Obediencia, y desobediencia militar legitimada |
1.6
Desobediencia militar legitimada
Al hacer el estudio de los conceptos diferentes de legalidad y legitimidad, sostenemos que la legalidad es la estricta aplicación de la ley vigente; pero que ésta para ser legítima, no le basta la vigencia normológica, porque para ello urge además de vigencia sociológica.
Sostenemos
además que la legalidad constituye el sistema positivo de un país, y que
la legitimidad es el conjunto de principios éticos sustentados en el
consenso mayoritario de un pueblo. Así pues, la legitimidad entraña
criterios valorativos, es el espíritu de la justicia en su sentido
universal y permanente y que la axiolgía coloca por encima de la ley
positiva. Es el consenso social. Es la conciencia colectiva aprobando
acciones basadas en principios éticos sociales de observancia universal y
permanente. Una
acción puede ser legal, pero no
legítima, si carece de aceptación social. O al revés: una acción puede
ser legítima si cuenta con la aprobación de la conciencia colectiva;
pero puede ser ilegal si su ejercicio viola la ley vigente. O bien: una
acción que se funda en la ley vigente y que además goza del consenso
social es legal y legítima. En
el derecho militar el soldado está obligado a obedecer las órdenes del
superior, excepto cuando la orden constituya un delito. Y es que la
disciplina en las Fuerzas Armadas es la norma a la que los militares deben
ajustar su conducta, por lo que la obediencia es una de las bases de la
disciplina militar. Sin
embargo, puede acontecer que la orden recibida por el soldado entrañe una
acción no referente a delitos comunes, sino que racionalmente el
obedecerla vulnere principios éticos sociales de observancia universal y
permanente, que lo hagan cómplice de un acto que aunque legal, sea ilegítimo.
En este caso, si la desobediencia cuenta con el consenso de la sociedad,
si cuenta con la aprobación de la conciencia colectiva, es legítima. Está
legitimada por la voz popular, cuyo juicio en la escala axiológica se
encuentra por encima del derecho positivo. Veamos
un caso excepcional por su actitud heroica de desobediencia militar
legitimada. Nos referimos al Batallón de San Patricio: En
sesión solemne el 28 de octubre de 1999, fue inscrito con letras de oro
en el Muro de Honor de la Cámara de Diputados el nombre “Defensores de
la Patria 1846-1848. Batallón de San Patricio”. Con ello se rindió
homenaje y se legitimó la desobediencia militar de los extranjeros que
lucharon en la defensa de la nación mexicana durante la Guerra de
Intervención norteamericana, simbolizados en la figuras del Coronel John
O’Reilly y su batallón irlandés de San Patricio. La
historia señala que los integrantes del Batallón de San Patricio fueron
reclutados en Estados Unidos, en su calidad de inmigrantes procedentes de
Irlanda, para enfrentarlos dentro del Ejército de los Estados Unidos
contra México; pero al percatarse de que sus enemigos practicaban la
misma religión que ellos y que además eran objeto de una guerra injusta,
decidieron abandonar las filas norteamericanas y combatir entonces al lado
de las tropas mexicanas, en un acto heroico en el que sobre una orden
invasora e inmoral, hicieron prevalecer con su actitud principios éticos-sociales
de observancia universal y permanente: luchar a favor de la justicia. El
Batallón de San Patricio combatió unido a los mexicanos en Churubusco,
Padierna y otros frentes, mereciendo por ello la gratitud y reconocimiento
del pueblo de México, por su conducta heroica y justiciera. Esa
guerra de 1846-1848, constituye una de las más graves violaciones al
derecho internacional y a la convivencia pacífica entre los pueblos, así
como la culminación de un proceso de expansión de Estados Unidos hacia México.[1] Fue
una guerra sin ley, sin ningún respaldo moral o político, así como
injusta porque “nos despojó de casi la mitad del territorio”.[2] A
los integrantes del Batallón de San Patricio que fueron aprehendidos, un
tribunal militar del Ejército de Estados Unidos los sometió a juicio
como desertores. En
una memorable crónica intemporal, Carlos Martínez Assad escribe: “La
noche anterior llovió, como suele suceder en México hasta nuestros días,
y aunque han pasado 152 años sabemos que la mañana del 10 de septiembre
de 1847 fue soleada. Treinta y dos de los combatientes del Batallón de
San Patricio fueron conducidos a la Plaza San Jacinto, después de haber
sido sometidos a proceso de guerra en San Angel. Dieciséis fueron
detenidos debajo de un gran andamio, mientras los demás eran atados a los
árboles frente a la parroquia. Los castigos comenzaron a aplicarse sobre
sus espaldas desnudas, 50 latigazos. Las placas de hierro con la letra D,
de “desertor”, se pusieron al fuego para estar listas para herrar a
los San Patricio, unos en la cadera y otros en la mejilla derecha, justo
debajo del ojo. Un soldado marcó a O’reilly con la letra al revés, por
lo cual se le ordenó repetir la operación en la otra mejilla. “El
aire olía a carne chamuscada como en los tiempos de la Inquisición y,
sin embargo, no fueron esos los castigos duros. Dieciséis lazos pendían
de una viga sosteniendo los cadáveres de los irlandeses que fueron
condenados a la horca. Aunque solamente siete confesaron y recibieron la
extremaunción, todos eran católicos. “Sus
cuerpos fueron llevados al camposanto, ubicado en la Iglesia de Tlacopac,
donde los que habían sufrido los latigazos y las quemaduras fueron
obligados a cavar las tumbas. Después, los sobrevivientes, con yugo de
cuatro kilos de hierro en el cuello, serían conducidos a prisión. Allí
fueron fusilados”.[3] Todavía
no hay acuerdo entre historiadores estadounidenses respecto a la
calificativa que deba adjudicarse a los integrantes del Batallón de San
Patricio. Sin embargo, la decisión heroica que tuvieron de pelear en las
filas mexicanas, no sólo fue de índole religiosa, se negaron a luchar
contra un pueblo católico al igual que ellos. Sino también de índole
moral: era injusta esa guerra decidida de manera unilateral por los
Estados Unidos, cuya ambición expansionista fue el motivo de la ocupación
militar. Contra esa guerra se levantaron en el congreso de los Estados
Unidos las voces de los senadores Thomas Ckorwl y Daniel Webster quienes
desde la tribuna parlamentaria censuraron esa innecesaria y violenta
demostración de fuerza militar en desigualdad de condiciones con el ejército
del pueblo invadido. En términos similares se pronunció el nuevo senador
Abraham Lincoln y John Quincy Adams, ex presidente y diputado durante 17 años,
quien se opuso abiertamente a la guerra, votando en contra de la ley
mediante la cual se declaraba esta injusta expresión del más fuerte.
Cuando estalló la guerra, el mismo ex presidente Adams, externó su
esperanza de que los oficiales renunciaran a sus comisiones y que los
soldados desertasen para no participar en esa tan injusta guerra.[4] La
desobediencia militar del Batallón de San Patricio ha sido legitimada por
el pueblo de México y se inscribe en los anales de su historia como
relevante capítulo de sacrificio heroico en defensa de la justicia y de
los principios éticos-sociales de observancia general y permanente.
[1] Gilberto López y Rivas: En su intervención en el Congreso, en el homenaje rendido al Batallón de San Patricio. Nota de Francisco Arroyo, El Universal, Nación, octubre de 1999, p. A11. [2] Loc. cit. [3] Carlos Martínez Assad, “El Batallón de San Patricio”, El Universal, Nación, octubre de 1999, p. A29. [4] Pablo Marentes, “Una irlandesa en México”, El Universal, primera sección, abril 10 de 1999, p. 6. |
Dr. Agenor González Valencia
http://agenortabasco.blogspot.com/
Ir a índice de América |
Ir a índice de González Valencia, Agenor |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |