Ninguna muerte entre las manos, ningún instante en las tres y diez. Ningún espejo descubría la inutilidad de su propia imagen.
Podrido de estrofas, requiero versos.
Triunfo iluso sobre la tristeza.
Las hojas que llevo, siempre en mi bolsillo, no habrán de ser leídas. Siempre atadas.
Conozco de nombre las calles. Los árboles escuchan mi secreto.
Posible llamado a las alturas, por rendirse.
A mi primera pregunta dijo que sí. Dejó de mantenerse desconocida.
Lo único que le quedaba era belleza.
Quiero.
Notas que olvido y releo. Que tacho y paso en limpio. Que guardo y regalo. Poemas que quemo. Secretos, confesiones, quejas. Insinúo
Llevaba encima poemas.
Alba que no será. Flor enjaulada lenta. Voz derramada en llanto.
Te extraño, lo confieso. Entre duerme y vestirse, se mira como un regalo.
Sospecho incluso por las dudas. Agosto conmigo.
Sin tiempo, desata los espacios. Pone orden al descanso, interrumpe los miedos. Atenta contra mi soledad, la amenaza. Duelen los juegos cuando terminan.
Ternura ajena a mi presencia.
Hablando de ti, me confundo.
Se llevaba puesto el océano. Rechazaba los retornos, los ecos y lo eterno. Se prendía de las horas, para después perderlas. Levantaba un monumento a la vida, sufriendo. Su mirada viajera no se detenía. Aún vuela por la luna, sin saber la hora.
Esquina en forma de cruz.
En la puerta de su sonrisa. Doy un paso. Sin esperanzas de convencerme.
Mi enemigo ese lugar
Tan extraño y común
Llevaba encima una enseñanza desconocida.
Viene la noche, dormida. Con los ojos cerrados. En ellos nadan un río sin cauce.
Viste ramas romance, silencios muere de frío. Por no llevar un paraguas
equivoca un llanto genuino. Colgando un suspiro, mi adiós.
Acaso una sonrisa sea todo lo que espera el poeta
Que encuentra irónica la gramática, lo profundo
Puente universal a un abismo ancho gentil
Acaso una sonrisa es todo lo que espera el poeta |