Alonso Zamora Vicente, ¿escritor o periodista? |
Con
motivo de cumplirse un nuevo aniversario de la fundación de ALA (American
Literary Agency), Joaquín Roy escribió una obra en la que realiza
interesantes consideraciones acerca del periodismo y la literatura. Se
refiere a las notas que transitan esa senda compartida por ambos, los
ensayos; muchas veces. son firmados por importantes personalidades de las
Letras, y aparecen habitualmente en las secciones culturales de los
matutinos. En nuestro país, puede observarse que prestigiosos ensayistas
colaboran asiduamente en los suplementos, haciendo llegar al público
trabajos de valioso contenido redactados con elegante estilo. Ello es, de
por sí, una prueba de que la literatura no es una actividad alejada del
hombre común, del lector que gusta recrearse con páginas de indudable
calidad.
Pero,
surge la pregunta, ¿es periodismo o es literatura? Muchas de esas obras
-afirma Roy- son compiladas en volúmenes, formando una parte no menos
interesante que otras en la producción del escritor. La labor periodística
se agrega así al corpus de sus obras, y resulta de innegable estima
cuando se trata de conocer las vivencias de un hombre que, lejos de
encerrarse en la torre de marfil, se brindó también a las preocupaciones
cotidianas. Esto sucedió con Alonso Zamora Vicente.
Zamora
Vicente nació en Madrid en 1916; falleció en 1990. Lingüista, crítico
y narrador, ejerció en los claustros de diversas universidades españolas
y americanas. Fue catedrático de la Universidad de Madrid y miembro de la
Real Academia Española. En 1969 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo
Miguel de Unamuno por su estudio "La realidad esperpéntica", análisis
de una obra de Ramón del Valle Inclán; once años después, su labor
narrativa fue galardonada con un premio de la misma magnitud, otorgado a
su novela Mesa, sobremesa. Su erudición no fue obstáculo
para que desempeñara con asiduidad y maestría la tarea de ensayista en
un diario argentino, desde tierra americana o desde su amada España.
En
1948, Zamora Vicente fue nombrado director del Instituto de Filología de
la Universidad de Buenos Aires, cargo que desempeñó hasta 1953, año en
que regresó a Europa. Por esa época se dedico con entusiasmo a los
estudios filológicos que tanto había impulsado en la Argentina Amado
Alonso; paralelamente, se nutria de la relación con importantes literatos
de nuestra tierra, como Mallea, Borges y Julio Cortazar.
Escuchemos,
relatado por él mismo, cómo se produjo su acercamiento al periodismo:
"¿cómo empecé a escribir? Creo que, aparte de esos ensayitos
deliciosamente inocentes de la adolescencia (a mi no me da reparo alguno
hablar con lugares comunes), empecé realmente, en realidad de verdad, el
día que, siendo profesor extraordinario de la Universidad de Buenos
Aires, recibí una amable invitación de Eduardo Mallea para colaborar en
el suplemento literario de La Nación (Mallea era entonces el
director de esa sección. Es un suplemento, todos ustedes lo saben, que se
publica los domingos. Creo que esto ha condicionado mi trabajo posterior:
estoy ya condenado a ser un escritor -o un crítico, me da lo mismo-, de
domingo".
Esta
"condena" fue vivida con singular alegría por el académico,
que se prodigó en artículos variados y emotivos, signados todos ellos
por el amor a su tierra y por el encanto que en su espíritu supo
despertar la Argentina. Sus trabajos fueron publicados mucho después bajo
el titulo de Suplemento literario; rendía así homenaje a las
paginas que los habían visto nacer, y reivindicaba, quizás sin proponérselo,
un genero tantas veces denostado. Nostálgica
evocación
Zamora
Vicente escribió sus artículos periodísticos como había escrito toda
su obra: con riqueza de imágenes y sin hacer concesiones. Surgen de sus
ensayos las vividas regiones de España retratadas con genuina ternura,
con sencilla admiración. Las páginas del diario en que aparecerían
fueron el medio por el que una España lejana, pero a la vez inmediata, se
corporizó en la mente de lectores argentinos, que la conocían o que, a
partir de ese momento, anhelaron pisar su suelo.
Es
notoria, en la prosa del académico, la resonancia de la naturaleza.
Cuanto rememora -ya sea de su niñez, ya de su edad madura- se halla teñido
de la nostalgia que el estudioso abriga en su corazón, y esa nostalgia se
vincula a la naturaleza hispánica, testigo y eco de sus experiencias.
Cuatro ensayos, referidos a temas cotidianos,-nos permiten recorrer el
ciclo de las estaciones, tal como son vividas en el Viejo Continente.
El
primero de ellos, titulado “Pregones”, evoca la llegada de la
primavera. El escritor sabía de su cercanía por la alegre y creciente
frecuencia de los pregones: "En Madrid eran claros. De pronto, una mañana
con sol alto. Y una voz que ofrece lilas de la Casa de Campo. Pasa debajo
de los balcones esa mañana. Miramos con asombro el calendario".
"Otoño
en Salamanca'" fue publicado el 23 de noviembre de 1952, cuando se
acercaban ya los primeros calores estivales. El escritor, español al fin,
vive según las fechas de su tierra, que se prepara para un crudo
invierno: el otoño es evocado con queda tristeza, con la certeza de que
también él es necesario para que el curso de los seres vivientes no se
altere: "En Salamanca casi se le ve venir. Viento largo que llega de
los montes barriendo la llanura, acosándole de nubes, reacio a la
lluvia". Esta estación se advierte, fundamentalmente, por la llegada
de "los nuevos", los estudiantes que, bulliciosos y preocupados;
inician sus cursos en los claustros salmantinos.
EI
invierno revive en la mente del escritor a partir de una noticia, una
escueta noticia de aquellas que pasan inadvertidas: un viejo café cierra
sus puertas. La novedad despierta en el ensayista la evocación de una
tarde de domingo provinciana, protagonizada por una pareja que, con mas
pulcritud que dinero, pasa las horas mirando la gente, mientras alarga un
vaso de café con leche, "inocente truco para disimular la larga
permanencia, el corto gasto".
El
verano, por fin, campea sobre Madrid: numerosos personajes desfilan por la
ciudad al caer la tarde. La tibieza que emana de los jardines embriaga sus
almas. Erudición
y amenidad
Hemos
recordado a un escritor mas conocido por su labor erudita que por su
emotiva prosa sobre temas cotidianos. Zamora Vicente fue -como afirma
Leonardo Romero Tobar- el autor de “unos artículos que son monumento
literario, entre la vivencia lírica y la mirada volcada al mundo de las
realidades que, gozosamente. merecen ese nombre"; pero fue también
un hombre de rigurosa formación universitaria que se volcó, en un
momento de su vida, al periodismo.
Esta
doble perspectiva nos deja algo para pensar: ¿no será la labor periodística
la mas elogiable difusión de talentos que no deben restringirse sólo a
los ámbitos especializados? Dicho de otra manera: ¿no será el
periodismo un nuevo genero literario, que crece junto con la cultura de un
pueblo? |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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