Doña Consuelo Martínez Ruiz
Agenor González Valencia

Temple de acero en el  espíritu. Energía en la voz y en la mirada. Altiva hasta en la hora final de  su existencia. Bella en su dignidad magnífica de madre y en sus naturales maneras de señora. Así fue y así la recuerdo. Así seguirá siendo en el íntimo afecto de sus hijos, Doña Consuelo Martínez Ruiz.

 

Sus pasos siempre firmes y su invariable decisión cerraban puertas a la duda. Tenía el don de mando que distingue a quienes saben encauzar empresas  y una fe inquebrantable en el porvenir.

 

El filo de la tragedia hiere agudamente su alma y sin embargo, con el optimismo florecido en el rostro resana dolorosas cicatrices que la fatalidad se empeña en reiterar.

 

Era la época de la navegación fluvial de Tabasco. El Yalton, procedente de Veracruz, atracaba en el muelle de Villahermosa, donde lo esperaban amigos y parientes de los viajeros nativos que por falta de carretera para trasladarse a la Capital, utilizaban ese económico medio de transporte. El flamante vapor Carmen, rompiendo con las aspas de su rueda impulsora los cristales del agua y haciendo resonar sus alegres silbatos, anunciaba su presencia después de un largo recorrido por la región de los ríos, trayendo a bordo felices pasajeros, mercadería ribereña y ganado vacuno. Los remolcadores Helena y Leviatán pasaban frente a la ciudad, río abajo, con sus chalanes colmados de racimos de plátano para exportación.

 

De esa época fueron también los pequeños barcos de motor el Pelayo, el Armandito, el José Luis y la Lusitania que hacían la travesía por el Grijalva, el Usumacinta y sus afluentes, enlazando a la capital del Estado con las Poblaciones de Cárdenas, Huimanguillo, Frontera, Jonuta, Zapata, Balancán y Tenosique.

 

Doña Consuelo Martínez Ruiz vivió en el ensueño de su juventud, el tiempo de esos barcos y esos ríos. Y en sus ojos silvestres  la esperanza lanzó su corazón hacia las aguas y allá, entre oleajes de ilusión, el amor  fue un marino mercante en las riberas y fue la comunión de ideales, de angustias, de desvelos y dicha.

 

Cuando el amado, sacrificado en la fatiga diaria, retornaba al hogar, allí estaba ella, bandera ondeante de ternura, presta a mitigar con el calor de la familia, la sed de comprensión y de cariño de quien a fuerza de luchar contra el destino, pudo fincar un nombre y pulir en la dinámica del sol y del trabajo, el honroso apellido Dagdug.

 

Mujer con raíces profundas en Tabasco, Doña Consuelo Martínez Ruiz  pervive en el recuerdo con sus maneras naturales de madre y de señora.

Agenor González Valencia
04 de Agosto de 2009
http://agenortabasco.blogspot.com/
agenor15@hotmail.com

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