artísticas del medio siglo: el afán de experimentación, el
cosmopolitismo, la lucidez intelectual y la conciencia social. En la
figura de Fuentes aspiran a reunirse, también, las más diversas
representaciones públicas del escritor mexicano: el letrado con afán
cívico, el pensador progresista, el creador irreverente, el escritor
vanguardista y el intelectual mediático.
A la manera de la tradición de escritores hispanoamericanos que buscaban
forjar patria, pero al mismo tiempo con una conciencia de la autonomía de
la literatura, con técnicas novedosas y con una inventiva lingüística
desbordante, Fuentes quiere ser, desde el principio de su carrera, el gran
retratista e intérprete de la historia y la identidad mexicana. De ahí
su inmersión en todas las etapas del pasado, su indagación en los
dilemas políticos y sociales del momento y el carácter alegórico, casi
impersonal de sus novelas que, más que en la intimidad o en la conciencia
de los personajes (“No soy un escritor de pequeños incidentes domésticos
o de pequeños movimientos del alma, de pequeñas psicologías”), buscan
hurgar, hasta arrancarles su secreto, en las entrañas de la historia o
del mito. Ya mucho se ha dicho que gran parte de la narrativa de Fuentes
está preñada de historia; que sus personajes son símbolos más que
personas y que sus Chac-mols, Ixcas Cienfuegos, Artemios Cruces, Cristóbales
Nonatos, Sénecas están hechos de granito más que de carne y hueso. Son
arquetipos históricos, psicológicos o sociológicos, cuyas pasiones
humanas se confunden con los dilemas abstractos del poder y las
recurrencias del mito, son seres monumentales que, con toda su grandeza,
escenifican el drama de una nación. Por supuesto, el primer Fuentes no
pretendía reproducir con ingenuo realismo o alegorías digeribles el
acontecer histórico y el mosaico social mexicano y parte de su obra ha
sido uno de los experimentos más audaces de renovación lingüística, así
como de estructura y perspectiva narrativa en español. Sus novelas más
ambiciosas son ensayos, juegos intelectuales, tratados de imaginación
histórica, máquinas filosofantes, registros lingüísticos, diccionarios
de costumbres, diálogos con la tradición de la novela moderna, trazos y
rutas críticas, ráfagas de poesía.
La región más transparente
La región más transparente, impresa desde marzo de 1958 y lanzada a la
venta el 7 de abril, es la novela que proyectó a Fuentes como una de las
figuras señeras de la nueva narrativa hispanoamericana. Hay, en esta
aparición novelesca de Fuentes, mucho talento mediático y sentido de
anticipación de su lugar en la literatura. Por ejemplo, en Carlos Fuentes
ante la crítica, Georgina García-Gutiérrez hace una reconstrucción de
la recepción inicial de la novela y se refiere a las dos entrevistas con
Alfonso Reyes y Carlos Fuentes, (hechas por Emmanuel Carballo y Elena
Poniatowska, respectivamente) que, un día antes de que saliera a la venta
la novela, aparecieron en el suplemento La cultura en México. La
disposición —media plana de portada a cada escritor— y la asociación
de sus temperamentos y declaraciones (“Alfonso Reyes y Carlos Fuentes
hablan, uno con sabiduría de su pasado, otro con furia de su porvenir”)
constituyen tanto un relevo simbólico de generaciones, como una
inteligente estrategia de mercadotecnia literaria.
Por lo demás, en las entrevistas de la época, se revela el propósito
expreso de Carlos Fuentes: hacer una novela de vanguardia y de denuncia,
que enjuiciara la historia mexicana y sus protagonistas. Se trataba de una
crítica del nacionalismo oficioso, que buscaba una indagación más
profunda y genuina del alma mexicana y que presentaba su propio trabajo de
campo, hecho desde la imaginación, las ideas y el oído. Era una novela
personal, donde se asomaban la furia y el ímpetu del joven escritor, pero
también una novela calculadamente caótica, moderna y representativa. La
región… logró un éxito controversial por su combinación de novedad,
calidad y provocación: sin duda hubo lectores que la buscaban por su
innovación y reto estético, otros por su actualidad y agudeza social y
otros más quizá simplemente para adivinar en qué individuos de la vida
real se inspiraba la exótica fauna política e intelectual del libro. Amén
de su impacto local, Fuentes se convirtió en un producto de exportación,
pues para el público que redescubría las Américas literarias, este
autor representaba una oferta que combinaba la literatura de avanzada con
la mitología local, el exotismo con la historia sinóptica y la poesía
de la prosa con el artículo de opinión.
Lo cierto es que, más allá de su éxito, Fuentes mostró en La región…
esa ambición narrativa que busca hacer de la novela, al mismo tiempo, un
espejo del pasado y del presente; una forma singular de reflexión sobre
la realidad y un artefacto estético autónomo. Sus modelos eran
prestigiosos (pasaban de Balzac, a Huxley, a Lawrence, a Joyce, a Dos
Passos, a Faulkner) y, en una demostración del aprovechamiento de sus
lecciones, Fuentes mezclaba con destreza el relato de sagas familiares con
el fragmento narrativo, la prosa descriptiva con la inmersión en el
inconsciente, la recreación de la tipicidad oral con el juego de las
ideas. Ciertamente, ya había antecedentes de la novela polifónica y la
utilización del recurso del collage en Agustín Yáñez y Juan Rulfo,
pero la variedad de recursos e innovaciones en su composición hacían de
La región… un ejercicio pionero. Además de la exigencia y hasta
arrogancia literaria, los descomedidos retratos sociales, la visión
pesimista y paródica de mitos e hitos históricos y la denuncia de la
injusticia y corrupción la hacían una manifestación de lúcida
irreverencia hacia muchas certezas y actitudes de la élite oficial, la
izquierda y la intelectualidad.
La región mitológica
Con verdadera avidez, con un ánimo de agotar la pesquisa (que acaso es
indagación por los propios orígenes) Fuentes exhibe en La región…
toda suerte de transfiguraciones del mito y la historia mexicana, toda
suerte de tipos sociales, toda suerte de situaciones y posibilidades y,
por su superproducción narrativa, desfila un elenco de decenas de
personajes y centenares de extras. Técnicamente, la novela es una narración
fragmentaria y sin encadenamiento cronológico, que adquiere coherencia
hilando escenas que se refieren a sucesos climáticos en la vida de algún
personaje con escenas casi costumbristas que van delineando la heterogénea
atmósfera urbana. Se trata de la desintegración de la gran historia en múltiples
microhistorias, de la fractura del discurso unívoco en un caótico vocerío
que, sin embargo, alcanza una insólita armonía. Por un lado, los ecos,
los monólogos, los diálogos reveladores prefiguran personajes, historias
y destinos y, por el otro, en el vértigo de las descripciones citadinas,
los personajes incidentales se encuentran y las genealogías se cruzan.
También se mezclan los lenguajes: la retórica filosófica, el lenguaje
poético; el léxico de los sentidos, el habla coloquial y hasta los
ruidos de la calle. La recopilación de las hablas, por otro lado, no es
un mero registro sino una nueva invención; de ahí que aún hoy muchos
giros, más que escuchados creados por el escritor, sigan sorprendiendo y
no tengan esa fecha de caducidad característica de la reproducción
realista.
Pero acaso el rasgo más notable no sea su importación de innovaciones técnicas,
sino su énfasis en lo que acostumbraba denominarse el “ser” de México.
Porque Fuentes es el descendiente más reputado y tenaz de la filosofía
de lo mexicano, que patrocinaron pensadores como Leopoldo Zea, Emilio
Uranga o Jorge Portilla, y que patentó literariamente Octavio Paz. Al
igual que Paz, Fuentes observa a un México desgarrado por sus pasados
contradictorios y perseguidos por sus atavismos y propone un
reconocimiento de las distintas raíces y una reconciliación en una
mentalidad moderna y democrática, capaz de abrirse al mundo externo y a
la pluralidad. Quizá esto hoy suena a consigna gastada, pero, en su
contexto, chocaba con el credo integrista del nacionalismo revolucionario
y con los marcados contrastes entre modernización económica y rezago
democrático y de las costumbres. De modo que en esta novela, se alude a
los dioses ociosos pero vengativos de la mitología prehispánica, a los
fantasmas y traumas del pasado colonial e independiente y, sobre todo, se
interroga al acontecimiento genitor de la modernidad mexicana: la Revolución.
Para abordar el tópico revolucionario, que parecía agotado por las
generaciones anteriores de narradores, Fuentes no sólo utiliza una
estructura de vanguardia, sino que contrapone el tono épico (la magnitud
de la lucha, la heroicidad, el sufrimiento) con la picaresca (el embuste,
la lucha por la vida diaria, el cinismo, el relajo), lo que le permite
quitar gravedad y brindar agudeza a su enfoque. En la novela, la Revolución
no sólo es el movimiento traicionado por los poderosos, sino el fenómeno
que disloca la fisonomía y las antiguas jerarquías sociales y promueve
un río revuelto donde ganan los más fuertes, los más sinvergüenzas y,
a veces, los más divertidos. Acaso en sus mejores momentos La región…
es el relato mordaz de este conflicto, el gran drama humano del ascenso
social, la descripción de la selección natural, de la competencia
inmisericorde y de la cosificación de los otros (la forma en que los
audaces hacen fortunas y los perdedores reproducen por generaciones su
angustia y su mal fario). La novela es un muestrario de cómo hacer
prestigios y caudales, ya sea mediante el usufructo del pasado en las
armas, ya sea mediante los negocios al amparo del poder, ya sea en el
ascenso reptante en la política, ya sea, también, en la fiesta, en la
cantina o en la cama. Hay una delectación casi morbosa en describir la
miseria, la desesperanza, el sufrimiento físico como características del
martirologio del pueblo mexicano, al lado de la superficialidad, la falta
de conciencia y el descreimiento de las élites. Pero esta descripción de
los males sociales no se convierte en una simple prédica moral o política,
gracias a la distancia que el autor guarda con sus personajes. Así,
aunque no faltan los momentos de denuncia pedagógica, privan el sarcasmo,
el pesimismo, la angustia existencial, las saetas de humor. Igualmente, el
ensamblaje de la novela es más poético que anecdótico, más que una
causalidad estricta hay un orden analógico que se nutre de la imaginación
del propio lector.
La descendencia
La región… es el cimiento temprano más sólido de la celebridad
literaria del autor y, en su relectura, esta obra madura, pese a sus
arrugas, aún conserva un poder de seducción que proviene de sus
aspiraciones estéticas, de la vitalidad de sus lenguajes y de la
profundidad que alcanzan muchos de los personajes insinuados. Ese alarde
de técnicas, esa lengua excesiva, ese interés por el pasado y el ser del
mexicano que se despliegan en La región… constituyen los planos de una
obra monumental construida con materiales heterogéneos que van del mármol
de sus novelas más afanosas al cascajo de sus maquinazos.
A veces uno se pregunta por el posible destino de ese escritor eléctrico,
de ese vitalista ilustrado si no hubiese sido tantas veces opacado por el
maquilador de éxitos anuales y, sobre todo, por el hombre compulsivamente
público. Porque su autoinvestidura como vocero de la literatura y la
cultura hispanoamericanas; su audacia e ingenio polémicos; su amplio
espectro de intereses; su personalidad persuasiva y carismática han hecho
que Fuentes sea, desde su aparición, uno de los intelectuales más
influyentes no sólo en el ámbito de la literatura sino de la vida pública.
Sin embargo, quizá esa ubicuidad del hombre público ha hecho perder la
pista del escritor, pues sólo un lector profesional de Fuentes puede
seguir y analizar su frenética, profusa e inconstante producción.
No es fácil distinguir entre sus diamantes y su morralla, entre sus
recetas literarias recicladas y sus verdaderas aportaciones. Quizá, por
eso, amén de su afanosamente cultivada pertenencia al jet-set
internacional de la cultura, el lugar de Fuentes en el canon mexicano
parece remitirse a una consagración inercial, basada en logros pasados.
De hecho, si uno atiende a los pocos indicadores de los gustos en el ámbito
donde se forman las opiniones literarias (pienso, por ejemplo, en la
encuesta de Nexos sobre las mejores novelas de los últimos 30 años),
podría inferirse que Fuentes ha dejado de interesar a los lectores que se
suponen más exigentes (aquellos que él contribuyó a formar con sus
obras más significativas). No es extraño que hoy Fuentes sea más
atendido por sus opiniones políticas que por sus creaciones y que la
exaltación de su obra sea tan anacrónica como su vilipendio. Tal vez
entonces el mejor homenaje que se le pueda hacer a este grande y
desmesurado escritor no sea rodearlo de más bronce (de lo que se han
encargado su propia promoción y los intereses comerciales), sino
propiciar una indagación seria y sin prejuicios en ese enorme corpus
creativo y de reflexión, a fin de ratificar y renovar los motivos y
argumentos, si es que aun son vigentes, de ese entusiasmo y esa genuina
esperanza artística que despertó hace cincuenta años.
González Torres. Poeta y
ensayista. Su libro más reciente es Eso que ilumina el mundo (Almadía
Editorial, 2007). |