Los cómplices activos actúan en grupos. Manifiestan
con aplausos su interés. Esperanzados sonríen, levantan sus brazos en
señal de triunfo y lanzan a los aires sus canoros timbres de victoria.
Los cómplices activos justifican los actos de los grandes señores.
Embadurnan planas con el viscoso tinte de zalamera desagregación.
Los cómplices activos erigen monumentos. Esculpen estatuas. Graban
bronces y en orfebre altanería reproducen las increíbles promesas de los
grandes Señores.
Los cómplices activos ocultan realidades. Ensombrecen panoramas. Agitan
corazones. Hacen ruido. ¡Mucho ruido! y enceguecen conciencias con
deslumbrantes luces de porvenir incierto.
Los cómplices activos acusan, señalan, delatan e investigan nombres e
ideales de posibles opositores.
Los cómplices activos visten de asombro. Visten de admiración. Visten de
regocijo. Se alimentan opíparamente con el poder de su firma. Y sueñan
un sueño enternecedor en el que se disipa el humo de las miserias
mundanas.
¡Ay! Pero los cómplices pasivos, son los que callan. Los que enmudecen.
Los que advirtiendo el peligro cierran los ojos en resignada
conformidad.
Los cómplices pasivos son los que forman valla, con la cabeza baja, al
paso marcial y soberbio de los grandes Señores.
Los cómplices pasivos son los que estrangulan su pensamiento. Los que
hacen pedazos en su cerrada y miedosa boca la verdad que pudiera
hacerlos libres.
Los cómplices pasivos son aves de alas recortadas, faltas de impulso, de
infinito y de anhelos celestes.
Los cómplices pasivos aprueban por inercia. Se abstienen por comodidad.
Irresponsables, indecisos, esperan por costumbre y banderas en derrota
muestran con desenfado las permanentes pústulas de su complicidad.
El drama de los cómplices no lo registra la historia por higiene social.
Su destino ni es la gloria, ni es el infierno. En cuenca vacía, sin luz,
sin sombras, sin alboradas ni crepúsculos. Es la tierra suelta,
apisonada por el tránsito de quienes tienen fulgor en sus corazones.
Los cómplices activos y pasivos, procuran la fuga, el olvido y la
abrogación de los coloniales y acertados juicios de residencia. Permiten
con su irreflexivo y amoral proceder, cínicamente asolear, airear y
exhibir su inexplicable riqueza, cuyos orígenes mal habidos son
presumiblemente conocidos de todos, quienes se ostentan guías
espirituales, blasón popular y brazo de Cristo en sus reiteradas
ambiciones de poder, de mando y de hazañas inmortales, dignas de ser
glorificadas eternamente por la gratitud de un pueblo resignado,
irreflexible y sin voz. |