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La región mitológica de Carlos Fuentes
por Armando González Torres

 

Hace 50 años, en marzo de 1958, las imprentas del FCE escupieron los primeros ejemplares de La región más transparente, novela que saldría a la venta un mes después, y que a través de sus técnicas novedosas, de sus profundas aspiraciones estéticas, provocaría el cataclismo donde se fincó la (impresionante) celebridad literaria de su autor. Dos críticos toman la obra medio siglo más tarde y procuran descifrarla entre las inercias de la gloria y los altos pedestales dedicados a Carlos Fuentes; entre las arrugas de la edad y el brillo genuino de un lenguaje; entre los diamantes, la morralla y el cascajo de los maquinazos que conforman el mayor proyecto narrativo de nuestro siglo XX.

El fenómeno Fuentes

En el siglo XX mexicano no hay un proyecto narrativo más ambicioso, exitoso y desigual que el de Carlos Fuentes. Situado cronológicamente en el punto de inflexión de la modernidad mexicana, Fuentes irrumpe como escritor cuando despegan la industrialización y la vida urbana, cuando el desarrollo estabilizador comienza a gestar nuevas élites y clases medias, cuando los discursos nacionalistas empiezan a mostrar sus varices, cuando en el mundo del arte se perfilan nuevas formas de concepción del oficio y sublevaciones de las costumbres. En Fuentes parecen confluir espontáneamente los diferentes rasgos de las generaciones

artísticas del medio siglo: el afán de experimentación, el cosmopolitismo, la lucidez intelectual y la conciencia social. En la figura de Fuentes aspiran a reunirse, también, las más diversas representaciones públicas del escritor mexicano: el letrado con afán cívico, el pensador progresista, el creador irreverente, el escritor vanguardista y el intelectual mediático.

A la manera de la tradición de escritores hispanoamericanos que buscaban forjar patria, pero al mismo tiempo con una conciencia de la autonomía de la literatura, con técnicas novedosas y con una inventiva lingüística desbordante, Fuentes quiere ser, desde el principio de su carrera, el gran retratista e intérprete de la historia y la identidad mexicana. De ahí su inmersión en todas las etapas del pasado, su indagación en los dilemas políticos y sociales del momento y el carácter alegórico, casi impersonal de sus novelas que, más que en la intimidad o en la conciencia de los personajes (“No soy un escritor de pequeños incidentes domésticos o de pequeños movimientos del alma, de pequeñas psicologías”), buscan hurgar, hasta arrancarles su secreto, en las entrañas de la historia o del mito. Ya mucho se ha dicho que gran parte de la narrativa de Fuentes está preñada de historia; que sus personajes son símbolos más que personas y que sus Chac-mols, Ixcas Cienfuegos, Artemios Cruces, Cristóbales Nonatos, Sénecas están hechos de granito más que de carne y hueso. Son arquetipos históricos, psicológicos o sociológicos, cuyas pasiones humanas se confunden con los dilemas abstractos del poder y las recurrencias del mito, son seres monumentales que, con toda su grandeza, escenifican el drama de una nación. Por supuesto, el primer Fuentes no pretendía reproducir con ingenuo realismo o alegorías digeribles el acontecer histórico y el mosaico social mexicano y parte de su obra ha sido uno de los experimentos más audaces de renovación lingüística, así como de estructura y perspectiva narrativa en español. Sus novelas más ambiciosas son ensayos, juegos intelectuales, tratados de imaginación histórica, máquinas filosofantes, registros lingüísticos, diccionarios de costumbres, diálogos con la tradición de la novela moderna, trazos y rutas críticas, ráfagas de poesía.

La región más transparente

La región más transparente, impresa desde marzo de 1958 y lanzada a la venta el 7 de abril, es la novela que proyectó a Fuentes como una de las figuras señeras de la nueva narrativa hispanoamericana. Hay, en esta aparición novelesca de Fuentes, mucho talento mediático y sentido de anticipación de su lugar en la literatura. Por ejemplo, en Carlos Fuentes ante la crítica, Georgina García-Gutiérrez hace una reconstrucción de la recepción inicial de la novela y se refiere a las dos entrevistas con Alfonso Reyes y Carlos Fuentes, (hechas por Emmanuel Carballo y Elena Poniatowska, respectivamente) que, un día antes de que saliera a la venta la novela, aparecieron en el suplemento La cultura en México. La disposición —media plana de portada a cada escritor— y la asociación de sus temperamentos y declaraciones (“Alfonso Reyes y Carlos Fuentes hablan, uno con sabiduría de su pasado, otro con furia de su porvenir”) constituyen tanto un relevo simbólico de generaciones, como una inteligente estrategia de mercadotecnia literaria.

Por lo demás, en las entrevistas de la época, se revela el propósito expreso de Carlos Fuentes: hacer una novela de vanguardia y de denuncia, que enjuiciara la historia mexicana y sus protagonistas. Se trataba de una crítica del nacionalismo oficioso, que buscaba una indagación más profunda y genuina del alma mexicana y que presentaba su propio trabajo de campo, hecho desde la imaginación, las ideas y el oído. Era una novela personal, donde se asomaban la furia y el ímpetu del joven escritor, pero también una novela calculadamente caótica, moderna y representativa. La región… logró un éxito controversial por su combinación de novedad, calidad y provocación: sin duda hubo lectores que la buscaban por su innovación y reto estético, otros por su actualidad y agudeza social y otros más quizá simplemente para adivinar en qué individuos de la vida real se inspiraba la exótica fauna política e intelectual del libro. Amén de su impacto local, Fuentes se convirtió en un producto de exportación, pues para el público que redescubría las Américas literarias, este autor representaba una oferta que combinaba la literatura de avanzada con la mitología local, el exotismo con la historia sinóptica y la poesía de la prosa con el artículo de opinión.

Lo cierto es que, más allá de su éxito, Fuentes mostró en La región… esa ambición narrativa que busca hacer de la novela, al mismo tiempo, un espejo del pasado y del presente; una forma singular de reflexión sobre la realidad y un artefacto estético autónomo. Sus modelos eran prestigiosos (pasaban de Balzac, a Huxley, a Lawrence, a Joyce, a Dos Passos, a Faulkner) y, en una demostración del aprovechamiento de sus lecciones, Fuentes mezclaba con destreza el relato de sagas familiares con el fragmento narrativo, la prosa descriptiva con la inmersión en el inconsciente, la recreación de la tipicidad oral con el juego de las ideas. Ciertamente, ya había antecedentes de la novela polifónica y la utilización del recurso del collage en Agustín Yáñez y Juan Rulfo, pero la variedad de recursos e innovaciones en su composición hacían de La región… un ejercicio pionero. Además de la exigencia y hasta arrogancia literaria, los descomedidos retratos sociales, la visión pesimista y paródica de mitos e hitos históricos y la denuncia de la injusticia y corrupción la hacían una manifestación de lúcida irreverencia hacia muchas certezas y actitudes de la élite oficial, la izquierda y la intelectualidad.

La región mitológica

Con verdadera avidez, con un ánimo de agotar la pesquisa (que acaso es indagación por los propios orígenes) Fuentes exhibe en La región… toda suerte de transfiguraciones del mito y la historia mexicana, toda suerte de tipos sociales, toda suerte de situaciones y posibilidades y, por su superproducción narrativa, desfila un elenco de decenas de personajes y centenares de extras. Técnicamente, la novela es una narración fragmentaria y sin encadenamiento cronológico, que adquiere coherencia hilando escenas que se refieren a sucesos climáticos en la vida de algún personaje con escenas casi costumbristas que van delineando la heterogénea atmósfera urbana. Se trata de la desintegración de la gran historia en múltiples microhistorias, de la fractura del discurso unívoco en un caótico vocerío que, sin embargo, alcanza una insólita armonía. Por un lado, los ecos, los monólogos, los diálogos reveladores prefiguran personajes, historias y destinos y, por el otro, en el vértigo de las descripciones citadinas, los personajes incidentales se encuentran y las genealogías se cruzan. También se mezclan los lenguajes: la retórica filosófica, el lenguaje poético; el léxico de los sentidos, el habla coloquial y hasta los ruidos de la calle. La recopilación de las hablas, por otro lado, no es un mero registro sino una nueva invención; de ahí que aún hoy muchos giros, más que escuchados creados por el escritor, sigan sorprendiendo y no tengan esa fecha de caducidad característica de la reproducción realista.

Pero acaso el rasgo más notable no sea su importación de innovaciones técnicas, sino su énfasis en lo que acostumbraba denominarse el “ser” de México. Porque Fuentes es el descendiente más reputado y tenaz de la filosofía de lo mexicano, que patrocinaron pensadores como Leopoldo Zea, Emilio Uranga o Jorge Portilla, y que patentó literariamente Octavio Paz. Al igual que Paz, Fuentes observa a un México desgarrado por sus pasados contradictorios y perseguidos por sus atavismos y propone un reconocimiento de las distintas raíces y una reconciliación en una mentalidad moderna y democrática, capaz de abrirse al mundo externo y a la pluralidad. Quizá esto hoy suena a consigna gastada, pero, en su contexto, chocaba con el credo integrista del nacionalismo revolucionario y con los marcados contrastes entre modernización económica y rezago democrático y de las costumbres. De modo que en esta novela, se alude a los dioses ociosos pero vengativos de la mitología prehispánica, a los fantasmas y traumas del pasado colonial e independiente y, sobre todo, se interroga al acontecimiento genitor de la modernidad mexicana: la Revolución.

Para abordar el tópico revolucionario, que parecía agotado por las generaciones anteriores de narradores, Fuentes no sólo utiliza una estructura de vanguardia, sino que contrapone el tono épico (la magnitud de la lucha, la heroicidad, el sufrimiento) con la picaresca (el embuste, la lucha por la vida diaria, el cinismo, el relajo), lo que le permite quitar gravedad y brindar agudeza a su enfoque. En la novela, la Revolución no sólo es el movimiento traicionado por los poderosos, sino el fenómeno que disloca la fisonomía y las antiguas jerarquías sociales y promueve un río revuelto donde ganan los más fuertes, los más sinvergüenzas y, a veces, los más divertidos. Acaso en sus mejores momentos La región… es el relato mordaz de este conflicto, el gran drama humano del ascenso social, la descripción de la selección natural, de la competencia inmisericorde y de la cosificación de los otros (la forma en que los audaces hacen fortunas y los perdedores reproducen por generaciones su angustia y su mal fario). La novela es un muestrario de cómo hacer prestigios y caudales, ya sea mediante el usufructo del pasado en las armas, ya sea mediante los negocios al amparo del poder, ya sea en el ascenso reptante en la política, ya sea, también, en la fiesta, en la cantina o en la cama. Hay una delectación casi morbosa en describir la miseria, la desesperanza, el sufrimiento físico como características del martirologio del pueblo mexicano, al lado de la superficialidad, la falta de conciencia y el descreimiento de las élites. Pero esta descripción de los males sociales no se convierte en una simple prédica moral o política, gracias a la distancia que el autor guarda con sus personajes. Así, aunque no faltan los momentos de denuncia pedagógica, privan el sarcasmo, el pesimismo, la angustia existencial, las saetas de humor. Igualmente, el ensamblaje de la novela es más poético que anecdótico, más que una causalidad estricta hay un orden analógico que se nutre de la imaginación del propio lector.

La descendencia

La región… es el cimiento temprano más sólido de la celebridad literaria del autor y, en su relectura, esta obra madura, pese a sus arrugas, aún conserva un poder de seducción que proviene de sus aspiraciones estéticas, de la vitalidad de sus lenguajes y de la profundidad que alcanzan muchos de los personajes insinuados. Ese alarde de técnicas, esa lengua excesiva, ese interés por el pasado y el ser del mexicano que se despliegan en La región… constituyen los planos de una obra monumental construida con materiales heterogéneos que van del mármol de sus novelas más afanosas al cascajo de sus maquinazos.

A veces uno se pregunta por el posible destino de ese escritor eléctrico, de ese vitalista ilustrado si no hubiese sido tantas veces opacado por el maquilador de éxitos anuales y, sobre todo, por el hombre compulsivamente público. Porque su autoinvestidura como vocero de la literatura y la cultura hispanoamericanas; su audacia e ingenio polémicos; su amplio espectro de intereses; su personalidad persuasiva y carismática han hecho que Fuentes sea, desde su aparición, uno de los intelectuales más influyentes no sólo en el ámbito de la literatura sino de la vida pública. Sin embargo, quizá esa ubicuidad del hombre público ha hecho perder la pista del escritor, pues sólo un lector profesional de Fuentes puede seguir y analizar su frenética, profusa e inconstante producción.

No es fácil distinguir entre sus diamantes y su morralla, entre sus recetas literarias recicladas y sus verdaderas aportaciones. Quizá, por eso, amén de su afanosamente cultivada pertenencia al jet-set internacional de la cultura, el lugar de Fuentes en el canon mexicano parece remitirse a una consagración inercial, basada en logros pasados. De hecho, si uno atiende a los pocos indicadores de los gustos en el ámbito donde se forman las opiniones literarias (pienso, por ejemplo, en la encuesta de Nexos sobre las mejores novelas de los últimos 30 años), podría inferirse que Fuentes ha dejado de interesar a los lectores que se suponen más exigentes (aquellos que él contribuyó a formar con sus obras más significativas). No es extraño que hoy Fuentes sea más atendido por sus opiniones políticas que por sus creaciones y que la exaltación de su obra sea tan anacrónica como su vilipendio. Tal vez entonces el mejor homenaje que se le pueda hacer a este grande y desmesurado escritor no sea rodearlo de más bronce (de lo que se han encargado su propia promoción y los intereses comerciales), sino propiciar una indagación seria y sin prejuicios en ese enorme corpus creativo y de reflexión, a fin de ratificar y renovar los motivos y argumentos, si es que aun son vigentes, de ese entusiasmo y esa genuina esperanza artística que despertó hace cincuenta años.

González Torres. Poeta y ensayista. Su libro más reciente es Eso que ilumina el mundo (Almadía Editorial, 2007).

 

Armando González Torres

Suplemento de Cultura "Confabulario"
El Universal (México)

1 de marzo de 2008

 

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