Relato de la benefactora |
Era meserita de mi taberna preferida. Ahí pasaba yo tardes interminables bebiendo cerveza e intentando aliviar el aburrimiento de mi prolongada e indolora rutina. Un chiste fácil fue pretexto para disminuir distancias e iniciar un trato amoroso que, contra todas las recomendaciones sanitarias, pronto se convirtió en intimidad sin precauciones. Para ser francos, la convivencia no redimió nuestros días carcomidos, aunque nos dispensase algún ligero paliativo. Ella, por ejemplo, solía conmoverse con el relato de mis desventuras y desesperaba ante mi adversa situación presente; cierto sentido le daba a su sencilla existencia la consolación de un alma desdichada. Yo, por mi parte, experimentaba una atípica indulgencia ante la contemplación de su pobre indumentaria, ante el roce de su aliento afligido y aun ante el cáustico olor de su saliva, seña inicial de un contagio lamentable. |
Armando González Torres
Adelanto del libro “La Peste”
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