Gombrowiczidas 

Witold Gombrowicz y Martin Buber
Juan Carlos Gómez

“El casamiento” es una obra oscura, sonámbula, extravagante; ni yo mismo sabría descifrarla por entero, tanta sombra hay en ella”

Gombrowicz empezó “El casamiento” durante la guerra con el propósito de escribir la parodia de un drama genial al estilo de Shakespeare. Se propuso mostrar a la humanidad en su paso de la iglesia de Dios a la iglesia de los hombres, pero esta idea no le apareció al comienzo de la obra, en la mitad del segundo acto todavía no sabía bien lo que quería. “El casamiento” representa la teatralidad de la existencia, una realidad creada a través de la forma que se vuelve contra Henri y lo destruye. En esta obra Gombrowicz le abre la puerta a sus percepciones proféticas. Es el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí mismo de un modo imprevisible como un acorde disonante entre el individuo y la forma.

Si no hay Dios, entonces los valores nacen entre los hombres. Pero el reinado de Henri sobre los hombres tiene que hacerse real, las necesidades formales de la acción para hacerlo un rey verdadero terminan por derrumbarlo y toda la transmutación fracasa; Henri ha recibido un zarpazo de Dios.

En esta pieza de teatro se cuenta el sueño de un soldado polaco alistado en el ejército francés que está peleando contra los alemanes en algún lugar de Francia. Durante el sueño se le abren paso las preocupaciones que tiene por su familia perdida en alguna de las provincias profundas de Polonia y se le despiertan los temores del hombre contemporáneo a caballo de dos épocas. Henri ve surgir de ese mundo onírico a su casa natal en Polonia, a sus padres y a su novia.

Martin Buber


El hogar se ha envilecido y transformado en una taberna en la que su novia es la camarera y su padre el tabernero, y ese padre miserable y degradado en una posada miserable, perseguido por unos borrachos que se mofan de él, grita al cielo que es intocable, y alrededor de esta exclamación se empieza a hilar toda la trama de la historia.

“Por favor, no piensen que pueden permitírselo todo porque esto es una posada. ¿Pero qué es esto? ¡Eh! Les entran las ganas, también es una calamidad que a esta arrastrada todos la quieran manosear, no piensan más que en tocarla, todos la tocan y la sofaldan, día y noche, sin parar, siempre igual, frotarla, sobarla, sofaldarla, y eso trae problemas (...) ¡No te cases con ella! Porque el viejo borracho dijo la verdad”

“Ella tonteaba con Jeannot, en el pasado (...) ¡También yo los sorprendí sobándose junto al pozo en pleno día, se toqueteaban y se buscaban, él a ella y ella a él, Henri, no te cases!”

El padre tenía una idea un tanto rancia sobre su autoridad sobre el hijo y sobre la humanidad.
“Y quien alce su mano sacrílega contra su padre cometerá un crimen espantoso, inaudito, infernal, diabólico y abominable, que irá de generación en generación, lanzando gritos y gemidos terribles, en la vergüenza y los tormentos, maldito de Dios y de la Naturaleza, marchito, estigmatizado, abandonado”

Henri utiliza, a efectos de alcanzar sus propósitos, un procedimiento drástico para hacerse de la autoridad que le arrebata al padre y, por lo tanto, a Dios.

“Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha sido detenido. Aparte de eso, los medios militares y civiles, y grandes sectores de la población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor, las Direcciones Generales, los Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios, todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, a todo. También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”

Sin embargo, la verdadera autoridad de “El casamiento” Gombrowicz la encuentra en el poder que tienen las palabras.
“¡Todo eso es mentira! Cada uno dice lo que es conveniente y no lo que quiere decir. Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras (...)”

“Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona. ¡Ah, la traición, la sempiterna traición! (...)”

“Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos, nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros. Si tú dices algo como: ‘Si tú lo quieres, Henri, me mataré de mil amores’, parece en principio algo extraño, pero yo puedo responder con algo más extraño aún, y así, ayudándonos el uno al otro, podemos llegar lejos (...) Asiste a la boda, Jeannot, y cuando llegue el momento, mátate con este cuchillo”
Si el mundo existe como yo lo percibo o como una realidad anterior a la división en sujeto y objeto, no son asuntos que le hayan quitado el sueño a Gombrowicz, pero sí se lo quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter originario de su yo.

El yo es una idea poderosa porque es el origen de todas las cosas, y también por la grandeza que puede alcanzar ese yo en la forma de una personalidad. Que el yo sea el origen de todas las cosas es una cuestión a la que le sale al paso Martín Buber cuando lee “El casamiento”.
Había caído en las manos de Gombrowicz, “¿Qué es el hombre?”, un libro de Martín Buber que había alcanzado una gran difusión, y descubre leyéndolo que el filósofo utilizaba el concepto del “entre” en el mismo sentido que lo usaba él, entonces se anima y le manda “El casamiento”.
Buber le escribe una carta muy cordial en la que le dice que era un experimento audaz y, como tal, más importante que las curiosidades de Pirandello.

Pero también le dice que la tragedia sólo es posible si hay por lo menos dos personas, si existe un antagonismo real entre dos personas diferentes, ajenas una a la otra que, por esa diferencia, se pueden destruir mutuamente. Pero si lo que ocurre, ocurre entre una persona y un mundo cuya existencia está tan solo en el poder de su imaginación, el resultado puede ser irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático, pues no existe drama donde la resistencia del otro no es real. El psicodrama no es un drama porque el otro que se encuentra en el fondo del alma, como espejismo o imagen, no es y no puede ser una persona.

Los argumentos de Buber no le resultaron convincentes a Gombrowicz. Le contestó que si una persona padece una enfermedad incurable, el drama se realiza entre el enfermo y la enfermedad.

El sueño de “El casamiento” es un sueño sobre la realidad, y los miedos que enfrenta el protagonista provienen de un contacto real con la vida, aunque sea un contacto con personas creadas por su imaginación. Los hombres independientes no existen, y nuestras ideas y sentimientos no vienen de nosotros mismos, se forman entre los hombres, en una esfera peligrosa y poco conocida. Buber y Gombrowicz tuvieron una corta y buena relación, el filósofo le dio la mano que le pidió el artista, pero al final del cuento cada uno se quedó con su punto de vista.
“Se equivoca usted señor Gombrowicz: cuando tengo ante mí un auténtico autor, no pregunto más, poco me importa que vea el mundo de la misma manera que yo o de otra diferente, le digo lo que pienso de él y si puedo lo apoyo (...)”

“Pero usted vuelve a equivocarse. No poseo ya la misma influencia universal (...) No obstante, como ya he dicho, tengo buena voluntad, pero como no sé a quién dirigirme añado algunas palabras bastante claras en la tarjeta adjunta sin indicar destinatario y le pido que las utilice como lo juzgue más conveniente(...)”

Gombrowicz responde esta carta de Buber con cierta desesperanza amarga pero con agradecimiento.

“(...) Sin embargo, señor Buber, yo tenía la esperanza de que por algunas inclinaciones de su espíritu podría haber gustado de “El casamiento”, no sólo como una obra literaria, sino además como algo concebido no muy lejos de usted (...) Usted me parece una persona muy interesante, aunque temo no conocerlo suficientemente, pero usted sabe lo complicada que es la existencia, sobre todo para alguien como yo que tiene que perder siete horas al día en asuntos que no tienen nada que ver con la filosofía ni con la cultura en general (...)”

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Juan Carlos Gómez

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