“Antes de la guerra ‘Ferdydurke’ pasaba por ser el desvarío de un loco, pues en la época de la euforia creativa y las aspiraciones de grandeza no hacía más que estropearlo todo. Hoy, cuando la Facha y el Cucul han castigado dolorosamente al pueblo, mi libro ha sido elevado al rango de sátira (...)”
“Ahora se dice que es un libro razonable, la obra de un racionalista lúcido que juzga y vapulea con premeditación, una obra casi clásica y perfectamente sopesada. Pasar de loco a racionalista, ¿es eso un ascenso para un artista?”
Para atacar la concepción simplista de la crítica literaria da una explicación sobre el significado de “Ferdydurke”. La idea de que el hombre es creado por los hombres, es decir, por el grupo social que le impone las costumbres, los convencionalismos y el estilo debe ser sobrepasada, para Gombrowicz era más importante destacar que el hombre es también creado por otra persona en los encuentros casuales.
De modo que es más que el producto de su clase social como explicó Marx, es también el resultado del contacto con otro hombre y del carácter casual, directo y salvaje de ese contacto del que nace una forma a menudo imprevista y absurda. Esa forma no es necesaria para uno mismo sino para que el otro me pueda ver y experimentar, es un elemento imposible de dominar.
Un hombre así, creado desde el exterior por el grupo social, pero más especialmente por el contacto casual con el otro, debe ser esencialmente inauténtico pues está determinado por la forma que nace entre los hombres. El hombre es entonces un actor natural desde el nacimiento.
“(...) ser hombre quiere decir ser actor, ser hombre significa imitar al hombre, ser hombre es comportarse como hombre sin serlo en lo más profundo de uno mismo, ser hombre es recitar lo humano”
En estas condiciones lo único que se puede hacer es confesar que la sinceridad está fuera de nuestro alcance y constatar que el deseo de “ser yo mismo” está perpetuamente condenado al fracaso.
Sin embargo, es la degradación, un subproducto de su atracción por la inmadurez, más que la deformación, la que le confiere al estilo de Gombrowicz un carácter propio. Si el hombre no puede expresarse con transparencia no es sólo porque los demás lo deforman sino, sobre todo, porque sólo se puede expresar lo que tiene forma, lo demás, es decir, la inmadurez, se queda en silencio.
La forma desacredita a la inmadurez y humilla a esta parte del hombre; las bellas artes, las filosofías y las morales nos ponen en ridículo porque nos superan, porque son más maduras que nosotros. La crítica literaria intenta ser una forma de formas, pero Gombrowicz llegó muy temprano a la conclusión de que los dos grandes enemigos de la literatura son los escritores y justamente la crítica literaria.
El ataque a la actividad de la crítica literaria ocupa buena par-te de las páginas de su “Diario”. La naturaleza de la facilidad con la que el periodismo literario le ajusta las cuentas a la literatura lo induce a oponerle resistencia. La obra de un escritor no puede ser ino-cente respecto de la crítica, pues corre el riesgo de ser destruida por el juicio de un idiota.
El autor debe procurarse una ventaja de parti-da contra los críticos, pues un estilo que no sabe defenderse a sí mis-mo de un comentario humano no cumple con su cometido más importante. Esos juicios son decisivos para el escritor, incluso cuando procedan de un cretino; la actitud orgullosa de ponerse por encima de ellos es una ficción absurda que produce consecuencias prácticas y de importan-cia vital.
El crítico es por lo general un literato de segunda clase con una relación frágil, casi siempre de carácter social, con el mun-do del espíritu. ¿Cómo un hombre así, inferior, puede valorar el tra-bajo de otro superior? Los efectos que causan estos parásitos son ca-tastróficos, pero Gombrowicz es un hombre de buen corazón y les arma un programa universal y expiatorio a los parásitos.
Les pide que no juzguen, que describan únicamente sus propias reacciones, que no escriban ni sobre el autor ni sobre su obra sino sobre ellos mismos en confrontación con la obra o con el autor, que no escriban como pseudo científicos sino como artistas. El Mudo, connotado hombre de letras nacional especializado en la crítica literaria es también un ilustre gombrowiczida.
A veces me sobrecoge el temor de si estaré diciendo algo sobre Gombrowicz no obstante todo lo que escribo, pues el Mudo ha tenido conmigo una conducta aún más silenciosa que la de la Muda. Con ella tuve por lo menos un intercambio de palabras aunque, debo aclararlo, un intercambio de palabras decididamente sarcástico y anfibológico.
Hace tiempo le ofrecí a la Muda, editora responsable de la organización editorial más importante de Polonia, Wydawnictwo Literackie, la publicación de la correspondencia que tuve con Gombrowicz. A los días recibí una respuesta alentadora en la que me informaba que se iba a poner en contacto con la Vaca, que juntos y, rápidamente, iban a tomar una decisión porque estaba interesada en la propuesta.
Me senté a esperar con una enorme paz espiritual, como si estuviera mirando los lirios del campo pero, la Muda, recién volvió a escribirme cuatro años después, y lo que dijo me resultó tan difícil de descifrar como si hubiera sido dicho en chino o como si fuera un jeroglífico egipcio.
“Disculpe este largo silencio, pero en cuanto a las ‘cartas’ yo también sigo estando en suspenso. Explico: todo el tiempo estamos esperando una estabilización, estamos precisando el contrato. Parece con todo, que estamos acercándonos al final. Creo que la cosa será actual en el futuro”
Los baños de silencio que se da el Mudo conmigo me llamaron la atención pues es el primer y único caso de un hombre de letras que no se pone en contacto conmigo para ver por lo menos qué clase de Gombrowicz llevo yo en la valija. |