Alfonsina Storni - La otra orilla

Crónica de Julieta Gómez Paz

Amberes, 1963 (Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1621 (Montevideo, 9 de febrero de 1964)

Rastrear la presencia del Uruguay en la poesía de Alfonsina Storni será un día una hermosa tarea: desde su devoción por Delmira Agustini hasta sus últimos versos a Colonia, la tierra uruguaya está presente muchas veces en su vida y en sus versos. Ya Dora Isella Russell contó hace años emocionadamente el peregrinar de Alfonsina en sus últimos días por aquellas riberas y cómo, por obra de manos amigas, el árbol en que posó su mano, lleva en su tronco su frase agradecida: Aquí renazco como una flor.

Ahora, a veinticinco años de su muerte — que parece tan cercana a mi generación, tan lejana para los muchachos de veinte años— quiero recordar los antisonetos de Mascarilla y trébol que narran unas horas vividas en Colonia, cuando su vida estaba ya llena de sombras y ella erraba por los lugares amados con el designio de su muerte.

Los dos antisonetos titulados Barrancas del Plata en Colonia y La Colonia a media noche son como los dos postigos de un retablo en el que el cuadro central debiera llevar grabados los cinco antisonetos que tienen por tema el Río de la Plata, elegido, intuitivamente, como símbolo de sus días en ese año de 1938.

De continuar con la notación pictórico-musical que utilizó para los antisonetos del Río de la Plata (en negro y ocre, en gris áureo, en arena pálido, en celeste neblí plateado, en lluvia) Barrancas del Plata en Colonia hubiera podido anotarse en morado y La Colonia a media noche, en blanco de luna. Ambos podrían tener el titulo común de La otra orilla, ya que en los primeros cinco antisonetos del Plata éste se mira desde Buenos Aires, en tanto que, en los que ahora comento, se le contempla desde el Uruguay. Además como estos poemas continúan desarrollando la gran metáfora del río en un plano de alucinación o visión premonitoria. el titulo La otra orilla resulta adecuado, pues es desde unos limites extremos de la vida que el poeta entrega estos versos nacidos de sensaciones últimas, muy finas, y muy penetradas de símbolos.

Barrancas del Plata en Colonia, como se recordará, es una marcha fúnebre:

Redoble en verde de tambor los sapos

y altos los candelabros mortecinos

de los cardos me escoltan con el agua

que un sol esmerilado carga al hombro.

 

El sol me dobla en una larga torre

que va conmigo por la tarde agreste

y el paisaje se cae y se levanta

en la falda y el filo de las lomas.

 

Algo contarme quiere aquel hinojo

que me golpea la olvidada pierna,

máquina de marchar que el viento empuja.

 

Y el cielo rompe dique de morados

que inundan agua y tierra; y sobrenada

la arboladura negra de los pinos.

Inicia el poema la pintura impresionista de una procesión. La autora marcha por la orilla del río y siente que la escoltan los cardos y el agua, que lleva en hombros un sol esmerilado, es decir, apagado, disminuido. Los cardos son candelabros mortecinos y la procesión avanza al redoble, en verde del tambor de los sapos. No podía faltar el ritmo del acontecer universal en esta marcha. Y bien está que el ritmo sea verde, jugoso, pues es el de la naturaleza indiferente que no sabe que está redoblando para una lúgubre procesión, ya que el agua lleva en hombros un sol que se extingue y los cardos otoñales, de oro apagado, son altos candelabros.

Ese sol, llevado en hombros, ¿es la propia alma del poeta? Alfonsina Storni acudió muchas veces a la imagen de la llama para definirse. En todo caso el sol rigió su vida, que transcurrió bajo el signo de la primavera. Del sol. “buscón” de "las hazañas” del dios, en el antisoneto A Eros, dirá en otro momento de desolación:

Pellejo muerto el so/ se tumba al cabo

El amor, que todo lo trastorna, había sido un día capaz de descenderlo del cielo

y desatas al sol de su camino

era cuando la tierra semejaba una gran “casa de luz”; pero hubo, naturalmente, un Regreso a la cordura

Al regresar, ya de tu amor cortada,

me senté al borde de la Sombra y sola

lo estoy juntando al sol con gran cordura

Sol descendido, sol que transforma el mundo en casa de luz, sol vuelto a su lugar, pellejo muerto y, finalmente, sol llevado en hombros por el agua.

Sin embargo, ese sol muriente le hace proyectar una larga sombra en la playa. Esa sombra es una torre. Como la mujer va dando tumbos, la torre se cae y se levanta. Aunque explícitamente se diga, con acierto, que lo que se cae y levanta es el paisaje, bien se siente que ese paisaje se empina y derrumba dentro del ojo que lo mira. Ya se está en plena alucinación.

El espíritu del poeta está muy lejos. Nada comprende de lo que lo rodea. Vagamente sabe que el hinojo que le golpea la pierna es un signo: “algo contarme quiere” pero la pierna ya no es un haz de músculos gozosos de comprender un lenguaje vital, sino que es solamente una ‘‘máquina de marchar que el viento empuja’’. ¿Que viento? El impulso que viene de lejos y mueve por inercia los engranajes que aún responden.

El último terceto cuenta un cataclismo. Esta vez es el cielo el que se desploma en morados y se traga la escolta, el redoble, la mujer y su sombra; sólo sobrenada “la arbola dura negra de los pinos” y este sustantivo juega con su doble significado.

No es menos angustioso el ultimo antisoneto de la suite. Desvelada, — ¿sonámbula? — la mujer sale al campo en la noche de luna. La vigilia es dolorosa. El puñal de la luna ha interrumpido el sueño pesado, pozo de olvido. Andar involuntario, alucinado, aunque en el tercer verso las alucinadas son las estrellas, rotas, quebradas:

Abre una brecha en mi pesado sueño

largo puñal de tuna; las estrellas

alucinadas, rotas, desparraman

una harina de magia sobre el campo.

 

¿Quién del lecho me empuja hacia el sendero

de encapuchados y me lleva al río

que aterroriza el blanco campanario?

Alza Colonia, allá, su negra punta

 

que hiende el agua y mi callado paso

el sumergido canto no perturba

de las aves; ¡qué círculos. Dios mío!

 

Ay, ya rompe su cáscara la tierra

y caminan insomnes a mi lado,

lunados brotes, los conquistadores.

El desamparo, patente en la indagación que tantea en la sombra: ¿quién me empuja? ¿Quién me saca del lecho?, rememora la afirmación del verso anterior cuando comprueba que su pierna es una máquina de marchar que el viento empuja. Ahora el poeta se pregunta: ¿quién me empuja hacia los encapuchados? Y los encapuchados no son la ilusión ni el amor. Los árboles de tinta en la noche blanca son para la mujer aterrorizada — en el verso el aterrorizado es el campanario — los encapuchados con todas sus reminiscencias siniestras. El campanario sin duda tiene una cruz. La ciudad negra, a lo lejos, es un navío; hiende el agua. Y el poeta anda solo. Tan inmaterial es ya, que nadie percibe su presencia. Su paso no despierta ni a las aves, en las que el canto está sumergido. No puede haber mayor soledad. El canto de los pájaros era todopoderoso para Alfonsina Storni. Recuérdese su antisoneto Sugestión de un canto de un pájaro, que comienza:

La muerte no ha nacido, está dormida

en una playa rosa.

En cambio, en ésta, su noche del huerto, las aves tienen en su garganta sumergido, el canto mágico. El tumulto interior y la angustia se derraman en una queja desgarradora: Qué circulos. Dios mío!, grito excepcional en la poesía de nuestra poetisa.

En el último terceto el poeta es ya sólo un fantasma, integra las filas de los aparecidos. La tierra se abre y suelta sus muertos y éstos son los pobladores más lejanos, los conquistadores; como si el río volviera a ser inocente, anterior a la historia. El ciclo personal y el del objeto poético —Río de la Plata, símbolo del propio ser — quedan cerrados.

Poemas de los más densos y amargos que escribiera la autora de Ocre, bueno es releer estos sonetos uruguayos de Mascarilla y trébol, como ella solicitó modestamente en el prólogo: “yo pediría al dialogante amigo una lectura detenida’’. Y de esto hace ahora veinticinco años.

 

Crónica de Julieta GÓMEZ PAZ
Amberes, 1963 (Especial para EL DIA)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIII Nº 1621 (Montevideo, 9 de febrero de 1964)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                     Alfonsina Storni en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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