La novela relata los sinsabores de un joven que ronda los treinta años y es sometido a las ordalías de los tiempos modernos: la de la escuela, la del amor y la de la época y la familia, pero el clima de la narración es siempre jovial, sarcástico y de un humor penetrante. Es también la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a sus dos mundos.
Estos mundos son los del rango social y el de la intelligentsia, mientras a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre los dos mundos. Es difícil encontrar una persona que se parezca tanto a su obra, o una obra que se parezca tanto a su autor, como en el caso de Gombrowicz.
La narración en la que se nota más este parecido es “Ferdydurke”, y esto es así porque en esta novela traspone, aunque no demasiado, las torturas que había sufrido realmente en el colegio a un lenguaje artístico. En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente.
Quería descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos. El que tenga aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y consiguiente malaxamiento” de “Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba pensando Gombrowicz cuando lo escribía. La novela comienza cuando el protagonista treintiañero, un joven escritor, es raptado de su casa en una forma infantil por un profesor.
El profesor lo lleva a una escuela de adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada Adela que no lo puede impedir porque el profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y estallar en una risa pellizcada. La fantasía de Gombrowicz se desboca completamente en el diálogo inicial entre Kowalski y Pimko, cuando el joven escritor intenta que el profesor no lo hunda en el infantilismo.
“No podía echarme sobre Pimko, por encontrarme sentado, y me encontraba sentado porque él estaba sentado. No se sabe cómo ni por qué el sentarse se destacó en primer plano y se convirtió en el mayor obstáculo: –¡Espíritu! –exclamé. ¡Yo… espíritu! ¡No un autorcito! ¡Un espíritu! ¡Yo, vivo! ¡Yo! Pero él estaba sentado y estando sentado permanecía sentado de modo tan sentadesco (...)”
“Se arraigaba tanto en su sentarse, que el sentarse, siendo insoportablemente tonto, era al mismo tiempo dominador. Y, sacándose los lentes de la nariz, los limpió con el pañuelo y se los puso otra vez. Y la nariz era algo indecible y a la vez invencible. Era ésta una nariz trivial y notoria, escolar y pedagógica, bastante larga, compuesta de dos caños paralelos y definitivos: –¿Qué espíritu, por favor?; –¡El mío! – exclamé (...)”
“¿El suyo? – preguntó él entonces. Es decir, claro está, el espíritu patriótico de la Patria; –¡No! ¡No el espíritu de la Patria, sino el mío!; –¿El suyo? –dijo él bondadosamente. ¿Así que creemos tener un espíritu propio? ¿Pero acaso conocemos por lo menos el espíritu del rey Ladislao? Y permaneció sentado; –¿Qué rey Ladislao? ¡Me sentía como un tren desviado de golpe y porrazo a la vía muerta del rey Ladislao! (...)”
“Frené y abrí la boca, dándome cuenta de que no conocía el espíritu del rey Ladislao; –Pero ¿conoce usted el espíritu de la Historia? –preguntó él entonces. ¿Y el espíritu de la civilización helénica? ¿Y el de la gálica, espíritu de armonía y de buen gusto? ¿Y el espíritu de un escritor bucólico del siglo XVI quien por vez primera usó en la literatura la palabra ‘ombligo’? ¿Y el espíritu del idioma? (...)”
“¿Cómo se debe decir: ‘el puente’ o ‘la puente’? La pregunta me tomó completamente por sorpresa, cien mil espíritus me aplastaron de golpe el espíritu; tartamudeé que lo ignoraba, y entonces me preguntó qué podía decir sobre el espíritu de Mickiewicz y cuál era la actitud del poeta frente al pueblo. Me preguntó todavía por el primer amor de Lelevel (...)”
“Tosí y me miré furtivamente las manos, pero las uñas estaban limpias, no había nada escrito en ellas. Entonces miré a mi alrededor como esperando que alguien me soplara, mas no había nadie alrededor. ¿Sueño? ¡Cielos! ¡Qué pasa, Dios Mío!”. Kowalski tiene unas aventuras en la escuela que culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones enemigas.
Expresan su antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de palabras sublimes y obscenas. Caen en la vulgaridad y el anacronismo y no pueden darle el triunfo a sus ideas. “Justo en el momento culminante de la atroz violación psicofísica se abrió la puerta y entró en la clase, como caído del cielo, el profesor Pimko, siempre infalible en toda su personalidad excepcional (...)”
“¡Qué bien, los niños juegan a la pelota! ¡A la pelota, a la pelota juegan! ¡Con qué gracia uno tira la pelota al otro, con qué soltura la agarra el otro! Y viendo los rubores sobre mi cara, pálida y crispada por el pavor, añadió: –¡Oh, qué colorcitos! Se ve que la escuela te resulta saludable y la pelota también, mi Pepito. Vamos, te llevaré a la casa de la señora Juventona, donde alquilé una pieza para ti”
Promediando el relato el profesor Pimko había llevado a Jósiek Kowalski a la casa de los juventones arrojándolo en los brazos de la colegiala para que se enamore de ella y retenerlo así en su inmadurez. Las aventuras con la colegiala, los juventones y el profesor desembocan en el derrumbe del amor por la colegiala, el otro ideal bajo y mitológico, y en la descomposición de las máscaras maduras de los adultos.
Gombrowicz, poco a poco, se va hartando de Polonia, de su solemnidad, obcecación, romanticismo, arcaísmo, irrealidad, ingenuidad, ignorancia, rusticidad, pomposidad, provincialismo. Finalmente en “Ferdydurke” rompe con Polonia echando mano al poeta Norwid y al profesor Pimko. Norwid vivió luchando contra la pobreza y la soledad. En los últimos meses de su vida fue atendido por las religiosas de un asilo de ancianos.
Este gran escritor es un autor polifacético: poeta, prosista, dramaturgo, filósofo, pintor y grabador. Capaz de expresar sus opiniones de modo muy diverso, sin embargo, fue un artista difícilmente clasificable. No se ajustó a los cánones de la poesía de la segunda generación de románticos polacos y combatió enérgicamente los valores intelectuales y filosóficos del positivismo.
El positivismo era una corriente de pensamiento muy difundida por entonces en la que militó Sienkiewicz, mucho antes de escribir “Quo Vadis”. Norwid, el gran poeta cristiano, pobre y desventurado, es increíblemente utilizado por Gombrowicz como un clarísimo órgano sexual, como un verdadero falo, en la primera novela que escribe: “Ferdydurke”.
“En mis tiempos los jóvenes.... ¿Pero qué hubiera dicho de eso el gran poeta nuestro, Norwid? La colegiala se mete en la conversación: –¿Norwid? ¿Quién es? Y preguntó perfectamente, con la ignorancia deportiva de la joven generación y con un asombro propio de la Época, sin comprometerse demasiado con la pregunta, sólo para dejar saborear un poco su no saber deportivo (...)”
“El profesor se agarró la cabeza: –¡No sabe nada de Norwid!; –¡La época, profesor, la época! El ambiente se volvió simpatiquísimo. La colegiala no sabía nada de Norwid para Pimko. Pimko se indignaba con Norwid para la colegiala. Sobre todo el poeta Norwid se convirtió en pretexto de mil jugarretas, el bondadoso Pimko no podía perdonar la ignorancia de la colegiala al respecto (...)”
“Esa ignorancia ofendía sus más sagrados sentimientos, ella de nuevo prefería saltar con garrocha y así él se indignaba y ella se reía, él le reprochaba y ella no consentía, él suplicaba y ella saltaba. Admiraba la sabiduría y la sagacidad con las que el maestro Pimko, no dejando ni por un momento de ser maestro, actuando siempre como un verdadero maestro, lograba sin embargo gozar de la moderna colegiala (...)”
“Y gozaba de ella por efecto del contraste y por medio de la antítesis, admiraba cómo con su maestro excitaba a la colegiala, mientras ella con su colegiala al maestro excitaba. Ya no se contentaba con el flirteo en la casa de los Juventones, bajo la mirada de los padres, también aprovechaba la autoridad de su puesto, quería imponer a Norwid por la vía legal y formal (...)”
“Ya que no podía hacer otra cosa, quería por lo menos hacerse sentir en la muchacha con el poeta Norwid. Bajo la influencia de esos pensamientos las piernas se me movieron solas. Y ya estaban por bailar en honor de los Muchachos Viejos del siglo XX, ejercitados, hostigados y castigados con el latigazo, cuando en el fondo del cajón percibí un gran sobre del ministerio ¡y en seguida reconocí la escritura de Pimko! (...)”
“La carta era seca: ‘No voy a tolerar más su escandalosa ignorancia dentro de lo abarcado por el programa escolar. La cito a presentarse a mi despacho del ministerio, pasado mañana, viernes a las 16.30’. Voy a explicarle, a aclararle y a enseñarle al poeta Norwid y eliminar así una falla en su educación. Hago observar que cito legal, formal y culturalmente (...)”
“La cito como profesor y educador y, en caso de desobediencia, mandaré a la directora una moción por escrito para que la expulsen del colegio. Subrayo que no puedo soportar más la falla y que, como profesor, tengo derecho a no soportarla’”. El tratamiento erótico que le da Gombrowicz al poeta Norwid culmina en una de las escenas más hilarantes de “Ferdydurke”.
Jósek Kowalski llamado Pepe, con el propósito de derrumbar a la modernidad, manda dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia arma un encuentro de medianoche para el colegial y el profesor en el dormitorio de la colegiala, pero ninguno de los tres lo sabe. Llega el colegial y enseguida cae en la cama abrazándose con la colegiala.
Se prepara para lograr con su ayuda la culminación de sus encantos. Pero justo en ese momento golpean la ventana, es el profesor que interrumpe de esta manera inesperada sus transportes amorosos. El profesor está en el jardín, y como teme que lo vean desde la calle se arrastra hasta la pieza de la colegiala. “¡Zutita! ¡Colegialita! ¡Chica! ¡Tú! ¡Eres mi camarada! ¡Soy colega!”
La carta que le había enviado Kowalski lo había embriagado: “¡Tú! ¡Tutéame! ¡Zutita! ¿Nadie nos verá? ¿Dónde está mamá? Qué pequeña chica, y qué insolente... sin tomar en cuenta la diferencia de edad, de posición social” Y aquí, Jósiek, que está detrás de la puerta, da el primer golpe maestro: –¡Ladrones! ¡Ladrones! El profesor giró varias veces como tirado por un cordel y logró alcanzar un armario.
El colegial quiso saltar por la ventana pero, como no tuvo tiempo, se escondió él también en otro armario. Entran los juventones a la pieza de la colegiala y Jósiek sigue echando leña al fuego para producir un escándalo: –¡Alguien entró por la ventana! La juventona sospecha de una nueva intriga pero Kowalski levanta del suelo los tiradores del colegial: –¿Intriga?
Cuando la colegiala grita que los tiradores son de ella Jósiek abre de un puntapié uno de los armarios, aparece la parte inferior del cuerpo de Kopeida: –Ah, Zutka. Los juventones se ríen, estaban satisfechos con la colegiala, un muchacho rubio y su hija, los miraban con los ojos felices de la modernidad. La juventona se propone hacerle morder el polvo de la derrota a Kowalski: –¿Por qué está aquí el caballero?
¡Al caballero esto no le importa! Kowalski abre en silencio la puerta del otro armario y aparece Pimko oculto tras los vestidos. La situación se volvió desconcertante, el profesor carraspeaba con una risita implorante: –La señorita Zutka me escribió que le enseñara al poeta Norwid, pero me tuteó, yo también quería con tú... Las oscuras y turbias aclaraciones del profesor empujaron al ingeniero juventón a la formalidad.
¿Qué hace usted aquí, profesor, a esta hora?; –Le ruego que no me levante la voz; –¿Qué, usted se permite hacerme observaciones en mi propia casa? Un semblante barbudo miraba por la ventana con una ramita verde en la boca, Jósiek le había pagado al mendigo para que lo hiciera. La juventona estaba perdiendo los estribos: –¿Qué quiere ahí ese hombre?; –Una ayudita por amor de Dios; –¡Dadle algo! ¡Que se vaya!
Cuando los juventones y el profesor empiezan a buscar monedas, el colegial se dirige a la puerta, Pimko percibe la maniobra y se va tras él. El ingeniero juventón se echa sobre ellos como el gato sobre el ratón: -¡Permiso! ¡No se irán tan fácilmente! La doctora juventona en un terrible estado de nervios le grita al marido que no haga escenas. –¡Perdón!, ¡creo que soy el padre!
Yo pregunto, ¿cómo y con qué fin ustedes entraron al dormitorio de mi hija? ¿Qué significa todo esto? La colegiala empieza a llorar y la juventona se apiada de su hija: –Vosotros la depravasteis, no llores, no llores, niña. El ingeniero está furioso: –¡Le felicito, profesor! ¡Usted responderá por esto! Así que depravaban a la colegiala, a Kowalski le pareció que la situación se volvía a favor de la muchacha.
¡Policía! ¡Hay que llamar a la policía!; –Créanme, créanme ustedes, están equivocados, me acusan injustamente. Kowalski maniobra para terminar de hundir a Pimko: –¡Sí!, soy testigo, vi por la ventana al profesor cuando entraba al jardín para evacuar. La señorita Zutka miró por la ventana y el profesor tuvo que saludarla, conversando con ella entró a la casa por un momento.
Pimko, cobardemente, se asió a esta explicación tan desagradable: –Sí, justamente, sí, estaba apurado y entré al jardín, olvidándome que ustedes vivían aquí, así que tuve que simular que estaba de visita. El ingeniero juventón enfurecido saltó sobre el profesor y en forma arrogante le pegó una bofetada. Jósiek fue a buscar el saco y los zapatos a su pieza, y comenzó a vestirse, poco a poco, sin perder de vista la situación.
El abofeteado en el fondo de su alma aceptó con agradecimiento la bofetada que lo ubicaba de algún modo: –Me pagará por esto. Saludó al ingeniero con evidente alivio, y el ingeniero lo saludó a él. Aprovechándose del saludo se dirigió rápidamente a la puerta, seguido por el colegial que se adhirió a los saludos: –¿Qué?, así que aquí se trata de enviar los padrinos de un duelo, y este atorrante se va como si no ocurriera nada.
Se abalanzó con la mano tendida, pero en vez de darle una cachetada lo agarró por el mentón. Kopeida se enfureció, se inclinó y agarró al ingeniero por la rodilla. El juventón se derrumbó, entonces el colegial lo empezó a morder con fuerza en el costado izquierdo como si estuviera loco. La doctora se lanzó en socorro del marido, atrapó una pierna de Kopeida y empezó a tirar con todas sus fuerzas.
Este acto provocó un desmoronamiento aún más completo. Pimko, que estaba a un paso del montón, de improviso, por su propia voluntad se acostó en un rincón de la habitación sobre la espalda y levantó las extremidades en un gesto completamente indefenso. La colegiala saltó debajo de la frazada y brincaba alrededor de los padres que se revolcaban junto a Kopeida: –¡Mamita! ¡Papito!
El ingeniero, enloquecido por el montón hormigueante y buscando un punto de apoyo para sus manos, le agarró un pie a la colegiala por encima del tobillo. Se revolcaban los cuatro, calladamente, como en una iglesia, pues la vergüenza, a pesar de todo, los presionaba. En cierto momento la madre mordía a la hija, el colegial tiraba de la doctora, el ingeniero empujaba al colegial
Un poco después se deslizó por un segundo el muslo de la joven colegiala sobre la cabeza de la madre juventona. Al mismo tiempo el profesor Pimko que estaba en el rincón comenzó a manifestar una inclinación cada vez más fuerte hacia el montón. No podía levantarse, no tenía ninguna razón para levantarse, y quedarse acostado sobre la espalda tampoco podía.
Cuando la familia que se revolcaba junto a Kopeida llegó a sus cercanías, Pimko agarró al juventón no lejos del hígado, y el remolino lo arrastró. Kowalski terminó de colocar sus cosas en la valija y se puso el sombrero. Lo aburrían. Se estaba despidiendo de lo moderno, de los juventones, de los colegiales y del profesor, aunque no era dable despedirse de algo que ya no existía.
“Había ocurrido en verdad que Pimko, el maestro clásico, me hizo un cuculiquillo, que fui alumno en la escuela, moderno con la moderna, que fui bailarín en el dormitorio, despojador de alas de moscas, espía en el baño Que anduve con cuculeito, facha, muslo. No, todo desapareció, ahora ya ni joven, ni viejo, ni moderno, ni anticuado, ni alumno, ni muchacho, ni maduro, ni inmaduro, era nadie, era nulo”
“Pero nada más que por un milésimo de segundo. Porque, cuando pasaba por la cocina palpando la oscuridad, me llamaron en voz baja desde la alcoba de la doméstica: –Pepe, Pepe. Era Polilla quien, sentado sobre la sirvienta que jadeaba pesadamente, se ponía apresuradamente los zapatos”. El derrumbe de la burguesía de los tiempos modernos le abre paso en la novela al derrumbe de la nobleza terrateniente.
“De todos los ambientes, estilos y espíritus moribundos de la Polonia de preguerra el que agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país (...)”
“¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera, cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz! Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas”
Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a unos principios morales y a un estilo demasiado rígidos. Marcelina Antonina participaba de la vida social, durante un tiempo presidió la Asociación de Mujeres Terratenientes, una institución terriblemente devota que se caracterizaba por una incurable grandilocuencia de estilo.
Gombrowicz experimentaba un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la tierra, más aún, le gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para obtener material satírico. La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se daba cuenta de lo anormal de su situación social.
Para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba como un señor, relajadamente, con gran desenvoltura. Su madre también aceptaba su posición social como algo completamente lógico, pertenecía a una generación que no había experimentado lo que Hegel llama mala conciencia. Pero la generación joven empezó a sentir el peso de este problema.
Estas reflexiones preliminares nos llevan de la mano a “La fachalfarra o el nuevo atrapamiento”. “Ferdydurke” termina cuando la fraternización con el peón del amigo de Kowalski va descomponiendo las formas del señorío a pesar de los esfuerzos que hace el tío por encontrarle alguna analogía a esa aparente perversión sexual con la conducta del príncipe Severino a quien también le gustaba de vez en cuando.
Después de que el peón rompe la bisagra mística con un soberbio cachetazo que le da al señor en medio de la facha, la servidumbre y el pueblo asaltan la casa señorial mientras el protagonista intenta raptar a su prima de un modo maduro y noble. El deseo de Polilla de entrar en contacto con un peón de la casa de campo de los tíos del protagonista empieza a descomponer el estilo de los terratenientes.
El tono altanero y aristocrático del tío Eduardo tenía sus raíces en un fondo plebeyo, y era de la plebe justamente de donde obtenía sus jugos. Los nobles terratenientes vivían un sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del criado, y el pie del señor llegaba hasta el medio del cuerpo del campesino. Se trataba de un ley eterna, un canon, un orden.
Después de que Pepe le da un sopapo en la cara a Quique y el peón le da otro a Polilla a su pedido, se empiezan a producir acontecimientos irregulares que provocan la confusión de los roles. Pepe descubre que el misterio del caserón campestre de la nobleza rural es la servidumbre. El comportamiento de los tíos quería distinguirse de la servidumbre.
Este comportamiento estaba concebido contra la servidumbre para conservar el hábito señorial. El orgulloso señorío racial del tío crecía directamente del subsuelo plebeyo. Sólo a través de la servidumbre se puede comprender la médula misma de la nobleza rural. El hecho perverso de que el sirvientito pegara con su mano en la cara de Polilla, un huesped de señores y un señor, tenía que provocar consecuencias perversas.
Se había roto la bisagra mística, la mano del servidor cayó sobre el semblante del señor. La inmadurez se derramó por todas partes. Cedieron las ventanas, el pueblo se impuso y empezó a penetrar lentamente, la oscuridad se pobló con partes de cuerpo campesinales. El pueblo, animado por la excepcional inmadurez de la escena, perdió el respeto y también deseó la fra... ternización.
Isabel es la prima con la que Pepe huye mientras los padres de la joven se revuelcan en la casona señorial tomada por la plebe. Pepe pensaba para sus adentros que en cuanto llegaran a Varsovia se libraría de Isabel y comenzaría a vivir de nuevo. Pero quedó agarrado por la garganta, pensó que debía ser malo con Isabel para desembarazarse de ella.
“¡Oh, fría como el hielo, salvadora, ven pronto tonificante maldad! ¡Oh, tercero, ven, dame la fuerza para resistir y alejarme de Isabel! Pero Isabel se acurrucó con más cariño, calor y ternura: –¿Por qué gritas y clamas? Estamos solos. Y le acercó la facha. A Pepe le faltaron las fuerzas, tuvo que besar su facha pues ella con su facha había besado la suya (...)”
“Perseguidme si queréis! Huyo con mi facha en las manos.”. Con estas palabras termina la versión española de “Ferdydurke”, pero no la versión polaca. La criada Adela, que aparece al principio de la novela asomando la cabeza por la puerta, inquieta por los ruidos que salen de la habitación del escritor y que responde a su explicación con un plácido “Ah”, es una referencia a Aniela Brzozowska
Esta Aniela fue la fiel criada de los Gombrowicz hasta la guerra. Gombrowicz, le debe el famoso “¡Listo está!¡ Bah, bah, bah! ¡el tonto que lo leerá!” que aparece al final de Ferdydurke. “El hombre se encuentra siempre por debajo de sus valores, siempre desacreditado, hasta el punto que ser hombre significa ser peor, peor de lo que se produce (...)”
“¿Acaso este hombre no buscará la descarga de su propia vida psíquica en la esfera que le es propia, o sea, en la esfera de la pacotilla? Quien no llega a aprehender, a sentir esta degradación en “Ferdydurke” y en mis otras obras, no ha comprendido lo más esencial de mí”. La conciencia de las transformaciones que sufre el hombre por la acción de los otros es la razón por la que Gombrowicz ha ocupado un lugar especial en la literatura.
La importancia que le ha dado a la forma es el punto de partida de su psicología. “Antes de la guerra ‘Ferdydurke’ pasaba por ser una novela escrita por el desvarío de un loco, pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha sido elevado al rango de sátira (...)”
“Ahora se dice que es un libro razonable, la obra de un racionalista lúcido que juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista?”. Para atacar la concepción simplista de la crítica literaria Gombrowicz da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”.
La idea de que el hombre es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le impone las costumbres, los convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada, para Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra persona en los encuentros casuales. De modo que es más que el producto de su clase social como explicó Marx.
El hombre es también el resultado del contacto con otro hombre y del carácter casual, directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y absurda. Esa forma no es necesaria para el uso uno mismo sino que es necesaria para que el otro me pueda ver y experimentar, y por tal razón es un elemento imposible de dominar.
Un hombre así, creado desde el exterior por el grupo social, pero más especialmente por el contacto casual con el otro, debe ser esencialmente inauténtico pues está determinado por la forma que nace entre los hombres. El hombre es entonces un actor natural desde el nacimiento. En estas condiciones lo único que se puede hacer es confesar que la sinceridad está fuera de nuestro alcance.
Sólo puede constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente condenado al fracaso. Sin embargo, es la degradación, un subproducto de la actividad de la inmadurez, más que la deformación, la que le confiere al estilo de Gombrowicz un carácter propio. Si el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo deforman.
Es sobre todo porque sólo es expresable aquello que tiene una forma, todo lo demás, es decir, la inasible inmadurez, se queda en silencio. La forma desacredita a la inmadurez y humilla a esta parte del hombre inexpresable; las bellas artes, las filosofías y las morales de la humanidad nos ponen en ridículo porque nos superan, porque son más maduras que nosotros.
“Hace ya largo tiempo que estamos deshabituados de fenómenos tan perturbadores, de estallidos ideológicos de tal magnitud, como la novela de Witold Gombrowicz, “Ferdydurke”. Nos hallamos aquí ante una manifestación excepcional de talento de escritor, de una forma y de un método novelístico nuevo y revolucionario y, a fin de cuenta, de un descubrimiento fundamental (...)”
“Este descubrimiento fundamental es la anexión de un nuevo reino de fenómenos espirituales, dominio hasta ahora echado al abandono, del que nadie se había apropiado, y donde jugaban, en plena indecencia, el chiste irresponsable, los retruécanos y el absurdo”
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