Obediencia, y desobediencia militar legitimada |
1.2 Obediencia y dominación
El
concepto de obediencia va unido
a los conceptos de poder, dominación, y en la obediencia militar[1]
se encuentra unido, además, al concepto de disciplina. Max
Weber define al poder como la probabilidad de imponer la propia voluntad,
dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera
que sea el fundamento de esa probabilidad. Por
dominación señala que debe
entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de
determinado contenido entre personas dadas; por disciplina apunta que debe entenderse la probabilidad de encontrar
obediencia para un mandato por parte de un conjunto de personas que, en
virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática. Weber
explica que el concepto de poder es sociológicamente amorfo. Todas las cualidades imaginables
de un hombre y toda suerte de constelaciones posibles pueden colocar a
alguien en la posición de imponer su voluntad en una situación dada. El
concepto de dominación —afirma— tiene, por eso, que ser más preciso
y sólo puede significar la probabilidad de que un mandato
sea obedecido. Respecto
al concepto de disciplina nos dice que encierra el de una "obediencia
habitual" por parte de las masas sin resistencia ni crítica.[2] El
ilustre sociólogo nos indica que de acuerdo con la definición dada, debe
entenderse por "dominación" la probabilidad de encontrar
obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos (o
para toda clase de mandatos). No es, por tanto, toda especie de
probabilidad de ejercer "poder" o "influjo" sobre
otros hombres. En el caso concreto esta dominación ("autoridad), en
el sentido indicado, puede descansar en los más diversos motivos de
sumisión: desde la habituación inconsciente hasta lo que son
consideraciones puramente racionales con arreglo a fines. Un determinado mínimo
de voluntad de obediencia, o sea
de interés (externo o interno)
en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad.[3] Es
de advertir que no toda dominación se vale de incentivos económicos; por
otra parte, normalmente, aunque no siempre, cuando se trata de una
dominación sobre una pluralidad humana, se requiere de un cuadro
administrativo; esto es, la posibilidad en la que se puede confiar, de que
se dará una actividad dirigida
a la ejecución de mandatos generales y concretos, por parte de un grupo
humano cuya obediencia se espera. Dicho cuadro administrativo puede estar
ligado a la obediencia de su señor (o señores) por la costumbre, de modo
afectivo, por intereses materiales o por motivos ideales (con arreglo a
valores). Para Weber la naturaleza de estos motivos determina en gran
medida el tipo de dominación. Y reflexiona motivos puramente
materiales y racionales con arreglo a fines como vínculo entre el
imperante y su cuadro implican aquí, como en todas partes, una relación
relativamente frágil. Por regla general se le añaden otros motivos:
afectivos o racionales con arreglo a valores. En casos fuera de lo normal
pueden éstos ser decisivos. En lo cotidiano domina la costumbre y con
ella materiales utilitarios,
tanta en ésta como en cualquiera otra relación. Pero la costumbre
—aclara— y la situación de intereses,
no menos que los motivos puramente afectivos y de valor (racionales con
arreglo a valores), no pueden representar los fundamentos que la dominación
confía. Normalmente se les añade otro factor: la creencia en la
legitimidad.[4] El
referido autor hace hincapié, de acuerdo con la experiencia, que ninguna
dominación se concreta voluntariamente con tener como probabilidad de su
persistencia motivos puramente materiales, afectivos o racionales con
arreglo a valores. Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la
creencia en la "legitimidad". Así, según sea la clase
de legitimidad pretendida es fundamentalmente diferente tanto el tipo de
la obediencia, como el del cuadro administrativo destinado a garantizarla,
como el carácter que toma el ejercicio de la dominación.[5] Es
menester igualmente dejar asentado que el concepto de dominación no
excluye el hecho de que la relación haya surgido de un acto jurídico,
como por ejemplo de un contrato formalmente libre, caso concreto el de la
dominación del patrón sobre el obrero. Ahora bien, el hecho de que la
obediencia por disciplina militar sea formalmente "obligada"
mientras la que impone la disciplina de taller es formalmente
"voluntaria", no altera para nada el hecho de que la disciplina
de taller implique también sumisión a una autoridad (dominación). También
la posición del funcionario se adquiere por contrato y es denunciable, y
la relación misma de "súbdito" puede ser aceptada y (con
ciertas limitaciones) disuelta voluntariamente. La absoluta carencia de
una relación voluntaria sólo se da en los esclavos.[6] Para
nuestro estudio es igualmente importante recoger las palabras de Weber al
manifestar éste que la "legitimidad” de una dominación debe
considerarse sólo como una probabilidad:
la de ser tratada como tal y mantenida en una proporción relevante. Ni
con mucho —nos dice— ocurre que la obediencia a una dominación esté
orientada primariamente (ni siquiera siempre) por la creencia en su
legitimidad. Y es que la adhesión puede fingirse por individuos y grupos
enteros por razones de oportunidad, practicarse efectivamente por causa de
intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud
de debilidades individuales y de desvalimiento. Lo cual no es decisivo
para la clasificación de una dominación. Más bien, su propia pretensión
de legitimidad, por su índole la hace "válida" en grado
superlativo, consolida su existencia y codetermina la naturaleza del medio
de dominación. Para
Weber la "obediencia" significa que la acción del que obedece
transcurre como si el contenido del mandato se hubiese convertido, por sí
mismo, en máxima de su conducta; y, eso únicamente en mérito de la
relación formal de obediencia, sin tener en cuenta la propia opinión
sobre el valor o desvalor del mandato como tal.[7] Los
razonamientos de Weber nos invitan a reflexionar sobre la importancia que
cobra la voluntad en la relación mando-obediencia. El ser humano posee
libre albedrío, esto es, la facultad de decisión de hacer o no hacer
aquello que se le ordena legal o ilegalmente; legítima o ilegítimamente;
de obrar tan sólo por deber o por amor al deber; de convertirse en ángel
rebelde o en esclavo sumiso; de ser o no ser. La voluntad es apetencia del
alma que impele a los seres humanos a la acción o a la pasividad y cuyo
fin justifica o no su hacer o dejar de hacer en una racional autovaloración
de su propio albedrío. El mando tiene en la obediencia su razón ética;
su razón de deber ser legal o legítimo; o la aspiración suprema: legal
y, legítimo, en identidad de fin o fines individuales o colectivos.
1.3 Orden y obediencia
militares
La
organización vertical, jerárquica, de la milicia, contempla la función
de una trilogía activa: mando, orden y obediencia. Gazzoli[8]
pone un ejemplo: "Así como la oración comprende al sujeto, el verbo
y el atributo, el deber, o sea, aquello a que están obligados los
miembros del grupo constituido por escalas jerárquicas, puede
identificarse con el sujeto en el individuo que manda; el verbo, en la
orden que trasmite un principio de acción y el atributo en el individuo
que la lleva a cabo a través de la obediencia, pues es evidente que quien
obedece no es más que un atributo de quien manda ya que actúa por las
transferencia de la potestad de aquél sobre él". La
función de la orden consiste en una acción que conlleva el mando y que
representa la personalidad del superior. Su cumplimiento es la realización
del mando dentro del nivel en que éste se ejerce. Quien
detente el mando, debe poseer un amplio sentido de su responsabilidad,
seguridad en los resultados y claridad en el contenido de la orden que
emite, a fin de que el subalterno, receptor de la orden, interprete
fielmente en su ejecución la finalidad que la motiva y la intención del
superior. Gazzoli[9]
señala que el régimen militar es propenso al personalismo. Esta característica
—explica— es más notable dentro de los cuarteles donde el jefe
enfatiza su influencia. Allí es frecuente que todas las atenciones
converjan sobre el mismo objetivo, por el pronunciado celo personal del
jefe, que amengua la participación derivada de los subalternos. Comúnmente,
por ejemplo, el segundo jefe es más un repetidor de la autoridad superior
que un colaborador de
decisiones más o menos autónomas. Señala
además que: "En el fondo, la actitud del jefe interpreta un concepto
físico del recinto a su cargo y que en el idioma castrense se denomina
"unidad". Unidad y subunidad son sistemas órgano-operativos
conducentes a un fin determinado, que requieren unicidad en la acción, y
para ello es imprescindible la unificación en el jefe. Por eso mismo es
habitual que cuando algún jefe militar se refiere al organismo de tropas
que comanda (división, brigada, regimiento, batallón, etc.) se exprese
diciendo "la unidad a mi cargo", y más posesivamente aun,
"mi unidad", con lo cual le confiere características singulares
a su gestión de mando".[10] El
personalismo a que se refiere Gazzoli se hace evidente en el formalismo
del trato personal entre superior y subalterno, cuando éste al dirigirse
a aquél antepone el posesivo "mi" antes de pronunciar el grado
del primero. Decir "mi teniente", "mi general" y lo
mismo respecto de cualquier grado contribuye a realzar la figura de la
autoridad haciendo sentir al subalterno su estado de inferioridad
relativa. Gazzoli
desaprueba el personalismo para el militar común, ya que no permite
aprovechar exhaustivamente el esfuerzo y la disposición al trabajo de los
subalternos. Igualmente hace hincapié en que el mando militar debe ser,
como norma, imperativo, pero no personalista, para lo cual debe basarse en
la distribución racional de responsabilidades.[11] El
mando imperativo es la expresión de una decisión clara y firme para
hacerse obedecer y de proyección impositiva a la propia voluntad del
subalterno. Ese es el verdadero sentido del mando militar que muchas veces
suele dársele el sentido de autocracia. Ninguna
profesión es comparable a la militar en el extremo de sacrificar la
propia vida si es necesario, en aras del compromiso contraído. Al recluta
se le pide un juramento que entraña toda una mística de fervor patrio:
"¿Juráis a la patria seguir constantemente a su bandera y
defenderla hasta perder la vida?". La
patria es la representación espiritual de país y, a su vez, la bandera
es la representación simbólica de la patria. De esta manera el reclamo
es, en el fondo, la defensa del país hasta perder la vida si es
necesario. La intención es la de inculcar una mística patriótica en el
recluta capaz de convertir en fanatismo sus más limpias pasiones en la
obediencia a la orden recibida para cumplir sin objeción alguna la misión
asignada.[12] Así,
para el militar la obediencia se toma como un acto que enaltece al
individuo ya que entraña un voluntario desprendimiento de principios de
acción propios, en pro del sometimiento a principios de acción ajenos,
para servir a un fin determinado. La distinción entre la obediencia del
soldado y la obediencia del esclavo reside en el acto voluntario de
renunciamiento consciente de aquél al obligarse en acciones patrióticas
y al avasallamiento de la personalidad de éste, ajeno en su
aniquilamiento inconciente, de su perdida identidad.[13] El
soldado al obedecer conscientemente la orden de su superior no sólo
renuncia a su libre albedrío —respecto a la orden recibida— como
consecuencia de la condición receptora que debe asumir sino que al mismo
tiempo debe agregar algo de sí mismo toda vez que en su fuero interno el
acto receptivo se transformará en ejecutivo para concretarlo en
obediencia. Esto es así, ya que la ejecución de cualquier acto, aún el
castrense, responde al consciente personal y por ello hace posible la
presencia de la iniciativa. La
base de la personalidad de la obediencia es la iniciativa, toda vez que ésta
es la que transforma al subalterno, objeto instrumentado de mando, en
sujeto como principio de acción. El ejercicio de la obediencia con
iniciativa es un manifiesto deseo de coparticipar de las actividades del
superior, haciéndose así más reflexiva y responsable.[14] La
obediencia en el soldado es voluntaria y automática. La practica con
hidalguía, pleno el espíritu, convencido de su misión trascendente en
el riesgo de perder la vida si es necesario, en aras de un juramento a la
bandera y a la defensa de la patria. http://agenortabasco.blogspot.com/
Referencias: [1] Max Weber: Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 43 [2]
Loc. cit. [3]
Ibidem, p. 170 [4]
Loc. cit. [5]
Loc. cit. [6] Ibidem, p. 171 [7] Ibidem, p. 172 [8] Luis Gazzoli, Op.cit. p. 189 [9]
Ibidem pp. 192-193 [10]
Loc. cit. [11]
Loc. cit. [12]
Ibidem p. 52 [13]
Luís Gazzoli, Op. cit. 2ª parte, pp. 46-47. [14] Ibidem p. 47 |
Dr. Agenor González Valencia
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