Los extremos de la cuerda floja Agenor González Valencia |
Me
hubiese gustado comenzar el estudio de “La Cuerda Floja” a partir del
primer capítulo marcado con el número II y que González Pedrero lo
intitula “Maquiavelo: realismo político y la necesidad de la virtud
afortunada”. Sin embargo, en la escuela aprendí que es importante leer
antes el prólogo e introducción de una obra, porque allí podemos
encontrar una explicación sucinta del texto, la aclaración de algunos
capítulos o la causa motivadora de su publicación. Así
pues, que llevado por la aventura de leer inicié el fascinante recorrido
intelectual de este opúsculo colmado de vivencias de un hombre que
entiende la política como el ejercicio de la praxis y la teoría.[1] Maquiavelo
también, fue en su tiempo, un hombre que entendió la política y la vivió
plenamente entre la praxis y la teoría, al igual que el destacado maestro
de la clase de ideas políticas modernas. “La
política – nos dice – es una alianza de realidad e imaginación”.
Esto es, praxis y teoría. De golpe se nos presenta con las fanfarrias
circenses a imagen del espectáculo de las carpas humildes y deprimentes:
salen a escena los equilibristas de la cuerda floja. En lo alto de la
pista circular y ante el asombro popular la cuerda se muestra como una
serpiente dormida que ondula sostenida en los extremos por frágiles
escaleras por las que habrán de ascender y descender los hábiles
artistas del aire y del equilibrio. Aquí se dan frente a frente, en los
extremos, con sus travesaños desgastados, los dos elementos
indispensables en el espectáculo: realismo e imaginación. Praxis y teoría.
Sosteniendo una de las escaleras se encuentra Tomás Moro y sosteniendo la
otra, el inconfundible Maquiavelo. Pensamiento y acción. ¿Por cuál de
los dos extremos se atreverá el artista a ascender para el inicio de su
estremecedor espectáculo? Si “realismo e imaginación son los polos que
atraen y repelen sin cesar el pensamiento y la acción sobre los que ha
ido estructurándose la sinfonía inconclusa del mundo moderno”[2]
¿Cuál escalera elegir? Vasco
de Quiroga nos da la respuesta. En su espíritu alienta la genuina
democracia y el humanismo renacentista. El es un hombre de acción
inspirado en la Utopía del canciller y mártir de Inglaterra Tomás Moro.
Sus oficios como Oidor y primer obispo de Michoacán, prueban en forma
evidente su indeclinable pasión en defensa de los indios y de la dignidad
humana en ellos conculcada por los abusos de los conquistadores.[3] Ayudado por Tomás Moro, asciende por los escalones de la Utopía – imaginación, pensamiento puro – y comienza lentamente, con el pie derecho el sinuoso y vacilante tránsito. Con el peso de su cuerpo la cuerda se tensa. Don Vasco avanza seguro de sí mismo hasta llegar al centro. Se detiene. Sonríe entre los vaivenes de la sierpe y aplauso del público. Luego comienza a moverse haciendo más difícil y emocionante el espectáculo,[4] porque a su edad parece imposible que pueda guardar el equilibrio y evitar una fatal caída. Sin embargo, lo logra y llega hasta el otro extremo, uniendo en ese instante con sus pasos y el peligro, pensamiento y acción, praxis y teoría, realismo e imaginación. Esto es: imaginación realista. La alianza se ha consumado. La política brilla en todo su esplendor, con sus escamas deslumbrantes, entre los extremos imprescindibles, como sierpe dormida, ondulante, en el vacío. |
Dr.
Agenor González Valencia
http://agenortabasco.blogspot.com/
agenor15@hotmail.com
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