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El hechizo
Agenor González Valencia
agenor15@hotmail.com

Esa mañana me levanté muy temprano. Preparé mi café. Llegó el periódico. Me puse a leer para enterarme de los últimos acontecimientos locales, nacionales y extranjeros. Preparé mi baño. Sentí la frescura del agua. Me vestí. Ante el espejo me peiné. Un poco de loción en las axilas, en el cabello y en el cuello. Tomé mi desayuno. Me cepillé los dientes. Agarré mi portafolio y salí directo a mi trabajo. Cumplí con mis tareas laborales y, al retornar a casa, pasando frente a un aparador, me llamó la atención una muñeca estilizada y con ojos deslumbrantes, cabellera al desgaire, rubia y sonrisa impresionante. No resistí, entré a la tienda. Compré la muñeca. Me la arreglaron para regalo. Muy feliz llegué a mi casa. Mi hija me recibió con un abrazo. Intentando impresionarla le mostré el regalo. Lo destapó y su impresión me causó sorpresa. Ella en vez de exclamar entusiasmo la rechazó. Me dijo que no la quería. Que esa muñeca tenía ojos de bruja. La tiró despectivamente, en el sofá. Entristecí. No comenté nada. Me quité el saco y la corbata. Mi esposa preparaba la comida. Comí junto con ella y mi hija que no expresó alegría. Pasaron los días. Seguí mi rutina de siempre: asearme. Vestirme. Tomar mi desayuno. Despedirme de mi hija y de mi esposa. Llegar a mi trabajo. Cumplir con mis labores… Salí a la calle a tomar el autobús para regresar a casa. El autobús iba lleno, sólo quedaba un asiento vacío, a lado de una rubia mujer. Sus ojos penetrantes me recordaron los ojos brujos de la muñeca. Sentí temor de sentarme a su lado. Atemorizado toqué el timbre. El autobús paró. Bajé. Caminé hacia mi casa. Abrí la puerta. Vi a mi hija escribiendo, haciendo su tarea. Llegué hasta ella. La besé en la frente. Le dije: tenías razón… ¡Está hechizada!.

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