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Espantapájaros

Agenor González Valencia

El ser más depredador del mundo es el hombre.  De la prehistoria a la época actual no ha cesado de dañar al medio ambiente; atacar implacablemente a la naturaleza; agredir con saña a las demás especies de animales.

De la máquina de vapor a la era moderna de los aerosoles; su progreso lo basa en la contaminación ambiental.

Ningún animal ataca a la naturaleza, sólo el hombre.

Los animales cuando matan lo hacen por necesidad o en defensa propia.  En cambio, el hombre, mata por placer.  Prueba de ello son las peleas de gallos y las corridas de toros en las que a la usanza del antiguo circo romano, una multitud eufórica aplaude en el delirio a los vencedores.

Los pájaros, impulsados por el hambre, suelen comerse los granos sembrados por el labrador que amorosamente forja ilusiones en la germinación de la semilla plantada.  Para evitarlo se idearon los espantapájaros, grotescos muñecos que se colocan en medio de la milpa simulando la figura humana para llenar de pánico a las aves ante la aparente presencia de su enemigo número uno: el hombre.

¡Sí! el hombre que todo aniquila, que todo destruye, que en aras del progreso que significa beneficio para unos pocos y tragedias para la gran mayoría, no encuentra dique de contención a su devastador afán destructivo.

Los espantapájaros cobran vida en las ciudades.  Vestidos de uniforme o haciendo señales en los cruceros, siembran el terror entre chicos y grandes; en las oficinas públicas con el “coco” de las secretarias frente al reloj checador; en los sindicatos manifiestan su inflada soberbia animados de líder, y en los estados agónicos impulsan al arrepentimiento vestidos de largas sotanas.

Los espantapájaros son crueles figuras que simbolizan al enemigo número uno del ecosistema: el hombre.

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