Inconformidad
Mainor González Calvo

No sé muy bien la razón, pero me encantan las mujeres que son propiedad ajena. Siempre las veo como relojero, como un ladrón que asecha furtivamente el almacén a la hora de abrir. No sé muy bien las causas, pero las mujeres ajenas me electrocutan, me paralizan, toman mi recato y lo lanzan como un banderín sin destino momentáneo. Con sólo verlas pasar, se me alocan los ojos y comienzan los nervios a enervarse, a cometer incendio colectivo. Tal vez se deba a su insistente búsqueda de atracciones impedidas, o tal vez (eso únicamente lo sabría un psicólogo tenaz) a mi urgencia de cleptómano anímico. Puede ser también que el caso se deba a la peculiaridad de su porte inconfundible: pelo urgido de búsqueda, labios ansiosos de la hazaña, cuerpo con desvelo y censurado por albercas. No sé por qué me atolondran tanto las mujeres de propiedad ajena. Quizá, en último caso, todo se deba a su insistente pedido por deglutir defensas y bombardear sorpresivamente las ciudades semi-dormidas.

Mainor González Calvo  

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