Gombrowiczidas |
Witold
Gombrowicz y Søren Kierkegaard |
Gombrowicz apreciaba la sabiduría de la iglesia que, a los tumbos y después de muchos siglos, había aprendido a conocer las miserias del hombre, el existencialismo y el comunismo tenían, en cambio, morales construidas recientemente. El deseo de un mundo más elástico, de perspectivas más profundas, lo empujaba a buscar una nueva alianza con la iglesia. El
progresismo había desembocado en un hombre que se estaba volviendo un
lobo para el hombre. Gombrowicz desconfiaba de esta criatura peligrosa que
amenazaba con torturarlo, una alianza con la iglesia no le hubiera venido
nada mal, la iglesia conocía el infierno contenido en nuestra naturaleza
e, igual que él, le tenía temor a la excesiva movilidad del hombre. |
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Søren Kierkegaard |
Entre Gombrowicz y la iglesia no existía sin embargo un lenguaje común, pero el desmoronamiento de la fe le abría una posibilidad a las transacciones entre el mundo revelado, ya terminado, y el mundo que se está creando. "Me lo digo a mí mismo: debo tener en cuenta este hecho, no perderlo nunca de vista, buscar un punto donde lo divino confluya con lo humano, ya que de ello depende todo el futuro de mi pensamiento" Pero
el Dios elaborado por la razón desde Aristóteles hasta Kant era
indigerible para Kierkegaard. Este
salto hacia la fe lo pone a Gombrowicz en el camino de Kierkegaard. Cuando
Kierkegaard le declara la guerra a Hegel se produce uno de los momentos más
dramáticos de la cultura del pensamiento contemporáneo pues se empieza a
perfilar en forma clara la oposición entre la abstracción y la
existencia. Sin embargo, esta dirección hacia lo concreto que toma el
pensamiento tropieza con la dificultad de que la filosofía sólo puede
hacerse con razonamientos. Kierkegaard rechaza el gran postulado de Hegel de que todo lo real es racional y de que todo lo racional es real, una afirmación mediante la cual Hegel podía deducir la racionalidad del universo a partir de una miniatura. No
cree en la verdad de Hegel porque está concebida de antemano, su sistema
no es una consecuencia del razonamiento sino de una elección previa. Este
mundo premeditado pone a la razón en el camino de la bancarrota y le
cierra el paso a las condiciones que hacen posible su existencia.
Heidegger y Sartre se daban la cabeza contra la pared para resolver este
problema hasta que aparece Husserl en forma providencial. La
existencia está pues a la mitad de camino de esas cosas que Husserl puso
entre paréntesis, pero la fenomenología nos permite organizar esa
soledad en la que nos deja la conciencia, eso es lo único que nos queda,
la intuición de un saber directo sin la mediación de la razón, una
descripción última de los fenómenos referidos a la existencia.
Una cuestión impensable es la de cómo Kierkegaard pudo crear una filosofía existencialista si despreciaba los conceptos. El atajo de Kierkegaard es que no creó un sistema filosófico, sino una actitud para buscar su verdad interior recurriendo a una forma de confesión. Cada
uno tiene que vivir a solas consigo mismo, no existe ninguna comunicación
esencial entre un hombre y otro y, por lo demás, el hombre no es sino que
deviene. Kierkegaard deja al hombre completamente desnudo, la vida es una
continua creación de uno mismo y sólo en el umbral de la muerte el
hombre queda definido. La angustia es el miedo a la nada, y la negación de esa nada es la vida, el ser, en la angustia encontramos las revelaciones más abismales sobre nuestra existencia. De esta confesión y de este pensamiento no sistemático, que rechaza la verdad objetiva, abstracta y racional, pasamos a las concepciones de Heidegger y de Sartre, sistemáticas y metódicas, que tienen muchos puntos de contacto con las construcciones clásicas. La
inspiración de Kierkegaard se desata con la parábola de Abraham. Cuando
Dios advirtió que los hombres estaban descarriados se propuso corregirlos
para salvarlos, entonces le mandó la tabla de los diez mandamientos a
Moisés. Kierkegaard caracteriza a este episodio como la angustia de Abraham, y se convierte por esta razón en el padre de todo el existencialismo moderno que culmina en Heidegger y Sartre. Hasta
Kierkegaard el pensamiento se había alimentado casi exclusivamente con
los frutos de la razón, pero a partir de él la angustia se convierte en
el centro de las meditaciones filosóficas. Los
existencialistas suelen declarar que el hombre es angustia. Esto significa
que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige
libremente su ser, sino que es también un legislador que elige al mismo
tiempo que ha sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al
sentimiento de su total y profunda responsabilidad. En
una especie de síntesis de las doctrinas de Kierkegaard y Heidegger,
Sartre declara que es por la angustia que el hombre llega a ser consciente
de su libertad. La angustia es mucho más que un fenómeno psicológico,
compromete al hombre en su totalidad.
Como su tiempo no quiso aceptar su "o esto o aquello", se rebeló contra la sociedad, contra su propia iglesia, y contra el mismísimo matrimonio, porque, conforme a su exigencia de una pureza absoluta, la procreación le parecía pecaminosa. Kierkegaard,
de la misma manera que Gombrowicz, era enemigo del disimulo y las
mentiras, quería llevar una vida auténtica en el reino de la fe
cristiana y luchar contra la mala fe de los que fingían tenerla sin vivir
al nivel de los severos y austeros principios del cristianismo verdadero. Los
analistas de la psique postularon después que un conflicto mental de toda
la vida puede ser localizado como proveniente de alguna inferioridad orgánica.
Gombrowicz le entreabría las puertas a la fe de Kierkegaard pero se las
cerraba a su angustia. |
Juan Carlos Gómez
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