Madero Agenor González Valencia |
Honrar
a los héroes resulta la más bella forma de trascender. El presente se
nutre del pasado y se proyecta hacia el porvenir. Un pueblo sin memoria
histórica es terreno baldío de esperanzas. Honrar a los muertos es
derecho natural del que se nutre la esencia del hombre. Y cuando los
muertos ofrendan su vida por un ideal, por una causa justa, convertidos en
héroes son paradigmas del pueblo y a ellos se les levanta
un altar permanente en la conciencia nacional. ¿A
qué llamamos actitud heroica? ¿Cómo sabemos distinguir las cualidades
de un héroe? ¿Quién les otorga ese alto rango espiritual?: el instinto
inconfundible de los pueblos que nimba sus nombres de fama y gloria. Francisco
I. Madero es un héroe, porque a ese rango ha sido elevado por el pueblo
de México desde el primer momento. Porque a este hombre que llevaba en
sus actos el fuego sagrado de la libertad, le debe el país su despertar
político. Realizó sin miedo, con decisión, con vocación heroica la
hazaña de David contra Goliat. Su honda fue la justicia y la piedra que
derrumbaría al dictador fue la voluntad unificada del pueblo mexicano.
Madero tuvo el arrojo de enfrentarse a Porfirio Díaz quien detentó, con
poder absoluto, por más de tres décadas, la Presidencia de la República.
David vence a Goliat. Madero enarbola su estandarte de triunfo: los
principios democráticos que hoy son patrimonio nacional: Sufragio
Efectivo y No Reelección. Cuando
el apóstol de la democracia
es ultimado victima de la traición, Carranza levanta su estandarte de
redención social para vengarlo del Judas y para legar al pueblo mexicano,
en unión de los constituyentes de 1817, la Carta Fundamental que nos rige
y que responde a las necesidades vitales de la Nación. La
vida política de Madero es breve, pero intensa, como el fulgor de un relámpago.
En la intimidad del silencio intenta sus primeros ensayos, después
escribe el libro que habría de impulsarlo a la fama y a la gloria: “La
Sucesión Presidencial en 1910”. Y aquel hombre pacífico, formado en
los moldes y normas de una familia acaudalada, de repente se da cuenta que
su destino es otro, que su misión es la de aliviar el dolor y la miseria
de la inmensa mayoría de sus compatriotas. Ama la libertad como el más
alto valor de la dignidad y es un convencido de que sólo a través del
sufragio la democracia es realidad. Sueña en su pasión republicana que México
tiene derecho a ser un país libre en el que no se eternicen los
mandatarios ni se violen la justicia ni el voto. En eso consisten las
virtudes de su apostolado. Madero
enfebrecido por una sed de justicia que satisfaga los anhelos populares,
recorre caminos y pueblos predicando su credo: el respeto al voto público,
la efectividad del sufragio, la supresión de la reelección de los
funcionarios y su promesa de reintegrar su tierra a los campesinos
despojados. La gente sencilla lo sigue porque cree en él. Porque es el
fulgor de un relámpago que ha tenido la audacia de levantar en armas a
todo un pueblo. El viejo dictador, derrotado, abandona el país para no
volver jamás. El Presidente Madero cae abatido por la traición de Huerta, asesinado junto con el vicepresidente Pino Suárez en una noche que pesa lúgubremente sobre la historia. De su muerte renace el Ave Fénix de la libertad y su lema empapado de gloria pasa a las manos de otros hombres de su estirpe espiritual llamados por el destino a secundar la obra del apóstol. Y el pueblo, nuestro pueblo, cuando reclama justicia o cuando se asombra por el fulgor de un relámpago, piensa en Madero y su presente se llena de esperanzas hacia el porvenir. |
Dr.
Agenor González Valencia
http://agenortabasco.blogspot.com/
agenor15@hotmail.com
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