lo señala.
|
Dr.
Agenor González Valencia
agenor15@hotmail.com
Ir a índice de narrativa |
Ir a índice de González Valencia, Agenor |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |