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Brújula de bolsillo Las tribulaciones del mozo de café
Cuento de Enrique González Tunón |
El deplorable contraste de colores en la originalidad de la indumentaria—que ya es lugar común entre Ion hampones y periodistas pobres (válgame la redundancia) armonizando con una barba de seis días—manifiesto de odio cordial al barbero—denuncian al enemigo irreconciliable del mozo de café. En antecedentes de que el mozo de café es un ser que ha evitado complicar su vida con las dificultades, asperezas y evoluciones de cualquier oficio, debemos admirar en él—refractario al más insignificante esfuerzo cerebral—ciertos atisbos psicológicos que le permiten descubrir, con la perspicacia de un pesquisante, a cada uno de esos sujetos estrafalarios, conatos de poetas, críticos, ensayistas y novelistas, que irrumpen en el café con el criminal propósito de consumirle su provisión de paciencia, ahorrada en meses de vida sedentaria. Esta aversión del mozo de café por los bohemios y especialmente por los clasificados dentro de la gran familia plumífera, se halla, por cierto, suficientemente justificada. El literato lactescente, repleto de sí mismo, pasea su vanidad por entre las mesas y pasillos y apoderándose de las miradas de loa demás parroquianos, las obliga a ayudarle a buscar la ausencia de un amigo. Y así, con las miradas prendidas a su indumentaria, se ubica en la mesa más solicitada y enciende el primer cigarrillo. El mozo, desterrando su habitual sonrisa, le sirve un pocillo de un líquido negruzco.
Luego de ingurgitar el café—que así se denomina a ese tóxico— extrae de
un bolsillo un libro que, por su volumen, bien podría disfrazarse de
Guía Kraft. Discuten en alta voz turbando el beatífico sosiego de un viejo parroquiano que aguarda el vencimiento de sus días leyendo, para rejuvenecerse, un viejo ejemplar de El Sol de Madrid, como un viajero en una estación de ferrocarril. En la estación de la Muerte arribará el anciano lector. Inútilmente carraspea para imponer silencio, entonces se levanta y decidido a marcharse, echa a caminar cojeando, pues que tiene un pié en la Tierra y otro en la sepultura. En verdad—piensa el mozo—esos señores carecen de vergüenza. Gritan como si estuvieran en despoblado o en sus respectivos domicilios. Y su sistema nervioso que la calma había oxidado, se altera contemplando como se entretienen haciendo pajaritas de papel. No es inseguro que el mozo de café termine en la neurastenia. es decir, siendo un hombre superior. —No cabe duda—reflexiona—que esos sujetos son anormales. En época de elecciones, lo normal seria que hablaran de elecciones y eso podría interesar al viejo lector de El Sol. Pero no, nunca se ocuparon de política, ni de la ley de alquileres, ni del último asalto que conmovió a la población, ni del desfalco en las áreas del Estado que no conmovió a nadie por ser una lugar común. Nada de eso. Gritan hablando a propósito de la teoría del perspectivismo, de la decadencia de Occidente, de la nueva sensibilidad y la repercusión del "jazz band” en la literatura y en las artes plásticas, mientras el dueño, cogitativo, los contempla desde la caja, que es su torre de marfil. Y en la fiereza de ese rostro congestionado, capas de intimidar al más terne, hay un lamentable fracaso de bigotes. —Podrían utilizar las plazas y los paseos públicos,—se dice el mozo de café.—Y si no desconociera la existencia de Sócrates y sus discípulos, esta reflexión le haría revivir aquellas pláticas filosóficas por las calles de Atenas. Los que integran el cenáculo, ajenos a las tribulaciones del desdichado mozo de café, elogian mutuamente sus engendros, a la espera de la ausencia de uno de ellos para zaherirlo despiadadamente. El cenáculo adivina el grado de sensibilidad y el temperamento que posee cada uno de sus componentes. Allí es donde el escritor en pañales se encuentra a si mismo y se llena de si mismo. —Hombre—le advirtieron—tu tienes espíritu crítico. Y desde entonces, el escritor en pañales, diose a cultivar la crítica en su huerta cerebral como quien cultiva solanáceas. Desde ese día se debe a la “peña” y su obligación es escribir para la “peña." El mozo de café no para mientes en estas luchas intestinas del cenáculo, su interés lo induce a vigilar la salida, pues son muchos los que huyen sin pagar, con la rapidez de un cohete buscapié. Los solventas, cuyos bolsillos padecen de una anemia agudísima, por convicción y por no rebajar la dignidad de un semejante, abominan de la propina. Los miembros del cenáculo, con sin igual desparpajo continúan abusando de la paciencia ilimitada del camarero. Si no fuera enemigo, por convicción, del Manifiesto, haciendo uso de un derecho consagrado en nuestra Carta Fundamental, escribiría un Manifiesto contra ese abuso y contra el abuso de confianza, del alcohol, de la mujer del prójimo, de la bondad y de la metáfora. No utilizaré esa arma cobarde que ya en visible decadencia en el campo político, pretende rehacer su prestigio en el mundo intelectual. Sin embargo, estamos ante un grave peligro. Estas tertulias se extienden como las epidemias y amenazan desplazar a la también numerosa familia de tahúres de cuya existencia depende la subsistencia de los encargados de perseguirla. Se impone, como única medida eliminatoria la adopción de un polvo literaticida —que extermine esos hormigueros humanos— preparado mediante la incineración de la infinita cantidad de libros detestables. Esto, si es que no queremos que lleve razón el mozo de café, al decir apesadumbrado “¡El mundo está perdido....!” |
Enrique González Tunón
Revista "Proa" Año I Nº 5
Buenos Aires, diciembre de 1924
Fue digitalizado, editado, con el agregado de foto, por mi, editor de Letras Uruguay
Twitter: https://twitter.com/echinope / email: echinope@gmail.com / facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
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