Cazadora de cometas Cuento de Verónica Gónzalez Laporte
Comet Crisis obra de Stanislaus Lubienietsky |
En la playa, tres monjas juguetean, observan el mar, no se animan a meterse a las olas. Luego llegan tres muchachas de nacionalidad rusa que hacen levantar las cejas a los hombres. En este distendido panorama, sin embargo, lo que roba la mirada de la narradora es una estrella despeinada en el cielo, una imprevista viajera del espacio que muy bien puede tener un sentido profundo. Tres monjas miran el mar maravilladas. Se han quedado sin aliento, al contemplar la inmensidad de olas transparentes, de reflejos verdes y azules. La arena oscura se extiende al infinito. El viento alevoso les levanta los hábitos. El viento ventajoso levanta un polvillo dorado, millares de partículas de oro se quedan atrapadas en sus pestañas. Ellas quisieran acercarse un poco más, hasta la orilla, hasta la espuma tibia del Pacífico. La espuma que no sentirán porque no han querido quitarse los zapatos. ¿Será pecado exponer los dedos de los pies a las lenguas cristalinas del agua salada? ¿Será pecado dejarse lamer por ellas? El viento se pega a sus cuerpos regordetes, de traseros imponentes, como para recordarles que son mujeres y no niñas, aunque se rían como tales.Comet Crisis obra de Stanislaus Lubienietsky Quién pudiera reírse con el candor de los tiempos primigenios, como en sexto de primaria, cuando no era el viento el que levantaba las faldas sino la curiosidad de los niños... De un tajo, el velo de una de ellas se le desprende de la cabeza. Vuela el lienzo de fino algodón blanco, como una vela. Tres monjas persiguen un velo blanco, a la orilla del mar. Al fin lo alcanzan. La “desvelada” muestra una cabeza con el pelo cortado por ningún lado, como un soldado raso que llegó tarde a su cuartel. Apenada, procura acomodarse el tocado tan rápido como puede. Con una mano sujeta el velo aventurero, con la otra se cubre la boca para no mostrar los dientes. Tres monjas se toman de la mano, a la orilla del mar. Una saca un globo de la bolsa de su delantal blanco. Lo infla. El viento arremete. Tres monjas corren detrás de un globo blanco. Piernas al aire, hábitos levantados. Ninguna de ellas consigue capturarlo. Lo miran alejarse, subir al cielo en remolinos, convertirse en un punto blanco en el azul sin nubes, y perderse. Una monja saca otro globo de su delantal. Lo infla. Es anaranjado como las frutas del desayuno. En cuanto se lo presenta a sus compañeras explota en sus manos. A la sorpresa le sigue una ruidosa carcajada. Tres monjas inflan un tercer globo a la orilla del mar. Es amarillo, cáscara de plátano. Revienta como el anterior. Dejan de reír, miran la punta de sus zapatos de plástico. Está dicho que el viento no las dejará enviar su mensaje aerostático al Espíritu Santo. Tres rubias en tanga caminan frente a ellas. Delgadas y muy altas, cabelleras leoninas. A los turistas chilangos se les han caído las mandíbulas. Pasaron de los gritos y los chistes tontos al silencio que precede una tormenta. Las gaviotas detuvieron su vuelo unos instantes. Los cangrejos se metieron a sus guaridas de arena. Un par de nalgas tan expuestas y redondas como esas no se ven a diario, tres pares de nalgas menos... Las rusas se saben admiradas, con sus largas manos acarician sus cabellos de puntas decoloradas, jalan el resorte de las tangas coloradas con dominio. Se agitan las olas alrededor de las tres gracias de piel dorada. Los cerveceros no atinan qué hacer, quisieran chiflar pero no desean parecer más vulgares de lo que ya son, con sus bermudas de surfistas sujetadas con cordón por debajo de las panzas. Quisieran acercarse pero quién iría primero, a once contra tres... Miran a un lado y a otro. Vienen solas. Aun así, mejor no acercarse todavía. “Qué bonito es lo bonito”, se atreve al fin a decir uno. “Sí, salud, qué bonitoooo, pásame otra chela”. Vas. Tres monjas se han quedado inmóviles frente al mar. Como si hubieran recibido una descarga eléctrica. Contemplan a las jóvenes rusas. El sol de la tarde incendia las cabelleras rubias. El agua se torna verde jade. La espuma sube por sus muslos, mientras ellas dan brinquitos juguetones entre cada ola. Es demasiado. Tres monjas giran los talones, en silencio. Se alejan de la playa y se pierden en un punto blanco, en el azul sin nubes. La tarde se ha puesto rosa rosa. Vuelan los escandalosos loros verdes por encima de las rocas enlamadas de musgo tierno. Por debajo de las raíces expuestas de los árboles parota, entre las ramas de los tamarindos. Vuelan en círculos los ciegos murciélagos de alas aterciopeladas, ajenos a la brisa tibia y a las nubes emborregadas. Nubes algodonosas como las alas de un ángel inmenso. Salen de tres en tres los mapaches regordetes, como las monjas, como las rusas, colas levantadas y antifaz bicolor, en busca de algún basurero abierto. La noche cayó del todo. El primer astro despunta en el horizonte. Noche sin luna. Una a una las estrellas se encienden y parpadean. Quisiera alterar el reloj cósmico, quisiera que dejara de girar un poco el Sol, detener la bóveda celeste. Un poco. Intervenir en la trayectoria de los astros para no perderme de nada. Ni la línea en la que se juntan el mar con el cielo, ni los azules cada vez más profundos. De pronto surge. Es una estrella despeinada. Verde y veloz. Inmensa. Con una cola larguísima que chisporrotea en centellas rojas. Un pequeño planeta alborotado, vestido para ir a una fiesta. Casi podría escucharlo crujir, como esas piedritas de dulce que explotan en la boca cuando se derriten. He visto estrellas fugaces y juegos pirotécnicos, pero esto no se parece a nada. Quisiera gritar “¡Un cometa!” pero me quedo muda. ¡Niños, con un carajo, levanten las caras del iPad! ¡Niños, miren el cielo! Pero me quedo muda. En cuanto logro entender que se trata de un cometa, ya pasó. Pido un deseo por supuesto. Uno definitivo. No lo contaré, por supuesto, para que se me cumpla. Miro el vaso de tequila en mi mano. Apenas me bebí medio caballito y yo misma me lo serví. No fumo. No padezco alucinaciones. Lo que vi es tangible como las tres monjas y las tres rusas en la playa, unas horas antes. San Wikipedia ven a mi rescate. Niños, devuélvanme el iPad. Sí, ¡se trata de un nuevo cometa! Se llama Jacques L-14, fue descubierto por dos astrónomos brasileños. Es verde y suele dejarse ver acompañado por dos nebulosas rojas. Me imaginé a Jacques, de frac y corbata de moño, greñudo y luminoso, en medio de dos beldades encendidas. No es fácil verlo sin telescopio, se presenta en la madrugada, y las más altas probabilidades de observarlo desde el suelo mexicano se sitúan entre el 21 y el 28 de agosto... No soy astrónomo. Pero sé que un cometa verde vestido de fiesta sólo puede ser un buen presagio. Un amuleto estelar que me ha obsequiado el cielo. Poco importa si se dejó ver de noche y no de madrugada, a cuántos kilómetros se halle de la Tierra, a qué velocidad viaje o qué tan larga sea su cola. Su fulgor centellea en mí y no voy a desperdiciarlo. Me declaro cazadora de cometas a partir de ahora. |
Cuento de Verónica Gónzalez Laporte
Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México Nº 146 Abril de 2016
Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/741c86f4-d693-4929-8ff8-1b8c8f536b34/cazadora-de-cometas
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Verónica Gónzalez Laporte en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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