Asistimos a la convocatoria espiritual de José Frías Cerino. Su ausencia física la recordamos con cariño, con tristeza y también con la devoción que le debemos al amigo sincero, al hombre que hizo eslabones de una irrompible cadena de amistad.
El recuerdo es la patria del alma. Cuando recordamos a nuestros seres queridos se proyecta en nuestro pensamiento la imagen viva y terrenal de quienes fueron sembradores de afecto y de perpetua presencia en nuestro corazones.
José Frías Cerino nació periodista. Supo hacer de la palabra encendida flama en la que, la honestidad se iza cual banderín de triunfo, por quien ella, la verdad resplandece sin temores de olvido y sin abajamiento moral.
La madre y familiares de este honesto periodista compartieron en su limpia trayectoria sus alegrías, sus instantes de flaqueza, su rebeldía puesta de manifiesto en cada una de las letras que escribía y que dejó como constancia, por propia decisión, de la obligación, del deber y del compromiso contraído por vocación, de no ocultar realidades, de no postrarse frente al poderoso, de no estrangular su voz en la garganta y de expresar públicamente las inconformidades populares ante el abuso del poder, la confabulación de intereses partidistas, de gremios de la corrupción y de la soberbia de quienes cínicamente exhiben cubiertos con el coparticiparte manto de la impunidad, sus haberes mal habidos, que, a la altura de los más frondosos árboles, miran con indiferencia y petulancia el transitar a ras de tierra y con el cuerpo erguido de aquellos que hacen de la honestidad herencia para sus hijos y el pulcro blasón que perdura sin necesidad de soldar apellidos o de temores a la reprobación histórica de sus actos.
Conocí a José Frías Cerino; muchas veces cambiamos opiniones, a veces, de acuerdo y, en ocasiones, de desacuerdo, sin que por ello variase nuestra amistad.
Conmemorar este día en el que se celebra la libertad de expresión; hacerlo con cariño, con respeto y admiración en homenaje a un periodista de verdad que hizo de la palabra escrita la justificación de su existencia, es compartir con beneplácito el compromiso de preservar el derecho a la libre manifestación de las ideas.
La libertad de expresión es ejercicio de una vocación peligrosa, de una vocación que ha costado la vida de muchos valerosos hombres de este oficio, negados a claudicar de sus ideales; negados a servir a la mentira; negados a percibir prebendas; negados a la propaganda mercantil de vanidosos vividores de la política; negados a crear, a dibujar, a estimular, a impulsar, a elevar y a construir muñecos de papel, efímeras personalidades o vanas glorias que, organizadas, unen complicidades sin llenadera alguna, para hacer víctimas a la sociedad de sus inescrupulosos afanes y su traición al mandato popular.
Vienen a nuestra memoria los nombres de periodistas que con valentía y pundonor hicieron del señalamiento público, de la crítica y de la opinión, labor cotidiana, sin compromisos vasallos y con la firme convicción de ser portavoces de la inconformidad popular. A esa estirpe de hombres de pensamiento libre y sin mordaza, pertenecieron en vida y trascendieron para siempre, las vitales presencias de Belisario Domínguez, Gurdiel Fernández, Félix Fulgencio Palavicini, Andrés Calcáneo Díaz. Napoleón Pedrero Fócil, Manuel Antonio Romero, José Pagés Llergo, Regino Hernández Llergo, Humberto Muñoz Ortíz, Isidoro Pedrero Totosaus, Pedro Ocampo Ramírez, Ramón Salvador Soler, Francisco Gutiérrez Lomasto, José María Bastar Sasso, Trinidad Malpica Hernández y los que sufrieron tortura y secuestro, entre los que contamos a Federico Calzada Valencia, director del Fuste; Manuel Hidalgo del Valle, director de Noticias; y, los hermanos Jiménez, que dirigieron El Cóndor.
Periodistas honestos, periodistas sinceros, periodistas que cumplen con su obligación de ejercitar la palabra escrita, respetando su derecho a expresarse libremente, sin el agobio de compromisos infamantes, sin que el odio, sin que la mediocridad, sin que la vileza de intereses mezquinos manchen su conducta, son necesarios para la defensa del bien común público. El periodista con criterio, con oficio, con dignidad, sabe usar la palabra con decoro, ajeno al servilismo, a los falsos elogios o a interesadas presiones convertidas en chantaje o en insultantes agravios.
La palabra es como el mármol. Aquél en manos del escultor se convierte en animados bustos o en admirables estatuas y, ésta, en manos del verdadero periodista se convierte en caja de resonancias del reclamo popular.
José Frías Cerino: que el llanto, la tristeza, no empapen tu recuerdo. Seguirás siendo lumínica presencia y ejemplo de la verdad escrita con responsabilidad y fulgores de belleza. Seguirás siendo ejemplo para aquellos que eligieron, sin miedo a la pobreza, el camino del periodismo veraz, conquistando con ello la confianza del mandante que es el pueblo y el respeto del buen mandatario, que lo es quien, a nombre de ese pueblo, gobierna con decisión, con honestidad y con la firme convicción de servir sin frustraciones, sin amarguras, con los pies clavados en la tierra y la mirada en el futuro como destino final que la historia juzgará sin prisas, sin alabanzas inmerecidas y sin rencores.
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